sábado, 20 de abril de 2024

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (100)

EL VALOR DE LA PERSEVERANCIA


        La constancia es un valor humano que puede suplir muchos talentos, ingrediente necesario en la consolidación de todo hábito positivo, en toda virtud genuina. Sin embargo, no puede ser suplido por ningún otro valor. La generosidad, el respeto, la paciencia, la resistencia a la frustración, la responsabilidad, el esmero en el trabajo, la compasión… toda virtud, en fin, se adquiere mediante la reiteración de actos a impulso de una voluntad persistente.

Por ello, si queremos que una persona consolide y saque a la luz su mejor versión, es importante ayudarle para que actúe de forma perseverante y persistente. 

            Es conocida aquella fábula en la que dos ranas cayeron en un recipiente de nata y empezaron a hundirse.Al principio, las dos patalearon en la nata para llegar al borde del recipiente, pero era inútil; sólo conseguían chapotear y hundirse cada vez más. Una de ellas exclamó: “No puedo más. Es imposible salir de aquí. Y ya que voy a morir no veo por qué prolongar este sufrimiento. No tiene sentido morir agotada por un esfuerzo estéril”. Dicho esto dejó de patalear y se hundió con rapidez. 

            La otra rana, más persistente, se dijo: “¡Uff... parece imposible, sin embargo mi familia y mis amigos me esperan; mientras pueda, no debo dejar de intentarlo.”Siguió chapoteando en el mismo lugar durante un buen tiempo… y, de pronto, de tanto patalear y batir las ancas, la nata se fue convirtiendo en mantequilla. Sorprendida, la rana dio un salto y llegó hasta el borde del recipiente. Una vez fuera, pudo regresar a casa croando alegremente.

El esfuerzo perseverante no es la virtud suprema, ciertamente, pero sin él no puede arraigar en el carácter ningún valor humano de envergadura. No obstante, especialmente en tiempos o en ambientes de permisividad o de hedonismo -de aprecio excesivo del placer y de la comodidad-, el esfuerzo se convierte de por sí en una virtud notable. 

Se ha puesto de moda el término resiliencia, que vendría a significar más o menos lo mismo que la virtud de la fortaleza. Hablamos en el fondo de un valor humano decisivo para la formación del carácter y para contar con personas capaces de afrontar dificultades y adversidades, en quienes se pueda confiar para encomendarles responsabilidades, liderar grupos, sostener proyectos... Es también una clave importante para la educación emocional puesto que conlleva autodominio y es fuente de serenidad, de estabilidad y de equilibrio.

Si queremos enriquecer nuestro carácter, mejorar nuestras actitudes y comportamientos, es preciso luchar con perseverancia para corregir nuestros defectos. La nuestra es una naturaleza “herida” (son las consecuencias del pecado original, que tantos pensadores y pedagogos han constatado, atribuyéndolas a los más diversos factores y llegando a malentenderlas en muchos casos; Rousseau, por ejemplo, las refería a la vida en sociedad y a la propiedad privada). Por ello, es preciso el esfuerzo permanente y la apertura a la gracia divina para reconducir nuestra vida al bien, a la verdad y a la belleza, en lucha paciente contra nuestro defecto o defectos dominantes y fomentando la virtud de manera perseverante. 

Aquí encaja muy bien la afirmación de Viktor Frankl: “quien tiene un para qué encontrará y podrá soportar el cómo”. No se trata de no caer, sino, cuando se tiene un “para qué”, de no cansarse nunca de estar empezando siempre.

(Publicado en el semanario La Verdad el 19 de abril de 2024)

 

lunes, 15 de abril de 2024

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (99)

            LA GOLONDRINA Y LA GOTA DE AGUA

En alguna ocasión anterior hemos afirmado que la reflexión, la responsabilidad y la constancia son cimientos básicos y manifestación de una personalidad equilibrada y madura, la cual ha de ser siempre el principal objetivo de la educación. El cultivo de estos valores humanos diferencia al verdadero educador respecto del mero docente, al maestro de vida del simple enseñante.

La persona madura es la que piensa por sí misma, decide por sí misma y actúa por sí misma orientando su vida a la verdad, al bien, a la justicia, al amor y a la belleza. Acerca de la reflexión y la responsabilidad hemos venido hablando detalladamente en aportaciones anteriores. Nos referiremos ahora, brevemente, a la constancia.

En tiempos "líquidos", en los que la comodidad, la mediocridad, la prisa y el emotivismo configuran la mentalidad dominante, lo más frecuente es venir a caer en la superficialidad y en la inestabilidad. En cambio, decir constancia, en relación con la formación de carácter y la personalidad, es decir estabilidad, firmeza, equilibrio, perseverancia, resistencia a la frustración.

Como decía Aristóteles: "Una golondrina no hace verano, o un solo día hermoso; de igual modo, un solo día o una temporada de felicidad no bastan para hacer a un hombre dichoso." Muchas veces ponemos buena intención e interés en realizar algo costoso, pero la dificultad, el ambiente hostil, los comentarios de desaliento de otras personas o el aplazamiento de la solución al problema nos inducen a abandonar. Muchos jóvenes, muchas personas en general, son generosos. Realizan en ocasiones incluso heroicidades de cierto calibre, pero sólo a ratos. Les falta la serena y firme constancia en la generosidad que forja personalidades maduras, estables, consistentes.

Es fácil empezar y hacerlo con fuerza, pero mantenerse firmes y perseverantes hasta el final está en las fronteras del heroísmo. La perseverancia es virtud fundamental, cimiento de una personalidad valiosa y estable. Se ha dicho que la constancia es la mejor fragua de la madurez. Su necesidad nace de una luminosa realidad: suple muchas cualidades, pero no se suple con ninguna.

Por ello, frente a una “pedagogía del confort” y del “sin esfuerzo”, de una espontaneidad sin rumbo fijo, que llevan a un “pensamiento débil” y a la proliferación de personalidades inconsistentes, es necesario insistir en que una de las tareas más importantes en la formación del carácter y de una rica personalidad es el hábito de la perseverancia, seguir a pesar de la dificultad, la superación y la firmeza ante las adversidades y cansancios. “La gota de agua no horada la roca por su fuerza, sino por su constancia”, decía Ovidio.

(Publicado en el semanario La Verdad el 12 de abril de 2014)



viernes, 5 de abril de 2024

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (98)


           SI CADA UNO LIMPIA SU ACERA, LA CALLE ESTARÁ LIMPIA


Los padres y educadores deben educar gradualmente en la capacidad de esfuerzo y la responsabilidad, evitando actitudes permisivas a la vez que el rigorismo.

El niño/a necesita saber lo que debe o no debe hacer, así como las consecuencias de incumplir lo acordado. Es imprescindible dictar las normas desde el afecto, formulándolas de manera positiva a ser posible, no siempre a modo de prohibiciones (que también deberán darse en ocasiones y quedar claras), motivándolas según la edad y disposición del niño, con el fin de que comprenda los motivos y para que piense y decida por sí mismo, y no actúe solo por miedo al castigo.  

En una conducta responsable lo adecuado es realizar lo que se encomienda con diligencia pero sin precipitación, con puntualidad y con esmero, sin descuidar los detalles. Es importante centrarse en la tarea, no andar disperso o distraerse cuando se realiza (por eso es importante, por ejemplo, que haya orden y tranquilidad en el lugar y durante los tiempos dedicados al estudio y el trabajo personal). Cuando el trabajo o la tarea haya concluido, ha de informarse enseguida a quien lo encomendó o lo supervisa: si se ha cumplido el objetivo o han surgido dificultades, incidencias…; y si ha surgido algún problema, no limitarse a exponerlo, sino insinuar soluciones a quien tiene que decidir.

            Suele decirse, con razón, que “en educación, lo que no se evalúa se devalúa”, por ello hay que valorar el modo en que realizan su trabajo, no impidiendo que, llegado el caso, puedan experimentar sus limitaciones e incluso posibles equivocaciones, con el fin de que adquieran experiencia y criterio por ellos mismos. En este sentido, conviene no privarles de padecer las consecuencias desagradables de sus acciones por falta de atención, de interés o por precipitación (gastar la paga sin criterio, no hacer a tiempo las tareas, mentir, dejarse llevar por la pereza o el egoísmo...) 

            Al corregir hay que tener en cuenta las circunstancias y la intención, conviene hacerlo con firmeza pero sin humillar al niño, buscando más la causa que la culpa -aunque si la ha habido, conviene señalarla-, aclarando que es su conducta inadecuada la que nos disgusta pero que le seguimos queriendo igual y que confiamos en sus posibilidades de mejora. Hay que desterrar las descalificaciones del tipo: "¡Ya sabía que lo ibas a hacer mal" o "¡eres un inútil!"

            El educador no ha de olvidar el reconocimiento positivo, felicitando y mostrando satisfacción acerca de lo bien hecho, valorando también la intención y el esfuerzo. Conviene que estemos atentos a las buenas conductas para reforzarlas y alabarlas con frecuencia. A veces nos olvidamos de reconocer las cosas que han hecho bien y las buenas intenciones. Esto mata la ilusión por hacer nuevas tareas y se produce en el niño o el joven un lamentable descenso de su autoestima.  

            Los educadores somos modelos insustituibles en el proceso de adquisición de hábitos responsables, por ello hemos de mostrar ejemplo de autoexigencia personal, de alegría por el cumplimiento de las obligaciones y de preocupación sincera hacia las necesidades de otras personas. 

            Es este un capítulo esencial en la formación de la personalidad. No olvidemos que si cada uno limpia su trozo de acera y afronta sus responsabilidades con decisión, estaremos cambiando el mundo: la calle estará limpia. 

(Publicado en el semanario La Verdad el 5 de abril de 2024)