martes, 22 de enero de 2013

VERDAD Y ESCEPTICISMO


Foz de Arbayún. Navarra.
La verdad descansa en algo tan evidente como que "las cosas son lo que son"

“El pasado verano, dos jóvenes amigos americanos vinieron a mi casa, cercana a Londres, y juntos discutimos sobre toda clase de cosas. Los dos eran personas agradables y brillantes y ambos se habían graduado en colleges de artes liberales de mucha fama. La conversación tomó tales derroteros que, llegado un momento, armado de valor, pronuncié el dogma de Chesterton: ‘un cerdo es un cerdo’ y, ante esto, los dos jóvenes respondieron con un huracán de contradicciones e incluso con rabia. No, yo estaba equivocado: la mente no puede conocer nada fuera de sí misma y ciertamente no puede clasificar sus experiencias en un lenguaje esencialista de porcinidad objetiva.

Y todo así. Pero pronto les llegó el momento de irse y comenzaron a preocuparse por la hora de su tren. Les hice observar, suavemente, que desde el momento en que no existía un mundo real y cognoscible en cuyo ámbito su tren pudiera tener existencia objetiva ‘ahí fuera’, su ansiedad estaba fuera de lugar. Esto les irritó un poco. ‘¿Entonces, no creen realmente en su filosofía escéptica como para que rija sus vidas?...’

No, era evidente que no creían en ella…”

CHRISTOPHER DERRICK. Huid del escepticismo.
Ed. Encuentro, Madrid, págs. 87-8


Pautas para un comentario:


1.- La verdad es la adecuación e nuestros juicios a la realidad de las cosas. Ahora bien... 
      - ¿Nuestro conocimiento puede aportarnos datos acerca de la realidad? 
    - ¿Puede equivocarse? ¿Cómo podría saberse que nos equivocamos, si no tenemos una idea de lo que es verdadero?

2.- ¿ La existencia del error hace inalcanzable la verdad?

3.- Que no conozcamos "todo" del todo, ¿impide que podamos conocer algo de verdad?

4.- ¿Conoces alguna verdad evidente, de la que no se pueda dudar?


                                                                      

sábado, 19 de enero de 2013

Enseñanza de la religión católica: cuestión de Cultura con mayúsculas


Jean Jaurès
     
 Asistimos en España y en Europa, desde hace unas décadas, a una ofensiva contra la presencia de los signos visibles de la religión católica -en particular- en los escenarios públicos, y singularmente en el ámbito educativo. 

      Se dice, mintiendo -no creo que sea un error, sino más bien un "herror", (de "herrar-herradura")-, que España es un estado laico, y no lo es. Es aconfesional, y una buena parte de sus ciudadanos (y ciudadanas, lo digo por si acaso) no son "laicos" en el sentido de laicistas, y además eligen la formación religiosa en la enseñanza de sus hijos (cosa que no pueden decir otras asignaturas que, o bien son obligatorias, o bien se disuelven por si solas en la indiferencia).

     Es de justicia que dejen a los padres elegir. ¿O es que los laicistas tienen miedo a la libertad? 

     Traigo aquí una carta de Jean Jaurès, que fue socialista ateo, de los fundadores y miembros más destacados del primer socialismo francés, a su hijo. 

      Como se explica por sí sola, no hago más comentarios. Tan solo que es de justicia, insisto, que haya espacio y libertad para que cada quien elija lo que quiera al respecto, de acuerdo con su derecho. También dejo caer que es preciso revitalizar el auténtico y profundo sentido de la cultura, como "cultivo" del hombre y de lo humano, sin dejar al margen las grandes cuestiones morales y de sentido. Es decir, la Cultura con mayúsculas. A.J.


«Querido hijo, me pides un justificante que te exima de cursar la religión, un poco por tener la gloria de proceder de distinta manera que la mayor parte de los condiscípulos, y temo que también un poco para parecer digno hijo de un hombre que no tiene convicciones religiosas. Este justificante querido hijo no te lo envío ni te lo enviaré jamás.
No es porque desee que seas Clerical, a pesar de que no hay en esto ningún peligro ni lo hay tampoco en que profeses las creencias que te expondrá el profesor. Cuando tengas la edad suficiente para juzgar, serás completamente libre; pero, tengo empeño decidido, en que tu instrucción y tu educación sean completas y no lo serán sin un estudio serio de la religión. Te parecerá extraño este lenguaje después de haber oído tan bellas declaraciones sobre esta cuestión hijo mío, declaraciones buenas para arrastrar a algunos pero que están en pugna con el más elemental buen sentido. ¿Cómo sería completa tu instrucción sin un conocimiento suficiente de las cuestiones religiosas sobre las cuales todo el mundo discute? ¿Quisieras tú, por ignorancia voluntaria, no poder decir una palabra sobre estos asuntos sin exponerte a soltar un disparate?.
Dejemos a un lado la política y las discusiones y veamos lo que se refiere a los conocimientos indispensables que debe tener un hombre de cierta posición. Estudias mitología para comprender historia y la civilización de los griegos y de los romanos, y ¿qué comprenderías de la historia de Europa y del mundo entero después de Jesucristo, sin conocer la religión, que cambió la faz del mundo y produjo una nueva civilización?. En el arte, ¿qué serán para ti las obras maestras de la Edad Media y de los tiempos modernos, si no conoces el motivo que las ha inspirado y las ideas religiosas que ellas contienen?.
En las letras, ¿puedes dejar de conocer no sólo Bossuet, Fenelon, Lacordaire, De Maistre, Veuillot y tantos otros que se ocuparon exclusivamente en cuestiones religiosas, sino también a Corneille, Racine, Hugo, en una palabra a todos estos grandes maestros que debieron al cristianismo sus más bellas inspiraciones? Si se trata de derecho, de filosofía o de moral, ¿puedes ignorar la expresión más clara del Derecho Natural, la filosofía más extendida, la moral más sabia y más universal?. Éste es el pensamiento de Juan Jacobo Rousseau.
Hasta en las ciencias naturales y matemáticas encontrarás la religion: Pascal y Newton eran cristianos fervientes; Ampere era piadoso; Pasteur probaba la existencia de Dios y decía haber recobrado por la ciencia la fe de un bretón; Flammarion se entrega a fantasías teológicas.
¿Querrás tú condenarte a saltar páginas en todas tus lecturas y en todos tus estudios? Hay que confesarIo: la religión está íntimamente unida a todas las manifestaciones de la inteligencia humana; es la base de la civilización y es ponerse fuera del mundo intelectual y condenarse a una manifiesta inferioridad el no querer conocer una ciencia que han estudiado y que poseen en nuestros días tantas inteligencias preclaras. Ya que hablo de educación: para ser un joven bien educado ¿es preciso conocer y practicar las leyes de la Iglesia?. Sólo te diré lo siguiente: nada hay que reprochar a los que las practican fielmente, y con mucha frecuencia hay que llorar por los que no las toman en cuenta. No fijándome sino en la cortesía, en el simple “savoir-vivre” hay que convenir en la necesidad de conocer las convicciones y los sentimientos de las personas religiosas. Si no estamos obligados a imitarlas, debemos, por lo menos, comprenderlas, para poder guardarles el respeto, las consideraciones y la tolerancia, que les son debidas. Nadie será jamás delicado, fino, ni siquiera presentable, sin nociones religiosas.
Querido hijo: convéncete de lo que te digo: muchos tienen interés en que los demás desconozcan la religión; pero todo el mundo desea conocerla. En cuanto a la libertad de conciencia y otras cosas análogas, eso es vana palabrería que rechazan de ordinario los hechos y el sentido común. Muchos anti-católicos conocen por lo menos medianamente la religión; otros han recibido educación religiosa; su conducta prueba que han conservado toda su libertad.
Además, no es preciso ser un genio para comprender que sólo son verdaderamente libres de no ser cristianos los que tienen facultad para serlo, pues, en caso contrario, la ignorancia les obliga a la irreligión. La cosa es muy clara: la libertad exige la facultad de poder obrar en sentido contrario. Te sorprenderá esta carta, pero precisa, hijo mío, que un padre diga siempre la verdad a su hijo. Ningún compromiso podría excusarme de esa obligación.
Recibe, querido hijo, el abrazo de tu padre.”


sábado, 12 de enero de 2013

CALÍGULA: ¿ES EL DESEO HUMANO LA MEDIDA DE TODAS LAS COSAS?


ALBERT CAMUS: Calígula


ACTO I

ESCENA VIII
EL INTENDENTE (con voz insegura). Te... te buscábamos, César.
CALÍGULA (con voz breve y cambiada). Ya lo veo.
EL INTENDENTE. Nosotros... es decir...
CALÍGULA (brutalmente). ¿Qué queréis?
EL INTENDENTE. Estábamos inquietos, César.
CALÍGULA (acercándose). ¿Con qué derecho?
EL INTENDENTE. ¡Oh!... (Súbitamente inspirado y muy rápido.) En fin, de todos modos, bien sabes que debes arreglar algunas cuestiones concernientes al Tesoro Público.
CALÍGULA (con un acceso de risa inextinguible). ¿El Tesoro? Pero es cierto, claro, el Tesoro; es fundamental.
EL INTENDENTE. Cierto, César.
CALÍGULA (siempre riendo, a Cesonia). ¿No es verdad, querida, que es muy importante el Tesoro?
CESONIA. No, Calígula, es una cuestión secundaria.
CALÍGULA. Pero es que tú no entiendes nada. El Tesoro tiene un poderoso interés. Todo es importante; ¡las finanzas, la moral pública, la política exterior, el abastecimiento del ejército y las leyes agrarias! Todo es fundamental. Todo está en el mismo plano: la grandeza de Roma y tus crisis de artritismo. ¡Ah! Me ocuparé de todo. Escúchame un poco, intendente.
EL INTENDENTE. Te escuchamos.
Los Patricios se adelantan.
CALÍGULA. ¿Me eres fiel, verdad?
EL INTENDENTE (en tono de reproche). ¡César!
CALÍGULA. Bueno, pues tengo un plan que proponerte. Vamos a revolucionar la economía política en dos tiempos. Te lo explicaré, intendente..., cuando hayan salido los patricios.
Los Patricios salen.

ESCENA IX
Calígula se sienta junto a Cesonia.
CALÍGULA. Escúchame bien. Primer tiempo. Todos los patricios, todas las personas del Imperio que dispongan de cierta fortuna —pequeña o grande, es exactamente lo mismo— están obligados a desheredar a sus hijos y testar de inmediato a favor del Estado.
EL INTENDENTE. Pero César...
CALÍGULA. No te he concedido aún la palabra. Conforme a nuestras necesidades, haremos morir a esos personajes siguiendo el orden de una lista establecida arbitrariamente. Llegado el momento podremos modificar ese orden, siempre arbitrariamente. Y heredaremos.
CESONIA (apartándose). ¿Qué te pasa?
CALÍGULA (imperturbable). El orden de las ejecuciones no tiene, en efecto, ninguna importancia. O más bien, esas ejecuciones tienen todas la misma importancia, lo que demuestra que no la tienen. Por lo demás, son tan culpables unos como otros. (Al intendente, con rudeza.) Ejecutarás esas órdenes sin tardanza. Todos los habitantes de Roma firmarán los testamentos esta noche, en un mes a más tardar los de provincias. Envía correos.
EL INTENDENTE. César, no te das cuenta...
CALÍGULA. Escúchame bien, imbécil. Si el Tesoro tiene importancia, la vida humana no la tiene. Está claro. Todos los que piensan como tú deben admitir este razonamiento y considerar que la vida no vale nada, ya que el dinero lo es todo. Entretanto, yo he decidido ser lógico, y como tengo el poder, veréis lo que os costará la lógica. Exterminaré a los opositores y la oposición. Si es necesario, empezaré por ti.
EL INTENDENTE. César, mi buena voluntad no admite duda, te lo juro.
CALÍGULA. Ni la mía, puedes creerme. La prueba es que consiente en adoptar tu punto de vista y considerar el Tesoro público como un objeto de meditación. En suma, agradéceme, pues intervengo en tu juego y utilizo tus cartas. (Pausa, luego, con calma.) Además mi plan, por su sencillez, es genial, lo cual cierra el debate. Tienes tres segundos para desaparecer. Cuento: uno...
El intendente desaparece.

ESCENA X
CESONIA. ¡No te reconozco! Es una broma, ¿verdad?
CALÍGULA. No es exactamente eso, Cesonia. Es pedagogía.
ESCIPIÓN. ¡No es posible, Cayo!
CALÍGULA. ¡Justamente!
ESCIPIÓN. No te comprendo.
CALÍGULA. ¡Justamente! Se trata de lo que no es posible, o más bien, de hacer posible lo que no lo es.
ESCIPIÓN. Pero ese juego no tiene límites. Es la diversión de un loco.
CALÍGULA. No, Escipión, es la virtud de un emperador. (Se echa hacia atrás con un gesto de fatiga.) ¡Ah, hijos míos! Acabo de comprender por fin la utilidad del poder. Da oportunidades a lo imposible.
Hoy, y en los tiempos venideros, mi libertad no tendrá fronteras.
CESONIA (tristemente). No sé si hay que alegrarse, Cayo.
CALÍGULA. Tampoco yo lo sé. Pero supongo que de eso habrá que vivir.

      PARA PENSAR...
1.- ¿Qué es el poder, para Calígula? ¿Existe obligación moral de obediencia a las disposiciones ordenadas por éste? Razónalo.
2.- ¿Y si en lugar de un tirano loco, el poder es ejercido por un Parlamento que se considera autorizado para legislar sin límite, por pensar que sus determinaciones son la fuente de lo justo?

3.- En nombre de qué sería legítima la resistencia política, tanto pasiva como activa?   

4.- Se plantea en este texto un conflicto entre el dinero, la vida humana y el poder. ¿Qué valor ha de concedérseles, respectivamente, y por qué?


Aquí dejo un enlace a la obra de teatro, representada en "Estudio 1" de TVE en 1971, y protagonizada por el gran José María Rodero: