Me centraré en su faceta de profesor de literatura y maestro de educadores, singularmente a través del arte, aunque dejo al lado una de sus contribuciones más fecundas y positivas: la de Director General de Educación en Navarra durante doce años. Quizás para otro momento.
Santiago ha dedicado una ingente labor y su mayor esfuerzo a educar la mirada, a despertar y afinar la sensibilidad y la finura de conciencia en quienes le escuchaban, le leían y compartían con él amistad, tiempo y afición.
Nos hallamos ante alguien que poseía una formación humanística fuera de lo común. Sin duda, era un sabio conocedor de la literatura, en particular la española, hasta extremos increíbles; pero asombra escucharle articular desde una visión global y sumamente lúcida claves históricas, estéticas, filosóficas y aun teológicas. Su objetivo como maestro ha sido ante todo ofrecer “claves de sentido” para mostrar el verdadero significado y valor de las cosas, del propio ser humano y de su quehacer en la vida. Porque, como repetía con ocasión y sin ella, “¡¡hemos sido creados para amar…!!”
Sin embargo, no debemos ignorar -menos aún los educadores, nos recordaba- la situación dramática del ser humano herido por el pecado original. La certeza de nuestra condición caída obliga al sano realismo de preparar al niño y al joven, con ayuda de la gracia, para ser dueño de sí mismo frente al desorden al que es proclive nuestra naturaleza.
Por eso es preciso aprender a mirar, más allá de lo secundario y aun de lo urgente, y captar lo que es de verdad importante. Hemos de tomar en serio la educación en virtudes, con su ingrediente de esfuerzo y su potencialidad para el gozo. Bucear en nuestro “ser personas”, que es don y tarea al mismo tiempo, para vivir según nuestra dignidad de hijos de Dios. Saber que se nos ha dado la libertad para contribuir al perfeccionamiento del mundo y para hacerlo crecer según el recto orden de las cosas establecido por el Creador.
La belleza era para Santiago -con palabras de Tomás de Aquino- “el esplendor de la verdad”. Como huella del Creador, no puede ser separada de lo real y de su sentido profundo, de la verdad y del bien. Es también “via pulchritudinis”, revelación visible del Invisible.
Es particularmente admirable su capacidad de “leer” en las obras de arte, singularmente en la pintura y en los textos literarios, porque entiende que el arte es espejo de la condición humana y que es mucho lo que -sabiendo mirar- puede descubrirse acerca de la dignidad de la persona y del dramatismo de su vida entendida como opción de libertad. El arte verdadero, ha escrito Santiago, es una escuela abierta; nos educa, nos abre a la vida.
Es maestro que no retrocede ante el estudio de obras duras o escabrosas, antes bien, era un prodigio escucharle reflexionar acerca de La Celestina o El retrato de Dorian Grey, los poemas de Huidobro o de Cernuda, entre otros muchos. Está convencido de que haciendo ver en la ficción las consecuencias del mal, se ayuda a acertar en la vida real. Recoge con ello la tradición de la catarsis aristotélica: la literatura en particular y todas las artes en mayor o menor medida ostentan un potencial purificador de las pasiones, ayudan a encontrar serenidad de ánimo ante las adversidades de la vida, nos ofrecen modelos y lecciones de comportamiento con las que podemos aprender a vivir rectamente.
Santiago era un Quijote. Pero no por andar embebido en libros de claro en claro y de turbio en turbioque le lanzaran a una aventura atolondrada. Él, por cierto, aconsejaba empezar la lectura del genial libro de Cervantes con el último capítulo, en el que se nos revela quién es de verdad el hidalgo manchego. Se trata de Alonso Quijano, a quien sus virtudes le merecieron renombre de Bueno y que, ya con el pie en el estribo, reconoce que su afán por desfacer entuertos le llevó a empuñar las armas seducido por la literatura de caballerías, cuando hubiese sido mejor leer otros libros que hubieran sido luz de su alma. Cuánto amaba Santiago la lectura de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz, cima de la literatura y de la lírica, maestros del Renacimiento que descubren que la mayor aventura del hombre es navegar hacia dentro.
Pero a pesar de ello también había en Santiago mucho de caballero andante, pues “subido a esa atalaya adonde se ven verdades”, como diría la santa abulense, contemplaba y combatía generosamente en la dramática contienda que agita los tiempos modernos entre la civilización cristiana y el humanismo ateo que, como repetía, ha dejado a tantos hombres y pueblos sin esperanza.
Pero creo que sería erróneo por mi parte no mencionar la raíz profunda que movía el pensamiento y la acción de Santiago Arellano. Me refiero a su profunda vida de fe, heredada de sus padres, de quienes con cariño y orgullo repetía a menudo: “mis padres fueron campesinos”; cultivada más tarde en la escuela de San Vicente de Paúl, el Apostolado de la Oración, Cristiandad, la Adoración Nocturna…; y siempre, siempre, vivida y ahondada desde el Corazón de Jesús y el amor a la Iglesia. Cuanto Santiago se ha esforzado en enseñar es una forma -su forma- de dar a compartir lo contemplado y vivido ante Cristo en la Eucaristía. La suya es una fe culturalmente fecunda.
Para dar razón de lo que debemos a su mirada de maestro, y del tesoro que nos ha regalado con su amistad, podríamos servirnos de uno de sus clásicos más citados, Jenofonte, el cual pone en boca de su maestro Sócrates palabras que podría muy bien firmar Santiago: “Antifón, mucho más me deleito yo en tener buenos amigos; y si algo bueno poseo, lo enseño y lo pongo a disposición de los que yo creo podrán aprovecharse de ello para la virtud. Y en cuanto a los tesoros que los antiguos varones sabios dijeron en sus libros, los despliego y recorro con mis amigos. Y si algo bueno encontramos, lo recogemos cuidadosamente y tenemos por gran provecho sernos útiles unos a otros.” (Recuerdos de Sócrates. I, VI).
Maestro de la mirada, con él hemos aprendido a mirar para aprender a vivir.
(Publicado en el semanario La Verdad, el 15 de diciembre de 2023)
Santiago Arellano Hernández falleció en Pamplona el 5 de diciembre de 2023, a la edad de 79 años. Descanse en el Señor.