EMERGENCIA EDUCATIVA
Pertenece a la misma naturaleza de la acción educadora el afán por preparar para la vida. Encontrar fórmulas acertadas para dotar al niño o al joven de las capacidades (hoy se habla de “competencias”) que le permitan dar respuesta adecuada a las exigencias de la vida que tiene por delante constituye la preocupación más esencial entre los problemas de la pedagogía.
Pero no todos las concepciones pedagógicas son iguales ni todos los modelos educativos conducen a las mismas metas aunque éstas tengan nombres parecidos, convertidos en tópicos de actualidad.
Al amparo de ese lugar común (“educar para la vida”), se ha ido tejiendo una enmarañada red de enunciados y recursos que están llevando a sistemas educativos y centros escolares a quedar enredados en las más variopintas iniciativas, si bien con frecuencia no pasan de ocurrencias o de “prontos” de temporada -para desazón del profesorado, por cierto-. Si a ello añadimos el afán de politizar la educación -Antonio Gramsci decía sin rodeos que “la educación es política”-, la confusión y las tensiones en torno al hecho educativo configuran la impresión dominante.
Pongamos el caso de España por sernos más familiar. En los años de democracia hemos padecido las siguientes leyes orgánicas: En 1980, la LOECE; en 1985 la LODE; en 1990 la LOGSE; en 1995 la LOPEGCE; en 2002 la LOCE; en 2006 la LOE; en 2013 la LOMCE y en 2020 la LOMLOE. Es verdad que algunas se apoyan en otras y que incluso alguna fue “abortada” apenas antes de entrar en vigor debido a las refriegas entre los partidos gobernantes. Pero la sensación es a todas luces de inestabilidad, de confrontación ideológica, de componenda, de desconcierto y caos.
Si a esto añadimos que la base de toda acción educadora corresponde a la institución familiar, y que esta viene registrando una creciente desestructuración, bien sea de carácter externo -por la influencia cada vez más invasiva de medios de comunicación, espectáculos, redes sociales…-, bien sea por la crisis de valores y creencias que sacuden la estabilidad y la solidez familiar, no debe extrañar que se hable abiertamente de una grave “emergencia educativa”, por utilizar una expresión utilizada por Benedicto XVI.
Entre tanto se multiplican en los currículos las áreas de aprendizaje, las experiencias, las materias, las metodologías, los contenidos, en la creencia de que al niño y al joven se le ha de enseñar prácticamente de todo: Educar al principio en el europeísmo, después educar en la multiculturalidad y en la interculturalidad. Educación comprehensiva, luego integradora, después inclusiva. Educar la inteligencia creadora, educar la inteligencia emocional (ya circula por ahí una sedicente teoría sobre la inteligencia erótica…), educar en las nuevas tecnologías. Educación para la democracia, educación vial, educación para el consumo, educación para la paz, educación para el ocio, educación para la ciudadanía, educación igualitaria no sexista… Sin olvidar los idiomas y las lenguas, por supuesto. Y los complementos terminan por ocultar al sustantivo y a lo sustantivo: la educación.
Y a la vez nuestros sistemas educativos se postulan como trampolines para la empresa y talleres de una servil ciudadanía, pero acaban a menudo en plantaciones de desesperanza incapaces de ofrecer razones para vivir a muchos de nuestros jóvenes. ¿Acaso no hay razones para repensar a fondo nuestra educación?
(Publicado en el semanario LA VERDAD el 2 de septiembre de 2022)
1 comentario:
Muy de acuerdo Andrés con tu reflexión y la necesidad de repensar la Educación ,que las personas tengan claro du propósito vital,unos valores , y se den cuenta de lo importante de amar al prójimo como a uno mismo de que todos somos uno.Muchas gracias Andrés
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