sábado, 3 de enero de 2015

La libertad y el puesto del ser humano en el cosmos


       Una de las evidencias más rotundas que ofrece la historia humana frente al curso vital de las demás especies animales es su fecundidad cultural. En el transcurso histórico de los acontecimientos humanos se aprecia una capacidad singular de innovación, de originalidad, de tradición y progreso. 
       La historia se muestra así como una aportación de novedades, en la que la especie humana no se ha limitado a una adaptación forzosa el medio ambiente. Contando con una realidad de la que forma parte, pero al mismo tiempo desde una peculiar distancia, el hombre la ha considerado objetivamente, se ha medido con ella y la ha asumido hasta llegar a transformarla. El ser humano ha sido capaz de conocer la realidad, hacerla suya y trascenderla.
       Esta capacidad pone de manifiesto que la especie humana, a diferencia de lo que ocurre en las demás especies biológicas, no marca a sus miembros pautas fijas e innatas de conducta, sino que ofrece espacios para la autodeterminación de cada uno de ellos. Esa capacidad que encontramos en cada ser humano para disponer de sí mismo en forma original, para tomar decisiones como sujeto de su propio obrar, es lo que conocemos con el nombre de libertad.
       No es que el ser humano carezca de determinaciones en su actuación. La libertad humana actúa entre determinaciones que son su límite -no pocas de las cuales ella misma ha configurado-, pero de las que puede también servirse para trazar un camino inédito y fecundo. Es el caso, por ejemplo, de las leyes de la aerodinámica, en las que se cumple una paradoja elocuente: impiden que el hombre vuele y a la vez lo hacen posible. Ello ocurre gracias a que el ser humano puede conocer dimensiones virtuales en la realidad, avanzar proyectos y aportar soluciones nuevas a las dificultades de su existencia.
     Aunque dichas determinaciones intervienen en la configuración de la trayectoria vital humana, las dimensiones más propias e identificadoras de un sujeto no son previsibles a partir de tales determinaciones. El yo, la identidad expresada a través de las decisiones y que las origina y sustenta, no es la suma o producto de una red más o menos compleja de circunstancias. 
      Lo que el ser humano tiene de “único”, no es de ningún modo un resultado, sino algo previo, un dato originario. El carácter, la personalidad aprendida o elegida, acentuará despues esa unicidad, pero la condición radical que la hace posible es que el ser humano es, desde el principio, más que lo que hace.



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