SABER EXIGIR PARA EDUCAR: “SACAR DE TI TU MEJOR TÚ”
Venimos diciendo que el amor que educa conlleva exigir, porque se busca “el mejor yo” del otro. Una de las principales razones de ello es que la naturaleza humana presenta una querencia desordenada hacia lo fácil, lo cómodo, el egoísmo… Y un buen educador, maestro o padre, no debe pasar esto por alto, ha de fomentar la resiliencia, la fortaleza moral y de ánimo, la paciencia y la constancia en sus educandos. En educación exigir es ayudar. Y más en una cultura que exalta el amor indoloro, que no asume implicaciones ni responsabilidades, que vive en el emotivismo y el inmediatismo; infantilizada en muchos sentidos.
Pero también venimos insistiendo en que la exigencia sin más no es adecuada; ha de ser amorosa, estimulante, comprensiva. Exigencia y ternura, firmeza y cariño han de aplicarse simultáneamente y con coherencia. El amor aspira a fomentar lo mejor en la persona amada, y por ello no puede conformarse con un comportamiento o un nivel de expectativas mediocre, ha de ser exigente. Pero a su vez la exigencia ha de ir acompañada de amor, de afecto, de paciencia. La exigencia sin amor -el rigorismo- o la ternura sin exigencia -permisividad- hacen de la actividad educativa una aplicación inadecuada, bien por falta de afecto, bien por falta de firmeza. Con el rigor excesivo se propicia el desaliento en el educando; con la permisividad no se establecen normas de conducta y tampoco se corrige la conducta inadecuada.
La exigencia implica altas aspiraciones, propuesta de ideales. Los clásicos hablaban de magnanimidad, de la tensión del ánimo hacia grandes cosas. Pero luego ha de traducirse en incidencias, en actitudes y comportamientos concretos: cumplimiento de obligaciones, puntualidad, orden de cosas (por ejemplo en su habitación, en los materiales escolares…) y en la organización del tiempo mediante un horario diario y semanal para organizar las actividades, incluido el tiempo libre y el ejercicio físico; colaborar en las tareas de la casa, atender en clase, realizar con prontitud y esmero los deberes escolares, manejo adecuado del dinero y cuidado de las cosas que se poseen, saber comportarse y tratar a las personas, moderar el lenguaje…
También es muy importante que el niño y el joven se paren a reflexionar acerca de lo que han hecho y de lo que se disponen a hacer, pidiendo consejo al respecto a sus educadores (padres, profesores…) Con terminología escolar: evaluar, examinarse. Porque, en educación y en la vida, “lo que no se evalúa, se devalúa”. Es muy importante saber qué se ha hecho mal, y a qué se ha debido, para no volver a caer en lo mismo. Y a la recíproca, saber que se han hecho bien las cosas y felicitarse (y felicitarle) por ello, ya que esto genera gozo, refuerza la obra bien hecha y asienta criterios de comportamiento adecuado.
Pero el educador ha de exigirse también a sí mismo, luchando por superar los propios defectos, aunque uno caiga, pero sin rendirse; y mostrar así al educando con la propia vida y el ejemplo alegre que el bien ha de orientar siempre el comportamiento. Educamos más por lo que hacemos y por cómo lo hacemos, que por lo que decimos.
(Publicado en el semanario La Verdad el 20 de diciembre de 2024)
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