viernes, 14 de octubre de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (41)

      EDUCAR EN UN MUNDO NIHILISTA



Venimos insistiendo en que lo más decisivo de la educación es disponer de certezas acerca de qué es lo nuclear en el ser humano y de lo que constituye su horizonte de plenitud, porque educar es ayudar a un ser humano a sacar lo mejor de sí mismo para que contribuya responsablemente a mejorar y embellecer el mundo. 

Sin embargo, el nihilismo que se ha instalado en nuestra vida y en nuestra cultura no reconoce el valor de lo real. Según él no hay certezas que nos permitan diferenciar el bien del mal, lo verdadero de lo falso; todo (personas, cosas, acontecimientos, decisiones…) tendría el valor que se le quiera dar. 

Esta mentalidad, que repercute de lleno en nuestro sistema educativo, ha traído consigo un proceso de “envilecimiento axiológico”, cuyas señas de identidad Abilio de Gregorio  sintetiza en tres:

a) Negación de la realidad y de su valor en favor de las apariencias. También llamada “posverdad”. Las cosas solo son lo que yo quiero que sean. Las ideologías se imponen sobre la búsqueda de la verdad, del bien y de la belleza, fundamental para una educación integral de la persona. 

b) Primacía del hacer. El ser de las cosas (y de las personas) deja de ser relevante para dar paso a la acción, al hacer utilitarista, a la razón instrumental. No importa la naturaleza de las cosas y de las personas sino lo que se puede hacer con ellas, lo que interesa a quien dispone de poder. Todo, en consecuencia, es manipulable; no hay nada sagrado, ni siquiera el ser humano como tal. “Eres lo que haces”: selección social sin alma que lleva a descartar a los menos productivos. 

c) Prioridad del deseo, de los impulsos. La satisfacción de los deseos se reivindica como si se tratara de verdaderos derechos, se convierte en justificante de lo políticamente correcto y desplaza todo criterio objetivo diferenciador del bien y del mal.

Pero quizás el rasgo más diferencial del nihilismo dominante sea la banalidad, la superficialidad (prisa, presentismo, apariencias…) El hombre light reacciona a estímulos que le distancian de su centro, de su intimidad. Experimenta un vacío que le conduce a la neurosis, de la que intenta escapar mediante el ruido y el activismo (“los bidones vacíos son los que más ruido hacen”). En ese vacío se avista el alejamiento de Dios ya que el ser humano se ve mutilado de su dimensión trascendente. 

Y entonces, perdida su consistencia y dignidad, la persona tiende a disolverse en modos de vida gaseosa y líquida: menudean las vidas volátiles a merced de los estímulos externos, de las ganas y desganas, del ambiente y de las modas. Vidas carentes de interioridad, esclavas de la imagen, del quedar bien, de la diversión continua, acomodaticias e inestables. Ya no poseen convicciones, solo tienen posturas que cambian según el grado de cansancio o el hastío: “Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”, decía con agudeza Groucho Marx. 

Se presenta entonces el mundo como un puzzle de infinitas piezas sin significado, vinculación ni sentido, habitado por individuos sin vínculos ni valores firmes, instalados en el pensamiento débil, simplificados, ahogados en la superficie, y a merced de múltiples formas de manipulación. 

     (Publicado en el semanario La Verdad el 7 de octubre de 2022)

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