miércoles, 2 de enero de 2013

UNA EDUCACION DE CALIDAD


UNA EDUCACIÓN DE CALIDAD

La educación es un proceso premeditado de mejora y maduración de las personas. La naturaleza humana presenta una inicial indigencia, abierta no obstante a un desarrollo perfectivo mediante el cultivo y fomento de sus capacidades. Lo que el instinto no concede al ser humano, ha de procurárselo la educación, con una diferencia: que así como en el animal el comportamiento del individuo se ajusta a lo que marca la especie, en el ser humano el proceder deseable consiste en el ejercicio responsable de la libertad, de acuerdo con el orden establecido por la búsqueda del bien, de la verdad y de la belleza, que no son fruto de sus deseos y apetitos, sino de la perfección a la que tiende cada persona en la medida en que se introduce en la realidad.

Por eso, una actuación es educativa si hace crecer en humanidad al ser humano y le acerca a su plenitud, incrementando su capacidad de verdad, de bien y de belleza. Se trata de un proceso de maduración, de formación paulatina de la personalidad de acuerdo con un orden de perfeccionamiento que sirve de pauta al deseo y al criterio humano. Es lo que observamos en esas personas que despuntan -decimos a menudo- por su “calidad humana”.

            Este desarrollo no es algo añadido a la naturaleza desde el exterior, sino un crecimiento cuyo protagonismo ha de ir asumiendo según su capacidad el propio sujeto humano que se educa. El sujeto humano no debe ser sustituido en el proceso de su formación, puesto que ésta acontece en el ámbito de su propia experiencia. Por eso, la acción educativa no es sino una ayuda encaminada a suscitar y fortalecer las posibilidades creativas de la libertad mediante la adquisición y cultivo de hábitos valiosos. Dichos hábitos -las virtudes- son fruto, núcleo y expresión al mismo tiempo del dominio de sí mismo que va desarrollando cada ser humano, cada persona.



Esta maduración de la personalidad, o personalización, supone una creciente unidad interior según el orden natural de las capacidades personales, a través del desarrollo pleno y armonioso de las virtualidades de la naturaleza humana. Ésta -la naturaleza racional-, a diferencia de las especies animales, es abierta. Y ello significa que, con sus decisiones libres y con la consolidación de sus hábitos intelectuales, morales y sensitivo-emocionales, cada persona se va afirmando a sí misma como sujeto y protagonista del contenido y de la orientación de su vida.

La naturaleza racional del hombre posibilita y reclama a la vez a cada individuo el logro, el ejercicio y el cultivo del protagonismo de su vida y de sus acciones, teniendo para ello como referencia prioritaria el perfeccionamiento real de sus potencialidades naturales.
           
Por todo ello, la madurez y la personalización significan una cierta plenitud psicológica y moral del ser humano, una elevación del ser en la persona, y una integridad que no se reduce a sumar aspectos de la vida en el proceso educativo -intelectual, ético, afectivo, físico, estético, social, etc.-, sino que implica integrarlos coherente y fecundamente -es decir, de forma ordenada- en el proceso de maduración de la persona. El resultado es una vida fecunda, y su manifestación el equilibrio y la armonía que resultan del dominio de uno mismo.

Uno de los aspectos esenciales del proceso educativo es la paulatina integración de la persona, a la vez receptiva y creativa, en ámbitos de encuentro y de convivencia que la enriquezcan humanamente, empezando por la familia en la que es llamada a la existencia. Es en la familia donde se hace más posible una educación personalizada y personalizadora. Sin el fundamento previo y la colaboración cotidiana de una educación familiar cuidada, la labor escolar será escasamente eficaz. Conviene que los objetivos educativos de la escuela y de la familia sean los mismos en lo esencial, y que ambas intervengan ayudándose mutuamente, siendo la escuela la prolongación delegada del esfuerzo y la responsabilidad de los padres en la formación humana de sus hijos.

Actualmente se identifica de forma apresurada la calidad de la educación con la incorporación y protagonismo en ella de las nuevas tecnologías, de los idiomas extranjeros y de la facilidad para encajar en el tejido productivo y económico de la sociedad. No son malas herramientas si se identifica el perfeccionamiento humano con la eficacia, pero es esto último lo que debe ser sometido a debate.

La labor educativa personalizadora ha de tender a unificar, debe esforzarse por fomentar en la persona la unidad interior, aunque para ello se cultiven diferentes cualidades. En el panorama de la llamada cultura postmoderna, proclive a la dispersión, la relativización de los valores de sentido, el pragmatismo y la inestabilidad, la educación, en expresión muy certera de V. García Hoz, “corre el riesgo de convertirse en una suma de actividades y de aprendizajes inconexos e incompletos que, en lugar de integrar a la persona humana, la disgregan, oscureciendo el sentido de la vida y debilitando la capacidad de ordenación de la propia vida en medio de una multitud de solicitaciones”. A.J.







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