sábado, 24 de noviembre de 2012

¿MERCENARIO O QUIJOTE DE LA TIZA?

Fantástico artículo-reflexión de mi compañero de afanes y alma gemela José Javier (JOTA):

(en su blog: http://zudensachenselbst-javier.blogspot.com.es/2012/11/mercenario-o-quijote-de-la-tiza.html)


¿Mercenario o quijote de la tiza?

¿Merece la pena la tarea educativa?

¿Qué es educar?

En mis 24 años de dedicación a la docencia, ya cerca de mis bodas de plata, esas tres preguntas me siguen cercando y quizás por ello sigo teniendo ilusión. Pero hete aquí que empiezo a echar de menos esas preguntas entre “algunos” de mis compañeros. Y heme aquí que empiezo a notar, sin ánimo de acritud y –por supuesto- sin señalar a nadie, que el número de “mercenarios de la tiza” empieza a dejar de ser rara avis .

He comenzado con tres preguntas pero el orden de respuesta debe ser inverso al de su formulación.

¿Qué es educar?

Etimológicamente educar proviene del verbo latino educere.  Y, ¿qué significa educere? Ni más ni menos que ayudar a crecer.

Crecer es una actividad que indica una dirección y una dirección progresiva, de menos a más. Por lo tanto el camino de crecimiento es relativo a una meta, a un fin que indica plenitud.

¿Y cuál es la meta de la educación?  La respuesta parece fácil.

Si la tarea educativa hace referencia a personas, la meta educativa consistirá en llevar a las personas a su plenitud, lo que Aristóteles denominaba vida lograda (eudaimonía).

Nos enfrentamos así a la cuestión decisiva: “¿Qué es ser Persona?”

Dicho de otro modo, sólo se puede educar desde un modelo antropológico claramente definido, desde ahí llegaremos a conocer cuáles son los valores que deben guiar los actos educativos y ahí encontrarán su lugar todas las pedagogías (métodos) que nos lleven a conseguir la meta.

¿Merece la pena la tarea educativa?

Depende del modelo de hombre que tengamos. Si nuestro modelo es el del insaciable consumidor o el del infatigable productor o el del hedonista pesimista cuyo valor de sentido es el placer inmediato  o cualquier otro en esta línea despersonalizadora, entonces la tarea educativa no tendrá sentido y convertiremos el quehacer educativo en una mera “profesión” cuyo fin fundamental será el de darnos de comer. Al final odiaremos el aula porque en ella terminaremos encontrando nuestro enemigo.

Si por el contrario, entendemos que debemos ayudar a crecer a Personas, seres únicos, irrepetibles e insustituibles que, curso tras curso, pasan por nuestras aulas y ante los que tenemos la responsabilidad de enseñarles que su vida debe ser algo grande, que tienen una dignidad que les exige sacar lo mejor de sí mismos y que, ya sea desde las matemáticas, la lengua , el inglés, etc., deben comprender la grandeza de la aventura humana y lo que implica con respecto a sí y a cada uno de los que les rodean, entonces, y sólo entonces, nos dejaremos deslumbrar por ese daimon  del que hablaba Sócrates y empezaremos a descubrir que la dedicación a la educación es una “vocación” y no una “profesión”.

A partir de ahí entrar a clase será difícil pero descubriremos que en ella hay Personas  y que, a pesar de todos los problemas y los malos días que tengamos, estaremos aportando algo que puede ayudar a crecer a nuestros alumnos.
¿Mercenarios o quijotes de la  tiza?

De las dos formas de entender la tarea educativa opto por la segunda y, en consecuencia, apuesto por el quijotismo de la tiza.

¿Qué es un quijote de la tiza?

Todo aquel que considera que le ha sido dado un jardín en el que hay multitud de flores, muchas con espinas, y que le ha sido otorgada la oportunidad de poder ayudarlas a crecer.

Se me podrá objetar que soy un idealista y, en consecuencia, poco práctico.

Llevo años preguntándome si no tendrán razón. Día tras día me siento impotente porque no sé atinar, porque la tarea me desborda, porque meto la pata, porque lo hago fatal,… Mis manos están vacías.

Pero día tras día me sigo haciendo la pregunta: ¿Quijote o mercenario de la tiza?

 Y día tras día me veo obligado a apostar. Y apuesto. (Porque lo importante no es tener las manos llenas).

“Prefiero ser un quijote insatisfecho a un mercenario satisfecho”. He ahí mi apuesta.

Y en la insatisfacción por la tarea no bien cumplida, porque me excede, reside mi ilusión. Ahí brillan los rostros irrepetibles de todos mis alumnos pasados y  futuros.  En sus rostros reside mi vocación.

Mi apuesta es y seguirá siendo siempre por ellos. Sólo ellos lo merecen. Ellos son mi Dulcinea y por ellos seguiré luchando contra gigantes. Por ellos tengo la honra de ser.

¿Y qué soy?

Un pobre quijote  de la tiza.

Dixi!

Enlace al blog de Jose Javier Ruiz Serradilla:



ENVIDIA, CODICIA

La tierra puede satisfacer nuestra hambre, pero no nuestra codicia (Gandhi)

Es más rico, no el que más tiene, 
sino el que menos necesita (popular)

Disfrutad de este vídeo:

viernes, 23 de noviembre de 2012

LA FUENTE DE LA BELLEZA Y LA MIRADA ABIERTA AL SER

La mirada abierta al ser es agradecida, se recrea y complace en la belleza de las cosas, que es el esplendor de lo real.
Aspira a conocer y encontrarse con la fuente de esa belleza que atraviesa lo real.

Intenta guiar al corazón, la voluntad y la actividad a la luz de esa belleza y de su fuente.

Pincha en este enlace y disfruta:





jueves, 22 de noviembre de 2012

ALTAS CAPACIDADES Y EDUCACIÓN

Coloquio en Navarra TV sobre la educación y las altas capacidades. 16 de noviembre de 2012.

Este es el enlace:



Son los 38 primeros minutos.


lunes, 19 de noviembre de 2012

VOLUNTAD DE VERDAD (FRENTE A VOLUNTAD DE PODER)


VOLUNTAD DE VERDAD 
(FRENTE A VOLUNTAD DE PODER)

Renunciar a una libertad arraigada responsablemente en la verdad, más que un sacrificio es una costumbre que simplifica la vida terriblemente. El mayor enemigo de la libertad es el que llevamos en nosotros mismos. Algo en el ser humano quiere la libertad, pero algo en él la rechaza o siente su ejercicio como algo difícil, demasiado cargado de responsabilidades, algo que la aborrece, que se cansa. Es más fácil ser esclavo que libre, y es más fácil también luchar por la libertad que vivir en ella, porque hay que apuntalarla en la verdad y darle un sentido, un para qué consistente. Y desde ese momento nos vemos vinculados, obligados, comprometidos. Por eso es más simple dejarse llevar.

No puede extrañar por eso que los asesinos de los regímenes totalitarios se reclutasen entre hombres así, hombres grises, simplificados. En casos análogos, es el Poder, o el partido, el sindicato, la moda o la mayoría, como el Gran Hermano de Orwell, quien decide las injusticias que deben indignar y las que deben dejar indiferente, lo que ha de tolerarse y lo que no. Este imperio de la opinión, en el que la verdad depende de quien la diga y del modo en que lo hace, crea un tipo de ciudadano perfectamente dúctil a toda forma de totalitarismo.

En 1984, George Orwell se plantea con fiereza la posibilidad de que la verdad fuera una decisión de los fuertes, del sistema. ¿Quién, por consiguiente, podría negar que dos y dos fueran cinco si así lo estableciera un poder por encima del cual no hay nada? ¿Qué defensa puede haber en ese caso para sus víctimas?:

“Se preguntó... si no estaría loco. Quizás un loco era sólo una “minoría de uno”. Hubo una época en que fue señal de locura creer que la tierra giraba en torno al sol: ahora era locura  creer que el pasado era inalterable... Pero la idea de ser un  loco no le afectaba mucho. Lo  que le horrorizaba era la posibilidad de estar equivocado.
            (...) Al final, el Partido anunciaría que dos y dos son cinco y habría que creerlo. Era inevitable que llegara algún día al dos y dos son cinco. La lógica de su posición lo exigía. Su filosofía negaba no sólo la validez de la experiencia, sino que existiera la realidad externa. La mayor de las herejías era el sentido común. Y lo más terrible no era que le mataran a uno por pensar de otro modo, sino que pudieran tener razón. Porque, después de todo, ¿cómo sabemos que dos y dos son efectivamente cuatro? O que la fuerza de la gravedad existe. O que el pasado no puede ser alterado. ¿Y si el pasado y el mundo exterior sólo existen en nuestra mente y, siendo la mente controlable, también pueden controlarse el pasado y lo que llamamos la realidad?
            ¡No, no!, a Winston le volvía el valor (...) Había que defender lo evidente. El mundo sólido existe y sus leyes no cambian. Las piedras son duras, el agua moja, los objetos faltos de apoyo caen en dirección al centro de la Tierra...
Con la sensación (...) de que anotaba un importante axioma, escribió:
La libertad es poder decir libremente que dos  y dos son cuatro. Si se concede esto, todo lo demás vendrá por sus pasos contados.”

 (G. ORWELL, 1984. Parte 1ª, VII)


*    *    *
La verdad es peligrosa para el poder absoluto y totalitario, para los enemigos de la libertad. La verdad descalifica el voluntarismo nihilista de los superhombres. Pero la libertad verdadera no es una simple liberación de ataduras, sino una resuelta voluntad de vivir para la comunión en el bien y la justicia. En el fondo, el burgués tal vez no sea mejor tipo que el superhombre.

La mente herida de aquél iconoclasta de la modernidad, de aquel profeta de la nada que fue Friedrich Nietzsche, vio sin duda una intensa luz cuando escribió:  “¿Te crees libre? Háblame de la raíz de tu pensamiento, y no de cómo te libraste del yugo. ¿Te crees capaz de liberarte de él? Muchos han abandonado todos sus valores al rechazar sus servidumbres. ¿Libre de qué? ¿Qué le importa esto a Zaratustra? Mírame a los ojos y contéstame: ¿Libre para qué...?”


martes, 13 de noviembre de 2012

¿Quién saciará su deseo?

¿Quién saciará su deseo?
José Luis Restán
(www.paginasdigital.es)



Hace unos días el profesor Damian Bacich, de la San José State University de California, reconocía en estas Páginas que "la continuidad de Obama en la presidencia supondrá un desafío para la Iglesia católica", pero añadía en seguida que un desafío no es negativo si sirve para que la Iglesia madure su forma de estar  en la plaza pública. Y aclaraba que a los responsables de las numerosas obras sanitarias y educativas católicas "les tocará encontrar soluciones creativas y dar un testimonio inteligente en una sociedad que ya no acepta la fe como un presupuesto obvio de la vida común". La verdad es que las palabras de Bacich sirven igualmente para la España que acaba de ver convalidado un matrimonio sin diferencia sexual, y para la mayoría de los países de antigua tradición cristiana de nuestro entorno.

Las leyes ya no expresan la cultura nacida de siglos de tradición cristiana, ni reconocen el derecho natural, ni a veces protegen un mínimo espacio para la libertad de todos, también de los católicos. La hostilidad crece en los medios, la extrañeza aumenta en los foros públicos, y la tentación de concebirnos dentro de una ciudadela asediada hace presa (no sin motivos) entre muchos católicos. Qué cierto es aquello de que cincuenta años después, el desierto ha avanzado, y mucho. Ahora bien, podemos elegir entre la lamentación infinita unida a una dialéctica ácida y afilada, con el consiguiente atrincheramiento durante una larguísima temporada, y una nueva misión que acepte sin reservas que la fe (y sus consecuencias ético-culturales) ya no es un presupuesto obvio de la vida común. Me atrevo a decir que esa es la postura que documenta toda la predicación de Benedicto XVI.           

Los sucesos a los que se refería Damian Bacich se desarrollaban al mismo tiempo que el Papa pronunciaba una catequesis memorable sobre la fe y el deseo. Empecemos por reconocer que la cuestión del deseo ha sido material inflamable y de difícil trasiego para maestros, catequistas y predicadores. Por supuesto nadie negará con la mejor tradición patrística y medieval que el deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, como asienta el Catecismo. Pero la palabra no deja de resultar incómoda (¿o no?), se presta a muchas acepciones, se usa en contextos poco amigables para el cristianismo, y sobre todo, nos asoma a grandes peligros si no la sometemos a estricto control. Vamos, que casi mejor seguir otro camino, dirá más de uno. Y así ha sido en numerosos momentos y lugares de la historia eclesial. Sin negar el punto de partida, se ha difuminado su valor educativo... por si acaso.

"Todas las cosas llevan escrito más allá"

Lo impresionante del Papa es que en ningún momento parece quemarle la palabra en los labios. Se diría más bien que la maneja con familiaridad, que teje con ella una sinfonía que no podemos dejar de secundar, sencillamente porque nos vemos reconocidos en ella a no ser que nos defendamos. Empieza por reconocer (más realismo imposible) que  "muchos contemporáneos podrían objetar que no advierten en absoluto un deseo tal de Dios... Él ya no es el esperado, el deseado, sino más bien una realidad que deja indiferente". Pero a continuación explica que en el fondo "lo que hemos definido como «deseo de Dios» no ha desaparecido del todo y se asoma también hoy, de muchas maneras, al corazón del hombre. El deseo humano tiende siempre a determinados bienes concretos, a menudo de ningún modo espirituales, y sin embargo se encuentra ante el interrogante sobre qué es de verdad «el» bien, y por lo tanto ante algo que es distinto de sí mismo, que el hombre no puede construir, pero que está llamado a reconocer. ¿Qué puede saciar verdaderamente el deseo del hombre?"

Es cierto que el deseo puede adentrarse por vericuetos tortuosos, puede buscar respuesta en laberintos mortales, puede convertirse en una espiral enloquecida. Sí, pero sin deseo simplemente no existe lo humano, como intuía nuestro Machado. Sería absurdo que el riesgo de vivir nos encerrase en casa; sería trágico que los laberintos de la vida nos llevasen a negar su impulso original, ese que hacía decir a Montale: "todas las cosas llevan escrito más allá". Cada deseo que se asoma al corazón humano se hace eco de un deseo fundamental que jamás se sacia plenamente, dice Benedicto XVI, y por eso el cristiano no debe temer el deseo de la amistad, de la belleza, de la creación, del amor. La tarea del educador será transformar el éxtasis inicial en una peregrinación, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí. No para que el deseo se aplane y pierda su aguijón, sino para proteger su verdad más profunda, para proyectarlo como un rayo hacia su cumplimiento verdadero.

El drama del momento presente no consiste en la vivacidad de los deseos sino en su brutal reducción y manipulación, y en las falsas respuestas que se le ofrecen. Todo esto me parece de vital importancia para la nueva evangelización, si queremos que sea algo más que un eslogan. Porque nuestra tarea como cristianos no es ser la policía del deseo sino ser los testigos del Único que puede saciar el deseo. Por eso sigue diciendo el Papa que "el hombre conoce bien lo que no le sacia, pero no puede imaginar o definir qué le haría experimentar esa felicidad cuya nostalgia lleva en el corazón.... es buscador del Absoluto, un buscador de pasos pequeños e inciertos... pero ya la experiencia del deseo, del corazón inquieto (como lo llamaba san Agustín), atestigua que el hombre es en lo profundo... un mendigo de Dios".

"No se trata de sofocar el deseo 
que existe en el corazón del hombre, 
sino de liberarlo, para que 
pueda alcanzar su verdadera altura"

Benedicto XVI no oculta que todos (¡creyentes y no creyentes!) necesitamos recorrer un camino de purificación y sanación del deseo. Pero en seguida advierte que "no se trata de sofocar el deseo que existe en el corazón del hombre, sino de liberarlo, para que pueda alcanzar su verdadera altura". El Papa abre aquí un ventanal de aire fresco a padres, educadores y sacerdotes, yo diría incluso que sin este recorrido que describe es difícil alcanzar una fe auténticamente madura, una fe como que permitió a Pedro decir "¿a dónde iremos?, sólo Tú tienes palabras de Vida eterna". Y por si nos quedaban dudas, remata la sinfonía invitándonos a hacer esta peregrinación y a "sentirnos hermanos de todos los hombres, compañeros de viaje, también de quienes no creen, de quienes están en búsqueda, de quienes se dejan interrogar con sinceridad por el dinamismo del propio deseo de verdad y de bien". No se me ocurre mejor equipaje ni mejor brújula para estos tiempos de inclemencia que habremos de recorrer a un lado y otro del Atlántico. Nuestra vocación no es la Línea Maginot sino el Camino de Santiago, una peregrinación en la que encontramos bandidos y agricultores, héroes y mercachifles, todos al aire libre, todos llamados a medir su deseo con la presencia de un cristiano que vive y construye.


13/11/2012