INTRODUCCIÓN
¿Cómo superar la visión de que el ser humano es una cosa más entre las cosas? Una mirada pragmática y por lo tanto superficial seguramente tenderá a considerar que, según el punto de vista que se utilice, un ser humano, sobre todo si en él no concurren cualidades sobresalientes, puede ser tenido simplemente como “un millón de hombres partido por un millón” (A. Koestler).
Sería un caso más entre muchos de la especie humana, un trabajador más o menos eficiente, más o menos capaz de desarrollar determinadas facultades o de desempeñar ciertas tareas. En algunos casos, ni eso: un ser anónimo de entre las masas de infelices que ni siquiera han desarrollado una mediana normalidad intelectual, o que en el mundo mueren de hambre, o víctimas de enfermedades epidémicas, o que viven solos e ignorados hasta de sus vecinos y familiares.
Sería un caso más entre muchos de la especie humana, un trabajador más o menos eficiente, más o menos capaz de desarrollar determinadas facultades o de desempeñar ciertas tareas. En algunos casos, ni eso: un ser anónimo de entre las masas de infelices que ni siquiera han desarrollado una mediana normalidad intelectual, o que en el mundo mueren de hambre, o víctimas de enfermedades epidémicas, o que viven solos e ignorados hasta de sus vecinos y familiares.
Uno de los rasgos esenciales de la educación, y en cierto modo su piedra de toque, es que, más allá de los números, de las cifras y las cantidades, lo que le importa es el valor inmediato, tangible, de las personas concretas.
En la relación educativa auténtica cada persona es importante. La educación sólo admite un principio: “Quien ayuda a ser a una sola persona ayuda al mundo entero”. A otros toca hacer previsiones a largo plazo y consideraciones a gran escala. Al educador le importan las personas que conoce y a las que se dedica.
En la magnífica película de Steven Spielberg “La lista de Schindler”, (1993), junto a otros momentos impactantes, conmueve poderosamente la escena en la que el protagonista, al que hemos conocido al principio como un frío hombre de negocios, vanidoso, comodón y licencioso, tras un dramático proceso de transformación interior, prorrumpe en sollozos al comprender que la venta de la insignia nazi que lleva en su solapa le hubiera permitido salvar a una persona más, incluyéndola en su lista de empleados. Gran lección, la de advertir el valor innegociable de cada ser humano. Como se lee en el anillo que sus trabajadores judíos le regalan al partir, “quien salva una sola vida salva el mundo entero”. A.J.
En la relación educativa auténtica cada persona es importante. La educación sólo admite un principio: “Quien ayuda a ser a una sola persona ayuda al mundo entero”. A otros toca hacer previsiones a largo plazo y consideraciones a gran escala. Al educador le importan las personas que conoce y a las que se dedica.
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