sábado, 20 de abril de 2024

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (100)

EL VALOR DE LA PERSEVERANCIA


        La constancia es un valor humano que puede suplir muchos talentos, ingrediente necesario en la consolidación de todo hábito positivo, en toda virtud genuina. Sin embargo, no puede ser suplido por ningún otro valor. La generosidad, el respeto, la paciencia, la resistencia a la frustración, la responsabilidad, el esmero en el trabajo, la compasión… toda virtud, en fin, se adquiere mediante la reiteración de actos a impulso de una voluntad persistente.

Por ello, si queremos que una persona consolide y saque a la luz su mejor versión, es importante ayudarle para que actúe de forma perseverante y persistente. 

            Es conocida aquella fábula en la que dos ranas cayeron en un recipiente de nata y empezaron a hundirse.Al principio, las dos patalearon en la nata para llegar al borde del recipiente, pero era inútil; sólo conseguían chapotear y hundirse cada vez más. Una de ellas exclamó: “No puedo más. Es imposible salir de aquí. Y ya que voy a morir no veo por qué prolongar este sufrimiento. No tiene sentido morir agotada por un esfuerzo estéril”. Dicho esto dejó de patalear y se hundió con rapidez. 

            La otra rana, más persistente, se dijo: “¡Uff... parece imposible, sin embargo mi familia y mis amigos me esperan; mientras pueda, no debo dejar de intentarlo.”Siguió chapoteando en el mismo lugar durante un buen tiempo… y, de pronto, de tanto patalear y batir las ancas, la nata se fue convirtiendo en mantequilla. Sorprendida, la rana dio un salto y llegó hasta el borde del recipiente. Una vez fuera, pudo regresar a casa croando alegremente.

El esfuerzo perseverante no es la virtud suprema, ciertamente, pero sin él no puede arraigar en el carácter ningún valor humano de envergadura. No obstante, especialmente en tiempos o en ambientes de permisividad o de hedonismo -de aprecio excesivo del placer y de la comodidad-, el esfuerzo se convierte de por sí en una virtud notable. 

Se ha puesto de moda el término resiliencia, que vendría a significar más o menos lo mismo que la virtud de la fortaleza. Hablamos en el fondo de un valor humano decisivo para la formación del carácter y para contar con personas capaces de afrontar dificultades y adversidades, en quienes se pueda confiar para encomendarles responsabilidades, liderar grupos, sostener proyectos... Es también una clave importante para la educación emocional puesto que conlleva autodominio y es fuente de serenidad, de estabilidad y de equilibrio.

Si queremos enriquecer nuestro carácter, mejorar nuestras actitudes y comportamientos, es preciso luchar con perseverancia para corregir nuestros defectos. La nuestra es una naturaleza “herida” (son las consecuencias del pecado original, que tantos pensadores y pedagogos han constatado, atribuyéndolas a los más diversos factores y llegando a malentenderlas en muchos casos; Rousseau, por ejemplo, las refería a la vida en sociedad y a la propiedad privada). Por ello, es preciso el esfuerzo permanente y la apertura a la gracia divina para reconducir nuestra vida al bien, a la verdad y a la belleza, en lucha paciente contra nuestro defecto o defectos dominantes y fomentando la virtud de manera perseverante. 

Aquí encaja muy bien la afirmación de Viktor Frankl: “quien tiene un para qué encontrará y podrá soportar el cómo”. No se trata de no caer, sino, cuando se tiene un “para qué”, de no cansarse nunca de estar empezando siempre.

(Publicado en el semanario La Verdad el 19 de abril de 2024)

 

lunes, 15 de abril de 2024

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (99)

            LA GOLONDRINA Y LA GOTA DE AGUA

En alguna ocasión anterior hemos afirmado que la reflexión, la responsabilidad y la constancia son cimientos básicos y manifestación de una personalidad equilibrada y madura, la cual ha de ser siempre el principal objetivo de la educación. El cultivo de estos valores humanos diferencia al verdadero educador respecto del mero docente, al maestro de vida del simple enseñante.

La persona madura es la que piensa por sí misma, decide por sí misma y actúa por sí misma orientando su vida a la verdad, al bien, a la justicia, al amor y a la belleza. Acerca de la reflexión y la responsabilidad hemos venido hablando detalladamente en aportaciones anteriores. Nos referiremos ahora, brevemente, a la constancia.

En tiempos "líquidos", en los que la comodidad, la mediocridad, la prisa y el emotivismo configuran la mentalidad dominante, lo más frecuente es venir a caer en la superficialidad y en la inestabilidad. En cambio, decir constancia, en relación con la formación de carácter y la personalidad, es decir estabilidad, firmeza, equilibrio, perseverancia, resistencia a la frustración.

Como decía Aristóteles: "Una golondrina no hace verano, o un solo día hermoso; de igual modo, un solo día o una temporada de felicidad no bastan para hacer a un hombre dichoso." Muchas veces ponemos buena intención e interés en realizar algo costoso, pero la dificultad, el ambiente hostil, los comentarios de desaliento de otras personas o el aplazamiento de la solución al problema nos inducen a abandonar. Muchos jóvenes, muchas personas en general, son generosos. Realizan en ocasiones incluso heroicidades de cierto calibre, pero sólo a ratos. Les falta la serena y firme constancia en la generosidad que forja personalidades maduras, estables, consistentes.

Es fácil empezar y hacerlo con fuerza, pero mantenerse firmes y perseverantes hasta el final está en las fronteras del heroísmo. La perseverancia es virtud fundamental, cimiento de una personalidad valiosa y estable. Se ha dicho que la constancia es la mejor fragua de la madurez. Su necesidad nace de una luminosa realidad: suple muchas cualidades, pero no se suple con ninguna.

Por ello, frente a una “pedagogía del confort” y del “sin esfuerzo”, de una espontaneidad sin rumbo fijo, que llevan a un “pensamiento débil” y a la proliferación de personalidades inconsistentes, es necesario insistir en que una de las tareas más importantes en la formación del carácter y de una rica personalidad es el hábito de la perseverancia, seguir a pesar de la dificultad, la superación y la firmeza ante las adversidades y cansancios. “La gota de agua no horada la roca por su fuerza, sino por su constancia”, decía Ovidio.

(Publicado en el semanario La Verdad el 12 de abril de 2014)



viernes, 5 de abril de 2024

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (98)


           SI CADA UNO LIMPIA SU ACERA, LA CALLE ESTARÁ LIMPIA


Los padres y educadores deben educar gradualmente en la capacidad de esfuerzo y la responsabilidad, evitando actitudes permisivas a la vez que el rigorismo.

El niño/a necesita saber lo que debe o no debe hacer, así como las consecuencias de incumplir lo acordado. Es imprescindible dictar las normas desde el afecto, formulándolas de manera positiva a ser posible, no siempre a modo de prohibiciones (que también deberán darse en ocasiones y quedar claras), motivándolas según la edad y disposición del niño, con el fin de que comprenda los motivos y para que piense y decida por sí mismo, y no actúe solo por miedo al castigo.  

En una conducta responsable lo adecuado es realizar lo que se encomienda con diligencia pero sin precipitación, con puntualidad y con esmero, sin descuidar los detalles. Es importante centrarse en la tarea, no andar disperso o distraerse cuando se realiza (por eso es importante, por ejemplo, que haya orden y tranquilidad en el lugar y durante los tiempos dedicados al estudio y el trabajo personal). Cuando el trabajo o la tarea haya concluido, ha de informarse enseguida a quien lo encomendó o lo supervisa: si se ha cumplido el objetivo o han surgido dificultades, incidencias…; y si ha surgido algún problema, no limitarse a exponerlo, sino insinuar soluciones a quien tiene que decidir.

            Suele decirse, con razón, que “en educación, lo que no se evalúa se devalúa”, por ello hay que valorar el modo en que realizan su trabajo, no impidiendo que, llegado el caso, puedan experimentar sus limitaciones e incluso posibles equivocaciones, con el fin de que adquieran experiencia y criterio por ellos mismos. En este sentido, conviene no privarles de padecer las consecuencias desagradables de sus acciones por falta de atención, de interés o por precipitación (gastar la paga sin criterio, no hacer a tiempo las tareas, mentir, dejarse llevar por la pereza o el egoísmo...) 

            Al corregir hay que tener en cuenta las circunstancias y la intención, conviene hacerlo con firmeza pero sin humillar al niño, buscando más la causa que la culpa -aunque si la ha habido, conviene señalarla-, aclarando que es su conducta inadecuada la que nos disgusta pero que le seguimos queriendo igual y que confiamos en sus posibilidades de mejora. Hay que desterrar las descalificaciones del tipo: "¡Ya sabía que lo ibas a hacer mal" o "¡eres un inútil!"

            El educador no ha de olvidar el reconocimiento positivo, felicitando y mostrando satisfacción acerca de lo bien hecho, valorando también la intención y el esfuerzo. Conviene que estemos atentos a las buenas conductas para reforzarlas y alabarlas con frecuencia. A veces nos olvidamos de reconocer las cosas que han hecho bien y las buenas intenciones. Esto mata la ilusión por hacer nuevas tareas y se produce en el niño o el joven un lamentable descenso de su autoestima.  

            Los educadores somos modelos insustituibles en el proceso de adquisición de hábitos responsables, por ello hemos de mostrar ejemplo de autoexigencia personal, de alegría por el cumplimiento de las obligaciones y de preocupación sincera hacia las necesidades de otras personas. 

            Es este un capítulo esencial en la formación de la personalidad. No olvidemos que si cada uno limpia su trozo de acera y afronta sus responsabilidades con decisión, estaremos cambiando el mundo: la calle estará limpia. 

(Publicado en el semanario La Verdad el 5 de abril de 2024)

martes, 19 de marzo de 2024

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (97)

ASUMIR RESPONSABILIDADES CONCRETAS (IV)

 


            Es preciso encomendar responsabilidades a los hijos o alumnos para que aprendan poco a poco a pensar, decidir y actuar por propia iniciativa, ponderando el contenido y el valor de lo que se hace y sus consecuencias, y preocupándose por resolver eficazmente los problemas y las necesidades de los demás. 

            Se trata de proponer tareas accesibles que lleven a saborear el éxito y la satisfacción por lo que se hace bien y por el cumplimiento de las obligaciones y deberes. Serán normalmente tareas domésticas concretas o encargos en el aula de los que tendrá que responder.

            En los primeros años se tratará de que los niños adquieran determinados hábitos y de que la costumbre facilite posteriormente -a partir de los 7 años más o menos- la toma de decisiones personales con cierta reflexión y voluntariedad. Así, a los niños pequeños conviene presentarles ocasiones para tomar algunas decisiones, proponiéndoles elecciones que supongan poco riesgo y ayudándoles con pautas que faciliten la elección. Al principio bastará proponer dos posibilidades, por ejemplo: “¿Qué prefieres llevar al parque: el balón o la bici? ¿Qué ponemos de postre: manzana o yogur?¿Qué jersey quieres ponerte, el rojo o el azul? ¿Qué te parece que le compremos a tu hermano: un juguete o un puzzle? ...” 

            Más adelante se pasará a presentarles tres o más alternativas y, cuando elijan, se les pedirá que indiquen el porqué de su decisión. Razonar las decisiones les ayudará a no obrar de un modo caprichoso o impulsivo. Es bueno que el educador les nombre temporalmente encargados de alguna tarea; que los padres pidan sugerencias a los hijos para resolver alguna situación cotidiana a su alcance y que vayan participando paulatinamente en otras decisiones familiares, mientras observan cómo los padres sopesan ventajas e inconvenientes, cómo valoran riesgos, criterios morales o de otro tipo...

El afecto y el ejemplo de padres y hermanos será el mejor estímulo, y los límites y normas que se marcan en el hogar son un buen libro de instrucciones. Es preciso no sustituirles en lo que puedan hacer por sí mismos, animarles a que piensen las cosas antes y después de hacerlas, pedirles cuentas de lo que han hecho, que se preocupen por los demás y que vayan tomando conciencia poco a poco de que el bien que ellos no hagan se quedará sin hacer.

Conviene explicar en lo posible la razón o el propósito de lo que se les encomienda y el modo en que tienen que hacerlo. También las consecuencias que se seguirán de hacer bien y de hacer mal lo que se les encomienda. La claridad en este punto es fundamental; es preciso conocer las reglas para saber lo que se tiene que hacer y cómo, y para comprender por qué se ha actuado bien o mal. 

Será bueno que desarrollen la iniciativa y la constancia por medio de algún tipo de hobby o afición que suponga actividad, y no lo es en absoluto el recurso habitual a la televisión, la tablet, el móvil… ya que esto conduce a la pasividad y a la superficialidad.

No nacemos responsables. Se aprende a ser responsable ejercitando la constancia, la paciencia, el esmero, la generosidad, la sensibilidad hacia las necesidades de otros y, en definitiva… asumiendo responsabilidades concretas. 

(Publicado en el semanario La Verdad el 15 de marzo de 2024)

martes, 12 de marzo de 2024

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (96)

EDUCANDO EN LA RESPONSABILIDAD (III)



 
            Aprender a tomar decisiones de forma paulatina ayudará al niño o niña a afrontar sus necesidades y a darse cuenta de las necesidades de los demás. Para ello, a partir de los dos años y medio, más o menos, conviene crear un ambiente en el que los niños puedan tomar algunas decisiones que les afecten: elegir juegos, ropa, qué libro quiere que se le lea, qué desea merendar, qué fruta quieren y otras pequeñas acciones de su vida cotidiana, etc. Una vez hecha la elección, la debe llevar hasta el final, acabando lo que empezó, y no se le deben permitir conductas caprichosas. 

Es preciso empezar tempranamente con tareas adecuadas aumentando paulatinamente la dificultad según avanzan en edad: al principio, seguir las rutinas establecidas (lavarse los dientes, asearse antes de sentarse a comer, recoger los juguetes al terminar los juegos, dejar las cosas en su sitio, ayudar a poner la mesa…); asegurarse de que cuidan bien sus cosas y procuran no perderlas; a medida que avanzan iremos encomendándole tareas concretas (recoger la mesa, encargarse de poner el lavavajillas, ayudar a sus hermanos pequeños a vestirse, hacerse la cama…), y más tarde pedirle que proponga iniciativas para la vida familiar (participar en la programación de las actividades para el fin de semana, ideas para el álbum de fotos familiar, etc.)

Las tareas escolares tienen valor, sobre todo, porque ayudan a ejercitar la responsabilidad y a crear rutinas de trabajo en casa. Los padres deben marcar un horario y apreciar si este es suficiente o no, si conviene hacer breves descansos, si el niño es puntual o se relaja en exceso, si se centra o se distrae con otras cosas… No conviene que sean los padres los que le “hagan los deberes”, y no deben facilitarle en exceso las soluciones, sino que deben animar a que pregunte al profesor y aprenda a resolverlos por sí mismo. Es conveniente ponerse de acuerdo con el profesor o profesora acerca del cumplimiento de las tareas desde el principio. 

Para que vaya madurando en estos aspectos no hay que evitarle esfuerzos; tiene que aprender a resolver los problemas para los que esté capacitado y a pedir ayuda cuando es realmente necesario, contando siempre con el apoyo emocional de sus padres y maestros, pero aprendiendo a ser protagonista. En general se trata de no dárselo todo hecho, de que aprenda a conseguir metas algo difíciles por medio de su esfuerzo. Es muy importante reconocer, valorar y felicitar por todos los avances que se observen en el proceso.

Conviene que aprenda tempranamente a valorar y cuidar el orden, a obedecer las normas; debemos fomentar y alentar el gusto por el trabajo bien hecho, propiciar el autocontrol para que se acostumbre a dominar caprichos y a sobrellevar con buen ánimo estados y situaciones de frustración. No hay que dejarle tomar decisiones movido por las ganas y desganas, pues ello conduce a que la pereza domine su carácter.

Si se equivoca o precipita al elegir o decidir, conviene que experimente las consecuencias de su elección, aplicando, si es el caso, una corrección adecuada. Ello le servirá para ser más reflexivo y valorar aspectos positivos y negativos de lo que vaya a elegir. En todo caso, padres y educadores tenemos que estar cerca para ayudarles a tomar sus decisiones y a reflexionar antes y después de realizarlas.

 

(Publicado en el semanario La Verdad el 8 de marzo de 2024. 

Agradezco especialmente a la profesora Mariví Moreno, 

maestra de Educación infantil, sus aportaciones.)

viernes, 8 de marzo de 2024

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (95)

ELOGIO DE LA RESPONSABILIDAD (II)


Es preciso -porque hoy se echa en falta muy a menudo- hacer un elogio de la responsabilidad como objetivo educativo. Nos hallamos frente a uno de los valores humanos o virtudes más importantes en la educación de la personalidad. Ser una persona responsable marca la diferencia entre una vida mediocre y una vida que mira a la excelencia. En ella prima el deseo de orientarse al bien y difundirlo -cayendo en la cuenta de que “el bien que yo no haga se queda sin hacer”-, el afán de dejar este mundo mejor de lo que lo hemos encontrado y de perfeccionar el propio carácter para poder aportar lo mejor de uno mismo a los demás.

La responsabilidad no surge espontáneamente. Por ello, uno de los objetivos principales que debemos plantearnos los padres y educadores es que nuestros hijos o alumnos vayan integrándose de manera responsable en los diversos ámbitos de la vida, empezando por el escolar y el familiar: que sean capaces de cumplir con sus obligaciones, de asumir compromisos, de ayudar a otras personas en sus dificultades, de aportar iniciativas para el bien común. 

Ser responsable no sólo es cumplir lo que se nos manda. Eso sería mera obediencia (que no es poco); ser responsable es algo más, es tomar la iniciativa, esmerarse, saber elegir y decidir por uno mismo con todas las consecuencias. Requiere pensar bien antes de hacer algo, no eludir compromisos, acometerlos de la mejor manera posible y ser conscientes de que nuestras elecciones y decisiones tienen consecuencias que repercuten en los demás, consecuencias que, por ello, tenemos que asumir.

Una persona responsable no se conforma con obedecer y cumplir las reglas, ni con satisfacer los “mínimos”. Frente a la ley del mínimo esfuerzo muestra aceptación activa, diligencia y esmero: toma lo que se le encomienda como tarea propia y busca la mejor solución posible; hace suya la voluntad o la necesidad de quien se la demanda. No suele poner excusas ni se queja habitualmente. Por su deseo de hacer las cosas bien y por su capacidad de iniciativa pone los fundamentos de una verdadera creatividad, la de quien, en lugar de poner pegas, las resuelve lo mejor posible. No rehúye tareas que repercuten en beneficio ajeno, haciéndose digno de la confianza de los demás porque lo que hace procura hacerlo bien -lo mejor posible-, con iniciativa y con esmero. 

Es esa persona que “tira del carro” cuando los demás le necesitan, porque toma el bien de los demás como si dependiera de ella. Y esto caracteriza de manera primordial a una persona madura y positiva. Todos alabamos y agradecemos en los demás una servicialidad que va de la mano de una competencia profesional o técnica.

Si queremos educar a nuestros hijos o a nuestros alumnos en la responsabilidad hemos de fomentar en ellos una capacidad de autoexigencia que los lleve a no pactar con la vulgaridad, con la negligencia, con la pereza y la superficialidad. Librarles de las dificultades o de los sinsabores, realizar las cosas que por su edad debieran llevar a cabo por sí solos, es una manera segura de hacerles débiles, indecisos y, en definitiva, de frenar su desarrollo personal. Encanijarles.

   
            (Publicado en el Semanario La Verdad el 1 de marzo de 2024)

lunes, 4 de marzo de 2024

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (94)

EDUCAR LA RESPONSABILIDAD EN LOS NIÑOS (I)



Hay una responsabilidad que es inherente al libre albedrío que posee toda persona, algo así como la otra cara de la moneda. Consiste en el dominio que tenemos sobre nuestras acciones voluntarias y sus consecuencias. Por eso podemos y debemos “responder” de ellas, porque esas acciones las hemos elegido nosotros pudiendo haber elegido otras, y respondemos de ellas como propias. Ello implica tener que hacerse cargo del contenido y de las consecuencias de tales decisiones tomadas libremente. Y así, la responsabilidad acerca de una acción buena es lo que llamamos mérito, mientras que si es acerca de algo malo, se llama culpa.

Somos responsables, para bien o para mal, de lo que elegimos y decidimos. Y si elegimos una acción, una tarea, un modo de tratar a una persona, etc., pero no nos queremos hacer cargo de las consecuencias que ello traiga consigo, no podemos decir que hemos elegido de verdad. Eso es lo que solemos llamar libertinaje. No somos libres de verdad -moralmente- si no somos dueños de nuestras acciones y decisiones y de sus consecuencias, y buscamos con ellas el bien. Es lo que diferencial al hombre libre del libertino.

Pero hablamos también de la responsabilidad en otro sentido, no del todo extraño al anterior. Por ejemplo, cuando decimos que una persona es una irresponsable por no atender al cumplimiento de sus obligaciones: un médico negligente, un profesional poco competente, un político que no ha pensado en la repercusión de sus decisiones, etc. Y lo mismo decimos de un niño o un joven que no cumple con sus deberes domésticos o escolares, que no cuida de sus hermanos más pequeños, que no mide las repercusiones de su modo de actuar (por ejemplo cuando juega con el fuego o con el gas, cuando no asume ningún tipo de tarea en el hogar, etc.) 

A una persona responsable, por el contrario, no dudamos en encomendarle ciertas tareas de importancia porque se ha hecho digna (es decir, merecedora)  de nuestra confianza. Estamos seguros de que tomará con el mayor interés y esmero lo que se le encomienda, que lo atenderá del mejor modo posible, etc. Este tipo de “responsabilidad” es un valor humano -una virtud, o más bien un conjunto de virtudes- que tiene gran importancia en educación, sobre todo en la formación integral de niños, jóvenes e incluso de adultos. Es uno de los ingredientes principales de la madurez del carácter, de una personalidad valiosa. En este sentido se ha llegado a definir la educación como una ayuda para que los niños y jóvenes sean personas en quienes se pueda confiar.

A menudo escuchamos a padres o madres: "quiero que mi hijo/a sea feliz", pero piensan que esto se logra evitándole cualquier dificultad, anticipándose a sus deseos, dándole todo o casi todo lo que pide o cediendo ante cualquier resistencia o contrariedad. Y así, toman las decisiones por él, excusan su conducta, hacen sus deberes escolares o cuidan en exceso sus necesidades personales. Les ahorran las consecuencias de sus errores y negligencias, y con ello ciertas frustraciones a corto plazo, pero les hacen más vulnerables y dependientes, les encaminan hacia frustraciones más difíciles de afrontar y para las que se verán sin fortaleza y confianza en sí mismos. Se les impide que lleguen a ser “personas responsables”.

      (Publicado en el semanario La Verdad el  23 de febrero de 2024)



miércoles, 28 de febrero de 2024

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (93)

     EL ARTE DE EDUCAR Y CORREGIR (y IV)



        La formación del carácter –y más en particular del criterio y de la voluntad- es indispensable para que el niño y el joven alcancen el dominio de sí mismos. Es precisamente en este marco donde conviene reflexionar sobre el papel e importancia de ciertas ayudas externas como el premio y el castigo, como venimos haciendo. La educación no es una ciencia exacta, es más bien un “arte”, un saber hacer que se aprende haciendo. Y uno de sus aspectos más difíciles es precisamente saber aplicar premios y castigos, sobre todo estos últimos.

            Ni unos ni otros deben aplicarse de forma indiscriminada, sin tener en cuenta la personalidad de cada niño o joven. Dicho lo cual -sobre todo en un mundo permisivo y cargado de emotivismo-, hay que aceptar como norma general ser claros en las normas y firmes en la aplicación de las correcciones o castigos. Si unas veces se castiga una acción y otras se tolera o incluso se aprueba sin razón, la valoración de la conducta no quedará clara, y el educador perderá autoridad, dejará de inspirar certeza; el niño pensará que actúa por su estado de humor y no según el valor de los principios o normas, llegará a incubar rencor y buscará “coger la vuelta”, vengarse o engañar a padres y educadores. 

          Hay que dejar claro que es su conducta inadecuada la que nos enfada y disgusta, pero que, como persona e hijo/a, le seguimos queriendo igual. Hay que desterrar las descalificaciones del tipo: "-¡Ya sabía que lo ibas a hacer mal" o "-¡Eres un inútil!"

Tenemos que intentar evitar los castigos colectivos (esto suele darse a veces en el ámbito escolar) porque generan resentimiento en quienes no han cometido directamente la falta. Y lo mismo puede pasar si esto acontece en el ámbito familiar, entre hermanos.

            Es importante que estemos atentos a las buenas conductas para reforzarlas y alabarlas con frecuencia. A veces, les reprendemos y nos olvidamos de reconocer las cosas bien hechas y la buena intención, motivo por el cual los educandos pierden ilusión y se produce el consiguiente descenso de su autoestima.

Por otra parte, es preciso rectificar si en alguna ocasión nos hemos equivocado al imponer un castigo, e incluso pedir perdón por ello. Conviene que el ejercicio de la autoridad no se base en una imposición a ultranza, sino en el deseo de ayudar de verdad al crecimiento moral del educando. 

A medida que vayan creciendo los hijos, habrán de ir disminuyendo los castigos y aumentado las orientaciones educativas, el diálogo y el intercambio de criterios y pareceres. 

        Pero hay un tipo de incentivo que no debe desaparecer nunca; antes bien debe convertirse en la más fecunda y útil forma de motivación: el ideal. Los ideales son bienes nobles y altas aspiraciones que impulsan a mejorar el mundo y a uno mismo. Son imprescindibles, porque el ser humano es un ser de proyectos que necesita ilusión para buscar el bien. Al principio los ideales y metas pueden ser propuestos por el educador; más tarde, cuando se va madurando, la persona hace suyos determinados valores e ideales, que vienen a ser una fuente de sentido y su motivación más noble. Proponer a los jóvenes un gran ideal es el mejor instrumento para formar en ellos una mirada amplia, generosa, valiente, perseverante. Se ha llegado a decir que si a un joven se le pide poco no da nada, pero si se le pide mucho da más de lo que se le pide. (Timon David)


       (Publicado en el semanario La Verdad el 16 de febrero de 2024)

lunes, 26 de febrero de 2024

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (92)

EL CASTIGO EDUCATIVO. PAUTAS (III)

 


El castigo educativo o corrección es conveniente y eficaz si se entiende como una consecuencia que sigue a una actitud inadecuada en el educando. Persigue hacerle entender que el comportamiento adecuado y consecuente es responsabilidad suya, y hemos de procurar siempre que sea una ayuda para favorecer su autocontrol.

El castigo busca corregir la conducta inadecuada. Nunca es suficiente por sí mismo para dar lugar al buen comportamiento, ya que este no debe ni puede ser consecuencia del temor sino del aprecio por el bien y del sentido del deber. Por ello, como ya se ha dicho, el castigo ha de ir precedido de unas normas y advertencias claras y asequibles, ha de ser coherente e ir acompañado de amor, de sentido común y de firmeza. Por lo demás, como principio educativo, es preferible acudir al elogio y reconocimiento del buen comportamiento que a la sanción y la represión del inadecuado. Pero a veces será necesario corregir; tan contraproducente es el rigorismo como el permisivismo.

Hemos advertido ya que nunca nuestra impaciencia o mal humor han de traducirse en un castigo. Este nunca debe ser provocado por nuestro enfado ya que sería recibido como una especie de venganza o desquite, como una reacción agresiva y no como una pauta educadora. 

El castigo o la corrección deben ser inmediatos si se quiere disuadir de una conducta, pero conviene evitar el apasionamiento por ambas partes, ya que se pierde objetividad y se puede caer en la desproporción. Por eso, a veces, si educador y educando están bajo la presión del enfado, conviene demorarlo un poco (“luego vienes a hablar conmigo sobre esto”) para pedir explicaciones, si es el caso, y explicar con calma el porqué de la sanción. Conviene que el infractor pueda explicarse con cierta calma y que esté en condiciones de valorar adecuadamente lo que hizo. 

La corrección ha de ser proporcionada a la gravedad de la falta, a la intención del niño, a las circunstancias y a los efectos que puedan seguirse. Los castigos no deben ser excesivos pero tampoco insignificantes, han de suponer un esfuerzo pero han de ser asequibles (se deben poder llevar a cabo). Y también han de mantenerse. Es importante que el educando sepa que “lo que se dice se hace”. Advertir de un castigo y luego no cumplirlo resta eficacia a la corrección y a la autoridad del educador. No tiene mucho sentido decir, por ejemplo: “si no apruebas, te quedas sin vacaciones”, si luego, por las incomodidades que el castigo vaya a suponer, no se cumple. De inmediato, y en el futuro, el recurso a la sanción dejará de ser eficaz. Conviene, por consiguiente, ser sobrios en las amenazas (o advertencias) y firmes en la aplicación.

Firmeza, así pues, en mantener la sanción, pero también, en determinadas situaciones, flexibilidad cuando se percibe un sincero y convincente cambio de conducta. A veces, si se aprecia un cambio en los propósitos o en la actitud (arrepentimiento, dolor por lo que hizo, sincero deseo de mejorar…), se puede atenuar o levantar el castigo, manifestando nuestro reconocimiento por el cambio de disposición. Esta flexibilidad cuando se constata la mejora de la conducta sancionada puede convertirse en incentivo positivo para consolidar tal mejora.

      (Publicado en el semanario La Verdad el 9 de febrero de 2024)

domingo, 11 de febrero de 2024

RAFAEL ALVIRA, MAESTRO Y AMIGO. IN MEMORIAM.

 


Ante la muerte de un maestro -de nuestro maestro- es obligado, a mi parecer, traer a nuestro recuerdo el conocido pasaje de la Ética a Nicómaco en el que Aristóteles reflexiona sobre la restitución que se debe a aquellos amigos de quienes se han recibido favores dirigidos a nuestra persona, cuando la amistad se funda en la virtud: “La compensación de los favores recibidos -dice el estagirita- debe hacerse libremente y medirse por la intención. Así parece que debe obrarse también con los que nos comunicaron el amor al saber (la “filosofía”); su valor, en efecto, no se mide con dinero, y no puede haber honor adecuado a ellos, pero quizá baste, como cuando se trata de los dioses y de los padres, tributarles el que nos es posible”. (Ética a Nicómaco, 1164 b)

El valor de la amistad y de aquellos dones que nos vienen de los padres y de la divinidad, es impagable, no tiene precio. Y lo mismo ha de decirse de “aquellos que nos comunicaron el amor al saber”… No podemos sino tributarles todo el honor, el reconocimiento, la dignidad y la gratitud que nos sea posible porque siempre estaremos en deuda hacia ellos. 

El propio Aristóteles distinguía entre la amistad en la que dos se aman el uno al otro -se ama lo que el otro es, a él mismo-, y aquella en la que se ama lo que el otro tiene, ya sea a causa del placer, ya sea por interés. (Ibíd, 1164 a)

El magisterio y la amistad se hallan en el mismo caso: la gratuidad, el don de uno mismo, de lo que sabe y de lo que es, fundan una relación que conlleva la búsqueda del bien del otro -“amar, decía también Aristóteles, es querer el bien del otro”-. El ser humano, la persona, crece y se consolida dándose, trascendiéndose. Con su vida y con su magisterio, Rafa -así le llamábamos sus muchos amigos- mostraba que el ser humano encuentra su mayor altura y expresión al darse a sí mismo a través de sus atenciones, de su trabajo bien hecho y de sus vínculos.

Rafael Alvira ha sido -y seguirá siendo- un generoso maestro de humanismo; ha sabido educar y suscitar calidad humana desde el respeto, la amistad y la confianza. Entendía la educación como el arte de suscitar en otros lo mejor de su propia humanidad. Su magisterio ha sido -y es- donación de sí mismo. En él hemos hallado siempre ejemplo y estímulo para dar también lo mejor de nosotros. 

En el don se expresa la persona, que se pone a sí misma en lo que da y que busca el bien de la persona a la que se ofrece el don. Así como en el contrato se tiende a reducir la deuda a cero, en el don se tiende a hacerla crecer infinitamente, porque se busca el bien del otro, y en esto no hay medida: se busca el mayor bien posible. 

La lógica del don inherente al magisterio tal y como Rafa lo entendía y practicaba se apoya en la confianza primordial en la persona del otro. En esto hay un componente de riesgo, porque esta lógica estriba en no exigir ni obligar al otro a que corresponda. Mientras en una relación de transacción se buscan seguridades de contraprestación que tienden a eliminar la deuda, como decíamos, la donación se nutre de la esperanza: cuando damos incondicionalmente, nos abrimos a que el otro también dé incondicionalmente, esto es, libremente, con aquello que únicamente él o ella puede aportar por ser quien es. Y así, el maestro, al ofrecer el don de su calidad humana, suscita que el discípulo dé libremente lo mejor de sí mismo. De este modo, cuando el discípulo corresponde al don incondicionado recibido del maestro, no se cancela ninguna deuda: acontece un encuentro, un diálogo de gratuidades que discurre en la amistad.

Maestro verdadero es quien sabe transmitir y suscitar en otros calidad humana con su vida. Se trata más bien de alguien que procura vivir lo que enseña y enseñar lo que vive; que enseña a vivir, más aún, que educa con su vida. Rafa Alvira era y será siempre de estos: maestro de vida que procura hacer bien el bien y que contagia su entusiasmo y su ilusión, convirtiéndose en referente que anima a crecer, a vivir creciendo siempre. Porque educar, decía, es suscitar la virtud en el ser humano para que crezca como persona.

Rafael Alvira ha escrito que “aún más que la ciencia, es esencial en el educador la capacidad de despertar en otros el gusto -y esto es un arte-; y para ello es preciso que atesore entusiasmo, interés y admiración por las cosas y por las personas”. El maestro es alguien que atesora “entusiasmo, interés y admiración por las cosas y por las personas”… Con esta afirmación Rafa estaba haciendo un retrato fiel de sí mismo; es posible que sin saberlo, pero sin duda eso era precisamente lo que pretendía ser. Con su amabilidad y con su magisterio hacía el vivir más gustoso y amable a cuantos tuvimos el privilegio de conocerle y aprender de él. A su lado se experimentaba y entendía esa verdad que era para él tan inspiradora: Bonum diffusivum sui.

Andrés Jiménez.

jueves, 8 de febrero de 2024

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (91)

CUANDO TOCA CASTIGAR… ALGUNAS PAUTAS (II)

           


             Venimos hablando de los incentivos que han de acompañar la motivación y las pautas de aprendizaje, entre los cuales, decíamos, se hallan los premios y los castigos. Continuamos tratando de estos últimos. 

        Castigos y correcciones han de venir precedidos de normas o de advertencias claras y razonadas. Es fundamental que se planteen y comprendan como consecuencias naturales de las acciones, nunca como una acción arbitraria o como gesto de poder. El niño debe saber con exactitud por qué se le castiga. De lo contrario, atribuirá el castigo al capricho, a la arbitrariedad o a la mala voluntad de quien le castiga (“me tiene manía”, “no me quiere…”)

            Los educadores, y sobre todo padre y madre, deben estar de acuerdo a la hora de premiar y de castigar para evitar el desconcierto o el resentimiento del niño: no puede sancionar uno lo que el otro considera tolerable o incluso normal o bueno. Ambos quedarán, además, desautorizados.

            Conviene aplicar la recriminación en privado, desapasionadamente y con el sincero propósito de ayudar al niño para que fortalezca su capacidad de autodeterminación. La corrección privada permite aclarar mejor las cosas, evita humillaciones públicas, casi siempre contraproducentes, y previene ante las posibles réplicas o malos modos del reprendido en presencia de testigos, lo cual podría minar la autoridad moral del educador. Por cierto, conviene que el lugar donde se aplica la corrección sea el “territorio” del educador, no el del educando, donde éste se siente ambientalmente más seguro. De lo contrario se corre el peligro de que “se crezca” o desafíe abiertamente la autoridad de aquél. 

            La corrección ha de apuntar en lo posible a la raíz del fallo. No es lo mismo que la causa sea el orgullo, la pereza, la superficialidad, el rencor, la vanidad o el miedo, por ejemplo. Por eso es bueno averiguar por qué el niño se comportó así: si hubo malicia o simple descuido, si  tenía claro lo que debía hacer y lo que podía pasar si no lo hacía, etc. A veces hay que corregir la intención, otras el modo de comportarse, otras la falta de atención o de interés…

            La corrección o el castigo tienen que buscar sobre todo el autoexamen y la resolución personal por parte del niño, y por ello han de servirle para reflexionar sobre los motivos de la acción, sobre el modo de atajarlos si son inadecuados, las consecuencias que se han seguido y el modo de restituir, si es el caso, el perjuicio ocasionado…, de forma que se vaya conociendo mejor a sí mismo, que averigüe cuáles pueden ser sus defectos dominantes y que haga propósitos de mejora en el futuro. 

            Si el defecto dominante –la raíz de la que procede el comportamiento inadecuado- está claro, es muy oportuno propiciar la autocorrección: si tiende a ser impuntual, que se proponga llegar a sus citas un poco antes; si es orgulloso, que procure reprimir sus quejas; si es perezoso, que se ofrezca voluntario a tareas que le resultan algo más costosas; si está enganchado a dispositivos, que decida prescindir de la TV o de las pantallas determinados días; si negligente, que se proponga asumir la responsabilidad de aquello en lo que ha mostrado despreocupación, si áspero o displicente, que haga algún favor a una persona a la que ha ofendido o que le resulta poco simpática, etc.

            Continuaremos…

          (Publicado en el semanario La Verdad el 26 de enero de 2024)

miércoles, 24 de enero de 2024

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (90)

VALOR EDUCATIVO DEL CASTIGO: LA CORRECCIÓN (I)

 


    A la hora de educar es necesario establecer unas normas y determinar ciertos límites de comportamiento. Es en este marco donde tiene cabida el castigo, la corrección educativa. El castigo ha de entenderse como corrección de la conducta e incentivo para la reflexión y la autodeterminación del educando, tiene valor educativo cuando contribuye directa o indirectamente a la rectificación voluntaria del comportamiento. 

    Los límites son inherentes a las normas, especifican lo que no se tiene que hacer. Son pautas claras acerca de lo aceptable o inaceptable, dan seguridad acerca de lo que se puede/debe y no se puede/debe hacer. Poner límites no es controlar autoritariamente a los hijos, es crear unos lazos invisibles de protección, tanto para la integridad física como la emocional. Da seguridad, como decimos. Más aún, no poner límites puede llegar a ser la mayor de las violencias, porque el hijo puede sentirse no mirado, no existente. 

    Un castigo o una reprimenda ha de ayudar al niño a pensar en lo que ha hecho, en por qué no hizo lo que debía y en qué es lo que tiene que hacer. Por eso ha de ser propiamente una “corrección” y ha de tener una finalidad positiva. Corregir es rectificar. El castigo sirve para cortar y corregir una conducta inadecuada, pero por sí solo no basta para obrar bien. Ha de ir precedido y acompañado por otras motivaciones e incentivos.

    Todos vivimos dentro de unas normas y de ciertos límites. También el educador ha de ponerse límites y nunca ha de mostrar un comportamiento arbitrario. 

    Jamás nuestra impaciencia o mal humor han de traducirse en un castigo. Este no ha de ser motivado nunca por nuestro enfado, ya que sería recibido como una especie de venganza o desquite y nunca como una pauta educativa. Tampoco ha de ser algo así como un refuerzo del estatus del educador sobre el niño o joven para mantenerle en su sitio o para que sepa quién manda aquí. Se trata de un medio para conseguir la mejora de la conducta, nunca puede ser un medio para dejar patente el poder de los padres, ni el equivalente a un código penal familiar. Una corrección educativa de ningún modo ha de ser vejatoria o humillante. Esto lleva al resentimiento, no a la modificación verdadera de la conducta. 

Nuestro mensaje no ha de ser nunca que él es malo, sino que hizo una cosa mala que no podemos aprobar. Y que estamos seguros de que será capaz de hacer las cosas bien y de lograr metas muy valiosas si se lo propone de verdad.

El niño ha de percibir que se busca su corrección y su bien, no su perjuicio o humillación, y que no por ello se le deja de querer sinceramente. Hemos de hacerle ver que nos duele castigarle, y que nuestra estima por él no ha disminuido por haber tenido que corregirle. Pero esto conlleva también firmeza y entereza, mantener lo mandado. 

En alguna ocasión hemos recordado a Gabriela Mistral, la gran educadora chilena: “Para corregir no hay que temer. El peor maestro es el maestro con miedo. Todo puede decirse; pero hay que dar con la forma. La más acre reprimenda puede hacerse sin deprimir ni envenenar un alma. Aligérame, Señor, la  mano en el castigo y suavízamela más en la caricia. ¡Reprenda con dolor para saber que he corregido amando!".

        (Publicado en el semanario La Verdad el 19 de enero de 2024)

lunes, 8 de enero de 2024

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (89)

LA MOTIVACIÓN Y LA CORRECIÓN: LOS INCENTIVOS


 

            La formación del carácter –y más en particular del criterio y de la voluntad- es indispensable para que el niño o el joven alcance el dominio de sí mismo. En este marco conviene reflexionar sobre el papel y la importancia de ciertas ayudas externas como el premio y el castigo.

            Premios y castigos han de entenderse como medios convenientes para promover la automotivación, ese impulso que mueve a la persona desde dentro por propia decisión. En principio, es preferible siempre el premio al castigo, pero hay veces en que es preciso corregir. Pero elogios y reproches, premios y castigos, no se pueden suministrar de forma indiscriminada, sin tener en cuenta las personalidad de los niños y los jóvenes.

En el ámbito escolar, Hunnicut y Thomson pusieron en relación la aplicación de estos incentivos con la índole temperamental de los alumnos, clasificados en extravertidos e introvertidos. 

La conclusión a la que llegaron fue que los individuos que más progresaban en el aprendizaje eran los alumnos extravertidos a los que se incentivaba con castigos cuando era preciso (eran propensos a relajarse y a obrar a la ligera en cuanto se les dejaba de exigir).

En segundo lugar se colocaron los introvertidos a los que se elogiaba cuanto iban haciendo (estaban necesitados de estima y reconocimiento). 

            En cambio, descendían mucho en su rendimiento tanto los alumnos extravertidos que eran elogiados (se confiaban y distraían fácilmente) como los introvertidos censurados (eran inseguros y faltos de confianza).

            Un verdadero educador no cree en los castigos, sino en la capacidad que tiene el que los recibe para reformar su conducta. Son medios que pretenden rectificar, corregir, y suelen ser eficaces para evitar conductas, y no tanto para fomentarlas (el miedo al castigo no anima a hacer el bien). Es por amor y mediante el cultivo de la virtud como se logran vencer verdaderamente los hábitos negativos. San Juan Bosco aconsejaba a sus colaboradores: “Nunca castiguéis sino después de haber agotado todos los recursos”. Pero los castigos son convenientes cuando se saben aplicar bien.

Establecimiento de normas

            El castigo presupone la existencia de normas. Éstas ayudan a la voluntad y a los afectos a dirigirse a lo que está bien, defienden al bien frente a la pereza, la inconstancia, la superficialidad y la malicia. La norma tiene que facilitar la adquisición del hábito, y ésta la de las actitudes, valores humanos y virtudes. No olvidemos que la naturaleza humana -lastrada por las consecuencias del pecado original- tiende a lo fácil si no se ejercita oportunamente y si no encuentra el apoyo de obligaciones que mueven al cumplimiento del deber.

            Las normas tienen que ser pocas y claras, han de ser bien explicadas y comprendidas. Las hay más esenciales, innegociables, que sostienen las prioridades del proyecto educativo familiar o escolar, y que afectan a todos, incluso al educador. Las hay también ocasionales o secundarias, acerca de las que se puede transigir en función de las circunstancias, si se considera conveniente. El incumplimiento deliberado de las normas es el que ha de ser más propiamente objeto de castigo o corrección.

      (Publicado en el semanario La Verdad el 29 de diciembre de 2024)

miércoles, 3 de enero de 2024

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (88)

MOTIVAR INCENTIVANDO AL EDUCAR: LOS PREMIOS


Premios y recompensas constituyen un medio para conseguir una conducta deseada, pero no es fácil emplearlos bien. Han de ser incentivos que conduzcan poco a poco a la motivación intrínseca de los niños y los jóvenes, esa que mueve desde dentro, la actitud de quien obra buscando el bien que corresponde a lo que se hace, por sí mismo y no por la recompensa que le siga.

Los incentivos vienen bien cuando falta esta motivación intrínseca y madura. Pero lo suyo es ir desapareciendo para dar paso a su tiempo al criterio personal y a la determinación de la voluntad propia. Por eso no hay que abusar de la recompensa recurriendo a ella con demasiada frecuencia. No se puede dar un premio por cualquier cosa. El mejor premio es el que se obtiene al experimentar la satisfacción del deber cumplido.

La recompensa pedagógica puede revestir muchas formas: una mirada de aprobación, un gesto cariñoso, una palabra, la concesión de un permiso deseado, un regalo, etc. En general, diremos que el más apropiado es siempre el elogio. Pero no hay que excederse en los premios y alabanzas, pues perderían eficacia y se correría el peligro de hacer al niño egoísta y calculador, acostumbrándole a obrar bien sólo con miras a la recompensa. Esta no sería ya un aliciente adicional sino el fin de la conducta, y esto no sería bueno.

El estímulo es siempre más eficaz que la reprimenda. A veces ésta será inevitable, pero el incentivo será más eficaz si el hijo ve que se le reconoce la obra bien realizada y el esfuerzo, aunque éste no haya sido coronado por el éxito. Un elogio correcto, justo, oportuno, estimula y educa para el bien. 

Algunas pautas

Hay que dar el premio prometido siempre que el niño lo gane, evitando el extremo de no premiar nunca o de premiar en exceso y por cualquier cosa. Si en el hogar no se le dan compensaciones al niño en su obrar, tenderá a buscarlas fuera. Pero el mejor premio es el afectivo, la alabanza, el elogio y el aprecio, la estima sincera.

El premio es más eficaz si se recibe de inmediato. Si una madre alaba a su hijo por haber ordenado su habitación al poco tiempo de haberlo hecho, conseguirá que éste la deje recogida con más frecuencia que si lo hace al día siguiente o sólo de vez en cuando. Aprender a aplazar las recompensas es un síntoma de madurez, pero en los niños lo más corriente es que necesiten recibir recompensas de modo más inmediato, intentando evitar, como se ha dicho, que actúe solo por la recompensa. 

En este sentido, también es conveniente dividir la tarea propuesta en fases, premiando y reforzando cada una de ellas con gestos adecuados. En este caso no hay que olvidar que en educación “el éxito llama al éxito”, y así, una meta alcanzada y recompensada impulsa a acometer otra un poco más difícil, y así sucesivamente.

Las recompensas son más importantes y necesarias cuando el niño está aprendiendo a hacer algo por vez primera. Hay que reforzar sobre todo en los comienzos, mientras el hábito se va consolidando. Una vez consolidado, el refuerzo se puede llevar a cabo más espaciadamente.

     (Publicado en el Semanario La Verdad el 22 de diciembre de 2023)