domingo, 25 de mayo de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (139)

UNA SALUDABLE APUESTA POR LO REAL 


La miniserie que lleva por título “Adolescencia” ha dado pie a reflexiones diversas y muy interesantes en diferentes ámbitos de opinión. Su contenido, fuerte y provocador pero veraz, la lúcida crudeza del guion y el sobresaliente trabajo de sus intérpretes contribuyen a dar credibilidad a una situación que ocurre con demasiada frecuencia y que afecta a jóvenes, profesores y familias por influjo de un ambiente avasallador. 

Recientemente, el neurocientífico alemán Manfred Spitzer ha descrito y estudiado tal situación, y la ha llamado “demencia digital”, atribuyéndola de manera significativa al “uso desordenado entre adolescentes (y adultos) de los medios tecnológicos”.

El influjo excesivo de Internet y redes sociales, afirma Spitzer, aminora la capacidad de retener información y afecta negativamente al rendimiento cognitivo de nuestro cerebro afectando a la memoria, a la capacidad de aprendizaje y a la concentración. A su vez, la incapacidad para mantener la atención y la impaciencia por obtener respuestas dificultan concentrarse en tareas significativas, lo que a su vez reduce la productividad y aumenta la frustración.

Pero hay que referirse también a la inestabilidad emocional, a la inmadurez y debilidad del carácter, a la incapacidad para reflexionar y tomar decisiones firmes, a la insensibilidad ante el sufrimiento ajeno... También al temor que muchos jóvenes experimentan por no ser aceptados o porque sus compañeros les pueden hacer el vacío si no comparten “desafíos” o ”experiencias singulares” a través de las redes sociales.  

Indica también Spitzer que las neuronas se parecen en esto a los músculos y necesitan ser ejercitadas. Si recurrimos menos a nuestros recuerdos y acudimos a internet o a la IA para buscar respuestas rápidas, el cerebro se incapacita para el esfuerzo, la concentración y la reflexión, y tenderá a atrofiarse. Este buscar sistemáticamente respuestas rápidas en Internet, sin esforzarse en recordar o deducir, sustituir los juicios de valor por las reacciones emocionales, la manía de mirar las redes sociales cada poco tiempo, hacer scroll (técnica de diseño que impulsa a desplazarse sin fin deslizando el dedo en la pantalla mostrando automáticamente contenidos nuevos)... pueden contribuir a una dependencia empobrecedora y a incurrir en la mencionada “demencia digital”.

Pero esto no debe llevar simplemente a alarmarse, sino a adoptar criterios y actitudes que faciliten, por un lado y fundamental, la comunicación de padres y educadores con los hijos pequeños y adolescentes, y por otro que en estos se afiancen criterios bien fundados y disposiciones para no dejarse llevar por los estímulos y las incitaciones procedentes de ambientes o influencias tóxicas. 

Las prohibiciones no bastan, y por sí solas no educan. Frente a los peligros de la dependencia digital se impone una saludable “apuesta por lo real”: por la relación y la comunicación personal, por las experiencias de asombro ante la contemplación de las cosas, los paisajes, la naturaleza, la belleza artística, las historias personales; por el sosiego reflexivo, por el hábito lector tempranamente adquirido y tutelado, por formas de distracción y diversión que impliquen trabajo en equipo, convivencia cercana, por el trabajo y la escritura manuales, por el deporte y la actividad física compartida. 

La realidad es fuente esencial de enseñanzas verdaderas. Aprender a contemplar, a mirar serenamente a las personas, las cosas y los acontecimientos, es aprender a vivir con criterio y con sentido. Bernardo de Claraval decía que “sabio es aquel a quien las cosas le saben realmente como son”. 

(Publicado en el semanario La Verdad el 23 de mayo de 2025)

lunes, 12 de mayo de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (138)

LA DEPENDENCIA DE LAS PANTALLAS (II)

 


No es raro encontrar padres que sobreprotegen a niños y adolescentes en el mundo real pero los dejan desprotegidos por completo en el virtual. El niño-joven se ve afectado metódicamente a través de un ecosistema tóxico que la mayoría de los padres no comprenden. La difundida serie Adolescencia, por ejemplo, pone el dedo en esta llaga y ha llamado la atención sobre la seriedad del problema. La serie ha triunfado, en efecto, porque atañe a casi todas las familias. Es universal y a la vez plantea debates incómodos, que por lo general se ocultan bajo la alfombra. 

A propósito de esta serie se pone de manifiesto, entre otras cosas, que la “niñez basada en el teléfono” es origen de muchos de los riesgos y males que acompañan hoy a esta fase de la vida y desafían al entorno familiar y educativo. 

La seriedad del asunto exige, entre otras cosas, orientar a los hijos muy tempranamente para que limiten el tiempo dedicado al uso de los móviles, los videojuegos y otras modalidades tecnológicas. Pero no basta con corregir y prohibir: lo verdaderamente educativo es que tengan motivaciones e intereses alternativos y variados, para practicarlos en su tiempo libre, y que estén muy arriba entre las prioridades de su escala de valores…,  así como fuerza de voluntad y constancia para no dejarse llevar por lo más fácil y para ser ellos mismos.

Por ello es fundamental para los educadores -padres y profesores- anticiparse fomentando aficiones sanas durante la infancia, haciéndolas gozosas a través de la actividad familiar conjunta y compartiendo generosamente el tiempo con los niños: sobremesas y tertulias familiares frecuentes, gusto compartido por la lectura, celebraciones, salidas al campo y excursiones, aficiones y hobbies, juegos de mesa, amistad con otras familias afines en sus valores y estilos de vida… Y todo esto, insistamos en ello, mucho antes de que aparezca la adolescencia.

Muchos adolescentes -incluyamos a adultos que “prolongan” durante años su adolescencia- tienden a evadirse de realidades que les agobian, empezando por su propia realidad personal, en general algo o bastante inestable. Por este motivo, el manejo compulsivo de dispositivos y el consumo de ciertas drogas pueden tomarse como formas de evasión en estas edades y etapas de la vida. Además, en este contexto el “contagio” de intereses, inquietudes, gustos y aficiones es frecuente y generalizado.

Gustave Thibon afirmaba hace tiempo que muchos adolescentes acuden a las drogas porque se hallan en un estado insufrible de aburrimiento casi permanente, derivado de su vacío interior. El hecho es que este vacío interior es frecuente entre adolescentes y jóvenes que acuden a la consulta de los psiquiatras, y que acusan una sensación de falta de sentido de la propia vida que impulsa a “escapar y ensimismarse” mediante consumos y prácticas de evasión adictivas, pretendiendo eludir frustraciones, miedos y ansiedad.

Muchos educadores manifiestan preocupación por la generalización de estos comportamientos ya a partir de la pubertad. Es fácil ver en la droga -o en el móvil, o en ambos- un refugio psicológico frente al estrés y la frustración. Ya se trate de sustancias o de actividades compulsivas, se busca una huida de la realidad, un abrigo contra el aburrimiento y contra el temor a reflexionar y tomar decisiones, cayendo en una pendiente de procastinación en la que se elude el responsabilizarse, posponiendo tareas y decisiones, y -como poco- dificultando la maduración de la personalidad. 

 (Publicado en el semanario La Verdad el 9 de mayo de 2025)

lunes, 5 de mayo de 2025

YA A LA VENTA: REPENSANDO LA EDUCACIÓN. CLAVES PARA UNA EDUCACIÓN CENTRADA EN LA PERSONA.

 


"El problema profundo de la educación hoy no es un problema de medios y recursos sino de fines; no es tampoco un problema de mera transmisión de saberes y utilidades, sino de aportación de significados, de valores de sentido que hagan justicia a la dignidad del ser humano y a su vocación al amor, a su anhelo de felicidad.

Una pedagogía consistente, perdurable, no debería ser ni progresista ni conservadora. La pedagogía no está hecha para el tiempo ni para las luchas por el poder, sino para el ser humano. La educación ha de poner como centro a la persona en toda su integridad. Por eso la educación tiene -debe tener-, antes que nada, una función personalizadora. 

Nuestros sistemas educativos se postulan como trampolines para la empresa y talleres de una servil ciudadanía, pero acaban a menudo en plantaciones de desesperanza incapaces de ofrecer razones para vivira muchos de nuestros jóvenes. ¿Acaso no hay razones para repensar a fondo nuestra educación?"


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ANDRES JIMÉNEZ ABAD es catedrático de instituto, doctor en filosofía y pedagogo. Ha sido director de centros de Enseñanza Media durante 10 años, tanto en el ámbito público como en el privado. Ha ejercido como profesor asociado de universidad durante 20 años. Colabora en actividades de formación del profesorado en centros de profesores y universidades españolas e hispanoamericanas. Durante 12 años ha ejercido diversas responsabilidades en la administración educativa del Gobierno de Navarra.