Decía L. Wittgenstein que “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Dejando a un lado el trasfondo metafísico del asunto, lo que afirma el pensador austríaco afecta también al empobrecimiento general del lenguaje en nuestros días.
Nos vamos a referir a un simple aspecto del lenguaje, la ortografía. Las normas acerca de la escritura correcta permiten organizar y expresar las ideas de manera clara y precisa, evitando malos entendidos y confusiones en la comunicación.
Un mensaje escrito sin respeto por las normas suele ser difícilmente inteligible, además de poner de manifiesto la falta de cuidado y de cultura de quien lo utiliza. Quien no conoce las normas de ortografía no sabe distinguir el sentido de muchas palabras y frases, confundiendo significados, matices e intenciones. Por ejemplo, no es lo mismo “¡ay!”, “hay”, y “ahí”; “cayó” y “calló”; “hecho” y “echo”; “haber” y “a ver”; o el cómico “vamos a comer, niños” y “vamos a comer niños”…
Quien desconoce estas o similares diferencias no sabe escribir ni leer de manera adecuada. De este modo reduce sus posibilidades de expresión a la hora de exponer con precisión lo que piensa; y de comprensión, en el momento de leer un texto escrito en el que se desconoce el sentido de muchas de las palabras, así como su uso adecuado.
La comprensión lectora queda seriamente afectada por esta falta de precisión en los textos escritos; y lo mismo ocurre con en el lector que no sabe distinguir unas palabras de otras por utilizarlas indistintamente o de manera confusa. Y cuando la comprensión de un texto no es fácil, se pierde el deseo de leer… y de escribir. Es más fácil contemplar imágenes, utilizar emoticonos… pero también más ambiguo. Y más cuando nos sentimos urgidos por las prisas. Lo fácil acaba siendo superficial. Pedro Salinas hablaba del “infantil elementalismo”.
Esta pobreza da lugar a otra: la pobreza acerca del vocabulario y la morfología; y esta, a su vez, afecta también a la sintaxis y a la semántica, esto es, a la comprensión de la función y del significado de las palabras. El lenguaje es necesario para el pensamiento, le permite precisar, distinguir… y por lo tanto comprender. A través del lenguaje el mundo mismo -también nuestro mundo interior- se nos muestra y se hace más comprensible.
Pobreza de recursos expresivos, confusión y falta de precisión conducen necesariamente a una simplificación del pensamiento, y finalmente a no saber pensar, deducir, relacionar, contrastar, distinguir…, a no saber comprender ni expresar. Los límites del lenguaje llevan a una limitación del propio mundo, como decía Wittgenstein, porque de la pobreza de los recursos se llega a la pobreza del contenido y de esta a la pobreza de la finalidad: ¿Hablar?, ¿para decir qué?, ¿y para no decir nada… a quién? A.J.
No hay comentarios:
Publicar un comentario