viernes, 23 de junio de 2023

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (73)

¿CÓMO SE EDUCA LA CONCIENCIA MORAL? (IV)

 

Venimos insistiendo en educar en la reflexión a niños y jóvenes; y un aspecto esencial de esta tarea es la formación de la conciencia moral.

Debemos seguir siempre el juicio de nuestra conciencia cuando ésta es cierta (segura) y verdadera. Si una persona está segura de lo que debe hacer, está obligada a actuar en conformidad con ello. Pero esto no es suficiente... Porque no basta la seguridad en el propio juicio para garantizar la veracidad. Una persona equivocada en su juicio moral puede obrar “de buena fe”, pero a la vez de manera inadecuada y dañina. Quizás no sea culpable si su ignorancia es inevitable, pero no deja de estar equivocada. 

La rectitud de conciencia ha de ser una aspiración permanente de la vida moral. Por eso es de la mayor importancia formarla bien, para que sus juicios sean verdaderos. De que la conciencia se forme bien y guíe la vida de las personas depende que nuestra existencia sea realmente humana. Ahora bien, volvemos a preguntarnos, ¿cómo se forma o se educa la conciencia moral? 

1) Lo primero es tener una idea clara y reflexionar con rigor acerca de la dignidad de la que es portadora toda persona humana. Y de esta manera advertir qué es digno de ella y qué no lo es. El consejo de personas sabias y prudentes y la propia reflexión son necesarios para ello. También es importante estudiaracerca de los fundamentos de la Ética para adquirir criterios bien fundados. El desconocimiento o ignorancia puede ser fuente de desorientación moral. 

2) Pero no basta sólo tener ideas claras. Es preciso vivir habitualmente de acuerdo con juicios rectos. Si no se es consecuente en la práctica con las exigencias del orden moral, uno acaba normalmente por deformar sus criterios y la conciencia puede corromperse. Y es que la ética es ante todo una forma de vivir –la forma humana de vivir- y, si el pensamiento, los sentimientos, la voluntad y las acciones no concuerdan, la vida se desarregla y acaba oscureciéndose el juicio acerca de lo adecuado y lo inadecuado. Por eso es indispensable procurar siempre obrar de manera correcta. No basta con saber lo que debe hacerse o evitarse; es preciso hacerlo de modo habitual.

3) Es difícil que uno sea “juez en su propia causa”, ya que nuestros condicionamientos emocionales y nuestros deseos pueden dificultar la rectitud de nuestros juicios. Por eso es bueno dejarse aconsejar por personas bien formadas, que nos merezcan confianza, para que nos ayuden a ser objetivos y, si es preciso, para que nos corrijan. 

4) Ayuda o perjudica mucho el ambiente en el que habitualmente nos movemos. Las personas y los grupos, con sus ejemplos y costumbres, con sus sanciones (aprobación, elogio, aceptación, reproches, críticas, exclusiones, etc.) influyen poderosamente en nuestra visión de las cosas. Así ocurre con los medios de comunicación social, los grupos de amigos, las leyes vigentes, las redes sociales y la publicidad…, y su influencia en modas, gustos, juicios de valor, formas de vida, acciones, etc. Es importante ser conscientes del ambiente en el que nos desenvolvemos, sus valores y prioridades, y someterlos a revisión y crítica para no dejarse llevar de forma irreflexiva y gregaria. Y por lo mismo, buscar ambientes que nos ayuden a vivir rectamente y a orientar nuestro juicio moral.

(Publicado en el semanario La Verdad el 23 de junio de 2023)

viernes, 16 de junio de 2023

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (72)

LA FORMACIÓN DE LA CONCIENCIA (III)


Para aprender a distinguir el bien del mal en situaciones concretas y conducir la propia vida de acuerdo con ello no es suficiente la teoría. Es preciso también apelar a la experiencia. Veámoslo.

Existe una forma de satisfacción y de alegría que es consecuencia de haber obrado bien; por ejemplo, uno se siente útil tras haber ofrecido ayuda, consejo o tiempo a un amigo; o cuando ha superado una importante dificultad o ha concluido bien una tarea costosa. Esa alegría brota del interior, “va de dentro afuera”. 

Hay en cambio otras formas de alegría pasajeras, fruto de la satisfacción de necesidades vitales inmediatas, como saciar la sed con un refresco, y que, por así decir, “van de fuera adentro”; pueden ser más excitantes e intensas, pero suelen ser menos profundas y valiosas. Proporcionan agrado, pero no verdadera elevación humana.

La cuestión aquí es que la diferencia entre ambas formas de satisfacción sólo se percibe bien cuando se experimenta. Es lo que ocurre con la famosa afirmación de que hay más gozo en dar que en recibir: solo “el que lo probó lo sabe”, como diría el poeta. Por eso, cuando se ha comprobado que el goce inmediato no es tan satisfactorio como actuar generosamente o como superar ciertas dificultades, es más fácil pronunciarse en favor de conductas o decisiones valiosas aunque sean sensiblemente menos atrayentes. Es preciso haber saboreado con alegría el bien auténtico, para comprobar que otros placeres “no saben” tan bien, dejan vacío, no sacian de verdad. 

Muchas personas, cuando hacen balance de su vida para ver si ha merecido la pena, lo que intentan en el fondo es hallar situaciones y gestos en los que hubo experiencias de gozo de esas que van “de dentro afuera”. Pero si sólo han hallado de las otras, las que van “de fuera adentro”, el resultado no suele ser muy halagüeño.

La publicidad, por ejemplo, tiende a borrar la frontera entre la necesidad auténtica y deseos no siempre necesarios. Al asociar (a veces engañosamente) un producto con la satisfacción de una necesidad artificial o con una moda, tal producto o marca se presenta sin más como si fuera bueno. Pero es preciso tener fortaleza para “decir no” a algo que aunque atrae sensiblemente no es digno o realmente necesario. Y sólo quien sabe que ese “no” es en realidad un “sí” a un gozo y a un bien mayores tiene fuerza para no dejarse persuadir. El criterio se forma y consolida con la práctica.

No es muy bueno incentivar comportamientos por medio de la codicia -por ejemplo cuando decimos a un hijo que le compraremos tal regalo si aprueba-, sino incitando a la superación de sí mismo y a la generosidad. De ahí la importancia de una temprana dedicación de niños y jóvenes a tareas que impliquen superación personal, entrega generosa y abnegada, y son fuente de satisfacciones personales profundas. En un corazón pleno no hay necesidad de llenar o disimular carencias y vacíos afectivos.

Por lo mismo, es conveniente asimismo generar hábitos de sobriedad y autodominio,  de superación personal y de responsabilidad mediante un ejercicio asiduo de pequeños actos de dominio personal, de vencimiento propio, negándose a actuar por caprichos intrascendentes o por comodidad. Un ejemplo sencillo: los expertos suelen decir que la voluntad de un joven es más vulnerable a determinados consumos y adicciones si nunca se ha ejercitado antes en privarse de ciertos caprichos: soportar la sed durante algo de tiempo, no quejarse continuamente a la menor incomodidad, comer con moderación, no tirar papeles o desperdicios al suelo haciendo uso de la papelera, ser puntual… Así se forja un carácter que lleva a conducirse por motivos de cierto calado como la generosidad, el amor a la obra bien hecha, el deseo de superar dificultades y resolver problemas, de hacer la vida más agradable a los demás, etc. 

Si una persona adquiere estos hábitos será más difícil que se comporte de modo caprichoso, imprevisible y voluble. Suscitará la confianza de quienes esperan con fundamento que ponga lo mejor de sí misma en lo que se hace. William James decía que “no se puede esperar de una persona que se niegue a hacer algo ilícito si antes no ha sido capaz de negarse a sí mismo cosas lícitas”. Decía Aristóteles que a juzgar y obrar bien se aprende obrando bien.   

    (Publicado en el semanario La Verdad el 16 de junio de 2023)    

 

sábado, 10 de junio de 2023

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (71)

FORMANDO LA CONCIENCIA MORAL (II)

 


Es de suma importancia fomentar cuidadosamente el sentido crítico de niños y jóvenes, y en particular su conciencia moral. Se trata de enseñar a pensar y vivir con madurez y en libertad, siguiendo como pauta fundamental la orientación al bien, sabiendo además que los medios de difusión de las noticias y las ideas han adquirido una fuerza de penetración tan apremiante. 

Saber leer críticamente el titular de una noticia, juzgar una película, criticar un espectáculo, saber, en una palabra, conservar el dominio del juicio y de los propios sentimientos contra todo cuanto tiende a despersonalizarnos, se ha convertido en una exigencia de nuestro tiempo. Y por supuesto la conducción de la propia vida y la relación y el trato con las demás personas.

En los primeros años las figuras de apego y de referencia, sobre todo con el afecto, la escucha, el ejemplo y el consejo, son las que ofrecen pautas de comportamiento a los más pequeños. La primera pauta, lógicamente, es “obedecer a los mayores…”

Al llegar a los 6 ó 7 años, con el “uso de razón”, el niño (la niña) descubre que es libre y nota la ‘llamada del bien', de modo que se crea en él una notable necesidad de atenerse a lo moral, una especie de sentido de la justicia que empieza a iluminar la conciencia moral y favorece una primera adquisición del criterio propio. Es muy oportuno por ejemplo, leer juntos cuentos o narraciones y luego comentar con ellos acciones y actitudes de los personajes, haciéndoles ver las diferencias entre el bien y el mal.

Entre los 9 y los 12 años se inicia un interés por verdades profundas, relativas al sentido de la vida, por lo que es correcto moralmente y lo que no. Ya son capaces de ponerse en lugar de otro. Si queremos ayudar al desarrollo de la conciencia moral y de una personalidad equilibrada hemos de ayudarles en estos años en la adquisición de criterios. ¿Cómo hacerlo?, con ocasión de ciertos comportamientos, sin agobiar, más bien atendiendo a las circunstancias, ayudando a reflexionar con ejemplos…:

- Cuando dices que una película (o un cuento, una historia…) te gusta, ¿qué quieres decir exactamente?, ¿por qué te gusta?, ¿qué personaje es tu favorito y por qué?...

- Si no te gusta hacer algo, porque te cuesta o porque no tienes ganas, por ejemplo ordenar tus juguetes y tus cosas, ¿es suficiente razón para pensar que eso es malo? ¿Qué pasaría si nadie hiciera cosas que son necesarias (hacer la comida, lavar la ropa, fregar los cubiertos, limpiar las habitaciones, otros trabajos…)?

- Si alguien prefiere las manzanas a las naranjas ¿significa que las manzanas son mejores que las naranjas?

- Y cuando te apetece hacer algo, por ejemplo quitarle a tu hermana su estuche de pinturas para usarlo tú, ¿eso significa que es bueno? ¿Y si es ella la que te quita a ti el tuyo? Si a mucha gente le gusta algo, por ejemplo insultar o mentir, ¿eso lo hace bueno?... 

- A veces dices que te gusta ayudar a personas que tienen alguna necesidad, ¿por qué? 

Estas u otras muchas preguntas similares, en esas edades, pueden ayudar a descubrir el camino que conduce al bien. Hemos de facilitar que se mueva libremente hacia el bien: "hacer las cosas porque entiendo que son buenas", no porque me apetecen o las hacen los demás. 

    (Publicado en el semanario La Verdad el 9 de junio de 2023)

miércoles, 7 de junio de 2023

¿PARA QUÉ SIRVE LA VERDAD?


 

Un autor contemporáneo llamaba no hace mucho la atención sobre un hecho algo llamativo: “Los filósofos, decía, han sido siempre unos ciudadanos mal mirados en la ciudad. Nunca se ha sabido exactamente qué hacer con ellos... Por eso unas veces se los ha enviado al exilio por carencia de trabajo para ellos y otras por el contrario se les ha encargado el gobierno de la polis.”(1)  Claro que “esto último era pensable en tiempos en que (...) a la verdad se le confería un peso de realidad discernible.(2)       

Sin embargo, como ha escrito Xabier Zubiri, “hoy estamos innegablemente envueltos en todo el mundo por una gran oleada de sofística”.(3) Para el gran metafísico español, la sofística quiso “formar a los nuevos hombres de Grecia desentendiéndose de la verdad.”(4) Y no es exagerado afirmar  que “como en tiempos de Platón y de Aristóteles, también hoy nos arrastran inundatoriamente el discurso y la propaganda”. (5)

 Y ello hasta extremos de magnitud incalculable, puesto que los logros y posibilidades de nuestro desarrollo tecnológico hacen que el poder económico-político se extienda hasta absorber todas las esferas de la cultura, es decir, de la conciencia que el ser humano posee de sí mismo y de su lugar en el mundo. 

En este sentido decía Guardini que la cultura es una “imagen existencial humana” y que “para medirla, no bastará sólo preguntar qué consigue, sino también que se hace en ella del hombre”. (6)

            Pues bien, la filosofía es la pregunta a un tiempo racional, radical y global que, a decir de Hegel, lleva a pensar el propio tiempo. No es exagerado observar que el nivel de humanidad de una época puede medirse por las reflexiones filosóficas en que se inspira. Un tanto hiperbólicamente, se ha llegado a decir que la historia es la filosofía puesta en ejemplos.

Sin embargo, lo primero que cabe resaltar aquí es lo peculiar del papel que a la actividad filosófica se le asigna en la vida. Se insiste a menudo –y no voy a discutirlo ahora- en que la filosofía no sirve para nada. Pero cuando en un pueblo se han ausentado los auténticos filósofos, aunque haya algunos que se sirvan de ese nombre para halagar a quien les paga o para construir un pedestal a su vanidad, ocurre que todo espacio de libertad es utilizado para preparar la conquista del poder en cualquiera de sus formas. Porque si lo único que cuenta es quién tiene el poder y como puede hacerlo valer de manera efectiva, ¿para qué sirve la verdad?, ¿para qué puede servir buscarla en todos los órdenes de la realidad y de la vida? Hay varias respuestas plausibles. En esta ocasión nos centraremos en una que nos parece fundamental.

La verdad, precisamente porque no es algo útil, es la condición más indispensable para que sea posible la libertad humana. Sucede de hecho que la libertad, el camino del ser humano hacia sí mismo y su plenitud, no carece de dificultades y riesgos. Y uno de los más importantes es que –como ocurría con los sofistas de antaño- sea disociada de la verdad.




Una libertad al margen de la verdad

¿Por qué la libertad es “difícil”? En primer lugar, porque hay algo en el ser humano que quiere la libertad, sin duda, pero también existe algo en él que la rechaza o siente su ejercicio como algo arduo y demasiado cargado de responsabilidades, algo que la aborrece, que se cansa. Resulta que es más fácil ser esclavo que libre, y es más fácil también luchar por la libertad que vivir en ella, porque no basta con proclamarla, fingirla o tolerarla, sino que hay que apuntalarla en la verdad –es decir, en lo real- y darle un sentido, un para qué consistente, acorde con lo verdaderamente humano. Pero desde ese momento nos vemos vinculados, obligados, comprometidos. 

Por eso es más simple dejarse llevar. Salustio escribía ya que la mayoría de los hombres no quieren en realidad ser libres; prefieren tener buenos amos.

Y por eso comprobamos a menudo que el individuo tiende con demasiada facilidad a claudicar pasivamente ante el poder. Sin embargo, el único antídoto contra el poder desnudo que no reconoce norma alguna por encima de sí, es la afirmación de la verdad; más precisamente aún, el compromiso vital con ella.

El siglo XX y el XXI son una verificación de que los asesinos y los mercenarios de los regímenes y movimientos fanáticos y totalitarios, de los cárteles y los llamados “ejércitos de liberación”, se reclutan entre hombres así, hombres grises, simplificados, más dóciles a su agresividad y a sus apetitos que a los argumentos y afanes de la inteligencia; y por ello más manipulables. Es el Poder, el partido, el sindicato o el grupo mediático quienes deciden las injusticias que deben indignar y las que deben dejar indiferente, lo que ha de tolerarse y lo que no. Este imperio de lo opinable y de la cancelación, en el que la verdad depende de quien la diga y de la violencia con que lo haga, crea un tipo de ciudadano perfectamente dócil a toda forma de totalitarismo.

En su novela 1984, George Orwell se plantea con fiereza la posibilidad de que la verdad fuera el resultado de una decisión de los fuertes, del sistema, del “Gran Hermano”. ¿Quién, por consiguiente, podría negar entonces que dos y dos fueran cinco si así lo establecía un poder vigilante por encima del cual no hay nada? ¿Quién puede defender en ese caso a sus víctimas? ¿En nombre de qué? ¿Cómo puede no extinguirse la libertad? 

En un importante pasaje de la narración, Winston Smith, el protagonista, acaba de descubrir las pruebas de una falsificación documental realizada por el llamado Ministerio de la Verdad, en el cual trabaja; medita acerca una noticia manipulada que ha llegado a su poder y que inculpa a tres individuos inocentes. Él lo sabe, pero conocer la verdad sobre este asunto hace que su conciencia le sitúe frente a la lectura oficial de los hechos:

“Se preguntó... si no estaría loco. Quizás un loco era sólo una “minoría de uno”. Hubo una época en que fue señal de locura creer que la tierra giraba en torno al sol: ahora era locura  creer que el pasado era inalterable... Pero la idea de ser un  loco no le afectaba mucho. Lo  que le horrorizaba era la posibilidad de estar equivocado.

            (...) Al final, el Partido anunciaría que dos y dos son cinco y habría que creerlo. Era inevitable que llegara algún día al dos y dos son cinco. La lógica de su posición lo exigía. Su filosofía negaba no sólo la validez de la experiencia, sino que existiera la realidad externa. La mayor de las herejías era el sentido común. Y lo más terrible no era que le mataran a uno por pensar de otro modo, sino que pudieran tener razón. Porque, después de todo, ¿cómo sabemos que dos y dos son efectivamente cuatro? O que la fuerza de la gravedad existe. O que el pasado no puede ser alterado. ¿Y si el pasado y el mundo exterior sólo existen en nuestra mente y, siendo la mente controlable, también pueden controlarse el pasado y lo que llamamos la realidad?

           ¡No, no!, a Winston le volvía el valor (...) Había que defender lo evidente. El mundo sólido existe y sus leyes no cambian. Las piedras son duras, el agua moja, los objetos faltos de apoyo caen en dirección al centro de la Tierra... 

Con la sensación (...) de que anotaba un importante axioma, escribió: "La libertad es poder decir libremente que dos y dos son cuatro. Si se concede esto, todo lo demás vendrá por sus pasos contados.” (7) 

La verdad es peligrosa para el poder absoluto y totalitario, para los enemigos de la libertad; descalifica el voluntarismo nihilista de los superhombres. Por eso, el antagonista de Winston en la novela orwelliana, no duda en afirmar: 

“Nosotros, Winston, controlamos la vida en todos sus niveles. Te figuras que existe algo llamado  la naturaleza humana, que se irritará por lo que hacemos y se volverá contra nosotros. Pero no olvides que la naturaleza humana la creamos nosotros. Los hombres son infinitamente maleables... Si tú eres un hombre, Winston, es que eres el último ejemplar de esa especie. A esa especie la hemos sucedido nosotros. ¿Te das cuenta de que estás solo, absolutamente solo? Te encuentras fuera de la historia, no existes.” (8)

 


La mentalidad dominante en nuestro tiempo 

Max Weber consideró que nuestra época asistía al “desencantamiento del mundo”, refiriéndose al carácter de una sociedad occidental modernizada, burocratizada, secularizada, donde la comprensión científica está más valorada que la creencia y el misterio, y donde los procesos están orientados a metas racionales: no existen en torno a nuestra vida poderes ocultos o imprevisibles, sino que, por el contrario, todo puede sor dominado mediante el cálculo y la previsión. (9)

Pues bien, los acontecimientos mismos han mostrado que el control propio de una razón dominadora, autoconvencida de que saber es un poder (10)amenaza con convertir el nuestro en un mundo sin encanto, sin vínculos profundos y sin hogar, regulado por los sueños oscuros del poder. La razón misma, autosuficiente, no tendría ni pretendería otra justificación que sus propias creaciones. Los tortuosos desafíos de algunos hombres de ciencia o de algunos centros del poder económico pueden servir como ejemplos recientes de lo que venimos diciendo.

            Si tuviéramos que pensar el propio tiempo, como pedía Hegel a la filosofía, podríamos destacar que se ha extendido en los últimos tiempos, por encima de escuelas y sistemas filosóficos, la convicción de que el hombre "auténtico" –varón o mujer- es el que triunfa en la vida, lo cual significa: el que llega a ser autosuficiente, el que se desata de vínculos y dependencias forjando su propia seguridad e imponiendo sus deseos, el que no se debe a nadie más que a sí mismo y sólo es para sí mismo. En el ámbito individual eso significa autosatisfacción y bienestar, y en el colectivo –si es un grupo o una colectividad quien se erige en sujeto-, control, dominio y eficacia. Y el camino para lograr tal grado de autoafirmación no es otro que el propio hacer.

Esta mentalidad hoy dominante se levanta sobre el viejo desprecio del saber teorético en pro de la mentalidad productiva (poiesis) y la eficacia ("saber es poder"); hizo eclosión durante la Ilustración, momento en que la razón humana fue proclamada mayor de edad, y cuenta hoy con cauces muy precisos: economía, política, ciencia, técnica, informa­ción de masas..., o, si se quiere, economicismo, estatificación y pensamiento único, tecnocracia, con­sumismo... 

 


Las ideologías

Es producto de un implacable proceso de “ideologización de la cultura”. Pero, ¿qué debe entenderse por "ideología"? Las ideologías son sistemas de ideas que ofrecen una interpretación del mundo y del ser humano que sirven como instrumento para la instauración de una voluntad de dominio. Las ideologías son eminentemente pragmáticas, detrás de ellas no hay una pretensión de dar con la verdad sobre lo que ocurre en la realidad, lo que es justo o la naturaleza de las cosas. Su única intención es imponerse sobre cualquier otra concepción o postura.

Se trata de modos de entender el mundo articulados desde una voluntad de poder y no desde una apertura a la verdad, lo que las convierte en el fondo en meras condiciones de eficacia al servicio de la voluntad dominadora que las ha configurado. No tienen nada que ver con la adecuación a lo que las cosas son, con la verdad. Son eficaces y basta. Si logran imponerse, cuentan, y eso es todo. ¿Qué importa que una afirmación sea falsa o inmoral? El caso es que ‘hemos logrado que funcione’ y ha sido admitida por la opinión general. Para ello se cuenta, además, con poderosas herramientas de manipulación del lenguaje. (11)

Es el criterio de la praxis, entendida como producción de objetos y resultados externos y mensurables; el nudo pragmatismo. Dicho en expresión coloquial: “Lo de menos es que el gato sea blanco o negro. El caso es que cace ratones”. Por eso las ideologías no pertenecen al ámbito de la teoría, sino que penetran en la política, la economía, la comunicación, los núcleos y actividades generadoras de opinión.

Karl Marx escribía: “El problema de si al pensar humano responde una verdad objetiva no es una cuestión teórica, sino práctica. Es en la praxis donde tiene que demostrar el hombre la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. La disputa sobre la realidad o no realidad de un pensamiento, prescindiendo de la praxis, es una cuestión puramente escolástica.(12) Y añadía: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.” (13)

El caldo de cultivo para la imposición de una voluntad de poder es el relativismo, el nihilismo. Si todo es opinable y todas las opiniones son semejantes, si nada tiene valor por sí mismo, entonces lo que hace que prevalezca una postura u opinión sobre las demás es el grado de fuerza que la respalda y la conduce al éxito, a la supremacía sobre las demás, ya se trate de la seducción con la que se muestra, de la voluntad del legislador, de la moda o corriente mayoritaria, etc.)

Una cultura ideologizada devasta la verdad, el bien y la belleza, y las sustituye por sucedáneos: la apariencia, la mentalidad dominante, el placer, la utilidad, la comodidad, el éxito, el deseo... la posverdad. La realidad deja de ser el referente de lo verdadero, lo justo, lo correcto, lo bello... y todo pasa a depender del deseo predominante, del pensamiento único, de las emociones y la publicidad. Nietzsche lo llamaba la "voluntad de los fuertes"… ¿Nos preguntaremos aún para qué sirve la verdad…?

Andrés Jiménez Abad


[1] Olegario GONZÁLEZ DE CARDEDAL. El poder y la conciencia, Madrid, 1985, pág. 303.

[2] Ibídem

[3] Xabier ZUBIRI. Prólogo a Inteligencia Sentiente, Madrid, 1981, pág.15. Cit. en Olegario GONZÁLEZ DE CARDEDAL. Ídem, pág. 317.

[4] IDEM. Naturaleza, Historia, Dios. Madrid, 1974, 6ª ed., pág. 193.

[5] IDEM. Prólogo a Inteligencia Sentiente, loc. cit.

[6] ROMANO GUARDINI. La cultura como obra y riesgo. Madrid, 1960, pág. 20.

[7] GEORGE ORWELL. 1984. Estella (Navarra), 1983, págs. 69-70.

[8] IDEM. pág. 203.

[9] Cfr. MAX WEBER: “La ciencia como vocación”(1919). En Weber, M. El político y el científico. Madrid, Alianza, 1993, págs., 180-231. 

10 “Saber y poder son lo mismo; el sentido de todo saber es dotar a la vida humana de nuevos inventos y recursos”. (FRANCIS BACON. NovumOrganum, 1, 3; 1, 81)

[11] Términos-talismán como, por ejemplo, “ingeniería financiera”, "progreso", “beneficio cero”, “regulación de plantillas”, “interrupción voluntaria del embarazo”, “derechos reproductivos”, “escuela comprensiva e inclusiva”, “educación intercultural”, "inclusión", “opinión pública”, “perspectiva de género”, etc., gozan de una aureola encubridora de realidades menos halagüeñas.

[12] Karl MARX. Tesis sobre Feuerbach, 2ª tesis.

[13] Ibídem, 11ª tesis. 

martes, 6 de junio de 2023

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (70)

FORMACIÓN DE LA CONCIENCIA


Venimos hablando de la importancia de educar en la reflexión desde edades tempranas. Uno de los principales aspectos de esta preocupación es aprender a distinguir el bien del mal para orientar cabalmente nuestra conducta y para realizar juicios de valor apropiados. 

Todos sabemos que hay que hacer el bien y evitar el mal, pero esto no siempre es fácil. El ser humano puede hacer buen o mal uso de su libertad y a menudo no hace lo que debe, o hay situaciones y circunstancias en las que no es sencillo acertar con un comportamiento o una decisión adecuadas. 

Los niños están especialmente necesitados de referencias morales que les ayuden a distinguir en la práctica lo que está bien de lo que está mal o de lo que simplemente resulta atrayente. 

Muchas veces todos nos damos cuenta de que algo que hemos hecho no estuvo bien, y sentimos remordimiento por ello. Al reflexionar serenamente caemos en la cuenta de haber hecho algo indebido, pero ya no hay remedio porque el mal está hecho. Por ello, antes de actuar, conviene pararse a pensar lo que debemos hacer y lo que no. Necesitamos una “brújula” que oriente nuestras decisiones y nuestra conducta para distinguir el bien del mal en situaciones concretas y acertar en nuestro comportamiento. 

La conciencia moral es esa “brújula” que nos orienta acerca del bien y del mal. Es un juicio de valor que cada uno realizamos acerca de nuestros actos concretos. Parándonos a pensar si lo que hacemos es lo correcto, nos dice lo que tenemos que hacer, o lo que teníamos que haber hecho. La virtud que orienta a la conciencia moral es la prudencia, el criterio moral, el hábito de juzgar correctamente en las situaciones concretas.

La conciencia ha de ser educada y formada tempranamente para acertar a distinguir entre el bien y el mal en las diferentes situaciones. Se trata de una educación que conduce al perfeccionamiento personal y que supone respetar tres reglas de oro: Hacer el bien y evitar el mal. Tratar a los demás como queremos ser tratados. No hacer el mal para obtener un bien.

Desde los primeros años una conciencia moral incipiente despierta al niño en su interior al conocimiento y la práctica del bien. Es como una inclinación espontánea, pero muy elemental, que se va desmarcando poco a poco de la simple distinción entre el placer y el dolor. Conviene orientarla para que aprenda a situarse ante los acontecimientos de la vida respetando el valor propio de las cosas y de las personas (él incluido). Es una tarea de toda la vida, pero si no se ha llevado a cabo desde la infancia pueden producirse deformaciones nada fáciles de corregir más adelante. 

Las apariencias a menudo son engañosas y por ello nunca debemos dejarnos llevar por las primeras impresiones. El relativismo y el emotivismo presentes en la mentalidad hoy dominante favorecen la tiranía de los deseos, de las ganas y del gusto por lo fácil y atrayente. Por este motivo es fundamental enseñar a discernir tempranamente entre el bien y el mal. Como escribía Blaise Pascal, “nuestra dignidad radica en el pensamiento, en la reflexión. Esforcémonos en pensar bien: ese es el principio de la moral.” Seguiremos con este tema en próximas ocasiones. 

     (Publicado en el semanario La Verdad el 2 de junio de 2023)