martes, 22 de noviembre de 2011

EL CAMINO DE LA BELLEZA. Via Pulchritudinis



La percepción de la belleza exige una educación porque la belleza no es auténtica sino en relación con la verdad, y es al mismo tiempo "expresión visible del bien, de la misma manera que el bien y el ser son la condición metafísica de lo hermoso". La belleza es el esplendor de la verdad, de la realidad.
Pero la vía de la belleza no está, al mismo tiempo, libre de ambigüedades y de desvíos. Siempre dependiente de la subjetividad humana, puede ser reducida a un esteticismo efímero, puede dejarse instrumentalizar y ser sometida a las modas cautivadoras de la sociedad de consumo. También es urgente una educación para saber discernir entre el uso y el disfrute (el uti  y el frui), es decir, entre la reciprocidad de las realidades y las personas, relación que busca únicamente la funcionalidad -uti-, y de lo que es una relación auténtica y de confianza -frui-, sólidamente enraizada en la belleza del amor gratuito.
Lo hermoso en la vía pulchritudinis, igual que lo verdadero o el bien, nos conduce a Dios, Verdad primera, Bien supremo, y Hermosura misma. Con todo, lo hermoso expresa más que lo verdadero o el bien. Decir de un ser que es hermoso no solamente significa reconocerle una inteligibilidad que lo convierte en amable. Es, al mismo tiempo, decir que, al puntualizar nuestro conocimiento, nos atrae, es decir nos cautiva por una irradiación capaz de suscitar la admiración.
Claridad: esplendor del ser
Irradia un cierto poder de atracción, posiblemente más aún, lo bello expresa la realidad misma en la perfección de su forma. Es una epifanía y se manifiesta expresando una claridad interna. Esta última es según Santo Tomás de Aquino una de las tres condiciones de la belleza... E indica las tres condiciones de la belleza para aplicarlas a Cristo: la integridad o la perfección –integritas sive perfectio–, la justa proporción o armonía -proportio sive consonantia– y la claridad -proportio sive consonantia-. Si el bien expresa lo deseable, lo hermoso expresa más aún el esplendor y la búsqueda de una perfección que se manifiesta.
Como escribió Juan Pablo II, es preciso “pasar del fenómeno a su fundamento”; esto no se realiza automáticamente en quien no es apto de pasar de lo visible a lo invisible, porque cierta moda acostumbrada a lo feo, al mal gusto, a lo grosero, está siendo promovida tanto por la publicidad como por ciertos "artistas locos" que dicen que lo feo y lo inmundo  es un valor con la finalidad de suscitar el escándalo. Las flores capciosas del mal fascinan: "¿Vienes tú del cielo profundo o sales del abismo, belleza?" Se interroga Baudelaire. Y Dimitri Karamazov confía a su hermano Aliocha:" La belleza es una cosa terrible. Por ella pelean Dios y Satanás, y el campo de batalla es mi corazón"… El hombre frecuentemente está en riesgo de dejarse atrapar por la belleza misma, el icono se convierte en ídolo, el medio devora el fin, la verdad esclaviza; es una trampa en la cual caen muchas personas, precisamente por falta de una formación adecuada de la sensibilidad, de una adecuada educación para la belleza.
La belleza conmueve y transforma, si uno es humilde
El recorrer la vía pulchritudinis entraña la necesidad de ayudar a los jóvenes y educarlos para la belleza, de animarlos a que desarrollen un espíritu crítico frente a los ofrecimientos de la cultura de los medios masivos de comunicación y de formar su sensibilidad y su carácter para elevarlos y conducirlos hacia la real madurez. La "cultura kitch" ¿acaso no es una característica y un cierto miedo de sentirse empujado hacia una profunda transformación? Luego de un prolongado rechazo de esta "pasión", San Agustín da testimonio de la transformación profunda de su alma provocada por el encuentro con la belleza…: "¡Tarde te he amado, oh belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Pero mira: tú estabas dentro de mí y yo estaba fuera y te buscaba fuera de mi mismo. Y deforme me lanzaba sobre de las formas hermosas de tu creación... Tú me has llamado y has gritado, has roto la sordera de mis oídos sordos; tu has brillado y tu esplendor ha expulsado ceguera; has exhalado tu perfume y yo lo respiré; he aquí que por ti suspiro; tengo hambre de ti y sed de ti; tú me has tocado y yo ardo en el deseo por tu paz" (Conf. X).
Aleksander I. Soljenitsyn anota con acento profético en su discurso con ocasión de la entrega del premio Nobel de literatura: "Esta antigua triple unidad de la verdad, del bien y de la belleza no es simplemente una fórmula caduca de desfile, como nos ha parecido en los tiempos de nuestra presumida juventud materialista. Si, como dicen los sabios, estos tres árboles están unidos, puede suceder, mientras que las ramas de la verdad y del bien, demasiado precoces y sin defensas, son aplastadas, rotas y no llegan a la maduración, que extrañas, imprevistas, inesperadas las ramas de la belleza crecerán y se extenderán en ese mismo lugar, y serán ellas las que, de esta manera, cumplirán el trabajo de todas las tres".
Verdad y bien no bastan para crear una cultura
"Hasta tanto que la verdad y el bien no se convierten en belleza, parecen quedarse, de alguna manera, como extrañas para el hombre, y se le imponen desde el exterior; él se adhiere pero no las posee; ellas exigen de él una obediencia que, de alguna manera, lo mortifica… La verdad y el bien no son suficientes para crear una cultura porque a solas no parecen suficientes para creer comunión, una unidad de vida entre los hombres. Y puesto que la cultura es la expresión misma de un desarrollo, de una cierta perfección lograda, consecuentemente la cultura parece expresarse en su cumbre como la belleza." (D.M. Turoldo)
"Este mundo tiene necesidad de la belleza para no oscurecerse en la desesperanza. La belleza, igual que la verdad, lleva la alegría al corazón de los hombres, es el fruto precioso que se resiste al desgaste del tiempo, que une las generaciones y hace que se comuniquen en la admiración" (Pablo VI, 8 diciembre 1965)

Contemplada con un alma pura, la belleza habla directamente al corazón, y lo eleva interiormente del asombro a la admiración, de la admiración a la gratitud, de la gratitud a la felicidad, y de la felicidad a la contemplación. Así crea un terreno fértil para la escucha y el diálogo porque ella es una ayuda para coger del hombre entero, espíritu y corazón, inteligencia y razón, capacidad creadora e imaginación.

Ante la belleza no se permanece indiferente: suscita emociones, pone en movimiento un dinamismo de profunda transformación interior que engendra gozo, sentimiento de plenitud, deseo de participar gratuitamente de esta misma belleza, de apropiarse de ella al interiorizarla y al integrarla en su existencia concreta.

Tomado y adaptado de: Via Puchritudinis.
Pontificio Consejo de la Cultura.



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