viernes, 5 de julio de 2019

PALABRAS ACTO DE JUBILACIÓN
IES BASOKO, 27 junio 2019

Decía Hannah Arendt que cuando un profesor se pone delante de sus alumnos, sin necesidad de decirles nada, solo con su modo de estar, ya les está diciendo: "el mundo es así". 
Ahora me encuentro ante un auditorio formado principalmente por mis compañeros profesores y personal de administración y servicios, y no necesito deciros "cómo es el mundo", ni siquiera cómo soy yo, porque -como decía el castizo- ya nos conocemos. Sí me gustaría aprovechar, en esta ocasión privilegiada, para agradecer, por supuesto,  los gestos con los que hoy nos obsequiáis, pero también y sobre todo, estos años de vida docente que hoy no acaban sino que se culminan... y en los que he sido tan feliz.
No puedo ocultar que fui tempranamente marcado por un acontecimiento personal al estrenarme como profesor. Corría el año 1979, en Zamora, mi primer destino... Unas alumnas me presentaron a Nuria, otra compañera que no acudía a clase y que a los 16 años estaba ya enganchada a la heroína;  querían que intentase convencerla de que abandonara su actitud y las malas compañías, y volviera a clase. La contestación de la muchacha fue para mí un aguijón contundente para mi vocación: "-¿Y por qué voy a dejarlo, si nadie me ha enseñado nada mejor?" 
Es verdad que las raíces del problema venían de lejos y que yo poco o nada pude hacer para remediarlo, por desgracia. Pero a partir de ese momento me propuse que, en lo que de mí dependiera, mi labor en el futuro no se redujera al estricto cumplimiento de la función docente, sino que ésta fuera ocasión para ofrecer a mis alumnos claves de sentido que les ayudasen a afrontar la vida con criterio, optimismo y esperanza.
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Educar, sostenía ya Sócrates, es introducir en la realidad; a diferencia de lo que sostenían los sofistas, para quienes la educación consistía en el acopio de conocimientos, algo así como una “educación de supermercado” en la que uno toma los conocimientos y los datos que le interesan para alcanzar poder y se los lleva en su carrito. Algo de eso tiene, por ejemplo, la tendencia a la “titulitis”, ese sospechoso “hacer currículum” tan apreciado hoy en la actividad laboral y en la vida pública en general. 
   Siguiendo a su maestro, Platón decía que la educación -o el cultivo de la filosofía, que para él en el fondo era lo mismo- consiste más bien en “aprender a mirar”, es decir, en dirigir nuestra mirada hacia lo valioso: a la verdad y no a la apariencia, al bien y no simplemente a lo que atrae, y a la belleza, que es el esplendor de la Divinidad. 
Aristóteles, en esta misma línea, sostenía que el fin de la educación consiste en enseñar a desear lo valioso.[1]
   Estimo también, y por lo mismo, que el cultivo y la enseñanza de la filosofía ha de ser además, un “educar para el asombro”, es decir para reconocer, en lo real que nos circunda y constituye, algo sorprendente y que nos supera, que nos es dadode algún modo, que no hemos fabricado a capricho y que por lo tanto no debemos ni podemos manipular a nuestro antojo sin dramáticas consecuencias. 
El asombro nos hace humildes, modera nuestras pretensiones de autosuficiencia; la  capacidad de asombro genera algo tan esencial como el respeto.Hace que se contemple la realidad y a las demás personas con humildad, agradecimiento, deferencia, sentido del misterio y admiración.[2]
Sin esa mirada capaz de contemplar y de asombrarse, todo se vuelve banal; y así, al acontecimiento maravilloso se le llama “casualidad” o simplemente se ignora; y se pierde la sensibilidad y la capacidad de agradecimiento. Decía Chesterton con su hondura habitual que "lo maravilloso no es que los ciegos vean, sino el hecho mismo de ver". Con una mirada incapaz para el asombro no es posible tampoco captar la belleza moral e interior de las personas ni conocerse a uno mismo, que es desde el principio una de las tareas de la filosofía y de la educación emocional e integral. 
            Es cierto que la dura competencia por los primeros puestos, por triunfar en el trabajo o los negocios, por las calificaciones para acceder a determinados estudios, no va a desaparecer. Pero cuando un joven o una joven se presenten a una entrevista paa pedir un trabajo (y más si éste supone cierta cualificación), serán sus virtudes de iniciativa, responsabilidad, honradez, lealtad, constancia, laboriosidad, etc., las que más contarán. O cuando tengan que afrontar problemas familiares, cívicos o de conciencia profesional, por ejemplo, serán sus convicciones, criterios y disposiciones morales los que iluminarán sus decisiones.
 Pero no podemos ser ingenuos al respecto. No hace muchos años, en el transcurso de una sesión de clase en 4º de la ESO, desarrollando la desaparecida asignatura de Ética, intentaba yo adoptar una "pose socrática", ofreciendo preguntas al grupo acerca del sentido de la vida. Me servía para ello de algunos textos, ejemplos y fragmentos de algunas películas, procurando ofrecer mis interrogantes de manera lo más apasionada posible. En esto, Iker levanta la mano desde el fondo del aula, de manera un tanto indolente: 
   "-No te esfuerces, Andrés... ¿No ves que no-queremos-pensar?
   Reconozco que me bloqueé un poco. Afortunadamente, otra voz, la de Gema, vino en mi ayuda:
   -Oye, oye. Habla por ti. 
   Y añadí:
   -Vaya, lo siento Iker, pero pensar no es opcional. Si se renuncia a pensar, se renuncia a ser libre. Por eso conviene aprender a pensar con fundamento, y eso no se improvisa. Además, esto se nota luego en el examen...
   -Ah. Pero esto... ¿entra en el examen?, repuso el avispado jovenzuelo.
   -Pues sí. Es que lo que no se valúa se devalúa," añadí.
   E Iker se incorporó en su silla y tomó el bolígrafo, por vez primera a lo largo de la clase si mal no recuerdo. Al final creo que no le fue tan mal y aprobó con discreta holgura... Me gustaría que, además, no haya renunciado a pensar.
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Después de estos años he llegado al convencimiento de que una vida cultivada (“paideia”) no es un conglomerado de actividades diversas (y dispersas), sino más bien una energía luminosa, un principio unificador y creativo, fecundo, capaz de afrontar la realidad y de aportarle incremento. Convertir esta energía en la formulación y la realización de un proyecto personal de vidaes seguramente el papel más importante que la filosofía puede llevar a cabo en el ámbito de la educación.
La filosofía y su enseñanza -o cultivo- es un viaje al interior del ser humano  y una búsqueda del sentido de lo real y de la vida. El viejo aforismo de Delfos -“conócete a ti mismo”- nunca ha dejado de cautivarnos. Kant lo expresaba casi 25 siglos más tarde a través de cuatro conocidas preguntas: “¿Qué puedo saber?, ¿qué debo hacer?, ¿qué puedo esperar? y, en suma, ¿qué es el hombre?”.
Pero la filosofía -“querer saber”, “atreverse a pensar”- no es una tarea penosa e inabarcable sólo reservada a sesudos especialistas, a mentes enrevesadas o a excéntricos cultivadores de la abstracción (esta es la percepción que muchos tienen hoy de ella). Es, por el contrario, participar en una gozosa experiencia, accesible a quienes sean capaces de contemplar y de admirarse, de trabajar en su propio cultivo personal y en la transformación creativa y constructiva del mundo.
Estoy en la convicción de que es preciso intentar convertir la actividad diaria de nuestras aulas -sea cual sea nuestra área de conocimiento- en una actitud vital gratificante frente a la mirada tantas veces tediosa y conformista de muchos jóvenes –“¡que no queremos pensar!…”-, o a la amargada de no pocos viejos prematuros, que se dicen “de vuelta de todo”. Se trata de ayudar a hacer deseable lo que es valioso. Educar es, en el fondo ayudar a niños y jóvenes a que sean hombres y mujeres en quienes se pueda confiar. ¿Y no es acaso, esta, una hermosa profesión?
Pensar es ya una primera forma de “compromiso con lo real”.[3]Algunos, sin embargo, rehúyen toda forma de compromiso, bien por inmadurez, bien por miedo o bien por comodidad. Por otra parte, además, como suele decirse, “el que no vive como piensa, acaba pensando como vive”. Pero este es precisamente nuestro reto, un motivo más para poner en valor hoy la tarea de educar. 
Tocqueville -más actual ahora que nunca- advertía que el fundamento de la sociedad democrática estriba en el estado moral e intelectual de un pueblo. Pues, muy queridos compañeros profesores y amigos, en eso estamos.
Muchas gracias, de corazón.
Andrés Jiménez.


[1]Alasdair MacIntyre añade a su vez que la educación moral es una educación sentimental porque “actuar virtuosamente no es [...] actuar contra la inclinación; es actuar desde una inclinación formada por el cultivo de las virtudes”. (MACINTYRE, A.: Tras la virtud. Barcelona: Crítica, 1987, pág. 189).
[2]L'ECUYER, C.: Educar en el asombro.Ed. Plataforma. Barcelona, 2012.
[3]"Trabajemos, pues, en pensar bien: he aquí el principio de la moral." (B. Pascal. Pensamientos)

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