EDUCAR EN LA VERDAD, PARA LA VIDA
Culminamos por ahora nuestras reflexiones acerca de la educación volviendo a lo esencial. Y lo esencial es aquello que ya afirmaba Hesíodo en el siglo VII a. Jc., que “la educación ayuda al hombre a ser lo que es capaz de ser”. Y por eso, si queremos educar ayudando al ser humano a introducirse en la realidad, tenemos que hacerlo educando en la verdad, el bien y la belleza, que son el horizonte de plenitud al que tiende nuestra naturaleza.
La belleza es el esplendor de la verdad y el bien; es camino para descubrir el sentido de las cosas. Y para educar en la verdad y en el bien es fundamental disponer de certezas acerca de cómo es el mundo. Es necesario, sobre todo, saber qué significa ser persona. Si esto no está claro tampoco lo estarán los criterios por los que han de establecerse los contenidos, las prioridades, objetivos o metas -y las llamadas “competencias”- en la educación. Ésta es la cuestión fundamental que hay que plantearse: ¿Qué y quién es la persona humana? ¿Es “algo”, simplemente, o es “alguien”? ¿Qué la perfecciona como ser humano? ¿Qué valor tiene la relación con las demás personas? ¿Qué sentido tiene la vida y qué lugar ha de ocupar el ser humano en la realidad?
Para ejercer su libertad, el hombre debe conocer la verdad sobre sí mismo y sobre lo que diferencia el bien y el mal, superando la tentación del relativismo. El relativismo es una capitulación ante la tarea de dar un sentido digno a la vida personal o colectiva y nos zarandea entre la indolencia y el fanatismo.
Cuando la libertad, queriendo emanciparse de toda tradición y autoridad, se cierra a las evidencias de una verdad objetiva como fundamento de la vida personal y social, se acaba por asumir como única referencia para las decisiones personales la opinión subjetiva y mudable, el capricho o el interés egoísta, ya sea el propio o el de los gobernantes. Y de ahí se sigue un planteamiento acerca de la educación pobre de miras, decepcionante y finalmente fallido.
En nuestro mundo el valor de la persona, de su dignidad y de sus derechos está seriamente amenazado por la extendida tendencia a recurrir exclusivamente a criterios de utilidad y disfrute. Por ello no se contempla a menudo otro sentido para la vida que el recrearse en un bienestar cómodo y mientras dure. Oscurecido así el sentido de la vida, ocurre que la perplejidad, el abatimiento y la falta de horizonte llevan a muchos a pensar que esta vida no merece la pena vivirse ni transmitirse. Y esto nos está pasando de manera alarmante. Nos asustan y rehusamos los resultados: vacío existencial, nihilismo, desprecio por la vida, crispación social, superficialidad generalizada, narcisismo sin freno…, pero no hemos valorado bien las premisas que nos han llevado hasta ellos. Y la educación así lo refleja, tristemente.
El problema profundo de la educación hoy no es un problema de medios y recursos sino de fines; no es un problema de mera transmisión de saberes y utilidades, sino de aportación de significados, de valores de sentido que hagan justicia a la dignidad del ser humano y a su vocación al amor, a su anhelo de felicidad, a su espera de un Bien infinito.
(Publicado en el semanario LA VERDAD el 1 de julio de 2022)