lunes, 30 de enero de 2023

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (54)

LA INICIACIÓN A LA LECTURA EN EL HOGAR

 


El habito lector es cauce educativo para una vida rica en reflexión y valores humanos y por ello ha de cultivarse desde la primera infancia. En el ámbito familiar es de gran importancia la lectura de apego por parte de los padres ya desde el primer año; también que los padres lean, ellos mismos, habitualmente y con agrado, y que sus hijos les vean hacerlo, y que en el hogar se disponga de una biblioteca familiar que esté viva, formada con buenos libros, adecuados a las diferentes edades. 

Que un niño no sepa leer todavía no implica que no pueda disfrutar de las historias que se presentan en un libro; son los padres quienes hacen de intermediarios entre el cuento y él, facilitando que, a través de la expresión de las emociones que se narran y se comparten, el niño pueda interesarse en la lectura, en los valores y riquezas que esta aporta.

Es muy divertido iniciar este hábito con imágenes e ilustraciones y con la narración oral cuando son pequeños, para suscitar el asombro y el deseo de conocer, y facilitar así que lleguen paulatinamente a la lectura personal.

Contarle o leerle un cuento a un niño implica una actividad de apego y será uno de los momentos que atesore durante toda la vida, incluso de manera no consciente, ya que es un tiempo compartido y de dedicación exclusiva para él; así se fortalecen los lazos emocionales. El niño pequeño  aprende que es alguien valioso por ser “él” (o “ella”) mismo, ya que sus padres le dedican una atención expresa y con ello refuerzan la valoración incondicional de su persona.

Cuando, en efecto, una mamá le lee a su hijo se produce un encuentro muy íntimo, en el que su voz, la más próxima y cercana al bebé, lo acoge cariñosamente mientras narra historias, canta canciones… Cuando lo hace el papá, a su vez, se refuerza el sentimiento de autoestima por parte del niño o la niña.

La lectura en voz alta (leerles cuando son pequeños, antes de dormir, y más adelante, cuando han aprendido, hacer que ellos nos lean en voz alta) permite aprender a reconocer y a utilizar la entonación, favorece la ortofonía, ayuda a generar habilidades sintácticas y a adquirir estructuras de lenguaje culto. 

Es estupendo hablar con ellos sobre lo leído: poner palabras, suscitar preguntas, hacer pensar, ayudar a comunicar los propios sentimientos y conocer los de los padres, trasladarles referencias y criterios de discernimiento y de prudencia en el obrar… Muchos cuentos muestran cómo ciertos personajes afrontan situaciones complicadas, lo que permite que el niño adquiera confianza para poder superar obstáculos.

Por el contrario, que la lectura sea desplazada por la televisión u otras pantallas; que lo audiovisual -con su fuerza seductora pero emocionalmente anónima- arrebate esos momentos de intimidad lectora compartida entre padres e hijos pequeños, generará carencias emocionales y a la vez dependencias hacia los dispositivos digitales empobrecedoras a corto y largo plazo. 

Hemos de privilegiar el aprendizaje mediante la lectura reflexiva y el diálogo frente al aprendizaje audiovisual y el “picoteo adictivo” del mundo virtual. No se aprenden criterios y valores a través de las pantallas, sino a través del descubrimiento acompañado por una persona querida.


   (Publicado en el semanario La Verdad el 27 de enero de 2023)

martes, 24 de enero de 2023

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (53)

EL HÁBITO LECTOR, CLAVE DE LA EDUCACIÓN 

 



La palabra es el cauce del pensamiento, permite precisar, distinguir y por lo tanto comprender. A través de ella el mundo, también nuestro mundo interior, se nos muestra y se nos hace comprensible. 

Conocer la realidad exige una riqueza interior que resulta imposible sin una riqueza de lenguaje suficiente; esta es fundamental para desarrollar la reflexión, el espíritu de observación, el pensamiento reposado y profundo, matizado. 

La pobreza de recursos expresivos lleva a la falta de precisión y esta a la confusión, lo que conduce necesariamente a una simplificación del pensamiento y finalmente a no saber pensar, deducir, relacionar, contrastar, distinguir…, a no saber comprender, expresar ni expresarse; y, como consecuencia, hallarse a merced de eslóganes, estímulos, imágenes seductoras, reacciones emocionales incontroladas y falacias de todo tipo. 

Quizás, también, hemos sentido alguna vez el agobio del “lo sé, pero no lo sé explicar bien”, y eso indica un pensamiento aún confuso, no suficientemente destilado por la lectura. Sin embargo, no es lo mismo leer que saber leer. Pedro Salinas hablaba de la paradoja frecuente de “ciertos analfabetos que leen… sin saber”. 

Para saber leer es preciso adquirir el hábito lector, disfrutar leyendo y comprendiendo lo que se lee. Es adquirir un rico vocabulario, ciertamente, pero también captar más allá de las palabras, entre líneas e incluso en los silencios de quien escribe, verdaderas claves de sentido. Es entrar en diálogo con el autor y con los personajes. “Leemos, decía C.S. Lewis, para saber que no estamos solos”.

Porque, en efecto, el hábito lector, la lectura habitual de buenos libros, es una de las herramientas más útiles y gozosas para la maduración del pensamiento, para la educación de los afectos, para abrirse al conocimiento del mundo; también al propio mundo interior, pues “la palabra hace navegable el sentimiento” (J.A. Marina).

La iniciación y cultivo del hábito lector ha de ser una prioridad en la educación familiar, sobre todo ante la actual avalancha de lo audiovisual y lo virtual; y ello por varias razones:

a) Enriquece intelectual y moralmente: Estimula la imaginación, enseña a resolver problemas, cultiva la memoria, aporta riqueza de vocabulario, ayuda a conocer el mundo, enseña comportamientos y sentimientos, enseña a asombrarse, a comportarse, a valorar conductas, a conocer las consecuencias de las acciones, suscita preguntas e impulsa a saber más, enseña a pensar: razonar, deducir…

b) Suscita el aprecio por la belleza, se adquiere y se educa la sensibilidad hacia lo hermoso, lo bueno, lo heroico, lo original; y se induce a rechazar lo malo, lo injusto, lo feo…

c) Enseña a profundizar: frente a quienes viven en la superficialidad y no se asombran, no admiran, no valoran críticamente, no respetan, no agradecen, no ponen atención ni esmero en lo que hacen, viven a toda prisa…

d) Estimula la creatividad: se conocen historias, hechos asombrosos, se aprende a resolver problemas y afrontar situaciones diversas…

e) Fortalece la capacidad de interiorización. Estimula la reflexión, enseña a concentrarse, a escuchar, a admirar, a contemplar, a empatizar. Se aprende a “estar consigo mismo: intimidad, introspección, conocimiento de uno mismo, iniciación al juicio moral…

f) Y enseña a escribir. 


           Publicado en el semanario LA VERDAD el 20 de enero de 2023.


viernes, 20 de enero de 2023

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (52)

LA IMPORTANCIA DE LA LECTURA PARA APRENDER A VIVIR

 



Los padres son responsables de introducir a los hijos en el universo de los valores de sentido. Al dar la vida a sus hijos, adquieren el deber de guiarles en su trayectoria educativa mientras llegan a valerse por sí mismos de forma responsable.

Al educar a niños y jóvenes aspiramos a promover en ellos un modo de sentir y desear que sintonice con lo valioso. Dicho de otro modo, queremos que aprenden a distinguir con acierto entre el bien y el mal y que opten habitualmente por el bien. Platón sostenía que la educación consiste en “aprender a mirar”, es decir, en dirigir nuestra mirada, nuestra reflexión, hacia lo verdaderamente importante, a la verdad y no a la apariencia, al bien y no simplemente a lo que atrae, a la belleza que es el esplendor de la divinidad. 

Se trata de elevarse a la contemplación de lo esencial, por encima de lo que “me gusta o no me gusta”, “me apetece o no”, de intereses y ambiciones, de deseos conducidos por la codicia o las pasiones. En el fondo es la búsqueda de la verdad que nos hace libres.

Uno de los medios principales para cultivar esta capacidad de reflexión es el hábito lector. La lectura ejercita la imaginación, despierta la curiosidad, fomenta el interés y el aprendizaje. Cuando se convierte en hábito y se vierte sobre buenos libros, genera un proceso de reflexión que ayuda a desarrollar la capacidad de asombro, a plantearse preguntas y a configurar un criterio propio.

Las lecturas ayudan a interpretar el mundo que nos rodea y a dar un significado a los hechos cotidianos y a las encrucijadas que nos salen al encuentro a lo largo de la vida, sobre todo en los primeros años: normas, actitudes, valores, criterios de discernimiento, pautas de conducta, modelos humanos de comportamiento, expectativas vitales… 

La buena literatura -en particular la de los clásicos, que han superado el paso de tiempos y modas para alcanzar el valor de lo humano permanente- es capaz por sí misma de hacernos reflexionar mediante la fuerza misma del relato, invitándonos a analizar y valorar actitudes humanas, situaciones, modelos de comportamiento y referencias para el propio vivir.

Giovanni Sartori, en su obra Homo Videns. La sociedad teledirigida (1998), llamó tempranamente la atención sobre los efectos de la presente revolución multimedia. Advertía que esta revolución está transformando al homo sapiens, vinculado con la cultura escrita, en un homo videns, para el cual la palabra ha sido desplazada por la imagen, y las razones y argumentos por las reacciones emocionales. La primacía de la imagen, de los estímulos sensibles y del ritmo, de lo visible sobre lo inteligible, lleva a la superficialidad, a un ver sin entender. Lo audiovisual, afirmaba, aunque también presenta aspectos positivos, desencadena impresiones, reacciones emocionales que invitan a prescindir de la palabra, y con ella de la reflexión, de la elaboración y del examen de las razones. 

Así pues, en el seno familiar, donde se adquieren las primeras referencias acerca de lo nuclear de la vida, es preciso iniciar en el hábito lector y cultivarlo en los niños si queremos que aprendan a vivir de manera creativa, reflexiva y con sentido de la responsabilidad. A ello dedicaremos nuestras próximas reflexiones.

        (Publicado en el semanario La Verdad el 13 de enero de 2023)

jueves, 19 de enero de 2023

BENEDICTO XVI Y LA BELLEZA


Bóvedas de la Sagrada Familia. Barcelona

Afirmaba el papa Benedicto XVI en su viaje a Barcelona para consagrar la basílica de la Sagrada Familia, que la belleza es la gran necesidad del ser humano y la verdad la raíz de la que brota lo mejor de nuestras vidas. Verdad y belleza son el fruto del amor que Dios nos tiene. Ambas nos descubren el sentido de la vida, nos muestran la evidencia del misterio del Amor, las dos ponen ante nuestra mirada no sólo la inmensidad del infinito, sino sobre todo la cercanía de un Dios que jamás nos abandona, un Dios que es Logos y que es Amor, que nos conoce y que no puede ni quiere dejar de amar.

Sin embargo, si miramos a nuestro alrededor, observaremos que determinadas manifestaciones artísticas se alejan diametralmente de la belleza que es el esplendor de lo real. A menudo, bajo capa de apariencias atrayentes pero corruptoras, se nos ofrecen propuestas presuntamente artísticas que atentan contra las aspiraciones más nobles del corazón humano.

En su discurso de Rímini, en septiembre de 2002, el entonces cardenal Ratzinger no dejó de afrontar esta forma de seducción que pugna contra la aspiración del hombre a la Belleza y sugieren que nada en nuestra vida tiene sentido verdadero. Afirmaba lo siguiente: 

“… La mentira emplea también otra estratagema: la belleza falaz, falsa, que ciega y no hace salir al hombre de sí mismo para abrirlo al éxtasis de elevarse a las alturas, sino que lo aprisiona totalmente y lo encierra en sí mismo. 

“Es una belleza que no despierta la nostalgia por lo Indecible, la disponibilidad al ofrecimiento, al abandono de uno mismo, sino que provoca el ansia, la voluntad de poder, de posesión y de mero placer. Es el tipo de experiencia de la belleza al que alude el Génesis en el relato del pecado original: Eva vio que el fruto del árbol era «bello», bueno para comer y «agradable a la vista». La belleza, tal como la experimenta, despierta en ella el deseo de posesión y la repliega sobre sí misma. ¿Quién no reconocería, por ejemplo en la publicidad, esas imágenes que con habilidad extrema están hechas para tentar irresistiblemente al hombre a fin de que se apropie de todo y busque la satisfacción inmediata en lugar de abrirse a algo distinto de sí?”

En otra ocasión, en su discurso los artistas en la Capilla Sixtina en noviembre de 2009, se refirió también a ese tipo de arte que  “asume el rostro de la obscenidad, de la trasgresión o de la provocación”. Y seguía constatando que: 

“…con demasiada frecuencia, la belleza de la que se hace propaganda es ilusoria y falaz, superficial y cegadora hasta el aturdimiento y, en lugar de sacar a los hombres de sí y abrirles horizontes de verdadera libertad, empujándoles hacia lo alto, los encarcela en sí mismos y los hace ser todavía más esclavos, quitándoles la esperanza y la alegría”.

El arte es camino para el ser humano, pero en él se pueden producir también manifestaciones engañosas que pueden desviarle de su vocación al Infinito. Por eso es preciso que los artistas respondan con entusiasmo y fortaleza a su primigenia vocación a la belleza. 

Es preciso destacar la profunda sintonía que existe entre estas claves del pensamiento del cardenal Ratzinger con el de san Juan Pablo II. Este último, en su Carta a los artistas, les invitaba a abrirse a una fuente de inspiración que estimule su creatividad: 

“Esta inspiración -les decía- la recibe el artista a través de una "iluminación interior", que moviliza las energías de la mente y el corazón cuando se compromete incondicionalmente con el bien y con lo bello y hace de algún modo la experiencia del Absoluto…” 

Les deseaba así que su trabajo "contribuya a la consolidación de una auténtica belleza que, casi como un destello del Espíritu de Dios, transfigure la materia, abriendo las almas al sentido de lo eterno.”

Es tiempo de confusión en lo estético. Parece que se ha perdido el sentido de la belleza, por la deriva cultural (más bien “anticultural”) presente. Pero la profunda necesidad del corazón humano, abierto a una esperanza de belleza definitiva que colme su capacidad de amor y de esperanza o trascendencia, reclama la revitalización del arte cristiano. La tarea no es fácil. Así lo recordaba Benedicto XVI en Rímini:

“El arte cristiano se encuentra hoy (y quizás en todos los tiempos) entre dos fuegos: 

- debe oponerse al culto de lo feo, que nos induce a pensar que todo, que toda belleza es un engaño y que solamente la representación de lo que es cruel, bajo y vulgar, sería verdad y auténtica iluminación del conocimiento; 

- y debe contrarrestar la belleza falaz que empequeñece al hombre en lugar de enaltecerlo y que, precisamente por este motivo, es mentira.”


Y es entonces, concluyendo sus magníficas reflexiones, cuando recuerda el pensamiento de Dostoievski de que “la belleza salvará al mundo”.

"Es bien conocida la famosa pregunta de Dostoievski: «¿Nos salvará la Belleza?». Pero en la mayoría de los casos se olvida que Dostoievski se refiere aquí a la belleza redentora de Cristo. Debemos aprender a verlo. Si no lo conocemos simplemente de palabra, sino que nos traspasa el dardo de su belleza paradójica, entonces empezamos a conocerlo de verdad, y no sólo de oídas. Entonces habremos encontrado la belleza de la Verdad, de la Verdad redentora. 

Nada puede acercarnos más a la Belleza, que es Cristo mismo, que el mundo de belleza que la fe ha creado y la luz que resplandece en el rostro de los santos, mediante la cual se vuelve visible su propia luz."

martes, 10 de enero de 2023

SABER LEER, SABER ESCRIBIR, SABER PENSAR… Y LA ORTOGRAFÍA.


 


Decía L. Wittgenstein que “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Dejando a un lado el trasfondo metafísico del asunto, lo que afirma el pensador austríaco afecta también al empobrecimiento general del lenguaje en nuestros días. 

Nos vamos a referir a un simple aspecto del lenguaje, la ortografía. Las normas acerca de la escritura correcta permiten organizar y expresar las ideas de manera clara y precisa, evitando malos entendidos y confusiones en la comunicación. 

Un mensaje escrito sin respeto por las normas suele ser difícilmente inteligible, además de poner de manifiesto la falta de cuidado y de cultura de quien lo utiliza. Quien no conoce las normas de ortografía no sabe distinguir el sentido de muchas palabras y frases, confundiendo significados, matices e intenciones. Por ejemplo, no es lo mismo “¡ay!”, “hay”, y “ahí”; “cayó” y “calló”; “hecho” y “echo”; “haber” y “a ver”; o el cómico “vamos a comer, niños” y “vamos a comer niños”… 

Quien desconoce estas o similares diferencias no sabe escribir ni leer de manera adecuada. De este modo reduce sus posibilidades de expresión a la hora de exponer con precisión lo que piensa; y de comprensión, en el momento de leer un texto escrito en el que se desconoce el sentido de muchas de las palabras, así como su uso adecuado. 

La comprensión lectora queda seriamente afectada por esta falta de precisión en los textos escritos; y lo mismo ocurre con en el lector que no sabe distinguir unas palabras de otras por utilizarlas indistintamente o de manera confusa. Y cuando la comprensión de un texto no es fácil, se pierde el deseo de leer… y de escribir. Es más fácil contemplar imágenes, utilizar emoticonos… pero también más ambiguo. Y más cuando nos sentimos urgidos por las prisas. Lo fácil acaba siendo superficial. Pedro Salinas hablaba del “infantil elementalismo”.

Esta pobreza da lugar a otra: la pobreza acerca del vocabulario y la morfología; y esta, a su vez, afecta también a la sintaxis y a la semántica, esto es, a la comprensión de la función y del significado de las palabras. El lenguaje es necesario para el pensamiento, le permite precisar, distinguir… y por lo tanto comprender. A través del lenguaje el mundo mismo -también nuestro mundo interior- se nos muestra y se hace más comprensible.

Pobreza de recursos expresivos, confusión y falta de precisión conducen necesariamente a una simplificación del pensamiento, y finalmente a no saber pensar, deducir, relacionar, contrastar, distinguir…, a no saber comprender ni expresar. Los límites del lenguaje llevan a una limitación del propio mundo, como decía Wittgenstein, porque de la pobreza de los recursos se llega a la pobreza del contenido y de esta a la pobreza de la finalidad: ¿Hablar?, ¿para decir qué?, ¿y para no decir nada… a quién?    A.J.


 

jueves, 5 de enero de 2023

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (51)

¿PROYECTO EDUCATIVO FAMILIAR?



 

En el seno de la familia las bases de la educación de los hijos ocupan un lugar esencial, no delegable por parte de los padres a otras instancias como el centro escolar, por ejemplo.

La primera piedra de la educación familiar y principal garantía de construcción de una personalidad madura y equilibrada de los hijos está en el cultivo del amor entre los esposos. Viendo cómo se quieren sus padres, los hijos aprenden qué es el respeto, la servicialidad, la generosidad, la constancia, la responsabilidad por el bien del otro y la diferencia entre el bien y el mal. El factor decisivo de una buena educación de los hijos radica en el clima afectivo y de valores en el cual crecen. Santa Teresa de Calcuta decía a los padres: “No os preocupéis si vuestros hijos no os escuchan. Os están observando todo el día.”

Después será preciso establecer de común acuerdo unas prioridades que se convertirán en valores y normas de comportamiento dentro y fuera de casa. Pero no será suficiente tener claras la ideas acerca de los objetivos del proyecto educativo familiar. Es preciso ejemplificar, proponer conductas concretas.

Los hijos deben percibir claramente cuáles son las expectativas de sus padres sobre ellos, formuladas en términos claros, en comportamientos concretos y avalados por el ejemplo. No será suficiente proponer “generosidad” si no se concreta en qué: dedicar un tiempo del día para ayudar al hermano pequeño, aportar algo para el regalo a los miembros de la familia, prestar sus cosas, etc. A nada conduce insistir en que deben ser ordenados si no se les enseña y exige orden en sus juguetes, su ropa, su habitación... Sería contraproducente decirles que no hay que mentir y que nos vean hacerlo en ciertas situaciones.

A la familia se la ha dotado del instrumento educativo fundamental: el afecto, el amor tangible. El mensaje “te quiero”, “tú eres único para mí”, “tú eres lo que más vale para mí”…, se transmite a través de gestos muy concretos, especialmente con los hechos y, en lo posible, “estando” con ellos, dándoles nuestro tiempo. Poco tiene que ver con un sentimentalismo superprotector que les va ablandando ante la dificultad, con “tiempos de calidad” forzosos y menos aún con regalos caros o aparatosas celebraciones en locales de moda.

El proyecto educativo familiar, con sus prioridades y normas, podría convertirse en un reglamento sofocante si falta un clima de pleno afecto. El rechazo de algunos hijos hacia normas y valores propuestos por sus padres puede ser una reacción ante unas exigencias planteadas y vividas sin cariño, sin paciencia, sin alegría.

Configuramos nuestra personalidad según modelos de identificación. Los valores vividos por los padres serán asumidos con naturalidad por los hijos si les ven vivirlos con alegría, aun en medio del sacrificio llegado el caso. 

Los hijos, afortunadamente, no son mecanismos programables. Es muy posible que sus conductas no respondan a nuestras expectativas. Ahí entra también su libertad y sus flaquezas. Es su responsabilidad también. Nunca tendremos certeza sobre los resultados de nuestro esfuerzo educativo. Sólo la tendremos sobre cuál será el efecto de lo que no hagamos.

 (Publicado en el semanario LA VERDAD el 30 de diciembre de 2022)