martes, 29 de marzo de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (21)

EDUCACIÓN Y ALEGRÍA (y III)



Para cultivar el valor de la alegría hacen falta ideas claras sobre el gozo que brota de lo bien hecho y de hacer el bien, y la nimiedad de tantos placeres y satisfacciones aparentes. Para ello hay que saborear emocionalmente la satisfacción de haber logrado el bien y que a menudo “las apariencias engañan”, aprendiendo a “sintonizar” afectivamente con el bien y a experimentar aversión hacia el mal. A esto ayuda la experiencia ajena -los modelos de la ficción y de la realidad cercana- y, desde luego, también la propia, cuando se saben extraer conclusiones y lecciones para la vida.

Pero es preciso también que arraigue en la práctica el hábito de disfrutar y suscitar alegrías y gozos que valen la pena, que a menudo se alcanzan por medio de sacrificios y renuncias inmediatas. Así es como se adquiere un carácter alegre, optimista, generoso, emprendedor, jovial, afable. Todo ello generalmente se enseña y se aprende por contagio: aprendemos viendo que aquellos que son referentes para nosotros son muy felices viviendo así.

¿Qué actitudes pueden ayudar a vivir con alegría y a suscitarla educativamente? Caben muchos ejemplos: Ser agradecido, sonreír más habitualmente, procurar hacer la vida más amable a los demás, ser paciente, compartir la propia alegría, procurar que los cercanos se sientan apreciados, queridos, tenidos en cuenta..., disfrutar de las cosas sencillas y cotidianas, procurar descubrir lo positivo de las personas y de los acontecimientos, aceptar con sencillez las propias posibilidades y limitaciones, aprovechar los errores para aprender, no obsesionarse con lo que nos falta, con lo que nos sale mal, no perder tiempo y humor en lamentaciones acerca de lo irremediable, de lo que ya ha pasado..., crear oportunidades de pasarlo bien juntos en familia, en amistad: hacer especial el estar juntos, reír juntos…

Podría también proponerse alguna pauta educativa, a partir de los primeros años: lo primero, amarles incondicionalmente, con independencia de sus cualidades, y que se den cuenta. Sonreír mirando a los ojos, mostrar un semblante habitualmente afable en el trato. Reconocer tanto el esfuerzo como los logros obtenidos y, siempre, la buena intención; darse cuenta de lo positivo y decirlo, animando a que se construyan una imagen real y positiva de sí mismos y adquieran confianza en su capacidad. No quedarse pendiente de lo que se hace mal y atender más a lo positivo, a la buena intención, a las posibilidades y retos de mejora. 

Es muy importante dedicar a cada uno un tiempo especial para hablar, escuchar, comentar; escuchar sin juzgarles continuamente, esto genera confianza. Enseñar a convertir las quejas y críticas en sugerencias, peticiones y aportaciones. Facilitar experiencias de logro y superación personal, animando a tener iniciativas, a descubrir por sí mismos, no ahorrarles esfuerzos y por lo tanto logros. Descubrir algo que hacen bien y apoyarse en sus puntos fuertes para suscitar su generosidad y otras metas más altas. No tener miedo a exigir en proporción a lo que el niño sabe y puede. Premiar más que castigar, reconociendo, celebrando y agradeciendo lo bien hecho. Promover celebraciones y festejos familiares en los que se fomente una alegría sana y sincera: pasarlo bien juntos, compartiendo tiempos, juegos, aficiones... 

Es bueno recordar que lo que se aprende con alegría se aprende mejor y que quien se esfuerza por regalar flores de alegría… tendrá siempre las manos perfumadas.


(Publicado en el semanario LA VERDAD el 11 de marzo  de 2022)

lunes, 14 de marzo de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (20)

EDUCACIÓN Y ALEGRÍA (II)

 



Si queremos fomentar un valor humano, por ejemplo la alegría, decíamos que es preciso considerar tres aspectos: pensar (clarificar ideas), sentir (sintonizar con el bien) y actuar (adquisición de hábitos mediante la práctica). 

La alegría, desde luego, se siente. Pero hay que aprender a distinguir alegrías y goces aparentes y superficiales e inmediatos de gozos reales, estables y profundos. Es preciso ayudar a experimentar la satisfacción que acompaña a la realización del bien, descubriendo por qué ocurre esto; es preciso también cultivar la sensibilidad hacia lo bueno y el rechazo de lo malo; y en tercer lugar, fomentar la fortaleza de carácter que se requiere para orientar habitualmente el comportamiento hacia bienes y satisfacciones nobles. 

Hay una forma de satisfacción y de alegría que es consecuencia de haber obrado bien. Por ejemplo, cuando uno se siente útil a otra persona después de haberle dedicado tiempo, ayuda, consejo...; o cuando se ha superado una importante dificultad, o se ha concluido bien una tarea costosa. Esa alegría brota del interior y se manifiesta radiante y creativa. Va “de dentro a fuera”.

Esa forma de alegría es muy diferente de otras pasajeras, de la satisfacción de una necesidad vital inmediata (fisiológica, por ejemplo), que por así decir viene “de fuera adentro”. Este tipo de satisfacciones, suelen ser momentáneas y pueden ser excitantes, intensas e incluso vertiginosas, pero suelen ser menos estables, menos profundas y menos valiosas. Proporcionan contento e incluso euforia, pero no verdadera elevación humana ni suscitan la creatividad. Incluso pueden resultar nocivas.

El consumismo y la publicidad tienden a borrar la frontera entre la necesidad auténtica y el mero deseo, entre el gozo profundo y el placer inmediato. La capacidad de alegrarse con los bienes que satisfacen de verdad necesidades importantes del corazón humano constituye un fin y a la vez un medio de educación. Es esencial aprender a reconocer la verdadera alegría y lo que la produce, distinguiéndola de otras formas de placer que sólo excitan pero no nos hacen bien. Y por otra parte, lo que se aprende con alegría se aprende mejor. Se trata, así pues, de fomentar el discernimiento y la automotivación.

Se ha dicho sabiamente que hay más gozo en dar que en recibir. Pero la diferencia entre ambas formas de satisfacción sólo se percibe bien cuando se experimenta. Por eso, cuando uno ha experimentado que el goce inmediato no es tan satisfactorio como la generosidad alegre o la meta alcanzada, es más fácil optar por conductas o situaciones más dignas aunque no sean tan atrayentes para una primera impresión. 

Es preciso haber saboreado el bien auténtico, real y verdadero, para comprobar que otros placeres “no saben” igual de bien bien, dejan vacío, no sacian de verdad, y que las cosas no siempre son como aparentan. Y también tener fortaleza para decir “no” a algo que atrae pero que no es realmente valioso. Sólo quien sabe que ese “no” es en realidad un “sí” a un gozo y a un bien mayores tiene fuerza para no dejarse fascinar.De ahí la importancia de una temprana dedicación de niños y jóvenes a tareas que supongan una entrega generosa y abnegada, fuente de satisfacciones personales profundas. 

No es bueno incentivar por medio de la codicia, sino impulsar a la superación de sí mismo y a la generosidad. En un corazón pleno y radiante no hay necesidad de llenar o disimular carencias y vacíos afectivos.


     (Publicado en el semanario LA VERDAD el 4 de marzo de 2022) 

 

martes, 8 de marzo de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (19)

EDUCACIÓN Y ALEGRÍA (I)


 

La madurez emocional y el equilibrio personal se alcanzan fomentando y orientando la afectividad (sensibilidad, asombro, emociones, pasión…) para que sintonice con el bien en todas sus modalidades. No se trata solo de saber hacer el bien e incuso de hacerlo, sino de querer hacerlo y de hacerlo con alegría, con el gozo de quien aprecia el bien y la belleza allí donde se encuentren. La educación afectiva persigue enseñar y aprender a emocionarse, más aún, a apasionarse con el bien.

La alegría es un sentimiento de satisfacción que acompaña al conocimiento, a la posesión y a la realización de algo que nos agrada. Es en cierto modo una reacción espontánea, pero también es educable porque no todo lo que nos agrada es necesariamente bueno, conveniente o saludable. Hay que aprender a alegrarse con lo que es en verdad valioso distinguiendo la apariencia y la realidad, lo superficial y lo profundo.

Pero la alegría es también muy importante para la educación, porque lo que se aprende con alegría se aprende mejor. Y si queremos ayudar a las personas a que busquen y alcancen la felicidad, será preciso cultivar la reflexión y la fuerza de voluntad, pero también -y no menos importante- la sensibilidad hacia el bien, la verdad y la belleza. Y el mejor caldo de cultivo para todo ello es sin duda la alegría.

Pongamos un caso bastante frecuente. Durante los fines de semana no son pocos los jóvenes que consumen alcohol en calles, jardines y plazas para divertirse y que buscan de forma intencionada la embriaguez. Ese estado eufórico descontrolado da lugar a una desinhibición, a un estado emocional en el que se rehúye o se banaliza la responsabilidad moral y la conciencia se anestesia y adormece. Al principio uno “se siente bien” y experimenta el deseo de satisfacer las ganas y apetitos de manera inmediata, sin pararse a pensar y valorar si es adecuado o no, qué consecuencias puede acarrear... 

La cuestión es: ¿qué busca un joven o una joven que busca embriagarse cada fin de semana y que después, en no pocos casos, presume normalmente de ello ante los demás? Obviamente, busca un sucedáneo de felicidad: “pasarlo bien” y “sentirse bien” en complicidad con sus amiguetes.

Aquí no vamos a tratar de  cómo ha de atajarse este fenómeno, si con leyes estrictas o acciones policiales, por ejemplo. La cuestión de fondo que nos planteamos es qué pasa por esas mentes y esos corazones para caer en semejante atolondramiento, y qué se puede hacer desde el punto de vista educativo para prevenirlo y evitarlo (o tal vez, incluso, reconducirlo).

No se trata simplemente de prohibir. Una prohibición, en el mejor de los casos, puede evitar una conducta inadecuada, pero no ayuda a “querer” hacer lo correcto.

Vayamos por partes. Las actitudes y valores humanos presentan tres componentes: 

a) Cognitivo (conocimientos, creencias, criterios… PENSAR) 

b) Afectivo (sentimientos, preferencias, convicciones… SENTIR) 

c) Conductual (acciones, posturas, reacciones, hábitos… ACTUAR). 

Por ello, si queremos intervenir educativamente en el fomento de actitudes y valores positivos se precisa: 1) una clarificación de criterios y de valores, 2) una apelación a los resortes emocionales, y 3) algún tipo de ejercicio que haga posible la interiorización de conductas por medio de una práctica reiterada, reflexiva y voluntaria.

En lo que sigue, intentaremos aplicar todo esto a la educación de la alegría.


(Publicado en el semanario LA VERDAD el 25 de febrero de 2022)