LA PERSONA HUMANA Y SU DIGNIDAD
1) ¿Qué significa ser ‘persona humana’?
Adelantemos una descripción que puede servirnos de pauta para iniciar una respuesta a esta importante pregunta:
Una persona es un ser dotado de naturaleza racional, único e irrepetible, y llamado a configurar su propia vida de acuerdo con el desarrollo responsable de su libertad.
La libertad consiste en poder disponer de uno mismo, en ser dueño de las propias decisiones y elecciones.
Por eso, la persona es responsable del contenido y de la orientación de su vida, porque con sus elecciones va dando pasos en una dirección o en otra: si elijo un trabajo u otro, si decido vivir en una ciudad o en otra, si decido aceptar a determinadas personas como amigos míos o no...
Esto es así porque el ser humano, la persona, es un ser racional. La libertad es una cualidad propia de los seres racionales.
La racionalidad –que caracteriza por igual a los seres humanos, hombres y mujeres- abarca dos facultades muy importantes: la inteligencia (que es la capacidad de entender y comprender) y la voluntad (que es la capacidad de querer y decidir. A su vez, dentro de la voluntad se sitúan la libertad y la responsabilidad).
- Gracias a su inteligencia, o capacidad de comprender, el ser humano puede conocerse a sí mismo, y también la realidad, y valorarla.
- Gracias a su voluntad o capacidad de querer, el ser humano, las personas, podemos tomar decisiones en las cuales cada uno de nosotros tenemos la iniciativa, pero contando siempre con la realidad, que a veces no se puede cambiar. Al tener la iniciativa sobre su vida, cada persona se hace responsable y dueña del contenido de sus decisiones, para bien y para mal.
Y esto sólo lo podemos hacer los seres racionales, las personas. Por eso la persona posee un valor -una dignidad- superior al resto de los seres de la creación, ya que éstos no pueden disponer de sí mismos de forma responsable. Si un perro se salta un semáforo en rojo, por ejemplo, no tiene sentido ponerle una multa, porque no puede comprender que ha cometido una infracción.
2) La dignidad de la persona humana
Hay dos formas de entender el valor de algo: la dignidad y el precio. La dignidad es propia de las personas. El precio es el valor que nosotros damos a las cosas cuando queremos cambiarlas por otra cosa; es decir, cuando son prescindibles.
Se llama dignidad al valor que reconocemos en alguien –en las personas- porque es único, irrepetible, e insustituible. La dignidad es la más alta forma de valor. Por eso decimos que un ser humano no es simplemente “algo” sino “alguien”.
Tan indigno es tratar a una persona como si fuera una cosa como lo es tratar algo -un ser no personal: dinero, una cualidad, una idea, un animal…- como si fuera alguien, un ser humano.
Una persona no tiene precio, tiene valor en sí misma, dignidad. Cuando a una persona se le pone un precio –y se la convierte en mercancía que se compra y se vende- estamos haciendo una injusticia; la estamos reduciendo a la condición de objeto, de cosa, más o menos útil, más o menos agradable según los intereses de otros o de las circunstancias.
Pero lo que hace distinto a un ser humano de otros tipos de seres no es propiamente el ejercicio o el grado de desarrollo de sus capacidades o facultades específicas, sino el hecho mismo de poseerlas. No se es “más o menos” persona por ser más o menos culto, ni se deja de ser persona durante el sueño, o a causa de una enfermedad degenerativa. Por la misma razón, el individuo humano que aún no ha nacido, pero que ya es un ser distinto de sus padres, puede ser llamado (debe ser considerado) persona con toda propiedad.
Para la fe cristiana, además, cada ser humano es digno por ser amado singularmente por Dios, por ser “a imagen y semejanza” suya, un “yo” o un “tú” llamado a entrar en comunión con Él. La noción de persona, de hecho, surge históricamente cuando la teología cristiana de los primeros tiempos intentaba explicar el misterio de la Santísima Trinidad. El Dios de los cristianos es eminentemente un ser personal: Alguien, no una fuerza anónima, natural o sobrenatural. Por analogía con el Ser divino se empezó a concebir también al ser humano como “persona”. La categoría jurídica de persona -ser sujeto de derechos y deberes según la ley- es muy posterior y carece de este significado ontológico. Por lo demás, obviamente, la pertinencia de la noción de persona no depende de su origen teológico.
3) Dignidad ontológica y dignidad moral
Pero ahora tenemos que precisar un poco más el concepto de dignidad. Hay dos tipos fundamentales de dignidad:
1) La dignidad ontológica o intrínseca, que es la que poseen los seres humanos, las personas, por el simple hecho de ser personas. Toda persona es digna; tiene dignidad personal, sea como sea, y haga lo que haga. Es el tipo de dignidad del que habíamos hablado hasta ahora. El reconocimiento de esta dignidad es lo que propiamente se denomina respeto.
2) Pero hay un segundo tipo de dignidad, que depende de lo que nos merecemos por nuestra conducta. Hablamos entonces de dignidad adquirida o, también, de dignidad moral. Es el valor que adquiere y merece una persona como fruto de sus acciones morales, de sus actitudes y sus pensamientos.
Todos los humanos somos igualmente personas, y por eso todo ser humano, de acuerdo con su dignidad ontológica, ha de ser respetado, aunque no haya hecho nada para merecerlo. Y por eso una persona sigue siendo digna cuando está enferma y no se puede valer por sí misma, o cuando tiene un accidente que le impide realizar determinadas operaciones… Todas las personas, sólo por ser personas, tienen la misma dignidad (ontológica).
Pero sí podemos ser más o menos dignos moralmente. Una persona digna moralmente es aquella en la que las virtudes van definiendo su manera de ser y de actuar, su personalidad. Hablamos entonces de una persona honrada, justa, recta, buena, equilibrada, amable, prudente, leal, valiente...
Una persona indigna moralmente es aquella cuyas acciones indignas, sus vicios, van definiendo su personalidad. Y entonces hablamos de personas deshonestas, injustas, malas, egoístas, retorcidas, cínicas, traidoras, cobardes, violentas, resentidas, vengativas, etc.
Todos tenemos que ser conscientes de que somos portadores de una dignidad excelente: somos personas. Debemos valorar esta dignidad (ontológica) y hacerla brillar en nuestras acciones, debemos reconocerla en los demás y tratarles de acuerdo con ella (es decir, con respeto). A.J.
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