jueves, 26 de mayo de 2011

¿Educación para qué?



            En estas fechas parece que, al menos por parte de algunos sectores de nuestra sociedad, la educación está siendo objeto de reflexión, debate y un notable interés. Nunca es tarde si la dicha es buena, pero… ¿habrá dicha como conclusión de todo esto?

Nada ha apartado a la actual política educativa de la línea trazada desde el principio en 1985 (con la LODE y todo lo que la ha seguido y desarrollado, LOGSE y LOE incluidas): la educación es concebida como servicio público, es una atribución del Estado y el sujeto de la educación es la sociedad -no la familia ni la persona-, preocupada por orientar y dirigir la vida colectiva: “La educación es el medio más adecuado para garantizar el ejercicio de la ciudadanía democrática… un instrumento de mejora de la condición humana y de la vida colectiva” (LOE, preámbulo, párrafo 1º)

Mala educación y malos resultados

            Es muy posible que no todos se den cuenta de que en la educación se fragua el modelo de sociedad y el futuro de las generaciones presentes. Resulta un tópico, cierto. Pero parece que no son muchos los que se paran a considerar lo que esto significa.

Desde luego, los partidos de izquierda y ciertas ideologías radicales, normalmente autodenominadas progresistas, sí parecen tenerlo muy claro. Para otros sectores, tanto grupos de opinión y de pensamiento, como para una buena parte de la sociedad, quizás la mayoría, los asuntos educativos llaman la atención cuando los medios se hacen eco de algún asunto sobresaliente: casos de acoso y violencia escolar, resultados de una evaluación internacional de resultados académicos, ciertos problemas sociales que se espera superar cuando la educación los atienda…

Con esto último se percibe más bien que la educación tiene que asumir ciertos aspectos problemáticos de la sociedad y de la propia vida académica que, en el fondo, son consecuencias, resultados, fruto del tipo de educación que se viene dispensando, o del estado de salud moral de nuestra misma sociedad.

No parece que haya tanta preocupación por la raíz de la cuestión, por el tipo de educación desarrollado en nuestro país, sus finalidades y objetivos, por el modelo de persona y el sentido de la vida que están implícitos en él; por el perfil, la calidad moral y la preparación del profesorado, la asunción por parte de las familias de su responsabilidad educativa, los valores sociales hoy prioritarios y su pertinencia o no…

En el fondo, los malos resultados que colocan a España en el furgón de cola, son expresión de algo más serio: que estamos desarrollando en estos momentos una mala educación.

Más de lo mismo…, o peor

            No parece que el fondo de la cuestión se resuelva con un mayor hincapié en el aprendizaje de los idiomas extranjeros y de las nuevas tecnologías de la información y del conocimiento. Con ello, a lo mejor, conseguiremos que nuestros niños y jóvenes digan tonterías o banalidades en varios idiomas y en formato digital. O sea, más de lo mismo, o peor. Ni siquiera se trata de reivindicar la llamada “cultura del esfuerzo” (los idiomas también cuesta aprenderlos). Lo que hay que pensar despacio es algo más esencial.

Porque lo que no se tiene claro es qué diferencia al bien del mal, que es lo que hace humanos al hombre y a la mujer y por qué, qué relieve tienen la naturaleza humana y la dignidad de la persona como referente ético previo y superior a las disposiciones del legislador y a las estrategias de poder, qué diferencia al mero placer inmediato de una felicidad profunda y duradera, si el relativismo es o no la base de una buena democracia, o qué hace que sea preferible padecer una injusticia a cometerla. Por poner algunos ejemplos.

Hoy muchos gritan: ¡Indignaos!, como proclama un panfletillo de moda. Vale. Pero hace falta algo más. Einstein dijo ya hace décadas que la nuestra es una época de medios perfectos pero de metas confusas. Hay que reconocerlo, qué listo era.


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