martes, 11 de noviembre de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (155)

ADOLESCENCIA (VII): TEMPORALIZACIÓN

 



De modo orientativo se suelen señalar tres fases a lo largo de la adolescencia que, sin embargo, no han de tomarse estrictamente. Caben excepciones y, como ya se ha apuntado, es frecuente que el periodo de la adolescencia media se prolongue en algunas personas a pesar del transcurso de los años. 

1)   La pubertad, o adolescencia inicial. En los chicos suele coincidir con el periodo de 12-14 años y en las chicas, que inician su desarrollo un año antes, con el de  los 11-13 años. Aparecen los caracteres sexuales secundarios y la aptitud para la procreación. Estos cambios suscitan cierto desequilibrio; el púber se siente sorprendido o expectante ante los cambios en su cuerpo y en su forma de ser. La imaginación y la sensibilidad suscitan reacciones emocionales primarias y una inestabilidad afectiva. Pesan más los deseos que los esfuerzos. Suele producirse un distanciamiento de la familia en beneficio del grupo de iguales.

2)   La adolescencia propiamente dicha o adolescencia media. En los chicos suele discurrir entre los 14 y 16 años y en las chicas entre los 13 y los 15. Pesan aquí más los cambios psíquicos que los físicos. Aparece el pensamiento formal, abstracto, que permite pensar por sí mismo y ganar en independencia de criterio y en autonomía personal. Del despertar del yo se pasa al descubrimiento consciente del yo. 

El adolescente -él y ella- es propenso a cierto narcisismo, manifestado en el deseo de caer bien, la preocupación por el propio aspecto... Busca satisfacciones placenteras más bien inmediatas: pasarlo bien, sentirse a gusto, disfrutar, probar y experimentar sensaciones de agrado.... Es una forma de caminar en el autoconocimiento, de buscar aprecio y seguridad afectiva. Se pasa, con altibajos, de una moral heterónoma –que secunda criterios ajenos- a una moral autónoma –que construye y asume criterios de conducta propios-, y del predominio de sentimientos inestables al deseo sincero –aunque no siempre clarividente- de amistad y de amor. Tiende a ser muy crítico, en especial con los adultos más próximos, inconformista y a veces agresivo. Se siente inseguro y necesita ser comprendido, compartir sus deseos, ilusiones y fracasos. La influencia de los amigos suele ser decisiva. Defiende celosamente su intimidad y no tolera intromisiones, sobre todo de los padres.

3)   La edad juvenil o adolescencia superior, entre los 17 y los 20 años en los chicos, y entre los 16 y los 20 en las chicas. En las sociedades del bienestar esta fase tiende a retrasarse con frecuencia. A menudo encontramos “adolescentes” de 30 o 40 años... 

Se va recuperando el equilibrio emocional perdido y se equilibra también el desfase que existía en el ritmo de desarrollo entre el varón y la mujer. El joven  -él y ella- suele ponerse con más facilidad “en el lugar otros” y empieza a comprenderse mejor. Suele buscar ideales nobles y concretos. Es una edad de elecciones en el terreno del estudio, la amistad, el trabajo y el amor. Se pasa de una reflexión centrada obstinadamente en sí mismo a una reflexión más orientada por valores y el sentido de la vida –no solo de su vida-. Madura el carácter y se valoran los principios éticos. 

No obstante, es preciso advertir que a esta última fase sólo puede llegarse normalmente pasando por las anteriores, es decir, aprendiendo de la propia experiencia. En el desarrollo personal no suele haber atajos.

    (Publicado en el semanario La Verdad el 7 de noviembre de 2025)

lunes, 3 de noviembre de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (154)

ADOLESCENCIA (VI): TENER TIEMPO PARA ELLOS

 


Empezar a educar a los adolescentes durante la adolescencia es, sin duda, llegar tarde. Es una tarea que debió empezar poniendo bases muy sólidas durante la infancia. 

Lo ideal es actuar de manera preventiva para que de niños desarrollen una estabilidad emocional y una sana autoestima. Ello requiere que padres (y educadores) estemos presentes física y emocionalmente, sin agobiar, de forma natural desde la primera infancia: que sea habitual hablar juntos de muchas cosas, trascendentes e intrascendentes, favorecer una comunicación natural y fluida. Dedicar tiempo para estar juntos, escucharse, cambiar impresiones, comentar acontecimientos, aportar juicios de valor… Cuando esto se da es sencillo trasladar criterios con palabras y con el ejemplo.

Cuando se acercan a la pubertad, si viene siendo habitual hablar con naturalidad de las cosas de cada uno, es más sencillo, por ejemplo, hablar sobre sexo y afectividad,  informaciones o actitudes inadecuadas que puedan haber recibido. Este diálogo ha de ser claro, cariñoso y sin prejuicios, adelantándose en lo posible a situaciones problemáticas. Es preferible anticiparse a llegar demasiado tarde.

Es esencial transmitirles que desaprobamos las malas conductas pero no a ellos, para garantizar que se sientan aceptados y motivados siempre, a pesar de todo, y que no les sea costoso rectificar, llegado el caso. 

Sobre todo “hay que estar ahí”, a pesar de horarios de trabajo u otros intereses. Los hijos -también los adolescentes- necesitan encontrarnos cuando nos necesitan. Quiero traer un caso real, que me contó una madre de cuya hija yo era tutor en 2º Bach. 

“Estaba un día en la cocina con bastante lío, cuando apareció mi hija, de 16 años, y como distraída me preguntó si tenía un momento. Le dije que no, que estaba muy ocupada. Pero me preguntó si recordaba a su amiga “X”. Le dije que sí. “-Es que se ha metido en un problema, porque ha empezado a salir con un hombre mayor, de 40 años…” Yo salté hecha una furia: “-¡Pero esa cría está loca!, ¡qué barbaridad! ¿Cómo se le ocurre…? Y tú aléjate de ella ¡ya mismo!, que es una malísima influencia. Y déjame, que estoy ahora muy ocupada. ¿Tú no tienes que hacer nada?, ponte a estudiar ahora mismo.” Y me volví muy tensa a lo que estaba haciendo, lanzando reproches en voz alta. La verdad es que por dentro me sentía superada, y me defendía cargando sin contemplaciones contra la amiga de mi hija.

“Cosa de una semana después se repitió la escena, también en la cocina. “-Mamá…” “-¿Qué pasa ahora?” “¿Recuerdas que te hablé el otro día de “X“? -¿Esa…? sí, ¡qué! ...” (silencio). De repente -me dice la madre- me vino un sobresalto, un presentimiento. Como un latigazo. Y la miré a los ojos con cariño: “Espera…” De inmediato solté lo que tenía en la mano y le puse el brazo en el hombro con ternura. “Perdona. Cuéntame, sí, por favor…” Y, lo que me temía: ni amiga, ni nada. Se trataba de ella. Estaba intentando contármelo y no sabía cómo. Y yo la había mandado a paseo… Cerré la puerta, nos sentamos. La abracé con sentimientos de culpa pero dispuesta a escuchar lo que fuera. Hablamos, lloramos… la aconsejé con todo cariño. Y gracias a Dios la cosa se arregló a tiempo.” Y terminaba: “Me pregunto si yo no hubiera estado en casa o hubiera vuelto a escabullirme…” Pues eso.

(Publicado en el semanario La Verdad el 31 de octubre de 2025)

  

lunes, 27 de octubre de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (153)

 

¿EDUCAR EN LA ADOLESCENCIA? (V)

 


A menudo se escucha a educadores -por lo general profesores y padres un tanto o muy desesperanzados en el fondo- que en la adolescencia lo que procede es orientar para la capacitación profesional e insistir sobre todo en el aprendizaje de las habilidades y competencias técnicas -idiomas, tecnología de la información y la comunicación, inteligencia artificial…-, porque lo importante es ofrecer herramientas para un futuro que es cada vez más inmediato y cambiante. 

A algunos les parece que intentar educar -no solo adiestrar e instruir- en la etapa adolescente, para la familia y para la escuela, ya es llegar tarde. Eso sí, a muchos padres y profesores les preocupa, en todo caso, que la adolescencia adquiera un tono de excesiva rebeldía, que se lleven a cabo conductas de riesgo, que pese demasiado la influencia de malas compañías… Y en esto, a menudo es verdad, se llega tarde.

Pero la experiencia, el contexto social y cultural presente -al que venimos aludiendo-, y el sentido común dicen que la adolescencia es un momento esencial y álgido para ahondar en la acción educativa. Y es todo un reto. Esta llamada “segunda edad de oro del aprendizaje” -obviamente la primera es la infancia, en la que se ponen las bases- es la última gran oportunidad para adquirir hábitos, consolidar o cribar criterios, empezar a asumir ciertos compromisos e ir configurando de manera más contrastada una escala personal de valores, que guíe su incipiente personalidad. 

Del educador -¡también del padre y la madre, aunque no es fácil muchas veces!- se espera que oriente y acompañe al adolescente en su personal proceso de autoconocimiento y en sus primeras tomas de decisiones. No que le sustituya, ni que “le lleve de la mano” porque “sabe lo que le conviene”. Entre otras cosas, lo normal es que su figura de autoridad haya ido menguando según avanza la pubertad de los hijos, y son estos los que tienen que ir aprendiendo a tomar sus propias decisiones, incluso a riesgo de equivocarse. Pero sí habrá que estar cerca y atentos para ofrecer consejo, consuelo o calma cuando se nos pida, y nunca avasallando o negándoles la iniciativa. 

¿Cómo? Con firmeza, tacto y paciencia. Sobre la base de haber ganado su confianza, es preciso que el padre y la madre traten de empatizar con su hijo o hija, y de establecer una relación afectiva abierta a posibles confidencias, dejándoles tomar decisiones, ayudándole a reflexionar acerca de ellas y autocorregirse llegado el caso. Habrá que seguir poniendo límites, ciertamente, sobre lo más esencial, y negociar en otras cosas de menor trascendencia. En ocasiones habrá que “hacer la vista gorda”, con paciencia, a la espera de que recapaciten.

A pesar de lo que se ha dicho, es también verdad que hay adolescentes que no se limitan a confiar sus problemas personales solo a los amigos de su misma edad; algunos confiesan que su mejor confidente es su padre, su madre o cierto profesor o tutor, porque es quien más y mejor le escucha, le acepta y orienta en sus dudas y zozobras, a pesar de todo. 

Pero esta confianza hay que empezar a ganársela mucho antes, a lo largo de la infancia. En realidad, la educación en la edad adolescente empieza en los años que la preceden; solo puede darse sobre la base de lo trabajado durante la infancia.

         (Publicado en el semanario La Verdad el 24 octubre 2025)

miércoles, 22 de octubre de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (152)

ADOLESCENCIA (IV)

El gran protagonismo que actualmente tienen los adolescentes y jóvenes en la vida pública, la proliferación de adicciones digitales, el elevado y creciente consumo de sustancias, la progresiva inadaptación a la vida familiar y escolar, preocupan por fin a una sociedad que se ve sobrepasada e impotente. Una sociedad muy tecnificada y orientada al pragmatismo, pero escéptica en las cuestiones relativas a la escala de valores y al sentido último de la vida, e inmadura en otros aspectos como las relaciones de afecto o la asunción de responsabilidades.

El adolescente aún no sabe muy bien a qué atenerse con respecto a lo que se espera de él o ella. Se encuentra con exigencias a menudo contradictorias tanto en la familia como en la escuela. Con frecuencia se le exige como si fuera adulto (“ya eres mayor para…”) y, al mismo tiempo, se le trata como a un niño (“todavía no eres lo bastante mayor para…”) Pero a la vez, el acceso ilimitado a los dispositivos le asegura que “todo es posible”. Y eso por un lado no es verdad, porque no todo es posible, y por otro no es bueno, porque no todo lo posible es adecuado. 

De este modo, los adolescentes tienen que adaptarse en poco tiempo a una compleja encrucijada de expectativas procedentes del mundo circundante, ya que el “escenario social” del que empiezan a sentirse parte es un mundo bombardeado por apremios muy intensos y contundentes, en muchos casos impulsados por un mercantilismo sin escrúpulos. 

Han nacido y se han criado con Internet, tabletas, teléfonos móviles y videojuegos. Su aprendizaje ha sido a través de la imagen en gran medida, y sus relaciones están determinadas por las redes sociales. Esto provoca una tendencia al inmediatismo -lo quiero y ya- y a la superficialidad -ciertas situaciones y experiencias requieren tiempo y reflexión pausada. Han pasado más tiempo con su ordenador que con juegos físicos; y con “amigos virtuales” que con amigos reales. Por otro lado, se han convertido en un atractivo mercado; son potenciales compradores compulsivos de productos que están de moda, sobre todo ropa, calzado deportivo y aparatos electrónicos de todo tipo.

Los adolescentes, hoy particularmente, viven según un ritmo excesivamente rápido, de forma acelerada, y a menudo están desasosegados. Y el desasosiego incapacita, entre otras cosas, para un ocio vivido satisfactoriamente. Al buscar diversión en prolongadas y masivas salidas nocturnas buscan evasión, una fuga de su propia realidad para perseguir experiencias nuevas y excitantes. Pero esta fuga deja muchas veces un poso de inseguridad e insatisfacción y por ello induce al aburrimiento.

El aburrimiento está ligado al conformismo; es la permanencia en lo mismo, sin verdadera novedad, es el cansancio de la voluntad y los afectos. Siete horas seguidas sin otro recurso que ingerir alcohol en el botellón, por ejemplo, garantiza el aburrimiento, aunque no se confiese. Este aburrimiento no se debe tanto a los factores externos sino a ciertas carencias internas. Uno no se aburre de ninguna cosa en concreto, sino de sí mismo: no se ve como interesante; uno se aburre cuando se experimenta a sí mismo como vacío.

Estos trances se presentan como un reto que requiere esfuerzo, aprendizaje, criterio y autodominio. ¿Somos conscientes las familias y los centros escolares de lo importante que es, ante esta etapa y este contexto cultural, no renunciar a la educación?

(Publicado en el semanario La Verdad el 17 de octubre de 2025) 

lunes, 13 de octubre de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (151)

 

LA ADOLESCENCIA, CATEGORÍA CULTURAL (III)

 


Se insiste desde hace varias décadas en que la adolescencia no es solo una fase del desarrollo biopsicológico, sino también una categoría cultural. Se ha afirmado, por ejemplo, que la psicología de la adolescencia es principalmente una psicología de los adolescentes en países occidentales, desarrollados y con un cierto nivel de prosperidad, mientras que en otros contextos propiamente no habría adolescencia porque el paso de la infancia a la vida adulta es inmediato y abrupto.

            Parece claro, por otro lado, que actualmente la adolescencia tiende a comenzar antes y a terminar más tarde que en otras épocas debido a motivos culturales. Por un lado la infancia “se acorta” -o se “salta”-, no por la precocidad de los cambios biológicos de la pubertad, sino por una “mala comprensión” de la infancia: muchos niños son obligados por sus padres a “crecer” -que no a madurar- y comportarse como casi adultos; no tienen tiempo libre, no mantienen unas relaciones familiares sosegadas, no juegan libremente, se les viste como adultos para ser “trendy”, mostrarse  “fashion”, cuidar su “outfit”…, o simplemente se los deposita en las redes de las pantallas, que bombardean su sensibilidad y sus neuronas con directrices consumistas e ideológicas.

La adolescencia, además, como mentalidad, se ha ido prolongando cronológicamente en los últimos años, retrasándose sensiblemente la llegada de la adultez hasta el momento de asumir responsabilidades profesionales y familiares, lo que ocurre bastante más tarde que hasta hace dos o tres décadas, si es que ocurre. 

No es desdeñable esta observación. En los últimos años ha variado la sensibilidad social. Hasta mediados del siglo XX la edad adulta e incluso la ancianidad se consideraban etapas de la vida revestidas de prestigio y autoridad; y la juventud era sinónimo de inexperiencia. La educación consistía en una “preparación para la vida”, con la meta de llegar a ser un adulto capaz de valerse por sí mismo. Pero desde el último tercio del siglo XX -algunos lo asocian al año 68-, da la impresión de que la meta de muchos es mantenerse en la adolescencia como refugio permanente. Juan Antonio G. Trinidad, afirma que “la adolescencia hoy parece un periodo de la vida que empieza con la pubertad y termina… con la vejez”.

            Se habla también de una “sociedad adolescente” que ostenta rasgos de inestabilidad, inseguridad, narcisismo e inmadurez. Nuestras sociedades líquidas (Abilio de Gregorio hablaba incluso de “sociedades gaseosas”) registran una tendencia a vivir en el inmediatismo, el hedonismo y el subjetivismo moral, y a eludir comportamientos propios de la madurez y la vida adulta: compromiso, responsabilidad, toma de decisiones, autocontrol, etc. 

Hay padres (y madres) que no quieren ser adultos sino permanecer adolescentes como sus hijos. Creen que “la sociedad” se ocupará de todo. Son permisivos, no valoran ni asumen responsabilidades y en consecuencia tampoco las exigen a sus hijos. 

Serían en realidad “adultos adolescentes”, modelos de actuación para futuros “adolescentes no adultos”, para los que solo hay derechos y no deberes, a quienes producen desazón palabras como esfuerzo, compromiso, obediencia o abnegación.

Ha pasado el tiempo… Algunos de estos últimos son ya maestros y profesores. Sorprende poco la afirmación de la pedagoga Mercedes Ruiz Paz: Tengo la impresión de que millones de adolescentes son educados por… millones de adolescentes”.

        (Publicado en el semanario La Verdad el 10 de octubre de 2025)


lunes, 6 de octubre de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (150)

ADOLESCENCIA (II)

 


La adolescencia viene configurada sobre todo por el descubrimiento del ‘yo’, que hace que despierte en el niño que va dejando de serlo, la conciencia de la propia personalidad única e irrepetible. Este descubrimiento es una de las consecuencias de la aparición del pensamiento reflexivo, que incita a conocer el mundo interior. Se va perfilando así la intimidad, la conciencia de ser uno mismo: ¿Quién soy yo?”, esta búsqueda es la tarea fundamental de la adolescencia. 

Este momento y los cambios que genera suelen preocupar seriamente a los padres, sobre todo si sus hijos se adentran en esta transición sufriendo u ocasionando problemas, cosa bastante frecuente. Ello acontece porque un aspecto importante de esta etapa es que la afirmación del propio yo tiene lugar por contraste y a través de un enfrentamiento con las figuras de autoridad, especialmente en la familia -sobre todo con la más acusada durante la infancia, bien sea la paterna o la materna- y, en general, con los referentes adultos -“Ellos no entienden…”-.

Así pues, al iniciar la adolescencia, los que “ya no se sienten niños” afrontan el deseo de desarrollar su independencia y su singularidad personal al margen (y a la contra) de quienes han sido hasta entonces sus figuras adultas de referencia. Intentan ir consolidando una identidad en la que destaca una conciencia moral paulatinamente más autónoma, la adopción de pautas de comportamiento relativamente típicas (con las que se busca seguridad emocional) y, sobre todo, la necesidad de configurar un concepto de sí mismo y un sentido para la propia vida.

La singularidad de la propia existencia –“mi vida es mía”- y la simultánea inseguridad acerca de lo que se tiene que hacer para ser de verdad uno mismo, lleva al adolescente a mirar hacia sus iguales para tomar referencia, para comunicar e intercambiar inquietudes y experiencias, para compartir deseos, preocupaciones y sueños: “-mis amigos me entienden…” La influencia y la presión del grupo aparecen como fuente de aceptación, de seguridad y de identificación para el adolescente y sustituyen a la autoridad paterna y materna, a las que se adjudica un perfil más bien impositivo y distante. 

Hoy es llamativa la figura de los influencers, que a través de las redes sociales se han convertido en referentes para un impresionante número de “seguidores”. El joven influencer aparece como una especie de gurú contemporáneo, un líder que crea opinión, marca tendencia, suscita admiración e imitación habitual y acrítica.

Surgen así expectativas nuevas, intensas, incentivadas por el bombardeo procedente de las redes y los medios, que proponen al muchacho o muchacha actitudes alternativas a las normas y valores familiares. 

Dichas alternativas, atrayentes y evasivas, incluyen formas de vestir y pensar, lugares propios y con frecuencia ciertos consumos (se habla de adicciones a sustancias y también a comportamientos) y actividades de diversión que excitan y cautivan, pero que, a menudo, al cabo de un tiempo, no cumplen las expectativas que despertaron, “no llenan”, dejando un poso de vacío, de desencanto y aburrimiento... 

Aburrimiento que a su vez se tiende a superar frecuentemente con estímulos y experiencias más intensas o excitantes, que suelen identificarse invariablemente como propias de los jóvenes y supuestamente distintivas respecto del mundo y la vida de los adultos. Pero esto requiere que nos detengamos a hacer algunas puntualizaciones. (Continuará)

    (Publicado en el semanario La Verdad el 3 de octubre de 2025)

domingo, 28 de septiembre de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (149)

ADOLESCENCIA (I)

            Se conoció cuál era el otro final de la serie Adolescencia que los  directores tenían pensado, pero no eligieron - LA NACION            

    La Psicología de la Adolescencia se está convirtiendo en uno de los temas educativos y sociológicos más atrayentes; proliferan los estudios y debates científicos que abordan en profundidad esta decisiva etapa del ciclo vital. Por otra parte, los novelistas y guionistas de cine recurren a ella para encontrar temas interesantes; aún perdura, por ejemplo, el impacto mundial de la serie “Adolescence”, de Stephen Graham, de este mismo año 2025, que tanto debate desató. Se puso de manifiesto la dificultad y el temor de muchos adultos -padres, educadores, autoridades…- a la hora de enfrentarse de cerca al mundo adolescente.

Sin duda, la adolescencia está llena de enigmas. Quien primero se encuentra con ellos es el propio adolescente: el naciente pensamiento reflexivo le mueve a un autoanálisis que estaba ausente en la infancia. 

El descubrimiento del yo (un yo que ya no se limita, como antes, a relacionarse con “otras personas” y con las “cosas externas”, sino que es movido a interrogarse y a pensarse a sí mismo) es la puerta abierta a inesperados y desconcertantes enigmas: ideas, sentimientos y estados de ánimo ante situaciones que resultan sorprendentes: “Los cambios que en todos los órdenes experimenta, hacen al sujeto considerarse a sí mismo como problema. De ahí el proceso de interioridad tan característico. Es precisamente esta situación un aspecto central de la adolescencia: la necesidad de asumir la propia identidad, sentirse uno mismo, distinto de los demás.” (G. Castillo)

Los enigmas que encuentra el adolescente a lo largo de la indagación sobre sí mismo le crean en principio desconcierto y hasta desánimo en determinados momentos. Es el momento en que se descubre y se empieza a asumir una de las dimensiones más importantes de la personalidad: la intimidad, la conciencia de ser uno/a mismo/a. Es una edad de altibajos y descubrimientos, de subjetivismo; a la vez compleja y apasionante. 

            Junto con las transformaciones corporales brotan con fuerza la necesidad y el deseo de serindependiente como condición para ser uno mismo, pero desde la inseguridad que da el no haber tenido experiencia previa de lo que se pone en juego. La sensación dominante, vista desde fuera, es de rebeldía y desazón. Pero desde dentro, es la de un impulso emocional que se va afirmando con altibajos, mezclándose euforias, frustraciones y ansiedades. La adolescencia es un proceso de maduración, de preparación, no de simple inmadurezEs un tiempo de búsqueda, de transición, y por lo tanto de perplejidad y de inseguridad al afrontar nuevas posibilidades. La adolescencia transita hacia la nueva etapa que se avecina, la edad adulta, y supone un considerable salto cualitativo con respecto a la etapa anterior, la infancia. 

            La miope reducción de la adolescencia a mera “edad del sufrimiento” por parte de algunos ha contribuido mucho a que esa fase se vea en cierto modo como una enfermedad, ignorando el papel que desempeña en la construcción de la personalidad. Pero no se trata de una crisis de tipo patológico, sino de crecimiento, de adaptación a una nueva edad con sus expectativas diferentes. 

            Difícil, eso sí, para muchos educadores, incluso temible para algunos. Es reveladora la definición que una muchacha de 15 años daba de la adolescencia: 

            “-Es esa etapa en la que a los padres no hay quien los entienda”.

 (Publicado en el semanario La Verdad el 26 de septiembre de 2025)