TIEMPO PARA ESCUCHAR, PARA ENSEÑAR A PENSAR
En artículos anteriores hemos venido tratando de la importancia de educar en la reflexión buscando la verdad, tanto en el ámbito familiar como en el escolar. Es importante ofrecer datos y habilidades, pero a la vez hay que aportar y suscitar criterios y actitudes, valores de sentido. No hay que dar las cosas pensadas, y ya. Tenemos que ayudar a que los niños y jóvenes logren “ver” por sí mismos.
El sistema educativo presente, tan sesgado ideológicamente, tan alejado de la persona y tan disperso, y el ritmo tan acelerado de vida y de búsqueda del bienestar a ultranza que agita a muchas familias, dificultan esta labor, de la máxima importancia para la maduración de la persona.
Pero precisamente en un mundo lastrado de superficialidad y altamente hedonista y erotizado es más decisivo fomentar el esfuerzo reflexivo desde los momentos más tempranos de la evolución del carácter. Dejar que los niños se acostumbren a dejarse llevar por sus caprichos y a verlos satisfechos de forma inmediata es una trampa mortal que les hará débiles y vulnerables en el futuro. Muchos, a la hora de decidir, en lugar de pararse a pensar y considerar qué es lo importante en cada caso, qué valores están en juego, qué consecuencias se pueden seguir, simplemente se dejan llevar por las apariencias, las tendencias de moda, las ganas y las desganas, o “lo que dicen los demás”.
Los padres han de encontrar tiempo y momentos adecuados para hablar con ellos sobre todos los temas. Tiempo para estar con ellos -dar tiempo es dar vida-. Tal vez hablar despacio con ocasión de un acontecimiento familiar importante, de una excursión o de una noticia, o con ocasión de una lección de ciencias naturales que están estudiando, o de los temas que surgen en la clase de Religión, de la película que acabamos de ver con ellos, del comportamiento de ciertos compañeros…
Hay momentos muy propicios, como las sobremesas, en las que salen a colación acontecimientos o surgen temas de conversación. Pero también hay ocasiones no buscadas: al ir juntos en el coche, al salir de compras. En cualquier oportunidad que nos brinde la convivencia diaria puede surgir una reacción, un juicio, una pregunta, un comentario de incalculable valor formativo.
En primer lugar es preciso escucharle para hacernos cargo de cómo está su cabeza por dentro. Si no, corremos el peligro de soltar un "rollo" bien intencionado, pero poco útil para él. Para ello es bueno animarle a comentar, ‘tirarle de la lengua' con tacto y escuchar con paciencia a que termine sus explicaciones y preguntas, hacerle preguntas y observaciones para ver cómo es capaz de argumentar: “Lo que dices ¿se apoya en...?, ¿qué te hace pensar que...?, ¿y por qué piensas que esto es así...?”, pueden ser preguntas que obliguen a razonar más sólidamente, a no precipitarse o a no dejarse llevar por un simple prejuicio.
Conviene no cortar y corregir de manera tajante o airada, sino adaptarse a la situación y al clima de la conversación, a su capacidad de comprender; valorar sus puntos de vista aunque no siempre se les dé la razón. Si la conversación se acalora y vemos que no están receptivos a nuestras apreciaciones, conviene dejar que pase algún tiempo y cuando haya un clima de tranquilidad volver al asunto con tacto: “A propósito, ¿sabes que el otro día me quedé pensando en lo que dijiste?”…
(Publicado en el semanario La Verdad el 26 de mayo de 2023)
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