¿EDUCAR PARA EL BIENESTAR O PARA EL BIEN SER?
Cediendo a una falsa socialización, reducido el ser humano a mera unidad de producción y de consumo, a simple elemento del sistema social pastoreado por el Estado, sin referencias trascendentes para su vida, no puede aspirar más que a estar (y cuando llegue la muerte… fin). ¿Recuerdan aquello de que el hombre es un “ser-para-la-muerte”, una “pasión inútil”?...
Pero si hemos venido al mundo solo para estar, la única aspiración posible es estar bien, un bienestar regido en el fondo por el principio del deseo. Y como cada uno va a lo suyo y procura imponer sus deseos, el contenido de las normas sociales y los valores que rigen la convivencia dependerán de quien ostente el poder político, económico y mediático. Este es el trasfondo de la mentalidad hoy dominante, que condiciona poderosamente la tarea de educar priorizando en ella la adaptación al entorno.
Todo cuanto se oponga al deseo (al placer, al éxito) se considerará represivo y poco progresista. El utilitarismo, el relativismo, el narcisismo y la superficialidad configuran así el panorama ético vigente.
Y así, si se trata de estar bien, en las relaciones interpersonales viene a regir una débil tolerancia (“si están bien así…”, “si así son felices…”, “si es lo que han elegido…”, “si se quieren…” pues vale). Pero esta tolerancia emana en el fondo de la indiferencia al ser del otro. La tolerancia (“yo te tolero…”) es un vínculo pobrísimo. A lo sumo se espera que, en contrapartida, a uno le dejen montarse la vida a su gusto.
Además, desde el estar como argumento vital no son bien vistas las convicciones; solo caben posturas. Tener convicciones suena a rígido, a absoluto… Cambiar de convicciones resulta demasiado difícil. Ya no se pregunta: “¿cuáles son sus convicciones…?, sino “¿cuál es su postura acerca de…”? Porque cuando no se está bien, lo más cómodo es cambiar de postura. Si las posturas se mantienen durante un tiempo acaban cansando. Será preciso entonces cambiarlas con frecuencia, relativizarlas para estar más cómodos. Y así, casi imperceptiblemente, se sustituirá la ética por la estética e incluso por la simple cosmética... La realidad se reemplaza por las apariencias. No importa hacer el bien, sino quedar bien. La aspiración a la excelencia (a cultivar y dar lo mejor de sí) será desbancada por el glamour y por el afán de convertirse en influencer.
Sin embargo, se quiera o no, el hombre no ha nacido para estar sino para ser. Y la educación ha de ayudar, no al bienestar sino al bien ser, al perfeccionamiento moral de la personalidad.
El ser humano es a un tiempo don y tarea. Se nos han dado la existencia y la vida, así como el privilegio mismo de ser humanos. La naturaleza humana (hoy tan mal entendida y menospreciada) es nuestro modo constitutivo de ser; nos otorga un patrimonio de magníficas capacidades y a la vez es una pauta que nos marca la diferencia entre lo bueno (lo humano) y lo malo (lo inhumano).
Si no actuamos, si no crecemos y no educamos de acuerdo con lo que somos -personas, hombres, mujeres-, surgirá la frustración, el sentimiento de fracaso, el hastío, el desequilibrio, la desesperanza, que son la consecuencia de una vida superficial e intrascendente. De un mero estar sin (querer) ser.
(Publicado en el semanario La Verdad el 29 de septiembre de 2023)
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