martes, 10 de junio de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (141)

ADICTOS (I)



Por supuesto, no todo en las redes sociales es negativo o peligroso. Hay quien insiste en ciertas consecuencias positivas, como que los jóvenes experimentan un mayor “apoyo emocional” ante situaciones difíciles o que encuentran en ellas un cauce para expresar sus opiniones. Pero haciendo un balance de pros y contras desde el punto de vista educativo, no está de más llamar la atención sobre los cambios sociales y las consecuencias nada positivas que se vienen observando.

Hemos hablado ya de la preocupación por la propia imagen y algunas de sus secuelas. Instagram, entre otras redes favorecen la configuración de una autoestima basada en la imagen física y la frustración consiguiente en chicas y chicos adolescentes por la comparación con las “vidas ideales”, a menudo falsas, que otros muestran en sus perfiles, provocando una espiral de “postureo” generalizado. 

Cuando cientos o miles de personas nos están observando, la preocupación por quedar bien o ser popular puede volverse asfixiante. El cerebro y la sensibilidad de un adolescente son muy susceptibles a las críticas y a la exigencia de perfección que suelen difundirse por las redes. Debido a una mayor producción de dopamina en el cerebro, los adolescentes tienden a buscar sensaciones nuevas de forma inmediata y creciente. Y así, la búsqueda de satisfacción lleva a valorar más el goce inmediato que los riesgos. 

No son pocos quienes se obsesionan con ser aplaudidos por un alto número de seguidores y admiradores y que, por la misma razón, se vienen abajo o se descontrolan si tal cosa no ocurre. Los alicientes efímeros en los que a menudo se pone la ilusión o se busca un escape dejan un oscuro reguero de frustración, desencanto e inestabilidad, como se aprecia por ejemplo en la aleccionadora serie británica “Adolescencia”, mencionada con anterioridad.

Es fundamental aceptar y amar a los hijos con sus imperfecciones, y que ellos lo experimenten así. Esto puede evitar problemas de imagen corporal vinculados a las redes. Aunque tampoco estaría de más que los padres se examinen también para comprobar si ellos mismos los sufren, porque si los padres se comparan constantemente con lo que ven en las redes, este patrón se contagiará fácilmente a sus hijos. Es importante que la obsesión por el aspecto físico o el qué dirán no se vea fomentada por quienes son sus referentes educativos.

Otro de los comportamientos ligados a Internet más preocupantes es la adicción al juego. Se caracteriza por la pérdida de control, la dependencia emocional respecto al juego y la interferencia grave en la vida cotidiana y en las relaciones. Se asegura que en España apuestan on-line casi el 20 por ciento de los menores, y que suelen empezar hacia los 13 años. Aunque ello está prohibido a menores, muchos acceden a Internet utilizando identidades falsas. 

Es una práctica tristemente frecuente también el acceso a la pornografía (muy precoz, en torno a los 10 u 11 años), y las consecuencias negativas que conlleva. Su difusión y la consiguiente comercialización y banalización del cuerpo han sido muy favorecidas por un uso desequilibrado de Internet. Se puede llegar a adquirir así un hábito pernicioso y hasta una conducta compulsiva, una adicción. A esto hay que añadir la degradación moral derivada de un comportamiento erótico reactivo y de considerar a las personas como meros objetos de deseo, de usar y tirar. (Continuará)

 (Publicado en el semanario La Verdad el 6 de junio de 2025)

miércoles, 4 de junio de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (140)

ESCLAVOS DE LA PROPIA IMAGEN


Dismorfia corporal: la obsesión con uno o más detalles físicos que el  confinamiento puede acrecentar 


Es un hecho que las redes repercuten en la formación de la personalidad de los jóvenes ya que canalizan el modo en que muchos acceden al “mundo exterior”, construyen sus relaciones, expresan sus opiniones o forman su autoconcepto y autoestima. Seguramente no se podrá evitar que antes o después utilicen las redes sociales, por ello es esencial que antes tengan madurez suficiente para no ser arrastrados por la engañosa escala de valores propuesta generalmente en ellas, y por la imagen idealizada y falsa que muchas personas exhiben de sí mismas, reforzando una visión del propio cuerpo e imagen como objeto expuesto a la validación de los demás. 

A propósito de la propia imagen viene a cuento el movimiento de aceptación corporal (“body positivity”),boyante en la última década, cuya pretensión inicial era que todos se sintieran incluidos. Pero su lucha no ha venido a serlo tanto por la autoaceptación personal del cuerpo tal como es, como para que la cultura de consumo audiovisual acepte entre sus cánones otras figuras. Busca a la postre que todos los cuerpos (delgados, obesos, etc.) sean vistos como hermosos, como deseables. 

La idea de que el valor del cuerpo radica en cómo se ve, es en realidad la misma que impulsa a quienes lo alteran con bótox o ácido hialurónico, la de que la persona vale por su apariencia. Que determinadas personas con sobrepeso intenten justificar las decisiones (o no decisiones) que pudieron conducirles a esa condición, intentando “naturalizar” su figura y evitando sentirse culpables, sigue teniendo que ver con el “qué dirán”. 

Que la batalla del body positivity se librara en las redes sociales influyó mucho en este enfoque centrado en la apariencia. Las redes han multiplicado la presión social y una alta exigencia en cuanto al aspecto físico. Hoy todo el mundo tiene que ser guapo y muchos piensan que si no lo son no van a gustar y no los van a querer. Ello manifiesta la relación cada vez más estrecha entre “vida digital” y salud emocional.  

Los canales de influencers dedicados al cuidado estético personal y los servicios relacionados con la estética –gimnasios, intervenciones quirúrgicas, apps– crecen exponencialmente. Muchos comparten con sus seguidores sus rinoplastias, aumento o reducción de pecho o nalgas, relleno de labios o sesiones de bótox para prevenir las arrugas, lanzados a una carrera patológica para luchar contra el paso y los efectos del tiempo. Y entre tanto, el mercado de la belleza, el fitness, la nutrición saludable y la cirugía estética miran satisfechos sus cuentas de resultados.

Estas obsesiones están muy relacionadas con la falta de aceptación de uno mismo, con la preocupación excesiva por cómo nos ven los demás. Pero lo más importante de verdad no consiste en cómo se ve uno mismo o le ven los demás, sino en gozar de una mejor salud emocional; a la vez que también vascular, del dolor en las rodillas y en los talones, de dormir bien y tener más energía y serenidad… 

Es preciso sobre todo entender que no sólo somos imagen, y llenar la vida de cosas más valiosas: de amigos, familia, intereses culturales, valores auténticos… La amistad se inicia en un encuentro personal y reclama tiempo, paciencia, respeto, dedicación, generosidad. No entiende de prisas. La vida online quita tiempo a la interacción en la vida real: en realidad “nos quita vida”.

(Publicado en el semanario La Verdad el 30 de mayo de 2025)