lunes, 30 de octubre de 2023

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (82)

EDUCAR EN LA SUPERACIÓN Y EL ESFUERZO

 


Una de las consecuencias más claras en tiempos o en ambientes de permisividad y hedonismo es la flojera de los caracteres, un pernicioso emotivismo moral que solo distingue entre “me gusta-no me gusta”, “tengo ganas-no tengo ganas”, “me apetece-no me apetece”, “lo hacen los demás-nadie más lo hace”… y no es capaz de distinguir lisa y llanamente entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto. La rectitud moral es desplazada por la comodidad y el deseo de sentirse bien, y nada intimida más que el sufrimiento y el sacrificio. En el extremo de semejante desatino (ya no hipotético), la sociedad castiga a los padres por castigar a los hijos. 

Escribe José Antonio Marina: “Es muy difícil que convenzamos a un niño de que tiene que esforzarse si al mismo tiempo le acostumbramos a no soportar ninguna molestia. Ahora sabemos que a partir de los quince meses la tarea más importante de la madre es ayudar al niño a soportar niveles cada vez mayores de tensión. Deben aprender a resolver los problemas que son capaces de resolver, sabiendo que cuentan con el apoyo emocional de sus padres, pero que son ellos los protagonistas. Hemos de enseñar a aplazar la recompensa. Los niños necesitan saber que muchas veces hay que hacer cosas desagradables para conseguir una meta agradable (y, añadiríamos nosotros, noble, buena), y que mantener el esfuerzo durante el trayecto puede ser duro… pero merece la pena.” 

Para educar en el esfuerzo ayudan mucho los premios y los castigos; de ellos trataremos en una próxima ocasión. Pero ayudan más y son más determinantes en la adquisición de la fortaleza psicológica y moral los hábitos vinculados a ideales y criterios. La adquisición de hábitos y virtudes supone esfuerzo al principio, cierta lucha. Después, en cuanto empiezan a consolidarse, conllevan satisfacción y alegría crecientes. También influyen notablemente los ambientes que estimulan a la superación y en los que se otorga una compensación emocional por el esfuerzo, así como los buenos ejemplos de las personas de referencia (padres, profesores, amigos…). 

Por principio, no hay que evitar a los niños y jóvenes los esfuerzos, ya que son fuente de una experiencia educativa formidable: la satisfacción del deber cumplido, de haber sido capaz de conseguir las metas planteadas, de superarse a sí mismo. Todo ello proporciona una forma de alegría muy superior al placer sensible inmediato. La experiencia de “alegría interior” que se produce cuando se corona un esfuerzo con éxito es una fuente extraordinaria de motivación.

El afán de superación es un potencial educativo fundamental. No es bueno caer en la queja y la fácil excusa. La exigencia por parte de los educadores -exhortar al cumplimiento de deberes, la propuesta de metas nobles aunque sean costosas…-, siempre que sea proporcionada a la situación y a las capacidades de las personas, promueve el fortalecimiento de la voluntad. Es preciso ayudarles a dominar los caprichos y a sobrellevar con buen ánimo ciertos estados y situaciones de frustración. Importa mucho valorar su esfuerzo tanto, al menos, como el resultado final.

El consejo prudente y el apoyo de quien tiene autoridad moral y experiencia son una fuente de criterios, motivaciones y de maduración personal. El deporte, además de una práctica saludable, es un buen ejemplo todo lo dicho: el entrenamiento es el principal resorte educativo para lograr la superación y el éxito. 

      (Publicado en el semanario La Verdad el 20 de octubre de 2023)

lunes, 16 de octubre de 2023

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (81)

EDUCAR EN HÁBITOS Y VALORES



La verdadera educación es la que tiene como centro y razón de ser a la persona. Y lo demás, en el mejor de los casos, vendría a ser un sucedáneo y, en el peor, una forma más o menos velada de manipulación.

La persona humana es un ser en desarrollo -un hacerse-, pero a partir de una naturaleza dada de antemano: la naturaleza humana. Es necesario el desarrollo de las capacidades innatas y de otras muchas adquiridas para alcanzar una vida lograda.

En el primer libro de la Ética a Nicómaco escribe Aristóteles que "una golondrina no hace verano, ni un solo día; y así tampoco hace venturoso y feliz un solo día o un poco de tiempo". La cita alude a que, según piensa el filósofo griego, la felicidad, el fin o meta de la vida humana, implica estabilidad y continuidad. 

De modo semejante, en la consolidación del carácter o de la “personalidad aprendida” por medio de la educación, se precisa el arraigo y la consolidación de las acciones humanas en forma de hábitos. Más aún, como ha recordado José Antonio Marina, la educación vendría a consistir en último término en la adquisición de hábitos valiosos.

Hace falta la repetición para la consolidación del hábito, pero hay que ir más allá del mero ejercicio mecánico de las acciones, ya que son los valores (entendidos como especificaciones del bien) los que dan sentido al hábito, dan significado a cada acción y horizonte educativo a toda actividad. 

Los hábitos integrados en constelaciones de sentido y significado -valores- contribuyen activamente al crecimiento educativo del ser humano. Orientar la consolidación de hábitos hacia bienes relevantes favoreciendo su interiorización y la libre búsqueda del saber, de la justicia, la solidaridad, la compasión, etc., es formar una personalidad valiosa, favorecer el autodominio y la magnanimidad, crecer en humanidad y aportar humanidad al mundo. 

Los hábitos y los valores han permanecido en la vida escolar cotidiana, sin duda más que en los discursos pedagógicos académicos y oficiales. Están presentes en la comprensión y orientación adecuada de un vida sana, de una convivencia saludable. 

En el orden de la educación, los hábitos:

a)    Hacen al alumno más eficaz, más hábil. Los hábitos, fruto de un ejercicio continuado, hacen más fácil, precisa y gozosa la actividad.

b)     Aportan calidad humana a la persona cuando son generados desde el sentido que da un valor asumido; entonces son, propiamente hablando, virtudes.

c) Los hábitos son capacitadores y potenciadores de la construcción de la personalidad, del carácter. No son un repertorio de automatismos ciegos sino disposiciones integradas en la persona.

d) Los hábitos propician la autonomía de la persona: lejos de considerarlos como una forma de dependencia a rutinas y a automatismos, los hábitos abren la puerta a la construcción de una personalidad libre y responsable, dueña de sí misma.

      Uno de los principales fines de la educación es colaborar a que el educando vaya construyendo referentes de interpretación de la realidad que contribuyan a su perfeccionamiento como persona. Por ello es tarea de la escuela enseñar a pensar, a juzgar, a captar lo valioso.


          (Publicado en el semanario La Verdad el 13 de octubre de 2023)

martes, 10 de octubre de 2023

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (80)

UNA VISIÓN ADECUADA DEL SER HUMANO

En este momento en el que al socaire del fenómeno de la globalización ha florecido el “pensamiento único”, la educación (y no solo la escolar, pues el fenómeno ha invadido toda la sociedad y con ella el ámbito familiar) podría ser engullida por una mentalidad relativista regida por la inmediatez, capaz de manejar todo destino humano individual y colectivo.

Ese pensamiento único, que puede caracterizarse como la imperiosa satisfacción de los deseos, se ha convertido de hecho en una moralidad indiscutible, fuente de nuevos derechos y cancelaciones; un absoluto ante cuyo altar vienen a rendirse los signos racionales de nuestra dignidad. El hombre y la mujer -se dice- no nacen, se hacen en la medida en que logran alguna partícula de poder (empoderamiento) y ven así satisfechos sus deseos. Pero si no la alcanzan, sus criterios y principios, incluso su misma existencia, carecen de valor y quedan a merced de aquellos que sí la han logrado. Es una versión refinadísima de la ”ley del más fuerte” en la que el hombre es un lobo para el hombre.

Reducido el ser humano a variable del proceso de producción, de la estructura social y del sistema político, acaba privado de su densidad ontológica en el maremágnum de una sociedad líquida, sin vínculos consistentes con la verdad, con el bien y entre las personas mismas. Encadenado al servicio de intereses múltiples, el incremento de “libertades” esconde una auténtica falta de libertad. Este modelo de hombre, reactivamente, se ha refugiado en su subjetividad solitaria e insolidaria, es frágil ante la frustración y propenso al vacío existencial. Nos preocupa la salud mental de los jóvenes; debería hacerlo también la falta de sentido que a menudo experimentan.

A este deterioro ético parece ayudar con lamentable eficacia cierta “nueva pedagogía” (en expresión de Inger Enkvist) que debiera estar llamada a todo lo contrario, a la formación de personalidades maduras y consistentes. A esto se refiere Miguel Quintana Paz cuando describe irónicamente lo aprendido hasta bachillerato como “un bagaje que solo serviría a nuestros jóvenes para presentarse en un concurso de miss España: la paz es buena, las guerras son malas, es loable reciclar… y Confucio es el fundador del confusionismo.” Sensibles, eso sí, aunque vagamente, a los objetivos de desarrollo sostenible y la Agenda 2030, pertrechados de artilugios digitales y adictos a las pantallas.

El panorama general ha sido descrito con admirable precisión conceptual por autores como Paul Ricoeur, Gilles Lipovetsky o Zygmunt Bauman, que se han preguntado también si los educadores pueden hacer algo. Se pregunta Ricoeur, por ejemplo: “¿Cuáles son, frente a esta situación, la tarea y la responsabilidad de los educadores, incluyendo en ellos a los ámbitos del pensamiento, a los grupos de opinión y a las iglesias?”. Y responde él mismo:  “Estamos llamados a afrontar una tarea educativa descuidada: recuperar una visión adecuada del hombre”.

Un ejemplo: las cuestiones tecnológicas encabezan hoy las preocupaciones de los sistemas educativos, pero no debemos olvidar que las tecnologías no innovan, quien innova son las personas. En sentido propio, no son las tecnologías las que nos están cambiando la vida, sino quienes las han ideado y quienes las utilizan. La llamada “competencia digital” no es solo cuestión de teclas, sino ante todo, de ideas, de criterios y de valores éticos. De personas. Y así, lo demás.

    (Publicado en el semanario La Verdad el 6 de octubre de 2023)

lunes, 2 de octubre de 2023

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (79)

¿EDUCAR PARA EL BIENESTAR O PARA EL BIEN SER?



Cediendo a una falsa socialización, reducido el ser humano a mera unidad de producción y de consumo, a simple elemento del sistema social pastoreado por el Estado, sin referencias trascendentes para su vida, no puede aspirar más que a estar (y cuando llegue la muerte… fin). ¿Recuerdan aquello de que el hombre es un “ser-para-la-muerte”, una “pasión inútil”?... 

Pero si hemos venido al mundo solo para estar, la única aspiración posible es estar bien, un bienestar regido en el fondo por el principio del deseo. Y como cada uno va a lo suyo y procura imponer sus deseos, el contenido de las normas sociales y los valores que rigen la convivencia dependerán de quien ostente el poder político, económico y mediático. Este es el trasfondo de la mentalidad hoy dominante, que condiciona poderosamente la tarea de educar priorizando en ella la adaptación al entorno.

Todo cuanto se oponga al deseo (al placer, al éxito) se considerará represivo y poco progresista. El utilitarismo, el relativismo, el narcisismo y la superficialidad configuran así el panorama ético vigente. 

Y así, si se trata de estar bien, en las relaciones interpersonales viene a regir una débil tolerancia (“si están bien así…”, “si así son felices…”, “si es lo que han elegido…”, “si se quieren…” pues vale). Pero esta tolerancia emana en el fondo de la indiferencia al ser del otro. La tolerancia (“yo te tolero…”) es un vínculo pobrísimo. A lo sumo se espera que, en contrapartida, a uno le dejen montarse la vida a su gusto.

Además, desde el estar como argumento vital no son bien vistas las convicciones; solo caben posturas. Tener convicciones suena a rígido, a absoluto… Cambiar de convicciones resulta demasiado difícil. Ya no se pregunta: “¿cuáles son sus convicciones…?, sino “¿cuál es su postura acerca de…”? Porque cuando no se está bien, lo más cómodo es cambiar de postura. Si las posturas se mantienen durante un tiempo acaban cansando. Será preciso entonces cambiarlas con frecuencia, relativizarlas para estar más cómodos. Y así, casi imperceptiblemente, se sustituirá la ética por la estética e incluso por la simple cosmética... La realidad se reemplaza por las apariencias. No importa hacer el bien, sino quedar bien. La aspiración a la excelencia (a cultivar y dar lo mejor de sí) será desbancada por el glamour y por el afán de convertirse en influencer.

Sin embargo, se quiera o no, el hombre no ha nacido para estar sino para ser. Y la educación ha de ayudar, no al bienestar sino al bien ser, al perfeccionamiento moral de la personalidad.

El ser humano es a un tiempo don y tarea. Se nos han dado la existencia y la vida, así como el privilegio mismo de ser humanos. La naturaleza humana (hoy tan mal entendida y menospreciada) es nuestro modo constitutivo de ser; nos otorga un patrimonio de magníficas capacidades y a la vez es una pauta que nos marca la diferencia entre lo bueno (lo humano) y lo malo (lo inhumano).

Si no actuamos, si no crecemos y no educamos de acuerdo con lo que somos -personas, hombres, mujeres-, surgirá la frustración, el sentimiento de fracaso, el hastío, el desequilibrio, la desesperanza, que son la consecuencia de una vida superficial e intrascendente. De un mero estar sin (querer) ser.

   (Publicado en el semanario La Verdad el 29 de septiembre de 2023)