viernes, 18 de noviembre de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (47)

EDUCAR ES OFRECER CLAVES DE SENTIDO



La función principal de la familia, decíamos, es introducir a los hijos en los ámbitos más valiosos de la realidad, en el universo de los valores de sentido. Estos valores esenciales no se “explican” sino que se aprenden, decían los griegos. Y se aprenden respirando el “clima” que se comparte con personas valiosas, buenas; viéndolas vivir y viviendo con ellas. 

Son los padres, responsables directos del bien de sus hijos pequeños, quienes tienen el deber y el derecho de definir, con la palabra y con la vida, cuáles son los valores desde y para los que se les ha de educar. El papel de la institución escolar y del sistema educativo en su conjunto consiste en colaborar cualificadamente en dicha tarea, sin traicionarla.

Una educación personalizadora, por encima de la transmisión de destrezas y recursos orientados al éxito económico y social, es la que procura asegurar la presencia e interiorización de los valores de sentido y la maduración de una personalidad “sólida”, creativa y generosa. En ella, el verdadero maestro tiene como misión proponer significados que permitan al educando aprender a valorar la realidad, a las personas y su propia interioridad, capacitándole para hacer opciones libres y lúcidas de acuerdo con auténticos valores de sentido.

Y esto, ¿en qué asignatura se “enseña”? En todas. Desde el momento en que un maestro se sitúa delante de un educando le está diciendo: “el mundo es así”, como decía Hannah Arendt. Pero también, por el modo en que le trata, le atiende y le valora, le está diciendo: “así eres tú”. Porque en la educación el amor precede al conocimiento; ese amor que busca el bien de la otra persona y que limpia el cristal de la razón por el que ha de pasar la luz de la verdad hasta lo más profundo de la persona.

Por ello, más relevantes aún que los conocimientos -sin duda indispensables-, son los criterios y referentes que tales conocimientos configuran en el educando, pues desde ellos aprenderá a comprender, juzgar y actuar. Tales criterios dependen mucho de los referentes de interpretación que aplique el profesor en su área respectiva de conocimiento y también del clima de confianza, respeto y estímulo que suscita con su actitud de educador.

A este respecto, lo medular de la educación católica es hacer creíble de manera experiencial que el ser humano encuentra pleno sentido en su encuentro y relación con el Dios vivo, que es también el fundamento de la realidad creada. 

Ello implica, por un lado, ofrecer al educando una “matriz cognitiva cristiana” en la que se descubre la presencia de Dios en la realidad según lo específico de todas las áreas de conocimiento; para que desde ella comprenda, interprete e interactúe creativa y responsablemente con toda la realidad. 

Y por otro, requiere el cultivo de una vida interior intensa, donde sea posible la experiencia del encuentro personal y la intimidad con Dios y el compromiso de amor al prójimo. Sería alevoso que se limitara a ofrecer una religión sentimentaloide, superficial e inútil, que arrojase a la vida a nuestros jóvenes sin defensas morales porque la doctrina más excelsa que les propone es la de “colorea la chancleta de Jesús y ten un gesto solidario con tus compañeros y compañeras”. Por ejemplo.


(Publicado en el semanario La Verdad el 18 de noviembre de 2022)

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