FORMACIÓN DE LA CONCIENCIA (y 5)
Formar rectamente la conciencia es seguramente el capítulo más importante en la educación de una persona. Escribía Martin Luther King: “Nunca tengas miedo de hacer lo correcto. Los castigos de la sociedad son pequeños en comparación con las heridas que infligimos a nuestra alma cuando miramos para otro lado.”
Es necesario seguir el juicio de nuestra conciencia moral, pero la conciencia no es la norma suprema porque puede estar equivocada, se puede incluso distorsionar y corromper. Por eso es necesario cuidar y cultivar la conciencia, para que acierte al distinguir entre el bien y el mal en las diferentes situaciones, frente a la presión de los propios intereses, pasiones y malos hábitos, por la influencia de un ambiente confuso e inmoral...
Os cuento una historia real que apareció en la prensa hace unos años: Yago Horno, un chavalín de 7 años, era un apasionado del golf. Un sábado se marchó a casa feliz como unas castañuelas. Acababa de ganar en Isla Canela (Huelva) un torneo puntuable para el ranking nacional. Con ese triunfo se le abrían las puertas del Campeonato de España. Día completo.
Sin embargo, unas horas después, al llegar a casa y revisar la tarjeta junto a su padre, se dio cuenta de que había cometido un error. Descubrió que había hecho 51 y no 50 como había firmado. Su padre le comentó que esta equivocación se refleja en las reglas de golf y supone la descalificación del torneo.
“¡Menudo jarro de agua fría se llevó el pobre cuando se percató de la equivocación! Había sido un error, pero no quería que nadie pensara que era un tramposo, y su gran preocupación era que no se enterara su madre, por el disgusto que se iba a llevar”, contará su padre.
Éste le dejó tomar una decisión: Podía no decírselo a nadie, o cumplir con las reglas, ser honesto y comunicar el error a la Federación”. Esto le dejó “hecho polvo”. Pero Yago se lo pensó bien y tomó su decisión: renunciaba a su trofeo. Con su letra de niño, escribió una carta a su federación en la que les pedía que le retirasen el trofeo que acababa de ganar “para que se lo deis a mis compañeros que se lo merecen”.
Yago, sus padres… y hasta los hijos de aquél, si un día los tiene, recordarán con legítimo orgullo y felicidad esa carta manuscrita en 2016 por un chavalín de siete años. Una copia de la misma debería lucir, debidamente enmarcada, en su estantería de trofeos.
Supongamos ahora que, en clase o en una conversación doméstica entre padres e hijos, se comenta el caso de Yago y su carta… Podemos reflexionar juntos para afinar nuestra conciencia:
“Por un momento, piensa que eres Yago, al que con este triunfo se abrían las puertas del Campeonato nacional, que advierte que ha firmado un golpe menos y que nadie se ha dado cuenta... ¿Qué se le puede haber pasado por la cabeza? ¿Qué pierde y qué gana con su decisión? ¿Por qué?¿Qué pensarías tú si fueras el jugador perjudicado por el error inicial de Yago al enterarte de que ha devuelto el trofeo? ¿Crees que Yago es una persona digna de confianza, por ejemplo para sus amigos o su familia? ¿Es alguien de quien uno se podría fiar? ¿Crees que hacen falta personas así en la sociedad? ¿Por qué?...”
(Publicado en el semanario La Verdad el 30 de junio de 2023)