EDUCACIÓN DEL CARÁCTER
1) Educación afectiva, cultivando sensibilidad, asombro, autoconocimiento, respeto… para sintonizar con el bien en todas sus modalidades.
2) Educación de la voluntad y del carácter para el autodominio y el comportamiento libre y responsable.
3) Educación ética: enseñar a hacer propios unos valores y comportamientos que orienten la vida al bien.
Por razones didácticas y de fundamentación empezaremos por el segundo, la educación de la voluntad y del carácter. Es muy interesante a este respecto una precisión que hace Daniel Goleman en su conocida obra Inteligencia emocional (Ed. Kairós) al vincular la "inteligencia emocional" con una larga tradición humanística: "Existe una palabra muy antigua para referirse a todo el conjunto de las habilidades representadas por la inteligencia emocional: carácter. (...) La inteligencia emocional es uno de los armazones básicos del carácter. La piedra de toque del carácter es la autodisciplina -la vida virtuosa- que, como han señalado tantos filósofos desde Aristóteles, se basa en el autocontrol. Otro elemento fundamental del carácter es la capacidad de motivarse y guiarse a uno mismo. (...) La capacidad de demorar la gratificación y de controlar y canalizar los impulsos constituye otra habilidad emocional fundamental a la que antiguamente se llamó voluntad."
He traído aquí esta cita, algo extensa quizás, porque rompe con un prejuicio muy extendido, el de despreciar una larga trayectoria de pensamiento rico en sabiduría acerca del corazón humano. Hace unos años José Antonio Marina denunciaba el “misterio de la voluntad perdida” y se preguntaba: “¿cómo es posible que se haya esfumado el concepto que ha servido para explicar el comportamiento libre durante veinticinco siglos, y que nadie haya protestado?”. La respuesta estaría, dice, en su sustitución por un concepto más ambiguo, el de motivación, que equivale a “tener ganas…, un fenómeno afectivo que no dominamos y en el que, por lo tanto, no podemos fundamentar nuestro comportamiento”, concluye. Por eso propone devolver a la voluntad su importancia educativa.
Según él las destrezas inherentes a la voluntad son: inhibir el impulso, deliberar, tomar decisiones y soportar el esfuerzo que supone la ejecución de éstas. Y refiriéndose al último punto, relataba algunas quejas frecuentes entre padres y educadores: “Mi niña se cansa de todo”, “¿qué hago con mi hijo que es muy inteligente, pero que no se esfuerza nada?”, “no sé cómo conseguir que mi hija estudie, o que mi hijo arregle su habitación”, “parece que han nacido cansados”… Los educadores, proseguía, oímos con frecuencia estas quejas de los padres, a las que sigue siempre una pregunta: “¿Qué puedo hacer?”.El esfuerzo no es la virtud suprema, ciertamente, pero sin él no puede arraigar en el carácter ningún valor humano de envergadura. Especialmente en tiempos o en ambientes de permisividad o de hedonismo -de aprecio excesivo del placer y de la comodidad-, el esfuerzo se convierte de por sí en una virtud notable: se manifiesta en la fuerza de voluntad, la fortaleza o reciedumbre, y en la constancia, en la perseverancia.
En su libro Todo se puede entrenar, Toni, entrenador y tío de Rafa Nadal, escribe: “Lo que Rafael ha aprendido formándose como tenista le es útil también en su día a día. He intentado que su formación tenística fuera acompañada de lo que me parece más determinante: la formación del carácter.”
(Publicado en el Semanario LA VERDAD el 14 de enero de 2022)
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