lunes, 13 de mayo de 2024

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (102)

 DEMÓSTENES, O LA SUPERACIÓN

 


Un recurso educativo de primera importancia es contar con modelos que nos sirvan de inspiración, que nos estimulen a crecer, a hacer mejor las cosas…, y a perseverar en el camino del bien. La influencia de los ejemplos vivos es muy superior al mero razonamiento. No se trata solamente de ilustrar los principios teóricos para el comportamiento sino de que, al ver que otros los viven gozosamente -sobre todo si se trata de personas reales a las que conocemos o de personajes históricos, que han existido de verdad- se muestran alcanzables y atractivos a la vez. 

            Sus discursos, después de dos mil quinientos años, son un modelo que deben estudiar quienes desean destacar en la elocuencia. Dicen que fue el mejor orador que jamás ha existido; según Cicerón fue el orador perfecto. Si efectivamente fue así, resulta que Demóstenes, el mejor orador de todos los tiempos… era tartamudo.

     Siendo aún niño, asistió a un juicio y oyó el discurso del defensor y, cuando el pueblo acompañaba en triunfo al orador, decidió dedicarse también a la elocuencia. Pero la tarea no era nada sencilla. Contaba con una gran limitación: su tartamudez. Su complexión física, por otra parte, no le había propiciado una gran capacidad pulmonar, esencial para dirigirse a grandes auditorios

La primera vez que intentó hablar en público fue un desastre. A la tercera frase fue interrumpido por los gritos de protesta. Las burlas acentuaron el nerviosismo y el tartamudeo de Demóstenes, quien se retiró entre los abucheos sin siquiera terminar su discurso. 

Cualquier otra persona hubiera olvidado sus sueños para siempre. Fueron muchos los que le aconsejaron que desistiera de tan absurdo propósito, pero al parecer un anciano amigo le dijo:

- Creo que aún puedes hacer tu sueño realidad. 

- ¿Con esta lengua y estos pulmones?

- Sin duda. Más importante que la lengua es tu voluntad. Vuelve a empezar, insiste, lucha tenazmente contra tus defectos… La constancia te traerá el éxito.

Demóstenes intentó aceptar la frustración del momento como un acicate, y se embarcó en la aventura de superar las adversidades. Se afeitó la cabeza para resistir la tentación de salir a la calle y perder el tiempo. Día a día se concentraba en su formación. Corría por la playa gritando con todas sus fuerzas por encima del oleaje para ejercitar sus pulmones. Ponía piedrecillas debajo de su lengua y colocaba un cuchillo entre los dientes para forzarse a hablar sin tartamudeos. Al regresar a casa se paraba frente a un espejo para mejorar su compostura y sus gestos. Cuando tenía ocasión acudía a escuchar las argumentaciones de oradores aclamados.

Así pasaron meses y meses, antes de reaparecer de nuevo defendiendo con éxito a un fabricante de lámparas a quien sus ingratos hijos le querían arrebatar su patrimonio. En esta ocasión la seguridad, la elocuencia y la argumentación de Demóstenes fueron ovacionadas por el público hasta el cansancio. Demóstenes sería posteriormente elegido como embajador de la ciudad.

Demóstenes era tartamudo, ciertamente. Pero remedió sus limitaciones con ayuda de un duro y exigente entrenamiento. Conocer historias de superación personal como esta, en las que la perseverancia ha sido decisiva, puede ser un valioso aliciente para adquirir hábitos valiosos, vencer algunas limitaciones o incluso defectos de carácter. Y no solo por parte de los más jóvenes…

      (Publicado en el semanario La Verdad el 10 de mayo de 2024)

miércoles, 8 de mayo de 2024

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (101)

 

URDIMBRE DE UNA PERSONALIDAD VALIOSA


El fin básico de una educación integral de la persona es desarrollar un carácter maduro, estable, fundado en virtudes, en hábitos que aportan entereza, generosidad, responsabilidad, amabilidad, hondura de pensamiento, honestidad... Es preciso fomentar para ello una creciente unidad interior, acorde con el orden y jerarquía de las capacidades naturales del ser humano y fruto de un efectivo autodominio personal. 

Platón distinguía dos clases de valentía: el coraje de emprender y el coraje de perseverar, y consideraba este último -cuando se orienta al bien- la coronación de la paideia, de la educación. Ciertamente, la constancia, la perseverancia en el bien, configura la urdimbre psicológica y moral de una personalidad valiosa. 

La perseverancia entraña espíritu de superación permanente, prontitud, asiduidad y regularidad en el trabajo personal y en la actividad colectiva; firmeza en las propias convicciones y compromisos y en la dedicación y organización del propio tiempo. Supone poner los medios precisos para llevar a cabo las propias decisiones y alcanzar lo que uno se ha propuesto a pesar de eventuales dificultades o pérdidas de motivación. Se trata, en fin, de concluir bien lo que se ha emprendido. Decía Víctor Hugo que es en la continuidad, en la perseverancia en la búsqueda del bien, donde se reconoce a un alma grande.

Muchas piedras extraordinariamente duras, con el tiempo, al ser arrastradas por la corriente del río acaban por pulir sus aristas y convertirse en cantos rodados, de superficie fina y formas redondeadas y suaves. Seguramente conocemos a personas, famosas o no, a quienes las dificultades les han ayudado a pulir su carácter, a forjar una rica personalidad, a vencerse a sí mismas y superarse: en el deporte, el trabajo, ante las dificultades o calamidades a que a veces trae la vida… 

¿Y cómo forjar este valor humano tan importante? Veamos algunas pistas:

1)    Entusiasmarse con ideales que alienten e impulsen a mejorar, a superarse y a coronar el esfuerzo personal.

2)    Querer pocas cosas pero de verdad. No hace falta tener ideas geniales, pero es imprescindible que las que uno tenga las realice. La sabiduría popular nos advierte de que “el que mucho abarca, poco aprieta”.

3)    No fantasear: realismo, no dejarse llevar por la imaginación, distrayéndose. Centrar nuestra atención en lo que estamos haciendo en el momento presente. “A cada día le basta su afán”.

4)    Asistir a los compromisos y actividades puntualmente, con asiduidad y regularidad, afrontar las tareas y deberes sin dejarse llevar de las ganas y las desganas.

5)    Terminar con esmero las actividades que se emprenden, apreciar el trabajo bien hecho, no por perfeccionismo sino como una mejor manera de ofrecer un servicio y un beneficio a otras personas.

6)    Paciencia, no desesperanzarse ante las dificultades. Volver a empezar, sin cansancio, tras los posibles fracasos o contrariedades.

7)    Tomar como modelos de conducta a personas que destaquen por su constancia y capacidad de superación; ayudarse de personas que por medio de la exigencia y el afecto nos estimulen a vencernos a nosotros mismos para “sacar nuestro mejor yo”, y a reavivar nuestro empeño si caemos.

Un ejemplo concreto: cultivar tempranamente el hábito lector frente al abuso de pantallas y dispositivos diseñados expresamente para engancharse a la inmediatez, para cambiar constantemente y en el fondo para fomentar la inconstancia y la superficialidad.

          (Publicado en el semanario La Verdad el 26 de abril de 2024)