miércoles, 26 de diciembre de 2018


EL TEMPLO EN LA CIUDAD

Antonio Gaudí fue arquitecto, diseñador, creador... Fue, además y por encima de todo, un cristiano de fe entera -esto es un dato, no una opinión-, en especial tras su dedicación al templo expiatorio de la Sagrada Familia. A partir de ese momento su vida, su trabajo y su creatividad no se comprenden sin la fe. Sintió sobre sí, como una exigencia imperiosa y bella, la responsabilidad de despertar miradas de trascendencia que se elevaran desde la agitación de la ciudad, desde el corazón mismo de las cosas y acontecimientos que forman parte del escenario y del argumento de la vida diaria. 

Participó de una intuición sobresaliente: no habrá sociedad, verdadera comunidad estable de personas acordes en lo que aman (según la definición agustiniana), si en ella no hay Templo.
La nuestra es una época de medios magníficos, pero de metas confusas. Justamente el Templo es el ámbito al cual acudimos para recuperar la finalidad última y el sentido profundo de las cosas; esa finalidad que en un ámbito cultural postmoderno parece haberse perdido, y en el que todo parece ser sólo un objeto maleable por voluntades de poder en conflicto, un conjunto de medios más o menos útiles para determinados fines establecidos en función de una voluntad de poder que, en última instancia, pretende ocupar el lugar de Dios.
            Medios extraordinarios, pero carentes de sentido porque se ha perdido de vista el fin... Y es que cuando un medio pierde su referencia al fin, deja de ser medioy pierde su sentido. “Está ahí” y eso es todo, carece realmente de justificación; en rigor, no vale nada. “Los templos son puentes para llegar a la Gloria”, escribió Gaudí. Un puente es puente porque hace posible llegar a alguna parte.


Un agnóstico como Antoine de Saint-Exupéry, en su libro póstumo e inacabado Ciudadela, insiste con acento poético en esta idea: 
“No rehúso la escalera de las conquistas que permite al hombre subir más alto. Pero no confundo el medio con el fin, la escalera y el templo. Es urgenteque una escalera permita el acceso al templo, si no, éste permanecerá desierto. Pero solamente el templo esimportante. Es urgente que el hombre subsista y halle alrededor los medios para crecer. Pero esto sólo es la escalera que conduce al hombre. El alma que le construiré será basílica pues ella sola será importante (...) Y por esto os digo: Si construís el templo inútil, dado que no sirve para cocinar, ni para reposar, ni para la asamblea de los notables, ni para las reservas de agua, sino simplemente para el engrandecimiento del corazón del hombre...; si construís un templo donde el dolor de las úlceras se transforma en cántico y ofrenda, donde la amenaza de la muerte se transforma en puerto entrevisto con aguas por fin tranquilas, ¿creeríais haber malgastado vuestros esfuerzos?”.
El templo es el alma de la ciudad. Una ciudad sin templo es una ciudad muerta. Gaudí lo sabía. Sabía que desde el corazón de la ciudad es necesario elevar la acción del hombre y la mujer hacia un horizonte de sentido. Es esencial convertir las úlceras y las heridas en cántico y en ofrenda. Es preciso el templo, nave que nos hace mirar al otro lado del horizonte de la vida mortal.


La Sagrada Familia es una llamada, una ascensión, una mirada trascendente, integradora y lúcida acerca de las cosas y del propio ser humano, una mirada capaz de distinguir los meros valores de situación -lo urgente- de los verdaderos valores de sentido -lo verdaderamente importante-; que muestre que nuestros pasos por la ciudad son un camino hacia una meta más alta. 
La arquitectura, cuando es verdadera configuración de espacios habitables, cuando se corona en el templo como guía hacia lo alto indicando cuál es el sentido de nuestra vida; cuando la ciudad, a través del templo, se convierte en alabanza, ya laboriosa ya festiva, se convierte en creación. Y hace de las piedras y materiales, de las formas bellas y de la luz, expresión, palabra y huella de Quien los hizo existir.
Gaudí concibió las fachadas de su Templo como retablos que hablan al que pasa y vive en la ciudad del misterio del Dios encarnado y cercano: del Dios que nace hombre, que asume nuestra condición transeúnte; del Dios que padece y muere, para dar al sufrimiento y la muerte un sentido de entrega y redención; y del Dios que resucita triunfante, y con su gloria manifiesta que el triunfo definitivo es de Dios y para todos los hombres.
Muchos de nuestros compañeros, amigos o familiares seguramente no pisarán jamás un templo, pero pueden tener el templo de nuestra compañía. A nosotros nos toca, no solamente convertir en alabanza nuestro trabajo cotidiano, sino también sacar de él todo su coeficiente de humanidad, todo su potencial natural. Sólo de este modo saldrá a la luz su pleno sentido y sólo así podrá hacer más habitable el mundo. La piedra se convierte en alabanza cuando el escultor saber trabajarla, pero permanece muda a causa de su indolencia.

El Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela, o el templo expiatorio de la Sagrada Familia de Barcelona, no solamente son obras de piedad: son obras de ciencia, de arquitectura, de ingeniería, de matemáticas, de sensibilidad ante la hermosura, son trabajo humano bien realizado. 
Sabiduría. Verdadera ciencia, hermosa y eficaz arquitectura: aquellos hombres que, por amor de Dios, cultivaron el dibujo, la ingeniería, la talla o la arquitectura, que convirtieron su tiempo y su sudor en deber cumplido, han dado a las piedras un significado que está más allá de lo evidente a simple vista. Han convertido la piedra y con ella toda la creación en alabanza y gozo. Como diría también Saint-Exupéry, han descubierto y expresan ese valor esencial presente en las cosas creadas y que es “invisible a los ojos”. (El principito, cap. XXI)     A.J.
  



















[1]SAINT-EXUPÉRY, A. Ciudadela.Barcelona, 1997, págs. 77-79.
[2]SAINT-EXUPÉRY, A. El principito, cap. XXI.

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