jueves, 27 de abril de 2023

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (64)

CONCRETANDO: CÓMO CULTIVAR LA REFLEXIÓN 

 

Todo valor humano puede y debe traducirse en actitudes y en hábitos en los que dicho valor se hace más concreto y visible, tangible incluso; tales disposiciones sirven además de patrón para la intervención del educador, y además son básicos en la formación del carácter. 

Estas actitudes y hábitos deben fomentarse a través de actividades, modelos y pautas de comportamiento orientadas congruentemente en la misma dirección. 

Concretando: ¿cómo podemos fomentar, así pues, los educadores la reflexión en nuestros hijos y alumnos? ¿Qué modos de actuar conviene fomentar? Veamos algunas pautas dirigidas a consolidar hábitos de reflexión mediante ciertas acciones y actitudes:

• No actuar de manera reactiva o impulsiva, en función de los estímulos de agrado y desagrado que se reciben, sino parándose a pensar antes de actuar, valorando qué es lo más conveniente y oportuno, apreciando el valor de lo que se va a hacer, la intención con la que se va a realizar y sus posibles consecuencias.

• En todo lo que se hace, se conoce o se emprende, dar la máxima importancia a buscar lo que merece más la pena: valores como la verdad y el bien, captar y suscitar la belleza. 

• Aprender a distinguir la diferencia entre el valor aparente y engañoso de ciertas acciones, a pesar de que sean agradables o fáciles de realizar, y el valor auténtico de otras más costosas. 

• Percatarse del valor que a corto y largo plazo pueden tener pequeños gestos, acciones, detalles o comportamientos. Tener con los demás detalles sencillos de delicadeza, gratitud, respeto, amabilidad… Caer en la cuenta de que cosas en apariencia tan pequeñas hacen la vida más amable y agradable a las demás personas.

• Es muy importante reflexionar de manera habitual acerca de lo ya realizado para sacar lecciones de cara al futuro; valorando la intención con la que se realizó, la rectitud y el contenido de lo hecho, el logro de los posibles objetivos, el esmero en la realización, la repercusión que ha tenido en otras personas, las consecuencias que se han seguido… De esta reflexión -de la propia experiencia, en suma- se nutre el aprendizaje con vistas a actuaciones futuras. Por eso es bueno no darlo todo hecho a los niños. A veces conviene dejar que se equivoquen y ayudarles después a reflexionar sobre ello.

• Coraje para asumir con sencillez y lealtad las consecuencias desagradables de las propias decisiones.

• Defender las propias opiniones y convicciones con argumentos y razonamientos adecuados, de forma respetuosa hacia las personas, y estar dispuestos a cambiarlas si se comprueba que están equivocadas. 

• Tomar decisiones sin dejarse llevar solo por el propio interés, por la comodidad o por gregarismo, por el deseo inmediato de satisfacción o el estado de ánimo, sino juzgando y determinándose con sentido del deber, respetando a las personas y buscando el bien para los demás a la vez que para uno mismo.

• Adquirir sentido crítico ante los mensajes consumistas que de manera seductora presentan generalmente la publicidad y los medios de comunicación.

Conviene recordar que no basta con “decir lo que hay que hacer y cómo”, sino actuar, nosotros mismos, los educadores, de acuerdo con estos criterios… y con alegría. El educador, decía Foerster, solo puede esperar de la índole de sus educados lo que él mismo se esfuerza por conquistar en lucha consigo mismo cada día.


         (Publicado en el semanario La Verdad el 21 de abril de 2023)


martes, 18 de abril de 2023

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (63)

AHOGADOS EN LA SUPERFICIE

EDUCAR EN LA REFLEXIÓN (IV)



Educar en la reflexión se hace absolutamente esencial y urgente en circunstancias como las nuestras, en las que todo alrededor arrastra a muchos niños y jóvenes desde los primeros años a vivir fuera de sí, enganchados a los dispositivos, dispersos, atolondrados, presos de frustraciones que son incapaces de asumir y superar.

Televisión, Internet y redes sociales, series, videojuegos, publicidad, consumismo… influyen seguramente más que todos los colegios y universidades juntos, arrastran sin oposición alguna hacia la superficialidad a muchos niños y jóvenes, ante la pasividad de muchas familias o de lo que queda de ellas. Vivimos en gran medida de impresiones, sensaciones, impulsos emocionales. Y por eso la inestabilidad y la superficialidad caracterizan a menudo nuestras vidas. Detrás de la superficialidad viene la frivolidad y detrás de ésta la debilidad del carácter, la blandura de la voluntad, la vanidad, la inconstancia, la incapacitación para el compromiso y el esfuerzo mantenido, el empobrecimiento vital. Niños, jóvenes y adultos acaban ahogados en la superficie por no pararse a reflexionar.

Ser reflexivo es profundizar en el ser de las cosas, en su valor y en su sentido. Es conocerse y conocer a los demás, observar, escuchar, aconsejar y dejarse aconsejar. Es respetar a las personas pero ser crítico con sus opiniones, porque ni todo es opinable ni todas las opiniones son igualmente valiosas. 

Por ello es preciso buscar, más allá de las apariencias, las verdaderas causas de los acontecimientos, ponderar su contenido y su alcance, valorar sus consecuencias, asentar nuestras propias decisiones y elecciones en la deliberación y en la prudencia. 

Un experto en comunicación enseñaba a sus alumnos de periodismo: “-Noticia es aquello que nos hace exclamar: ¡Atiza!”. Y así recibimos mensajes contundentes pero sin consistencia, calificativos manipuladores, eslóganes persuasivos, imágenes seductoras, fake news... A menudo ni siquiera se atienen a la realidad y se cae en la manipulación más grosera. Pero no da tiempo a pensar. Se introducen ritmos frenéticos al informar, al narrar, al opinar; hay que cambiar enseguida, entretener para no aburrir y que no se nos vaya la audiencia a otro canal.

Y así, palabras, noticias, encuestas, imágenes impactantes golpean nuestra mente y nuestros sentidos con un ritmo trepidante. Los medios de comunicación bombardean y aturden la percepción de las audiencias con titulares sensacionalistas, hechos morbosos, juicios precipitados y provocadores. 

Sin embargo no es bueno dejarse llevar de la verborrea de imágenes y palabras que bombardean las conciencias sin dejar tiempo para pararse a reflexionar, para separar el grano de la paja, la apariencia de la realidad. 

Superficialidad e inestabilidad empobrecen al ser humano. Atrofian la vida racional e inducen a comportarse como un animal que se mueve sólo por apetitos y reflejos sensoriales. Devastan nuestra vida si carecemos de formación y del hábito de la reflexión, que aporta prudencia y equilibrio a nuestros comportamientos. 

Una persona superficial no profundiza porque no reflexiona. No discierne entre opiniones, se deja llevar por simpatías y antipatías, o por intereses. En la mayoría de los casos se plagia o se imita lo que se lleva, esa moda que goza de un éxito aparente y llamativo. El superficial olvida que la moda es lo primero en pasar de moda y que los triunfos arrolladores son los que antes se desvanecen. Es una vieja historia. La intrascendencia es poco original.


(Publicado en el semanario La Verdad el 14 de abril de 2023)