¿APLAUDIR LAS VIRTUDES?
Una labor es propiamente educativa si hace crecer en humanidad, si al introducirlo en la realidad acerca al ser humano a la plenitud, incrementando su capacidad de verdad, de bien y de belleza. Se trata de un proceso de formación paulatina de la personalidad humana.
El pensador Amitai Etzioni defiende el papel de los centros educativos en el cultivo del carácter de niños y jóvenes, fomentando la autodisciplina, la empatía y el compromiso con los valores cívicos y morales. No obstante, a nadie debería escapar el papel esencial, previo e insustituible, que a este respecto ostenta el núcleo familiar. La familia, afirma el filósofo Alejandro Llano, es una "escuela de vida personal y social en la que el modo de existir en cada edad va aprendiendo de los modos de existir de las demás edades."
Pero no se trata tanto de explicar qué son los valores; es imprescindible practicarlos. Las virtudes -los valores vividos de manera habitual- son excelencias del carácter que no se pueden desarrollar a través de una enseñanza meramente teórica. Una educación en la virtud, en los valores auténticos, ha de ser esencialmente una lección de vida.
Es justamente famosa y certera la afirmación aristotélica de que no es justo el hombre que sabe lo que es la justicia, sino el que la practica. En realidad, como decían los griegos, las virtudes no se pueden enseñar: sólo se pueden aprender. Si no se aprende a obrar (moralmente) obrando, no se aprende en absoluto.
Las virtudes son hábitos operativos; la vida -la práctica- debe acompañar a la idea, concretarla y confirmarla emocionalmente. Solo se adquieren mediante el esfuerzo y la reiteración permanente. Si no se ejercitan de modo constante no se consolidarán, y el resultado serán en todo caso personalidades líquidas, inestables, frágiles, volubles. Suele decirse muy agudamente que quien no vive como piensa acaba pensando como vive. No basta, por ejemplo, con decir que el orden es muy importante; es preciso que el orden se adquiera como un hábito: no cansándose nunca de disponer de manera adecuada los materiales de estudio, los cajones de la mesa o el escritorio, la habitación, el aula, los archivos que se guardan en el ordenador, la ropa de los armarios, esforzándose por ser puntuales, etc.
Se cuenta que en un teatro de Atenas se celebraba una representación teatral a la que habían sido invitados los embajadores espartanos. Cuando el teatro estaba lleno, entró un anciano y trató inútilmente de hallar sitio libre. Unos jóvenes atenienses que veían los esfuerzos del anciano por acomodarse comenzaron a reírse de él irrespetuosamente. Al ver esto, los embajadores de Esparta, acostumbrados a venerar a sus mayores, se levantaron y ofrecieron sus sitios al anciano. Todo el público del teatro, al presenciar la escena, aplaudió a los embajadores, hasta el punto de interrumpir la representación.
Preguntado el anciano por lo ocurrido, “-Es curioso, dijo, los atenienses aplauden las virtudes, mientras que los espartanos las ejercitan.”
(Publicado en el semanario LA VERDAD el 5 de noviembre de 2021)
No hay comentarios:
Publicar un comentario