domingo, 29 de mayo de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (30)

ACERCA DE LA EDUCACIÓN MORAL


 

En alguna reflexión anterior insistíamos en que la educación emocional es de veras necesaria y fundamental… si se enfoca adecuadamente; es decir, no como sustituta de la formación moral ni como un proceso de autoayuda -“sentirme bien conmigo mismo, conmigo misma…”- para venir a recaer en el emotivismo hoy imperante, sino como un saber instrumental -una verdadera formación del carácter- que ha de encuadrarse en un marco ético que le proporcione finalidad y la integre en una formación armónica y completa de la persona, en una auténtica educación del corazón. 

El fin de la educación no es hacer al educando feliz en el sentido frecuente de disfrutar de bienestar, sino capacitarle para que cultive su “mejor yo” -en expresión de Pedro Salinas- mediante sus elecciones personales. 

El conocimiento y orientación de nuestras emociones e inclinaciones sensibles ha de culminar precisamente en una educación en las virtudes que permita interiorizar y llevar a la práctica los valores éticos fundamentales. José Antonio Marina señala que los sentimientos se deben educar desde una instancia ética normativa, lo que implica "enlazar el mundo de las emociones con el mundo de la acción moralmente buena". Coincide en esto con autores como Nussbaum, Brunner, Bandura, MacIntyre o Gregorio Luri, entre otros. Escribe este último, por ejemplo: “Dudo mucho que se pueda enseñar en la escuela a gestionar emociones sin tener un principio no emocional, a saber, un modelo concreto de lo que es una persona educada. Más importante que hablar de emociones es saber qué tipo de personas aspiramos a ser. Lo que realmente nos educa emocionalmente es el ejemplo de las personas a las que admiramos.”

Y en otro momento recordábamos también que, según Aristóteles, el fin de la educación consiste en enseñar a desear lo deseable, lo valioso. Se refería con ello a educar los deseos -educación emocional y afectiva, educación del carácter- para facilitar el comportamiento ético adecuado, aquel que hace efectiva la excelencia del ser humano. 

La educación ha de aportar sentido y ayuda al perfeccionamiento de las capacidades del ser humano. Este perfeccionamiento es fruto, sobre todo, del desarrollo de virtudes intelectuales (sabiduría, razonamiento, intuición, deducción...), y morales (prudencia, justicia, fortaleza, templanza). Las virtudes son más que simples valores. Son energías. De hecho, en latín, «virtus», significa fuerza o poder. Si se practican habitualmente, reafirman progresivamente la propia capacidad para actuar y configuran de forma paulatina el carácter, la personalidad. El fin inmediato de la educación moral es el desarrollo de virtudes en una personalidad equilibrada, armónica y creativa, orientada al bien. 

La virtud es el crecimiento en el ser que acontece cuando la persona, en su actuación, obedece a la verdad y al bien. Es una ganancia en libertad. La virtud representa el rastro que deja en nosotros la tensión hacia la verdad como perfección de la persona.

Así pues, en su dimensión moral, la educación ha de orientar en la realidad, aportando discernimiento, orden y unidad a la vida humana. Su papel no es acumular más y más datos, experiencias y vivencias sin orden ni concierto, sino aportar criterio y energía a nuestra relación con la realidad, configurando armónicamente la personalidad como un todo, como el crecimiento de la persona en el ser.


        (Publicado en el semanario LA VERDAD el 27 de mayo de 2022)

viernes, 20 de mayo de 2022

REPENSADO LA EDUCACIÓN (29)

LA FAMILIA Y LA RESPONSABILIDAD EDUCATIVA

 


Venimos reflexionando desde hace unas semanas sobre la educación moral y nuestro punto de partida ha sido la consideración de la familia como primer ámbito de acogida y personalización del ser humano. 

No pensemos que la educación moral es algo que se recibe fundamentalmente en el ámbito escolar -aunque está muy bien que este contribuya a la tarea-, y menos aún que es algo que cada uno ha de ir construyendo según su experiencia personal y social. En este último caso, el riesgo de relativismo y subjetivismo -y la probabilidad de equivocarse- es evidente. Por supuesto, uno aprende cuando escarmienta… pero, como se dice en Oriente, hay dos tipos de hombres: los necios y los listos. Los necios son los que escarmientan en cabeza propia y los listos los que lo hacen en cabeza ajena. Y es que necesitamos ser ayudados a reconocer el bien y orientar a él nuestra vida partiendo sobre todo del saber, de la experiencia y del ejemplo de quienes nos ayudan a crecer como personas. Y el ámbito más idóneo para ello es esa comunidad de amor que llamamos la familia.

Quien da vida a  un ser humano, le da, no mera biología, sino vida humana y, por lo tanto, una biografía que cada uno debe protagonizar personalmente. 

Cada uno es responsable, gracias a su naturaleza racional y libre, del contenido y de la orientación de su vida. Pero mientras no esté en condiciones de ejercer con pleno conocimiento y responsabilidad el protagonismo de su vida, el niño o joven ha de ser auxiliado en el conocimiento del mundo y de sí mismo, en la toma de decisiones, e incluso ha de ser suplido temporalmente en sus primeros años. Ser padre o madre no consiste sólo en engendrar, sino en educar, en capacitar al hijo para que llegue a valerse por sí mismo mediante el desarrollo de sus potencialidades naturales y personales. 

Al dar la vida a sus hijos, los padres adquieren el deber de mantenerla y ayudarla a madurar. Por ello tienen también el derecho de guiarles en su trayectoria educativa mientras llegan a valerse por sí mismos de forma responsable. Eso es la educación: por un lado, introducir al ser humano en la realidad y, por otro, ayudarle a desarrollar su naturaleza constitutiva aportando un sentido integrador y potenciador.

La familia es la responsable de introducir a los hijos en el universo de los valores de sentido y por este motivo es certera la Declaración Universal de los Derechos Humanos al reconocer que “los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos” (art. 26.3).

El papel nuclear que la familia ostenta, además, como fundamento de la vida social, exige que el Estado se ponga a su servicio. “La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado” (Id., art. 16.3) Al Estado le compete garantizar el derecho a la educación, respaldando subsidiariamente a las familias, pero no le corresponde la determinación de lo que está bien o mal en el orden moral ni tampoco decidir el contenido de la verdad, que constituyen lo esencial de la educación misma. El Estado ha de servir a la sociedad, pero no debe erigirse en poseedor del sentido último.


(Publicado en el semanario LA VERDAD el 20 de mayo de 2022)

 

miércoles, 18 de mayo de 2022

LA NATURALEZA DE LAS COSAS

 

 


Hablar de la naturaleza de cada cosa es referirse al modo constitutivo de ser de esa cosa, a lo que esa cosa es. Y reparar en lo evidente: que las cosas son lo que son. Y no, no es ninguna tontería decir esto.

 

         Viene a cuento porque hoy lo más evidente está siendo cuestionado con saña. Por ejemplo, debido a la lente deformadora que ofrecen los medios de difusión, parece que no está tan claro que un hombre es un hombre y que una mujer es una mujer; o que un individuo de la especie humana es una persona humana, o que sólo el matrimonio entre hombre y mujer es matrimonio... Se trata de cuestiones morales, especialmente sensibles a la verdad del ser de las cosas y del ser humano. Tal vez por eso la retórica y las ideologías se esfuerzan tanto en sembrar la duda y en cambiar el significado de las palabras. Perdida la referencia de lo que las cosas son, no queda claro si determinados hechos son naturales (buenos) o antinaturales (malos). Es la dictadura del relativismo.

 

         Para Aristóteles, “natural” no es lo espontáneo sin más, sino lo que corresponde a una cosa según la perfección a la que está llamada. Por ejemplo, no es natural andar por la calle haciendo el pino, o correr los 100 metros lisos a la pata coja. Al final las articulaciones se resienten y se acaban deformando. Usar un vaso para clavar una punta no es natural, porque no está de acuerdo con la naturaleza del vaso: no se clava bien la punta y termina por romperse el vaso. Para el ser humano, que es algo más que biología, lo natural es ir vestido y no desnudo por la calle, porque el hombre es el animal racional, y vivir de forma racional (eso incluye también la voluntad y el amor) es lo natural para el comportamiento.

 

         Al conjunto de las exigencias que se derivan de la dignidad de toda persona, que exige que se la comprenda y se la trate con respeto (como a alguien, y no como algo que se puede manipular o convertir en mercancía), se le denomina ley moral natural, norma objetiva de comportamiento.

 

         También hablamos de “naturaleza” para referirnos al conjunto de las cosas, a la realidad y a los procesos físicos y vitales que permean y estructuran el mundo. Comprender qué es “la naturaleza” así entendida, implica reconocer que el conjunto de las cosas, incluyendo en ellas al ser humano, tiene su modo de ser propio y específico, y que alterarlo –si ello no está en el orden de su perfección propia– falsea la realidad, acaba por desorientar y hacer la existencia confusa, aberrante e inhóspita. Esto es lo que hace que la Ecología, si se entiende bien, sea algo muy importante desde el punto de vista ético. Respetar y cuidar el medio ambiente, en el fondo, es cuidar la morada de los seres humanos, al hombre mismo y a los seres que comparten con nosotros la existencia.

 

         Si además uno se pregunta “por qué” las cosas son como son, y aprecia que hay un orden que las vincula y jerarquiza, acaba planteándose si no habrá “Alguien” que las hecho así, y se enlaza así con el dato revelado de la Creación divina. 

         Ha escrito Benedicto XVI: “No se puede pedir a los jóvenes que respeten el medio ambiente si no se les ayuda en la familia y en la sociedad a respetarse a sí mismos: el libro de la naturaleza es único, tanto en lo que concierne al ambiente como a la ética personal, familiar y social. Los deberes respecto al ambiente se derivan de los deberes para con la persona, considerada en sí misma y en su relación con los demás. Es preciso salvaguardar el patrimonio humano de la sociedad. Este patrimonio de valores tiene su origen y está inscrito en la ley moral natural, que fundamenta el respeto de la persona humana y de la creación.” (XLIII Jornada Mundial de la Paz. 1 de enero de 2010.)  A.J.

sábado, 14 de mayo de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (28)

LA FAMILIA Y LA EDUCACIÓN MORAL

 


Si aceptamos que el referente fundamental de la ética y de la educación moral es la dignidad inherente a la persona, reconoceremos que la familia es el ámbito en el que de modo más espontáneo y primordial se valora al ser humano por ser quien es, precisamente en su índole de persona; y, como consecuencia, que es el ámbito educativo y personalizador por excelencia.

En la relación familiar, debido a los vínculos morales y afectivos que conlleva, cada miembro es significativo por el hecho de ser él mismo. De ella debe brotar el sentimiento de confianza básica, pilar de la autoestima y de un desarrollo sano de la personalidad. 

Después de la familia, obviamente, un ámbito personalizador decisivo es la institución escolar, siempre y cuando permanezca al margen de postulados ideológicos. Porque la educación ha de tener como referente a la persona y no las ideologías. Los hijos/alumnos no son peones en el tablero de la lucha por el poder. Ciertas ideologías sostienen que todo es política, y la educación de manera muy singular. Sin embargo, esto no es admisible. Si lo fuera, la educación se convertiría en manipulación. La escuela no tiene que ser ni “conservadora” ni “progresista”. Tiene que ser educadora.

Pero volvamos al papel prioritario de la familia en el marco de la educación moral. Hablamos de un ámbito de relación en el que se comparte lo fundamental de la vida, donde se aprenden las habilidades básicas, la comunicación, los criterios y claves de sentido para orientarse en la vida, la diferencia entre el bien y el mal, las normas básicas de comportamiento... Y todo ello mediante el vínculo del afecto y la confianza, de la obligación natural recíproca. Por eso es más adecuado afirmar que en ella se aprende, sobre todo, a vivir.

Pero esta responsabilidad no es un mero privilegio ni se da sin más. Es preciso aprender a ejercerla. La tarea educativa que corresponde a la familia requiere, sobre todo en los padres, una actitud de coherencia, ideas claras, formación -personal y conjunta-, adquisición y ejercicio de virtudes, dedicación incondicional y aprendizaje permanente. También el amor es una tarea. 

Es conocida aquella afirmación de Aristóteles de que ser justo no consiste en saber qué es la justicia, sino en practicarla. Esto vale para la educación entendida como adquisición y desarrollo de virtudes y para la familia como ámbito educativo y personalizador por excelencia. 

Santa Teresa de Calcuta decía a los padres: “no te preocupes porque tus hijos no te escuchan. Ellos te observan permanentemente todo el día.” Educar es transmitir lo que se vive y no se educa solo con palabras sino con el ejemplo de vida. El educador ha de ir siempre por delante (y al lado). “Solo lo que el educador intenta conquistar en lucha consigo mismo podrá esperarlo de la índole natural de sus educandos”, escribe W. Foerster.

Hannah Arendt escribía que un educador, solo con el modo en que está presente ante sus alumnos -en este caso los hijos-, les está diciendo: “el mundo es así”. Se aprende viendo vivir a las personas que son nuestros referentes.

Es esencial que la educación moral incorpore siempre las dimensiones teórica, emocional y práctica. Las ideas –y más los valores- dejan fácilmente de comprenderse cuando dejan de vivirse, y por ello, como suele decirse, “el que no vive como piensa acaba pensando como vive”. 

(Publicado en el semanario LA VERDAD el 13 de mayo de 2022)


viernes, 6 de mayo de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (27)

LA FAMILIA, PRIMERA Y ESENCIAL EDUCADORA

 


La familia, decíamos en nuestra reflexión precedente, es nuestra primera escuela. También es el primer ámbito de socialización. 

La sociabilidad es una vertiente esencial de la vida humana; consiste en la radical inclinación a dar y recibir entablando relación con otros seres humanos. Se basa en el hecho de que el ser humano necesita comunicarse, poner en común su vivir: dar y recibir, compartir.  

Se sabe del emperador Federico II que quiso saber cómo se expresarían los niños a los que jamás se les hubiera enseñado a hablar. Estaba obsesionado con conocer si existía una «lengua natural», previa a todo aprendizaje. La investigación se llevó a cabo en una inclusa, donde se recogía a los niños abandonados al nacer. Las cuidadoras que se encargaban de asear y alimentar a los lactantes recién nacidos tenían prohibido hablarles o tener con ellos muestras de afecto. Los niños debían estar bien nutridos y limpios, pero no había que establecer con ellos ningún contacto verbal ni afectivo. 

Federico nunca pudo saber cómo se expresarían los niños porque todos, sin excepción, murieron. Los bebés del experimento dejaban de comer, no mostraban interés por el entorno, contraían infecciones y morían. Hoy sabemos que el cuadro clínico que presentaban era una depresión que se da en lactantes privados de contacto afectivo, la depresión anaclítica de Spitz. 

Hay algo tan necesario como la comida para un bebé y es sentirse querido. Si no se les muestra cariño, si no se les besa y abraza, si no se les sonríe y se les habla, mueren. Los demás animales vienen dotados de instintos que les permiten una rápida y eficaz adaptación al medio. El ser humano requiere de modo indispensable el cuidado de una familia y especialmente de su madre. Es un ser constitutivamente dependiente, tanto en lo relativo a sus necesidades materiales y vitales de subsistencia, como en lo afectivo y en el cultivo de su inteligencia, su voluntad, su autoestima, su necesidad de orientación y de sentido. 

Y así, la limitación y la indigencia iniciales son reparadas por las aportaciones que brinda la relación con otras personas -hablamos inequívocamente del entorno familiar-, y sólo en el seno de esa relación puede desarrollar plenamente el ser humano su vida como persona.        

     Pero al mismo tiempo la persona es efusiva, entraña una sobreabundancia radical: la posibilidad de crecer interiormente y madurar cuanto más da de sí misma. Necesita aprender a dar -a darse- para crecer y enriquecerse como persona y reconocerse a sí misma en su valor y dignidad. Efusividad -necesidad de dar- y dependencia -necesidad de recibir- configuran la sociabilidad natural humana. 

Esa interdependencia se empieza a vivir en el seno familiar entretejiéndose con el amor mutuo, y aprendemos así a sentirnos responsables. En el desarrollo de esta responsabilidad a lo largo de la vida estriba el proceso de maduración de todo ser humano. Escribe Viktor E. Frankl: “No te preguntes qué esperas tú de la vida; pregunta más bien qué espera la vida de ti.”

Solo educa de verdad el que ama. Alguien tuvo la desafortunada pero reveladora osadía de afirmar que los hijos no son propiedad de sus padres, dando a entender que el Estado ha de tener la máxima responsabilidad en su educación. Pero lo cierto es que el Estado ama más bien poco… La conclusión parece evidente, ¿no?


      (Publicado en el semanario LA VERDAD el 6 de mayo de 2022)

martes, 3 de mayo de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (26)

EDUCAR ES AYUDAR A LA MADURACIÓN DE LA PERSONA


Nuestra vida no se nos ha dado hecha, hay que desarrollarla. Cada uno de nosotros, cuando nació, hubo de ser acogido, cuidado, atendido. La naturaleza humana, tal como se muestra en el niño recién nacido y a diferencia de lo que ocurre en las demás especies animales, presenta una inicial y apremiante indigencia, un cúmulo de necesidades que es preciso satisfacer y de capacidades que es necesario ayudar a cultivar. Pero tal desarrollo no es algo añadido desde el exterior, sino un crecimiento cuyo protagonismo ha de ir asumiendo el propio ser humano, según su capacidad, contando con la ayuda de otros. 

La educación es precisamente esa ayuda encaminada a suscitar y fortalecer en la persona humana las posibilidades creativas y efusivas de su libertad mediante la adquisición y cultivo de hábitos virtuosos. La acción educativa, recordemos, consiste en suscitar la virtud, la orientación responsable de la persona al bien.La educación es en lo esencial un proceso de ayuda a la maduración de la persona.

Para subsistir y para aprender, para conocer el mundo y a nosotros mismos, para desarrollarnos, necesitamos la dedicación, la experiencia y la aportación de otras personas. Para todo ser humano vivir es convivir, compartir la propia vida con otros semejantes. No somos islas. Por ello, el desarrollo de la personalidad en el niño encuentra su ámbito y motor necesario en la relación interpersonal. El ser humano es un ser creado naturalmente para el encuentro, para vincularse a otras personas dando y recibiendo, y desarrollar de este modo su vida y su manera de ser, su personalidad.

Aunque, en realidad, la educación no se acaba nunca y siempre se puede aprender, especialmente en los primeros años de vida la importancia de la educación es más esencial para el desarrollo de la persona. 

Cuando un niño o niña vaya creciendo en edad y capacidad, cuando tenga uso de razón y madurez suficientes para ejercer su libertad, empezará a tomar decisiones que marcarán su vida, empezará a valerse por sí mismo y a formar parte activa de la vida social, junto a otros seres humanos, a otras personas. 

Pero, como decimos, en las primeras fases de su existencia el ser humano necesita recibir todo de otras personas. Poco a poco va siendo capaz de valerse por sí mismo y puede decirse que alcanza la madurez cuando es capaz de dar y aportar a otras personas lo que necesitan de manera libre, responsable y según sus posibilidades. 

Este es el hecho, natural y cultural a la vez: el ser humano nace biológicamente prematuro y, precisamente, el primer hecho diferencial de lo humano es la pertenencia a una realidad humana cercana, la familia: un reducido ámbito de convivencia -reducido, precisamente, a la medida de la persona-, que remedia la innata precariedad del ser humano inmaduro y le brinda un ámbito y unos recursos de humanización intensa mediante el cuidado mutuo, la asunción de responsabilidades concretas y la comunión de vida y de pertenencia. 

La familia, primer ámbito de acogida, es por todo ello el ámbito natural de la educación. Se ha dicho que la escuela es nuestra segunda casa. Cierto. Pero antes, nuestra casa es nuestra primera escuela.

     (Publicado en el semanario LA VERDAD el 29 de abril de 2022).