ADOLESCENCIA (IV)
El gran protagonismo que actualmente tienen los adolescentes y jóvenes en la vida pública, la proliferación de adicciones digitales, el elevado y creciente consumo de sustancias, la progresiva inadaptación a la vida familiar y escolar, preocupan por fin a una sociedad que se ve sobrepasada e impotente. Una sociedad muy tecnificada y orientada al pragmatismo, pero escéptica en las cuestiones relativas a la escala de valores y al sentido último de la vida, e inmadura en otros aspectos como las relaciones de afecto o la asunción de responsabilidades.
El adolescente aún no sabe muy bien a qué atenerse con respecto a lo que se espera de él o ella. Se encuentra con exigencias a menudo contradictorias tanto en la familia como en la escuela. Con frecuencia se le exige como si fuera adulto (“ya eres mayor para…”) y, al mismo tiempo, se le trata como a un niño (“todavía no eres lo bastante mayor para…”) Pero a la vez, el acceso ilimitado a los dispositivos le asegura que “todo es posible”. Y eso por un lado no es verdad, porque no todo es posible, y por otro no es bueno, porque no todo lo posible es adecuado.
De este modo, los adolescentes tienen que adaptarse en poco tiempo a una compleja encrucijada de expectativas procedentes del mundo circundante, ya que el “escenario social” del que empiezan a sentirse parte es un mundo bombardeado por apremios muy intensos y contundentes, en muchos casos impulsados por un mercantilismo sin escrúpulos.
Han nacido y se han criado con Internet, tabletas, teléfonos móviles y videojuegos. Su aprendizaje ha sido a través de la imagen en gran medida, y sus relaciones están determinadas por las redes sociales. Esto provoca una tendencia al inmediatismo -lo quiero y ya- y a la superficialidad -ciertas situaciones y experiencias requieren tiempo y reflexión pausada. Han pasado más tiempo con su ordenador que con juegos físicos; y con “amigos virtuales” que con amigos reales. Por otro lado, se han convertido en un atractivo mercado; son potenciales compradores compulsivos de productos que están de moda, sobre todo ropa, calzado deportivo y aparatos electrónicos de todo tipo.
Los adolescentes, hoy particularmente, viven según un ritmo excesivamente rápido, de forma acelerada, y a menudo están desasosegados. Y el desasosiego incapacita, entre otras cosas, para un ocio vivido satisfactoriamente. Al buscar diversión en prolongadas y masivas salidas nocturnas buscan evasión, una fuga de su propia realidad para perseguir experiencias nuevas y excitantes. Pero esta fuga deja muchas veces un poso de inseguridad e insatisfacción y por ello induce al aburrimiento.
El aburrimiento está ligado al conformismo; es la permanencia en lo mismo, sin verdadera novedad, es el cansancio de la voluntad y los afectos. Siete horas seguidas sin otro recurso que ingerir alcohol en el botellón, por ejemplo, garantiza el aburrimiento, aunque no se confiese. Este aburrimiento no se debe tanto a los factores externos sino a ciertas carencias internas. Uno no se aburre de ninguna cosa en concreto, sino de sí mismo: no se ve como interesante; uno se aburre cuando se experimenta a sí mismo como vacío.
Estos trances se presentan como un reto que requiere esfuerzo, aprendizaje, criterio y autodominio. ¿Somos conscientes las familias y los centros escolares de lo importante que es, ante esta etapa y este contexto cultural, no renunciar a la educación?
(Publicado en el semanario La Verdad el 17 de octubre de 2025)
