LA MOTIVACIÓN Y LA CORRECIÓN: LOS INCENTIVOS
La formación del carácter –y más en particular del criterio y de la voluntad- es indispensable para que el niño o el joven alcance el dominio de sí mismo. En este marco conviene reflexionar sobre el papel y la importancia de ciertas ayudas externas como el premio y el castigo.
Premios y castigos han de entenderse como medios convenientes para promover la automotivación, ese impulso que mueve a la persona desde dentro por propia decisión. En principio, es preferible siempre el premio al castigo, pero hay veces en que es preciso corregir. Pero elogios y reproches, premios y castigos, no se pueden suministrar de forma indiscriminada, sin tener en cuenta las personalidad de los niños y los jóvenes.
En el ámbito escolar, Hunnicut y Thomson pusieron en relación la aplicación de estos incentivos con la índole temperamental de los alumnos, clasificados en extravertidos e introvertidos.
La conclusión a la que llegaron fue que los individuos que más progresaban en el aprendizaje eran los alumnos extravertidos a los que se incentivaba con castigos cuando era preciso (eran propensos a relajarse y a obrar a la ligera en cuanto se les dejaba de exigir).
En segundo lugar se colocaron los introvertidos a los que se elogiaba cuanto iban haciendo (estaban necesitados de estima y reconocimiento).
En cambio, descendían mucho en su rendimiento tanto los alumnos extravertidos que eran elogiados (se confiaban y distraían fácilmente) como los introvertidos censurados (eran inseguros y faltos de confianza).
Un verdadero educador no cree en los castigos, sino en la capacidad que tiene el que los recibe para reformar su conducta. Son medios que pretenden rectificar, corregir, y suelen ser eficaces para evitar conductas, y no tanto para fomentarlas (el miedo al castigo no anima a hacer el bien). Es por amor y mediante el cultivo de la virtud como se logran vencer verdaderamente los hábitos negativos. San Juan Bosco aconsejaba a sus colaboradores: “Nunca castiguéis sino después de haber agotado todos los recursos”. Pero los castigos son convenientes cuando se saben aplicar bien.
Establecimiento de normas
El castigo presupone la existencia de normas. Éstas ayudan a la voluntad y a los afectos a dirigirse a lo que está bien, defienden al bien frente a la pereza, la inconstancia, la superficialidad y la malicia. La norma tiene que facilitar la adquisición del hábito, y ésta la de las actitudes, valores humanos y virtudes. No olvidemos que la naturaleza humana -lastrada por las consecuencias del pecado original- tiende a lo fácil si no se ejercita oportunamente y si no encuentra el apoyo de obligaciones que mueven al cumplimiento del deber.
Las normas tienen que ser pocas y claras, han de ser bien explicadas y comprendidas. Las hay más esenciales, innegociables, que sostienen las prioridades del proyecto educativo familiar o escolar, y que afectan a todos, incluso al educador. Las hay también ocasionales o secundarias, acerca de las que se puede transigir en función de las circunstancias, si se considera conveniente. El incumplimiento deliberado de las normas es el que ha de ser más propiamente objeto de castigo o corrección.
(Publicado en el semanario La Verdad el 29 de diciembre de 2024)
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