lunes, 19 de noviembre de 2012

VOLUNTAD DE VERDAD (FRENTE A VOLUNTAD DE PODER)


VOLUNTAD DE VERDAD 
(FRENTE A VOLUNTAD DE PODER)

Renunciar a una libertad arraigada responsablemente en la verdad, más que un sacrificio es una costumbre que simplifica la vida terriblemente. El mayor enemigo de la libertad es el que llevamos en nosotros mismos. Algo en el ser humano quiere la libertad, pero algo en él la rechaza o siente su ejercicio como algo difícil, demasiado cargado de responsabilidades, algo que la aborrece, que se cansa. Es más fácil ser esclavo que libre, y es más fácil también luchar por la libertad que vivir en ella, porque hay que apuntalarla en la verdad y darle un sentido, un para qué consistente. Y desde ese momento nos vemos vinculados, obligados, comprometidos. Por eso es más simple dejarse llevar.

No puede extrañar por eso que los asesinos de los regímenes totalitarios se reclutasen entre hombres así, hombres grises, simplificados. En casos análogos, es el Poder, o el partido, el sindicato, la moda o la mayoría, como el Gran Hermano de Orwell, quien decide las injusticias que deben indignar y las que deben dejar indiferente, lo que ha de tolerarse y lo que no. Este imperio de la opinión, en el que la verdad depende de quien la diga y del modo en que lo hace, crea un tipo de ciudadano perfectamente dúctil a toda forma de totalitarismo.

En 1984, George Orwell se plantea con fiereza la posibilidad de que la verdad fuera una decisión de los fuertes, del sistema. ¿Quién, por consiguiente, podría negar que dos y dos fueran cinco si así lo estableciera un poder por encima del cual no hay nada? ¿Qué defensa puede haber en ese caso para sus víctimas?:

“Se preguntó... si no estaría loco. Quizás un loco era sólo una “minoría de uno”. Hubo una época en que fue señal de locura creer que la tierra giraba en torno al sol: ahora era locura  creer que el pasado era inalterable... Pero la idea de ser un  loco no le afectaba mucho. Lo  que le horrorizaba era la posibilidad de estar equivocado.
            (...) Al final, el Partido anunciaría que dos y dos son cinco y habría que creerlo. Era inevitable que llegara algún día al dos y dos son cinco. La lógica de su posición lo exigía. Su filosofía negaba no sólo la validez de la experiencia, sino que existiera la realidad externa. La mayor de las herejías era el sentido común. Y lo más terrible no era que le mataran a uno por pensar de otro modo, sino que pudieran tener razón. Porque, después de todo, ¿cómo sabemos que dos y dos son efectivamente cuatro? O que la fuerza de la gravedad existe. O que el pasado no puede ser alterado. ¿Y si el pasado y el mundo exterior sólo existen en nuestra mente y, siendo la mente controlable, también pueden controlarse el pasado y lo que llamamos la realidad?
            ¡No, no!, a Winston le volvía el valor (...) Había que defender lo evidente. El mundo sólido existe y sus leyes no cambian. Las piedras son duras, el agua moja, los objetos faltos de apoyo caen en dirección al centro de la Tierra...
Con la sensación (...) de que anotaba un importante axioma, escribió:
La libertad es poder decir libremente que dos  y dos son cuatro. Si se concede esto, todo lo demás vendrá por sus pasos contados.”

 (G. ORWELL, 1984. Parte 1ª, VII)


*    *    *
La verdad es peligrosa para el poder absoluto y totalitario, para los enemigos de la libertad. La verdad descalifica el voluntarismo nihilista de los superhombres. Pero la libertad verdadera no es una simple liberación de ataduras, sino una resuelta voluntad de vivir para la comunión en el bien y la justicia. En el fondo, el burgués tal vez no sea mejor tipo que el superhombre.

La mente herida de aquél iconoclasta de la modernidad, de aquel profeta de la nada que fue Friedrich Nietzsche, vio sin duda una intensa luz cuando escribió:  “¿Te crees libre? Háblame de la raíz de tu pensamiento, y no de cómo te libraste del yugo. ¿Te crees capaz de liberarte de él? Muchos han abandonado todos sus valores al rechazar sus servidumbres. ¿Libre de qué? ¿Qué le importa esto a Zaratustra? Mírame a los ojos y contéstame: ¿Libre para qué...?”


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