EL IGUALITARISMO ES UNA GRAN MENTIRA
El igualitarismo es una gran mentira. Y más en educación. Mientras que la igualdad de oportunidades es una loable meta social, el igualitarismo es una de sus deformaciones más peligrosas. Es una igualdad impuesta. Aristóteles decía con mucha razón que "la peor forma de desigualdad es querer hacer iguales a los que son desiguales" (Ética a Nicómaco, libro V, capítulo III).
La justicia no consiste en tratar igual, o en dar/exigir lo mismo a todos, sino en tratar, dar/exigir a cada uno lo suyo, lo que le corresponde bien por naturaleza y capacidad, bien por mérito. Por ejemplo -y ya sé que con esto concitaré alguna crítica airada-, no se debe tratar igual a un ser humano y a un gato; y tampoco a un ciudadano honrado y a un malhechor.
Todos los ciudadanos son (deben ser) iguales ante la ley, pero la ley no es una norma mostrenca que aplica a todos un ciego y uniforme promedio matemático -el llamado coloquialmente “café con leche para todos”- sino una ordenación racional que mira hacia el bien común de la sociedad, es decir hacia el bien de las personas, las cuales son seres dotados de dignidad, únicos, con historias y biografías irrepetibles. Tal bien exige solidaridad, sin duda, pero sin agraviar la dignidad y singularidad de cada ser humano, sus derechos y sus necesidades personales.
Aristóteles hablaba de “equidad” para referirse a la justa adaptación de la ley a las necesidades y condiciones de los ciudadanos. Ni a todos se les debe exigir lo mismo ni a todos hay que atenderlos de la misma manera. Una rígida aplicación de la ley siempre conlleva injusticias porque no atiende a la realidad de los casos personales concretos.
Y así, una educación personalizada y equitativa requiere la atención ajustada a las necesidades y situación de cada alumno y alumna. En lugar de obligar al alumno a adecuarse a un modelo educativo único, es preciso adaptar la atención educativa a la realidad concreta del alumnado con el fin de lograr su máximo desarrollo educativo. Y esto no es ni discriminación ni segregación inicua. Es la necesaria concreción de la justicia.
La auténtica igualdad de oportunidades depende de una atención personalizada a las necesidades y expectativas del alumnado que le permita acceder del modo más adecuado a los objetivos generales, pero desarrollando sus posibilidades reales y no otras, supuestamente generales, que sin embargo no son las suyas. Y así, acudir a caminos educativos diferenciados, adecuados a las posibilidades reales de los alumnos, les hace posible desarrollar capacidades que de otro modo permanecerían estancadas. Necesidades educativas específicas requieren medidas educativas específicas.
Imponer un modelo educativo único a todos los alumnos, lejos de propiciar la equidad, impide una adecuada atención a las necesidades educativas reales de los alumnos.
Se crean así situaciones en las que resultan perjudicados los alumnos, pero también el profesorado, que se ve desbordado por la heterogeneidad de capacidades, intereses, rendimientos y actitudes del alumnado, al que ha de atender en el mismo escenario educativo. Por otra parte, para colmo, las autoridades educativas pretenden garantizar la atención pedagógica imponiendo a los educadores una abrupta selva de exigencias burocráticas, procedimientos, indicadores y medidas que, sin ofrecer una adecuada atención personal, incrementan el malestar e incluso el agotamiento de los docentes entorpeciendo aún más su ya difícil labor.
(Publicado en el semanario La Verdad el 5 de mayo de 2023)
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