domingo, 15 de mayo de 2011

ALGUNAS IDEAS SUELTAS SOBRE LA ‘UTOPÍA’ DE TOMÁS MORO

De optimo reipublicae statu deque nova insula Utopia (1516)

            Se trata de un libro escrito con el fin de criticar defectos de los gobiernos contrastándolos con el ejemplo de países fabulosos. Es el primero de varios títulos famosos (La ciudad del sol, de Campanella, es la más famosa de la época, después de Utopía).

            Utopía describe en efecto un Estado ideal y ejemplar, en el que la tolerancia religiosa y la comunidad de bienes eran el fundamento de la felicidad y la armonía social, frente a los egoísmos desatados y las luchas religiosas que por entonces ensangrentaban Europa.

            Está redactado en forma de relato novelesco, que pone en boca de Rafael Hithlodeo, un viejo marino que navegó con Américo Vespucio, pero es en realidad una clara alusión a la situación social, económica y política de Inglaterra por esa época. Así, por ejemplo, los terratenientes sustituían el cultivo de los cereales por el de pastos para mantener ovejas, cuya lana les proporcionaba mayores beneficios. Esto daba lugar a la expulsión de los campesinos, que tenía que dedicarse a mendigar o a robar. Moro sugiere una reforma completa del orden económico y social, tal vez no realista, pero que hace pensar en lo desafortunado de la fórmula presente.

            En el libro se aprecia una fabulosa creatividad que empieza por los nombres: Utopía: un lugar que no existe, tiene por capital Amauroto, ciudad que se desvanece. El río de Utopía (que es una traslación del Támesis) es el Anidro (río carente de agua). El príncipe se denomina Ademo (jefe que no tiene pueblo)…

            Bebe de fuentes platónicas, estoicas, tomistas y erasmistas, pero es resueltamente original, como si dijera: “¿necesariamente las cosas que ocurren tenían que ocurrir? ¿No se podrían plantear de otro modo más acorde con la naturaleza y el ansia de felicidad, de amor mutuo y de paz del ser humano?” Es obvio que tiene a la vista muchas de las tensiones sociales existentes y ejemplos funestos de conducta moral por parte de personajes públicos.

            Hay un claro optimismo antropológico: como si no se hubiera producido el pecado original. Estamos ante un ideal a perseguir, nunca plenamente realizable, pero ante el que nos podemos mirar como en un espejo. La recta razón e intención, las leyes de la naturaleza, la renuncia a las guerras, al egoísmo y la codicia… No estamos ante un programa social de obligada realización, sino ante unos principios alternativos, destinados a orientar la voluntad y la convivencia, y que sobre todo hacen pensar de otro modo acerca de la realidad presente. Es un espléndido ejemplo de inteligente ironía.

            Punto central de esta sociedad es la ausencia de propiedad privada. Oro y plata carecen de estimación y se emplean en fabricar orinales y otros utensilios más bien groseros. No existe el dinero. Las tierras son cultivadas por turnos, que cambian cada dos años. Nadie está ocioso. Todos tienen oficio y sólo trabajan seis horas al día, dedicando el resto de tiempo a sus aficiones y a la lectura, bajo la vigilancia de los sifograntes, magistrados o comisarios nombrados anualmente por las familias de Utopía, que vertebran la actividad de gobierno y la toma de las decisiones, ayudando al Consejo del príncipe. Estos magistrados ellos eligen al príncipe entre cuatro candidatos propuestos por los ciudadanos. El príncipe ocupa su cargo de forma vitalicia, pero llegado el caso, ante posibles muestras de tiranía, pueden asimismo deponerlo. Los asuntos importantes son discutidos en las familias, que trasladan sus propuestas a través de los sifograntes al Consejo.

            Todos en Utopía son creyentes en un único Dios, creador y providente, al que rinden culto del modo que consideran más conveniente. Su credo es sencillo: afirman la existencia de Dios y su providencia, la vida eterna, la inmortalidad del alma y premios y castigos en la otra vida.

            Moro no es ni un socialista ni un deísta: más bien representa el alma humana como natural y espontáneamente cristiana, y preparada para recibir el mensaje del Evangelio. Es un pensador de fina inteligencia que concibe una portentosa broma, con la cual nos hace pensar en serio acerca de la condición humana.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

muy bueno jaaaaaaaaaaaa

Anónimo dijo...

Me sirvió muchísimo gracias! Realmente expresa la escencia del libro