EDUCACIÓN Y SOCIABILIDAD HUMANA
La naturaleza humana, tal como se muestra en el niño desde su concepción y a diferencia de las demás especies animales, presenta una inicial y apremiante indigencia, un cúmulo de necesidades que es preciso satisfacer y una serie de capacidades extraordinarias que es necesario ayudar a cultivar. La educación es lo más esencial en este proceso de ayuda a la maduración de las personas.
El desarrollo de la personalidad encuentra su ámbito y motor necesario en la relación interpersonal. Pero su protagonismo ha de ir asumiéndolo según su capacidad el propio ser humano que se educa. Este no debe ser sustituido en el proceso de su formación salvo en los primeros años, por las razones indicadas.
Para todo ser humano vivir es convivir y la familia es el primer ámbito de socialización. La sociabilidad -la radical inclinación a dar y recibir entablando relación con otros seres humanos- es una vertiente esencial -aunque no la única- de la persona. El ser humano necesita comunicarse, poner su ser en común, dar y recibir, aportar y compartir. La interdependencia nos hace sentirnos responsables, y en el desarrollo de esta responsabilidad estriba el proceso de maduración.
Mientras no esté en condiciones de ejercer con pleno conocimiento y responsabilidad el protagonismo de su vida, un niño o joven ha de ser auxiliado en el conocimiento del mundo y de sí mismo, y en la toma de decisiones, e incluso, como ya se ha dicho, ha de ser suplido temporalmente en los primeros años de su vida.
Ser padre o madre no consiste sólo en engendrar, sino en educar, en capacitar al hijo para que llegue a valerse por sí mismo con vistas al bien mediante el desarrollo de sus potencialidades naturales y personales. Al dar la vida a sus hijos, los padres adquieren el deber de mantenerlos y ayudarlos a madurar. Por ello tienen también el derecho de guiarles en su trayectoria educativa mientras llegan a valerse por sí mismo de forma responsable.
La auténtica socialización no implica una absorción de la persona y de sus responsabilidades por parte de la colectividad y del Estado, sino una intensificación de las relaciones personales, libremente asumidas, que debe conducir necesariamente a un mayor grado de personalización. Y personalizar es precisamente la tarea de la educación: introducir al ser humano en la realidad: ayudarle a acceder a lo real, por un lado, y a desarrollar la realidad que es él mismo, por otro, dentro de un sentido unitario, integrador y potenciador. Ayudarle a ser y a cultivar lo mejor de la persona que es.
A pesar de ciertas pretensiones totalitarias hoy en boga, el Estado no es ni la fuente de donde surge el ser humano ni la instancia última para definir su personalidad. Por consiguiente no tiene autoridad para determinar los elementos y fines que configuran su pleno desarrollo.
La persona es más que un simple elemento de la sociedad y del Estado. Cada persona sigue siendo significativa, conserva un rostro identificable en los ámbitos de convivencia de los que forma parte. La masificación y el anonimato, la despersonalización, la dependencia permanente y la disolución de la responsabilidad personal en el entramado de las relaciones sociales y económicas no pueden ser la finalidad de la educación, por más que se empeñen ciertas leyes.
(Publicado en el semanario LA VERDAD el 23 de diciembre de 2022)
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