UNA EDUCACIÓN DE CALIDAD
La educación es un proceso premeditado de mejora y
maduración de las personas. La naturaleza humana presenta una inicial
indigencia, abierta no obstante a un desarrollo perfectivo mediante el cultivo
y fomento de sus capacidades. Lo que el instinto no concede al ser humano, ha
de procurárselo la educación, con una diferencia: que así como en el animal el
comportamiento del individuo se ajusta a lo que marca la especie, en el ser
humano el proceder deseable consiste en el ejercicio responsable de la
libertad, de acuerdo con el orden establecido por la búsqueda del bien, de la
verdad y de la belleza, que no son fruto de sus deseos y apetitos, sino de la
perfección a la que tiende cada persona en la medida en que se introduce en la
realidad.
Por eso, una actuación es
educativa si hace crecer en humanidad al ser humano y le acerca a su plenitud,
incrementando su capacidad de verdad, de bien y de belleza.
Se trata de un proceso de maduración, de formación paulatina de la personalidad
de acuerdo con un orden de perfeccionamiento que sirve de pauta al deseo y al
criterio humano. Es lo que observamos en esas personas que despuntan -decimos a
menudo- por su “calidad humana”.
Este desarrollo no es algo añadido a la naturaleza desde el exterior,
sino un crecimiento cuyo protagonismo
ha de ir asumiendo según su capacidad el propio sujeto humano que se educa.
El sujeto humano no debe ser sustituido en el proceso de su formación, puesto
que ésta acontece en el ámbito de su propia experiencia. Por eso, la acción educativa no es sino una ayuda
encaminada a suscitar y fortalecer las posibilidades creativas de la libertad
mediante la adquisición y cultivo de hábitos valiosos. Dichos hábitos -las
virtudes- son fruto, núcleo y expresión al mismo tiempo del dominio de sí mismo
que va desarrollando cada ser humano, cada persona.
Esta maduración de la
personalidad, o personalización, supone una
creciente unidad interior según el orden natural de las capacidades
personales, a través del desarrollo pleno y armonioso de las virtualidades de
la naturaleza humana. Ésta -la naturaleza racional-, a diferencia de las
especies animales, es abierta. Y ello
significa que, con sus decisiones libres y con la consolidación de sus hábitos
intelectuales, morales y sensitivo-emocionales, cada persona se va afirmando a
sí misma como sujeto y protagonista del contenido y de la orientación de su
vida.
La naturaleza racional del
hombre posibilita y reclama a la vez a cada individuo el logro, el ejercicio y
el cultivo del protagonismo de su vida y de sus acciones, teniendo para ello como
referencia prioritaria el perfeccionamiento real de sus potencialidades
naturales.
Por todo ello, la madurez y la personalización
significan una cierta plenitud psicológica y moral del ser humano, una
elevación del ser en la persona, y una integridad
que no se reduce a sumar aspectos de la vida en el proceso educativo
-intelectual, ético, afectivo, físico, estético, social, etc.-, sino que
implica integrarlos coherente y
fecundamente -es decir, de forma ordenada- en el proceso de maduración de la
persona. El resultado es una vida fecunda, y su manifestación el equilibrio y
la armonía que resultan del dominio de uno mismo.
Uno de los aspectos
esenciales del proceso educativo es la paulatina
integración de la persona, a la vez receptiva y creativa, en ámbitos de encuentro y de convivencia
que la enriquezcan humanamente, empezando por la familia en la
que es llamada a la existencia. Es en la familia donde se hace más posible una
educación personalizada y personalizadora. Sin el fundamento previo y la colaboración
cotidiana de una educación familiar cuidada, la labor escolar será
escasamente eficaz. Conviene que los objetivos educativos de la escuela y de la
familia sean los mismos en lo esencial, y que ambas intervengan ayudándose
mutuamente, siendo la escuela la prolongación delegada del esfuerzo y la
responsabilidad de los padres en la formación humana de sus hijos.
Actualmente se
identifica de forma apresurada la calidad
de la educación con la incorporación y protagonismo en ella de las nuevas tecnologías,
de los idiomas extranjeros y de la facilidad para encajar en el tejido
productivo y económico de la sociedad. No son malas herramientas si se
identifica el perfeccionamiento humano con la eficacia, pero es esto último lo
que debe ser sometido a debate.
La labor educativa personalizadora ha de tender a
unificar, debe esforzarse por fomentar en la persona la unidad interior, aunque
para ello se cultiven diferentes cualidades. En el panorama de la llamada
cultura postmoderna, proclive a la
dispersión, la relativización de los valores
de sentido, el pragmatismo y la inestabilidad, la educación, en expresión muy certera de V. García Hoz, “corre el riesgo de convertirse en una suma
de actividades y de aprendizajes inconexos e incompletos que, en lugar de
integrar a la persona humana, la disgregan, oscureciendo el sentido de la vida
y debilitando la capacidad de ordenación de la propia vida en medio de una
multitud de solicitaciones”. A.J.
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