EDUCAR EN LO ESENCIAL
Una vida cultivada (lo que los griegos denominaban paideia e identificaban con la educación) no es un conglomerado de conocimientos y actividades diversas, sino una energía unificadora y creativa, capaz de situarse con sensatez ante la realidad y de mejorarla. Convertir esta energía en la formulación y la realización de un proyecto personal de vida es seguramente el papel más importante que la educación puede llevar a cabo.
Pero vivimos en un tiempo de desorientación acerca de lo esencial. El pedagogo Víctor García Hoz insistía a menudo en que “la educación corre el riesgo de convertirse en una suma de actividades y de aprendizajes inconexos que, en lugar de integrar a la persona humana, tienden a disgregarla en medio de una multitud de solicitaciones, oscureciendo el sentido de su existencia y debilitando su capacidad de ordenación de la propia vida.”
Este peligro seguramente se ha incrementado en los últimos tiempos debido en gran medida a una mentalidad relativista dominante en lo moral y a la dispersión que caracteriza a los distintos saberes. Escribía Paul Ricoeur que vivimos en una época de medios perfectos y de metas confusas. Y sin embargo, sobre todo en educación, es esencial responder a la pregunta ¿a dónde vamos en la vida?
Es importantísimo que los educadores -padres y docentes- tengamos un proyecto educativo claro que permita saber a dónde hemos de orientar a nuestros niños y jóvenes con la educación que les estamos proporcionando, ya que el pleno desarrollo de la personalidad del alumno, chico o chica, reclama entre otras cosas que los objetivos y finalidades de la actividad educativa concurran de manera congruente y provechosa.
Decía a este respecto Jacques Maritain que toda labor educativa debe esforzarse por fomentar en la persona la unidad interior y la coherencia, aunque para ello sea preciso cultivar diferentes capacidades y valores humanos. Es una paradoja, pero no una contradicción, ya que todos los valores humanos y virtudes -si se cultivan sabiamente- guardan entre sí una interrelación profunda porque, en el fondo, la virtud es única: es la orientación de toda la persona a obrar el bien.
La unidad de vida es la columna vertebral de una personalidad madura y, por lo tanto, una condición imprescindible para la formación humana de la persona, para la educación como tal. Lo esencial, así pues, es educar la personalidad de nuestros hijos para que sean capaces de distinguir y de apreciar el bien y de orientar su vida hacia él.
Por ello, el pleno desarrollo de la personalidad en nuestros niños y jóvenes exige que las finalidades y expectativas de nuestra labor educativa como padres, lo mismo que la de los centros escolares y las distintas influencias que llegan del exterior (calle, amigos, cine, medios de información, etc.) concurran en una misma dirección.
Está bien que nos preocupemos por el inglés y las TIC en nuestros colegios, pero hay algo aún más importante. Ya Séneca, hace veinte siglos, escribía que “si el marino no tiene claro el rumbo, todos los vientos le son contrarios”. A.J.
(Publicado en el Semanario LA VERDAD. Pamplona, 8 octubre 2021, pág. 40)
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