Fantástico artículo-reflexión de mi compañero de afanes y alma gemela José Javier (JOTA):
(en su blog: http://zudensachenselbst-javier.blogspot.com.es/2012/11/mercenario-o-quijote-de-la-tiza.html)
(en su blog: http://zudensachenselbst-javier.blogspot.com.es/2012/11/mercenario-o-quijote-de-la-tiza.html)
¿Mercenario o quijote de la tiza?
¿Merece la pena la tarea educativa?
¿Qué es educar?
En mis 24 años de dedicación a la docencia, ya cerca de mis bodas de plata, esas tres preguntas me siguen cercando y quizás por ello sigo teniendo ilusión. Pero hete aquí que empiezo a echar de menos esas preguntas entre “algunos” de mis compañeros. Y heme aquí que empiezo a notar, sin ánimo de acritud y –por supuesto- sin señalar a nadie, que el número de “mercenarios de la tiza” empieza a dejar de ser rara avis .
He comenzado con tres preguntas pero el orden de respuesta debe ser inverso al de su formulación.
¿Qué es educar?
Etimológicamente educar proviene del verbo latino educere. Y, ¿qué significa educere? Ni más ni menos que ayudar a crecer.
Crecer es una actividad que indica una dirección y una dirección progresiva, de menos a más. Por lo tanto el camino de crecimiento es relativo a una meta, a un fin que indica plenitud.
¿Y cuál es la meta de la educación? La respuesta parece fácil.
Si la tarea educativa hace referencia a personas, la meta educativa consistirá en llevar a las personas a su plenitud, lo que Aristóteles denominaba vida lograda (eudaimonía).
Nos enfrentamos así a la cuestión decisiva: “¿Qué es ser Persona?”
Dicho de otro modo, sólo se puede educar desde un modelo antropológico claramente definido, desde ahí llegaremos a conocer cuáles son los valores que deben guiar los actos educativos y ahí encontrarán su lugar todas las pedagogías (métodos) que nos lleven a conseguir la meta.
¿Merece la pena la tarea educativa?
Depende del modelo de hombre que tengamos. Si nuestro modelo es el del insaciable consumidor o el del infatigable productor o el del hedonista pesimista cuyo valor de sentido es el placer inmediato o cualquier otro en esta línea despersonalizadora, entonces la tarea educativa no tendrá sentido y convertiremos el quehacer educativo en una mera “profesión” cuyo fin fundamental será el de darnos de comer. Al final odiaremos el aula porque en ella terminaremos encontrando nuestro enemigo.
Si por el contrario, entendemos que debemos ayudar a crecer a Personas, seres únicos, irrepetibles e insustituibles que, curso tras curso, pasan por nuestras aulas y ante los que tenemos la responsabilidad de enseñarles que su vida debe ser algo grande, que tienen una dignidad que les exige sacar lo mejor de sí mismos y que, ya sea desde las matemáticas, la lengua , el inglés, etc., deben comprender la grandeza de la aventura humana y lo que implica con respecto a sí y a cada uno de los que les rodean, entonces, y sólo entonces, nos dejaremos deslumbrar por ese daimon del que hablaba Sócrates y empezaremos a descubrir que la dedicación a la educación es una “vocación” y no una “profesión”.
A partir de ahí entrar a clase será difícil pero descubriremos que en ella hay Personas y que, a pesar de todos los problemas y los malos días que tengamos, estaremos aportando algo que puede ayudar a crecer a nuestros alumnos.
¿Mercenarios o quijotes de la tiza?
De las dos formas de entender la tarea educativa opto por la segunda y, en consecuencia, apuesto por el quijotismo de la tiza.
¿Qué es un quijote de la tiza?
Todo aquel que considera que le ha sido dado un jardín en el que hay multitud de flores, muchas con espinas, y que le ha sido otorgada la oportunidad de poder ayudarlas a crecer.
Se me podrá objetar que soy un idealista y, en consecuencia, poco práctico.
Llevo años preguntándome si no tendrán razón. Día tras día me siento impotente porque no sé atinar, porque la tarea me desborda, porque meto la pata, porque lo hago fatal,… Mis manos están vacías.
Pero día tras día me sigo haciendo la pregunta: ¿Quijote o mercenario de la tiza?
Y día tras día me veo obligado a apostar. Y apuesto. (Porque lo importante no es tener las manos llenas).
“Prefiero ser un quijote insatisfecho a un mercenario satisfecho”. He ahí mi apuesta.
Y en la insatisfacción por la tarea no bien cumplida, porque me excede, reside mi ilusión. Ahí brillan los rostros irrepetibles de todos mis alumnos pasados y futuros. En sus rostros reside mi vocación.
Mi apuesta es y seguirá siendo siempre por ellos. Sólo ellos lo merecen. Ellos son mi Dulcinea y por ellos seguiré luchando contra gigantes. Por ellos tengo la honra de ser.
¿Y qué soy?
Un pobre quijote de la tiza.
Dixi!
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