martes, 21 de diciembre de 2021

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (9)

 

LA IMPORTANCIA DE LOS AMBIENTES EDUCATIVOS



            Se educa en valores humanos y virtudes en y desde la práctica, por medio del trabajo y la convivencia, especialmente por el trato habitual con personas que hacen brillar de algún modo la virtud en su ser y en su obrar. De ahí, entre otras cosas, el papel insustituible de los maestros. La experiencia nos enseña que se aprende a vivir de manera valiosa viendo cómo lo hacen otras personas que son referentes para nosotros (familiares, maestros, amigos, personas de referencia…). El psicólogo Albert Bandura llamó “modelado” a esta forma de aprendizaje.

Por otra parte, la convivencia es un cauce decisivo en la formación de la personalidad, en la educación emocional y moral de los niños y los jóvenes. Por ello es de la mayor importancia propiciar y cuidar al máximo ambientes sanos, ricos en motivaciones, experiencias y ejemplos adecuados, una convivencia que de manera fluida estimule a superarse, a ayudarse, a perseverar compartiendo esfuerzos, logros, fracasos, alegrías y sinsabores. 

El ambiente educativo, pensado previamente, cultivado y atendido de manera apropiada, constituye una vía implícita pero eficaz para suscitar y transmitir valores y actitudes a través de la práctica y del afecto, configurando un clima en el que se hallan referentes personales cercanos, generando una complicidad sana, solidaria y estimulante. A nadie se escapa la enorme influencia de las “compañías”, tanto para bien como para mal. Por ello conviene que en lo posible los padres “se adelanten” para que sus hijos se integren pronto en grupos en los que pueda surgir libre y espontánea una sana y positiva amistad.

Los vínculos emocionales de simpatía y amistad que se pueden suscitar en la familia, en el aula, en un grupo juvenil o de formación, por ejemplo, son un estímulo eficaz para aprender a gustar lo valioso y a detestar lo malo, lo injusto. Sólo en el clima de confianza y de ayuda que genera un ambiente amistoso y alegre se aprende la importancia y el valor del servicio. Los valores compartidos calan más y mejor porque los afectos sirven de estímulo y de vínculo ayudando a interiorizar comportamientos, criterios y valores. El sentido de pertenencia es fuente de seguridad y de autoestima.

El educador (maestro, padre, formador) ha de procurar que el niño o el joven llegue a ver en el compañero o en el hermano, no un rival, sino "otro como yo", un amigo o amiga que no me juzga, que me ayuda a aprender y a tener éxito, que pasa por lo mismo que yo y me comprende, que me anima y consuela cuando lo necesito, y a la recíproca. Por ello es fundamental procurar que el ambiente en el grupo y en la actividad de clase o en casa sea positivo y alegre.

Es importante que cada uno aprenda a sentirse responsable del bien de aquellos cuya amistad y camaradería comparte, con el fin de que la inserción en un grupo o en un ambiente no sea como la del camaleón, que se mimetiza en el anonimato, sino que ayude a la propia personalización asumiendo iniciativas y responsabilidades orientadas al bien común. 

Viene aquí perfectamente a cuento el famoso lema de los mosqueteros de Dumas: “Todos para uno y uno para todos”.


(Publicado en el semanario LA VERDAD el 26 de noviembre de 2021)


domingo, 19 de diciembre de 2021

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (8)

AUTORIDAD QUE EDUCA



        Atticus Finch, personaje principal de la novela/película "matar un ruiseñor"


Educar es una forma esencial de introducir al ser humano en la realidad por parte de quienes ostentan la autoridad de la experiencia y el afecto: en primer lugar la familia y, en segundo, para aquellos saberes que requieren una cierta especialización, el centro escolar, en el que la familia delega una parte de su responsabilidad. 

Autoridad aquí no significa imposición ni privación de la libertad, frente a corrientes que desde el siglo XVIII vienen infectando la escuela moderna, inspiradas por Rousseau, y que propugnan la mera espontaneidad y el emotivismo como principales principios pedagógicos.

La autoridad verdadera es por el contrario el prestigio moral, la calidad humana que desprende una persona y que la hace digna de confianza, de manera que se convierte en “autora” y promotora del bien de otros. Autoridad, en efecto, tiene la misma raíz etimológica que autor, y que el verbo “augere”, que significa hacer crecer, dar auge, promover algo o a alguien. 

La autoridad no es opuesta a la libertad. Al contrario, la hace posible cuando ambas son verdaderas. Pero ¿cómo es posible influir en la libertad del otro sin que esta se vea asfixiada, forzada y privada por ello de valor moral? Suscitándola. Y esto sólo le es dado al amor, a la confianza, a la comunicación de intimidades. No se puede educar, en rigor, si no se ama, si no se suscita en una relación de confianza recíproca el libre deseo y búsqueda del bien.

En educación la autoridad es esencial; es la virtud propia de quien educa, porque solo ganándose la confianza de los discípulos -o los hijos-, pueden estos hallar en el modelo del educador -ya sea padre o maestro- la orientación y la fortaleza que se necesitan para superarse, para vencer con esfuerzo las adversidades, para sacar de uno mismo lo mejor: su verdadera libertad, el dominio de sí mismo en la búsqueda del bien. 

Sólo educa el que ama, y amar es querer el bien para alguien. Aunque para ello sea preciso exigir y exigirse. Un educador no puede esperar que sus discípulos alcancen alguna meta difícil si él mismo no se esfuerza por lograrla en sí mismo cada día. 

A veces será preciso pronunciar la palabra “no”, y corregir. Pero como dice Gabriela Mistral, “para corregir no hay que temer. El peor maestro es el maestro con miedo. Todo puede decirse; pero hay que dar con la forma. La más acre reprimenda puede hacerse sin deprimir ni envenenar un alma. Aligérame, Señor, la mano en el castigo y suavízamela más en la caricia. ¡Reprenda con dolor, para saber que he corregido amando!". 

No se trata de exigir por exigir. La exigencia en el educar ha de tener siempre un porqué y, sobre todo, debe ser siempre amorosa. Una exigencia sin amor es insoportable, lo mismo que el amor sin exigencia es rechazable porque no educa.

Así lo expresa bellamente el poeta Pedro Salinas:

“Perdóname por ir así buscándote / tan torpemente, dentro de ti. / Perdóname el dolor, alguna vez. / Es que quiero sacar / de ti tu mejor tú./ Ese que no te viste y que yo veo / nadador de tu fondo, preciosísimo. / Y cogerlo y tenerlo yo en alto / como tiene el árbol la luz última / que le ha encontrado al sol.”



(Publicado en el semanario LA VERDAD el 19 de noviembre de 2021)


lunes, 13 de diciembre de 2021

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (7)

MAESTRO, QUIEN EDUCA CON SU VIDA



Gabriela Mistral


Se educa en valores en y desde la práctica, ejercitándolos por medio del trabajo y la convivencia, pero especialmente por el trato frecuente y habitual con personas que hacen brillar de algún modo la virtud en su ser y en su obrar. Es decir, con maestros. La introducción en los currículos de una educación en valores (sea esta u otra su denominación) no garantiza por sí misma una formación ética adecuada si no se cuenta con maestros verdaderos.

Maestro no es necesariamente quien ostenta una titulación académica de docente, sino quien sabe transmitir y suscitar en otros calidad humana con su vida. No son los métodos los que hacen bueno al maestro, sino el maestro el que hace buenos los métodos, porque el verdadero y mejor método es el maestro mismo. 

Lo que nos saca de la indiferencia, lo que nos motiva a asumir determinados principios, valores y comportamientos, es verlos vivos en alguien que con su presencia y su palabra, con su manera de vivir y de tratarnos, nos los hace atractivos, interesantes, valiosos. Decía un gran maestro, Abilio de Gregorio, que “un maestro, sin necesidad de decir nada, solo con su manera de estar ante sus alumnos, ya les está diciendo: el mundo es así.” Y, por supuesto, es parte esencial de la condición de padre y madre procurar ejercer este magisterio esencial.

Todos tenemos experiencia acerca del valor educativo de la ejemplaridad. Pero esto no significa que el educador -ya sea maestro o padre- tenga que ser alguien perfecto, sin fallos, dotado de dones atrayentes... Se trata más bien de alguien que procura vivir lo que enseña y enseñar lo que vive, no desalentándose por los posibles fallos, limitaciones o contratiempos. No le importa pedir perdón a sus alumnos -o sus hijos- cuando comete un error, pues no pierde autoridad por ello. Al contrario, se hace más cercano e "imitable". 

El educador, en la práctica, sólo puede esperar de la índole de sus alumnos -o de sus hijos, en el caso de los padres- aquello que intenta conquistar en sí mismo cada día. Insisto en lo de “intenta”. En educación como en tantas cosas, no hay que cansarse nunca de estar empezando siempre. 

El maestro no teme ser exigente, pero nunca deja de ser comprensivo, paciente. Se convierte en referente si, además de aportar su saber con entusiasmo, acierta a inspirar confianza. Y en eso consiste fundamentalmente la autoridad moral, que es el más genuino de los liderazgos.

La educación en valores y la educación afectiva -toda educación integral, en el fondo- son en gran medida una no improvisada labor de contagio personal de actitudes, gestos, convicciones que se experimentan en la relación personal con personas significativas que son rostro visible de esos valores humanos y en cierto modo camino de acceso hasta ellos. Ha escrito muy acertadamente Rafael Alvira que “aún mas que la ciencia, es esencial en el educador la capacidad de despertar en otros el gusto -esto es un arte-; y para ello es preciso que atesore entusiasmo, interés y admiración por las cosas y por las personas”. Difícil decirlo mejor.


(Publicado en el semanario LA VERDAD el 12 de noviembre de 2021)


jueves, 9 de diciembre de 2021

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (6)

 ¿APLAUDIR LAS VIRTUDES?


Una labor es propiamente educativa si hace crecer en humanidad, si al introducirlo en la realidad acerca al ser humano a la plenitud, incrementando su capacidad de verdad, de bien y de belleza. Se trata de un proceso de formación paulatina de la personalidad humana.

El pensador Amitai Etzioni defiende el papel de los centros educativos en el cultivo del carácter de niños y jóvenes, fomentando la autodisciplina, la empatía y el compromiso con los valores cívicos y morales. No obstante, a nadie debería escapar el papel esencial, previo e insustituible, que a este respecto ostenta el núcleo familiar. La familia, afirma el filósofo Alejandro Llano, es una "escuela de vida personal y social en la que el modo de existir en cada edad va aprendiendo de los modos de existir de las demás edades."

Pero no se trata tanto de explicar qué son los valores; es imprescindible practicarlos. Las virtudes -los valores vividos de manera habitual- son excelencias del carácter que no se pueden desarrollar a través de una enseñanza meramente teórica. Una educación en la virtud, en los valores auténticos, ha de ser esencialmente una lección de vida. 

Es justamente famosa y certera la afirmación aristotélica de que no es justo el hombre que sabe lo que es la justicia, sino el que la practica. En realidad, como decían los griegos, las virtudes no se pueden enseñar: sólo se pueden aprender. Si no se aprende a obrar (moralmente) obrando, no se aprende en absoluto. 

Las virtudes son hábitos operativos; la vida -la práctica- debe acompañar a la idea, concretarla y confirmarla emocionalmente. Solo se adquieren mediante el esfuerzo y la reiteración permanente. Si no se ejercitan de modo constante no se consolidarán, y el resultado serán en todo caso personalidades líquidas, inestables, frágiles, volubles. Suele decirse muy agudamente que quien no vive como piensa acaba pensando como vive. No basta, por ejemplo, con decir que el orden es muy importante; es preciso que el orden se adquiera como un hábito: no cansándose nunca de disponer de manera adecuada los materiales de estudio, los cajones de la mesa o el escritorio, la habitación, el aula, los archivos que se guardan en el ordenador, la ropa de los armarios, esforzándose por ser puntuales, etc.

Se cuenta que en un teatro de Atenas se celebraba una representación teatral a la que habían sido invitados los embajadores espartanos. Cuando el teatro estaba lleno, entró un anciano y trató inútilmente de hallar sitio libre. Unos jóvenes atenienses que veían los esfuerzos del anciano por acomodarse comenzaron a reírse de él irrespetuosamente. Al ver esto, los embajadores de Esparta, acostumbrados a venerar a sus mayores, se levantaron y ofrecieron sus sitios al anciano. Todo el público del teatro, al presenciar la escena, aplaudió a los embajadores, hasta el punto de interrumpir la representación. 

Preguntado el anciano por lo ocurrido, “-Es curioso, dijo, los atenienses aplauden las virtudes, mientras que los espartanos las ejercitan.”


(Publicado en el semanario LA VERDAD el 5 de noviembre de 2021)


miércoles, 8 de diciembre de 2021

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (5)

 “MERMELADA SENTIMENTAL”: EMOTIVISMO Y EDUCACIÓN



        Nuestros sentimientos, emociones, aspiraciones, anhelos y estados anímicos, nuestras ganas y desganas, ejercen una decisiva influencia en nuestro comportamiento. Dar la espalda a la sensibilidad lleva a un frío intelectualismo, al moralismo y al voluntarismo, no a una vida equilibrada, integrada y saludable. Una educación integral y personalizadora no debe anular la sensibilidad sino cultivarla y al mismo tiempo orientarla armónicamente hacia el bien y la verdad, hacia lo que es valioso y justo. 

El calor de las emociones, la intensidad de los sentimientos y la riqueza de las intuiciones han de acompañar e impulsar la constante novedad de una vida que reconoce lo que es verdadero, bello y bueno, que se deja atraer por ello y lo asume como propio hasta convertirlo en motor e ideal de sus elecciones y de su actividad. El poder de las emociones es ciertamente enorme; pueden lograr metas que parecerían inalcanzables y afrontar adversidades que la mera racionalidad no podría  superar. Pero, por otra parte, pueden adquirir tal hegemonía que el comportamiento humano llegue a ser irracional. 

El sentimentalismo o emotivismo, que quiere vivir exclusivamente de afectos, es una deformación, una desviación de la vida afectiva. Y como recuerda Gregorio Luri, “la tendencia a la mermelada sentimental lo pringa todo.” Aparece cuando la verdad y el bien    -lo que es justo- dejan de orientar la vida y son sustituidos por el sentimiento, la pasión o el mero apetecer. Y como las vivencias emocionales o afectivas guardan una dependencia de los estímulos de agrado o desagrado, suelen ser muy inestables. Muchas veces dejarse llevar por los sentimientos o las emociones viene a ser, directamente, un caminar a ciegas. 

Homero narra en la Ilíada (guerra de Troya) el diálogo entre Héctor y su hermano Paris, que rapta a Helena, la esposa del rey de Esparta. Previamente, Paris le había dicho a Helena: 

"-Si vienes nunca estaremos a salvo... pero yo te amo. Hasta el día en que incineren mi cuerpo, no dejaré de amarte." 

Héctor le reprocha a Paris: "-Para ti todo es un juego, ¿no? Pasas de ciudad en ciudad, yaciendo con vírgenes de los templos y esposas de mercaderes y te crees experto en el amor... Dices querer morir por amor, pero no sabes nada de la muerte, ni sabes nada del amor!". 

La frivolidad del sentimental Paris, ajena a toda sensatez, desencadenará la guerra y la desgracia.

Dejarse llevar simplemente por lo que atrae sensiblemente, por lo agradable y lo placentero, puede llevar a grandes equivocaciones y daños. Y además es una conducta muy fácil de manipular como saben muy bien los publicitarios y los demagogos. 

Este emotivismo imperante reclama de los educadores que se planteen cómo cultivar los sentimientos y a la vez cómo formar el carácter para dar coherencia y unidad a la vivencia de la persona en su vocación al bien, la verdad y al belleza; para que las emociones sirvan a lo que es justo y moralmente digno. 

Si la afectividad no es ordenada por la virtud (prudencia, justicia, fortaleza, templanza, fe, esperanza, caridad…), se verá sometida a la espontaneidad ciega de los propios impulsos, imprevisibles, inconstantes, muchas veces ilógicos y a menudo destructivos. Será también fácil presa de manipulación.

(Publicado en el semanario LA VERDAD el 29 de octubre de 2021)

jueves, 2 de diciembre de 2021

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (4)

LA VIRTUD: ¿TODAVÍA?

Sostenía Aristóteles que el fin de la educación consiste en enseñar a desear lo deseable, lo valioso. Es decir, en orientar los deseos para dirigirlos hacia todo aquello que contribuye a la excelencia ética.

Es de gran importancia para ello conocer la índole de los sentimientos y los afectos en general, su origen y su naturaleza, en uno mismo y en los demás, para comprender lo que expresan, y orientarlos a lo que merece ser deseado y estimado, ya que determinadas acciones deben ser realizadas no por ser gustosas o apetecibles sino por ser buenas, aunque no se tenga ganas o apetezca lo contrario. 

De ahí la importancia de los hábitos, estructuras psicológicas que ofrecen consistencia y solidez, a la vez que dotan de eficiencia a nuestras capacidades: hábitos cognitivos e intelectuales, afectivos y ejecutivos, hábitos éticos o morales sobre todo. Hablamos, en suma, de "virtudes" (hoy suele emplearse el término "fortalezas" -strengths-, pero su significado es muy parecido al de los términos clásicos areté, virtus). 

La virtud consiste en orientar nuestra vida al bien; es un modo ordenado de amar las cosas y a las personas (ordo amoris, en expresión de San Agustín). Es preciso querer el bien y realizarlo de manera habitual. Las normas procuran un mínimo indispensable para orientar la conducta y para evitar el mal, pero por sí solas no aseguran el bien obrar. 

La virtud es una disposición estable, un hábito positivo que aumenta nuestro poder y libertad, que hace penetrante y seguro nuestro conocimiento, que otorga estabilidad, equilibrio y densidad a nuestro querer, liberándolo de las mudanzas de la emoción y fortaleciéndolo ante las dificultades. De la educación y orientación de los hábitos depende el desarrollo y la configuración del carácter y de la personalidad (ethos)desde la infancia. 

Una formación integral de la persona incluye que los aprendizajes estén bien integrados. Dirigida al desarrollo equilibrado de todas las dimensiones de la persona humana y de su actividad, no se trata de “saber de todo” ni de desarrollar “un gran número de habilidades y destrezas”. Se trata de configurar una escala de valores, de prioridades en función de las cuales se juzga y se actúa congruentemente, de acuerdo con lo más valioso. 



Valores y objetivos educativos han de estar integrados, jerarquizados de manera congruente. Me contaba una maestra que un día durante el recreo una de sus pequeñas alumnas, de unos 7 años, lloraba desconsoladamente. Al preguntarle por qué, la niña le contestó: “-Es que nos han dicho en clase que no se deben tirar los alimentos que sobran. Y también que en muchas cosas de comer ponen cosas malas, que se llaman “E” y “C” (edulcorantes, conservantes…) Pero es que mi mamá me ha dado para almorzar un bollycao y aquí pone que tiene esas cosas. Y no me lo puedo comer…, ¡pero es que tampoco lo puedo tirar! (sollozo inconsolable).

La formación moral ha de guiar al resto de las facetas y ámbitos de la educación, pero antes es esencial comprender la índole y la fuente de la dignidad de la persona para establecer y articular los fines y los medios adecuados para su formación. Sin vacíos y de manera congruente.

(Publicada en el semanario LA VERDAD, 22 octubre 2021)

viernes, 26 de noviembre de 2021

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (3)

HOMBRES Y MUJERES EN QUIENES SE PUEDA CONFIAR




Con el comienzo de un nuevo curso los asuntos educativos vuelven a estar en el candelero, generalmente porque lo demandan las estadísticas o acontecimientos lamentables. Pero la educación es un asunto nuclear del que la sociedad en general y las familias en particular no deben desentenderse nunca, y menos -como suele decirse con ironía, acerca de todas las cosas que de verdad importan- dejándolo en manos de los políticos. Y que me perdonen los políticos buenos, que alguno hay.

Las políticas educativas, bajo capa de neutralidad, suelen estar marcadas por propósitos ideológicos y por condicionamientos económicos, instrumentalizando la educación, bien al servicio de una voluntad de poder o bien del sistema productivo. Pero la educación es y debe ser otra cosa. Deberíamos preguntarnos las familias, los educadores y los responsables de la política educativa si en el fondo no estamos proporcionando sólo una blanda retórica moralizante, trivial, que no sirve para nada y deja cancha libre a propósitos engañosos. 

Más allá de cualquier asunto coyuntural, lo nuclear en la educación es fomentar buenas personas. Suena a blandito, ya lo sé, pero muchas conductas disfuncionales que agitan la vida social, familiar y escolar obedecen a un serio déficit ético en la educación que no ha sido adecuadamente atendido en la familia y en la escuela. 

Escribe José Antonio Marina que, de un modo u otro, "toda cultura defiende un modelo de persona, un modelo de comportamiento y un modelo de sociedad. Estos tres aspectos constituyen el núcleo del contenido educativo y es fácil ver que son contenidos morales. Sin embargo, el mundo desarrollado ha pretendido configurar una sociedad neutral respecto a los valores. Ha sentido la fascinación por la ciencia y ha considerado que la moral pertenece a la esfera privada, y que no es propio de la escuela adoctrinar.”

Advierte además de que tal concepción es en realidad una trampa porque “no hay educación moralmente neutral. Esa neutralidad es ya un determinado tipo de propuesta moral. La escuela transmite valores por acción o por omisión, con lo que dice y con lo que calla. Debemos cambiar de orientación y enseñar que todos estamos enfrentados a una opción definitiva: elegir entre vivir en un orbe ético o vivir en la selva, donde el hombre es un lobo para el hombre.” 

La educación tampoco debe tratar simplemente de aprender a sentirse bien. Muy por encima del bienestar personal y social, e incluyéndolo, está el ámbito del bien ser de la persona. Se trata, en suma, de ayudar a niños y jóvenes para que lleguen a ser hombres y mujeres en quienes se pueda confiar. 

Es conocida aquella historia en la que un anciano contaba a sus nietos cómo en las personas hay dos lobos, el del resentimiento, la mentira y la maldad, y el de la bondad, la verdad y la misericordia. Al terminar, uno de los niños preguntó: “-Abuelo, ¿cuál de los lobos ganará?” Y este contestó: “-El que alimentéis.” La educación, hoy y siempre, ha de preocuparse sobre todo por la calidad humana de las personas. Ese es el desafío educativo del momento.

(Publicado en el semanario LA VERDAD, 15 octubre 2021).

viernes, 19 de noviembre de 2021

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (2)

       EDUCAR EN LO ESENCIAL




Una vida cultivada (lo que los griegos denominaban paideia e identificaban con la educación) no es un conglomerado de conocimientos y actividades diversas, sino una energía unificadora y creativa, capaz de situarse con sensatez ante la realidad y de mejorarla. Convertir esta energía en la formulación y la realización de un proyecto personal de vida es seguramente el papel más importante que la educación puede llevar a cabo.

Pero vivimos en un tiempo de desorientación acerca de lo esencial. El pedagogo Víctor García Hoz insistía a menudo en que “la educación corre el riesgo de convertirse en una suma de actividades y de aprendizajes inconexos que, en lugar de integrar a la persona humana, tienden a disgregarla en medio de una multitud de solicitaciones, oscureciendo el sentido de su existencia y debilitando su capacidad de ordenación de la propia vida.” 

Este peligro seguramente se ha incrementado en los últimos tiempos debido en gran medida a una mentalidad relativista dominante en lo moral y a la dispersión que caracteriza a los distintos saberes. Escribía Paul Ricoeur que vivimos en una época de medios perfectos y de metas confusas. Y sin embargo, sobre todo en educación, es esencial responder a la pregunta ¿a dónde vamos en la vida?

Es importantísimo que los educadores -padres y docentes- tengamos un proyecto educativo claro que permita saber a dónde hemos de orientar a nuestros niños y jóvenes con la educación que les estamos proporcionando, ya que el pleno desarrollo de la personalidad del alumno, chico o chica, reclama entre otras cosas que los objetivos y finalidades de la actividad educativa concurran de manera congruente y provechosa. 

Decía a este respecto Jacques Maritain que toda labor educativa debe esforzarse por fomentar en la persona la unidad interior y la coherencia, aunque para ello sea preciso cultivar diferentes capacidades y valores humanos. Es una paradoja, pero no una contradicción, ya que todos los valores humanos y virtudes -si se cultivan sabiamente- guardan entre sí una interrelación profunda porque, en el fondo, la virtud es única: es la orientación de toda la persona a obrar el bien. 

La unidad de vida es la columna vertebral de una personalidad madura y, por lo tanto, una condición imprescindible para la formación humana de la persona, para la educación como tal. Lo esencial, así pues, es educar la personalidad de nuestros hijos para que sean capaces de distinguir y de apreciar el bien y de orientar su vida hacia él.

Por ello, el pleno desarrollo de la personalidad en nuestros niños y jóvenes exige que las finalidades y expectativas de nuestra labor educativa como padres, lo mismo que la de los centros escolares y las distintas influencias que llegan del exterior (calle, amigos, cine, medios de información, etc.) concurran en una misma dirección. 

Está bien que nos preocupemos por el inglés y las TIC en nuestros colegios, pero hay algo aún más importante. Ya Séneca, hace veinte siglos, escribía que “si el marino no tiene claro el rumbo, todos los vientos le son contrarios”. A.J.


(Publicado en el Semanario LA VERDAD. Pamplona, 8 octubre 2021, pág. 40)

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (1)

UNA EDUCACIÓN CENTRADA EN LAS PERSONAS




Es posible que los titulares de la prensa, pendientes de las urgencias del momento, apunten en otras direcciones, pero la educación es sin duda uno de los temas cruciales de nuestro tiempo. De todos modos, con el comienzo de un nuevo curso, los asuntos educativos vuelven a estar en el candelero, aunque sea por temas como leyes, presupuestos, costes, equipamiento, la seguridad frente a los riesgos de contagio… Cuestiones, sin duda, de interés.

Pero las preocupaciones del momento no deben ocultar las grandes cuestiones, como, por ejemplo, hacia dónde debe orientarse la educación y cuál es o debe ser su modelo de persona. 

Por lo demás, la calidad y el rendimiento de los sistemas educativos es también una cuestión de personas. Los análisis de la OCDE revelan reiteradamente que apenas el 16% del rendimiento educativo está condicionado por factores como el deterioro del PIB o el aumento de alumnos inmigrantes en las aulas, entre otros, mientras que el 84% restante depende de factores como la estabilidad y calidad del tejido familiar, el nivel de formación de los docentes y la calidad de los procesos educativos en los centros.

Como ha escrito Javier Gomá, la línea que separa la excelencia ética y social de la vulgaridad y la barbarie se dibuja en el corazón de todos y cada uno de los ciudadanos. Así pues, no es tanto una cuestión de economía y de estructuras sociales  -que influyen, sin duda- como de formación de la personalidad.

Hace un par de décadas, la llamada “formación del carácter” vino a situarse entre las principales prioridades de los planes escolares en los países anglosajones, con EEUU a la cabeza. Los analistas -de vuelta ya de viejos tópicos- han venido a reconocer que la clave más decisiva para transformar la realidad y mejorarla es educar personas valiosas y competentes

En este marco, el desarrollo de la personalidad se construye sobre dimensiones “sólidas”, sobre fortalezas que capacitan a una persona para aportar calidad humana al mundo a través de sus juicios y percepciones, de su actividad y su iniciativa, de su equilibrio personal y de sus relaciones. Estas fortalezas son en última instancia hábitos, virtudes, valores humanos que configuran la urdimbre psicológico-moral de la personalidad y aportan una orientación fundamental para la vida. 

Estos valores y fortalezas no son un barniz decorativo, un condimento “políticamente correcto” de la actividad productiva. Muy al contrario, son una parte de la personalidad -y por lo tanto de la educación- llamada a persistir siempre, incluso en una sociedad pragmática como la nuestra. 

Es cierto que la dura competencia por los primeros puestos, por triunfar en el trabajo o los negocios, por las calificaciones para acceder a determinados estudios, no va a desaparecer. Pero cuando un joven o una joven se presenten a una entrevista para pedir un trabajo de cierto relieve, serán sus virtudes de iniciativa, responsabilidad, honradez, lealtad, constancia, laboriosidad, etc. las que más contarán. O cuando tengan que afrontar problemas familiares, cívicos o de conciencia profesional, por ejemplo, serán sus criterios y disposiciones morales los que iluminarán sus decisiones.  Por eso no debemos perder como referencia en educación la centralidad de la persona. A.J.


(Publicado en el Semanario LA VERDAD. Pamplona, 1 octubre 2021, pág. 40)

jueves, 14 de octubre de 2021

El hombre moderno

 

         


    "El hombre moderno, el hombre en cuanto moderno, hace su primera y soberbia aparición el año 1482, en la Oratio de hominis dignitate de Pico de la Mirándola… 

 

El supremo artesano… tomó al hombre “hechura de una forma indefinida y, colocado en medio del mundo, le habló de esta manera: ‘No te dimos ningún puesto fijo, ni una faz propia, ni un oficio peculiar, ¡oh Adán!, para que el puesto, a imagen y los empleos que deseas para ti, ésos los tengas y poseas de tu propia decisión y elección… Ni celeste, ni terrestre te hicimos, ni mortal ni inmortal, para que tú mismo, como modelador y escultor de ti mismo, más a tu gusto y honra, te forjes la forma que prefieras para ti. Podrás degenerar a lo inferior, con los brutos; podrás realzarte a la par de las cosas divinas, por tu misma decisión’.”

 

Este relato de los orígenes, verdadera Biblia de la Edad Moderna, otorga una forma religiosa a la desactivación del texto sagrado y la apariencia de la heteronomía (de una decisión venida de lo alto) a la definición del hombre como ser enteramente autónomo. El Autor de las cosas constituyó a Adán como autor. Lo que se le revela no es la ley que le funda, sino que él mismo es fuente de sus leyes. Esta criatura presenta esta diferencia respecto a todas las demás: que ella misma se crea, que se modela a sí misma y que ninguna autoridad, ninguna trascendencia, ninguna instancia superior le prohíbe lanzarse a la conquista de los atributos divinos de la omnisciencia y de la omnipotencia. La ruptura con la tradición cristiana y con la sabiduría de los Antiguos se camufla tomando aires de continuidad: Pico de la Mirándola pone en boca de Dios una esplendida declaración de independencia humana.

 

La dignidad del hombre ya no está relacionada con la posición que se le habría asignado, de una vez por todas, en el edificio cósmico. Al contrario, lo que constituye su dignidad es que, para él y en él, nada es de una vez por todas. Queda abolido lo definitivo. El hombre no es un ser cuyo obrar procede del ser, sino un ser cuyo ser procede de su obrar. Hablando con propiedad no es nada…

 

Ahora bien, ¿dónde reside la verdad si ya no hay naturaleza para circunscribirla ni escritos canónicos para enunciarla? Ciento cincuenta años después de Pico de la Mirándola, Francis Bacon da la respuesta en su Novum Organum: la verdad es hija del Tiempo y no de la Autoridad. Puesto que la dignidad del hombre ya no consiste en la realización cabal de su naturaleza, sino en sus posibilidades infinitas, le incumbe ir siempre adelante y superarse. Bajo el impacto de los primeros éxitos del pensamiento científico, el ser pierde su preeminencia ontológica en beneficio del devenir, y la humanidad bascula hacia la Historia. (…) Y ‘¿Qué es la Historia?’, pregunta un personaje del Doctor Zhivago. Y esta es su respuesta: ‘Es la puesta en marcha de los trabajos destinados a elucidar progresivamente el misterio de la muerte y a vencerla un día’."

 

Alain Finkielkraut. Nosotros, los modernos. 

Encuentro, Madrid, 2006, págs. 25-26.