miércoles, 26 de enero de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (14)

LA IMPORTANCIA DE LA VOLUNTAD 



La voluntad es seguramente la base del carácter, de una personalidad sólida y valiosa. Consiste en saber querer, en decidir y elegir bien. Su consolidación más valiosa es lo que llamamos propiamente el amor.

La especie humana, a diferencia de lo que ocurre en las demás especies animales, no marca a sus miembros pautas fijas e innatas de conducta, sino que ofrece espacios para la autodeterminación de cada individuo, de cada persona. 

En el ser humano los estímulos no desencadenan forzosamente una respuesta o reacción, sino una tendencia, la cual puede o no ser secundada por el individuo. Entre el estímulo y la respuesta se halla nuestra libertad. Nuestro querer se produce ante lo que nuestra inteligencia nos presenta como bueno en algún sentido. Por ello, en la conducta propiamente humana se da primero una cierta deliberación, una valoración racional, y después un consentimiento, una decisión, el querer propiamente dicho, que es el que nos hace dueños y responsables de lo que decidimos y hacemos de forma voluntaria.

Por todo ello la voluntad humana, que supone la capacidad de determinarse a sí mismo de manera consciente o libertad, es el ámbito donde se determina el contenido y la orientación de la personalidad de cada hombre y mujer.

La voluntad no funciona como un interruptor, sino como un complejo hábito. El acto voluntario completo supone: 1) querer el fin, 2) elegir los medios, y 3) llevarlos a la práctica. O lo que es lo mismo, pretender, decidir y realizar una acción proyectada, deliberada y consentida.

Si el querer no pasa habitualmente de las intenciones se llama veleidad. ¡Cuántos se quedan en este "yo querría, pero..."! La persona veleidoso -como una veleta- está a merced del vaivén de las ganas y de las desganas. La libertad propiamente dicha se sitúa en el ámbito de la decisión. Y así, somos responsables de lo que hemos decidido o elegido; si es bueno hablamos de mérito y si es malo de culpa.

Pero no debe olvidarse el momento que los clásicos llamaban la fruición, la satisfacción que brota del logro efectivo de aquello que se buscaba y que da cumplimiento a todo el proceso. Las posturas voluntaristas o rigoristas desatienden este último momento, cayendo en un mero "querer por querer" (reducen la voluntad al esfuerzo). Consideran que lo esencial de la voluntad es el esfuerzo en lugar del amor, lo cual es propio de una "voluntad de poder" y lleva a endurecer el carácter, a la obcecación y a la insatisfacción.

Sin una voluntad firme (lúcida, paciente, perseverante) no es factible la verdadera libertad, es decir el dominio del propio obrar y su orientación al bien, la verdad y la belleza. 

No planteamos aquí que la voluntad deba asumir un papel absoluto en la dinámica vital de las personas, ni siquiera en la educación. Se trata de que la voluntad "sirva", de acuerdo con su naturaleza propia, al bien íntegro de la persona, a la maduración de la personalidad. La educación de la voluntad es también educación del corazón: no anulación, sino cauce ordenador de la sensibilidad y de la vida afectiva para configurar la unidad vital de la persona y su orientación al bien, la verdad y la belleza. Hablamos, en fin, de un modelo de educación personalizadora y de su olvido generalizado en algunos de los modelos educativos actuales


        (Publicado en el semanario LA VERDAD el 21 de enero de 2022)



 

viernes, 21 de enero de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (13)

EDUCACIÓN DEL CARÁCTER


         Decíamos en el artículo anterior que una educación del corazón, entendida integralmente, debe desarrollar tres aspectos: 

1) Educación afectiva, cultivando sensibilidad, asombro, autoconocimiento, respeto… para sintonizar con el bien en todas sus modalidades. 

2) Educación de la voluntad y del carácter para el autodominio y el comportamiento libre y responsable. 

3) Educación ética: enseñar a hacer propios unos valores y comportamientos que orienten la vida al bien.

Por razones didácticas y de fundamentación empezaremos por el segundo, la educación de la voluntad y del carácter. Es muy interesante a este respecto una precisión que hace Daniel Goleman en su conocida obra Inteligencia emocional (Ed. Kairós) al vincular la "inteligencia emocional" con una larga tradición humanística: "Existe una palabra muy antigua para referirse a todo el conjunto de las habilidades representadas por la inteligencia emocional: carácter. (...) La inteligencia emocional es uno de los armazones básicos del carácter. La piedra de toque del carácter es la autodisciplina -la vida virtuosa- que, como han señalado tantos filósofos desde Aristóteles, se basa en el autocontrol. Otro elemento fundamental del carácter es la capacidad de motivarse y guiarse a uno mismo. (...) La capacidad de demorar la gratificación y de controlar y canalizar los impulsos constituye otra habilidad emocional fundamental a la que antiguamente se llamó voluntad." 

He traído aquí esta cita, algo extensa quizás, porque rompe con un prejuicio muy extendido, el de despreciar una larga trayectoria de pensamiento rico en sabiduría acerca del corazón humano. Hace unos años José Antonio Marina denunciaba el “misterio de la voluntad perdida” y se preguntaba: “¿cómo es posible que se haya  esfumado el concepto que ha servido para explicar el comportamiento libre durante veinticinco siglos, y que nadie haya protestado?”. La respuesta estaría, dice, en su sustitución por un concepto más ambiguo, el de motivación, que equivale a “tener ganas…, un fenómeno afectivo que no dominamos y en el que, por lo tanto, no podemos fundamentar nuestro comportamiento”, concluye. Por eso propone devolver a la voluntad su importancia educativa.

Según él las destrezas inherentes a la voluntad son: inhibir el impulso, deliberar, tomar decisiones y soportar el esfuerzo que supone la ejecución de éstas. Y refiriéndose al último punto, relataba algunas quejas frecuentes entre padres y educadores: “Mi niña se cansa de todo”, “¿qué hago con mi hijo que es muy inteligente, pero que no se esfuerza nada?”, “no sé cómo conseguir que mi hija estudie, o que mi hijo arregle su habitación”, “parece que han nacido cansados”…  Los educadores, proseguía, oímos con frecuencia estas quejas de los padres, a las que sigue siempre una pregunta: “¿Qué puedo hacer?”.El esfuerzo no es la virtud suprema, ciertamente, pero sin él no puede arraigar en el carácter ningún valor humano de envergadura. Especialmente en tiempos o en ambientes de permisividad o de hedonismo -de aprecio excesivo del placer y de la comodidad-, el esfuerzo se convierte de por sí en una virtud notable: se manifiesta en la fuerza de voluntad, la fortaleza o reciedumbre, y en la constancia, en la perseverancia.

En su libro Todo se puede entrenar, Toni, entrenador y tío de Rafa Nadal, escribe: “Lo que Rafael ha aprendido formándose como tenista le es útil también en su día a día. He intentado que su formación tenística fuera acompañada de lo que me parece más determinante: la formación del carácter.” 


(Publicado en el Semanario LA VERDAD el 14 de enero de 2022)

sábado, 15 de enero de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (12)

EDUCACIÓN DEL CORAZÓN, EDUCACIÓN DE LA PERSONALIDAD



 

La afectividad, veníamos diciendo, necesita ser educada -no anulada- para que forme un todo armónico con la inteligencia y la voluntad y nos ayude a configurar nuestra personalidad de manera íntegra y cabal, completa. 

Uno de los rasgos de la madurez personal es actuar, no por "dependencia emocional" hacia algo o hacia alguien, sino reflexionando al decidir. No tomar decisiones porque “tengo ganas o no”, “me gusta o no me gusta”, “me apetece o no”, “lo hacen o no lo hacen los demás”... Esta forma de decidir es muy pobre y fácil de manipular. Es necesario entrenarse en la exigencia de optar por lo bueno, lo justo, lo valioso, lo verdadero, a pesar de que sea costoso. 

Una educación de la persona así entendida, una “educación del corazón", deberá desarrollar tres aspectos:

1.- Educación afectiva: su finalidad es conseguir un estilo afectivo (sensibilidad, asombro, autoconocimiento, respeto) que sintonice con los buenos valores.

2.- Educación de la voluntad y del carácter: se trata de ayudar a construir los instrumentos psicológicos de autocontrol necesarios para el dominio de uno mismo, para un comportamiento libre y responsable.

3.- Educación ética: enseñar a percibir y a hacer propios unos valores y comportamientos morales que orienten nuestra vida al bien.

No debemos perder de vista que en el ser humano la inteligencia emocional no se puede ni se debe separar -aunque sí distinguir- de la inteligencia moral. Porque en el ser humano, si bien son de gran importancia los sentimientos, emociones y estados de ánimo, donde se juega la autorrealización de la persona, sus relaciones, el sentido y la orientación de su vida, es ante el bien y el mal. Y el bien no es sólo lo deseado por la voluntad o lo que apetece. Platón vio muy bien que el el bien lo abraza todo, no solo el objeto del deseo.

Se trata de ser dueño de uno mismo. "Autodominio" es otra forma de decir libertad. La libertad no consiste en hacer lo que me apetece, sino en elegir lo mejor tras haberlo pensado bien y haberlo decidido. 

El autodominio presenta dos aspectos: el autocontrol para orientar adecuadamente deseos, sentimientos y emociones, y la fortaleza o resiliencia para afrontar las dificultades, vencer la pereza, los deseos incontrolados y las timideces. Todo ello después de haber juzgado sabiamente acerca de lo que es mejor en cada caso. 

La libertad y la inteligencia “afectiva”, así pues, consisten, primero, en saber querer: en saber lo que se quiere y que esto sea realmente valioso, por una parte; y por otra, en aplicar los medios para alcanzar las metas propuestas, siendo consecuentes, luchando contra la pereza, las dificultades y asperezas que surjan: es la fuerza de voluntad, la constancia, la capacidad de superación, la resiliencia, la honestidad firme. También incluye gozarse en el bien, saber disfrutarlo y agradecerlo.

La construcción de la personalidad es desarrollo humano integral, labor de esfuerzo para vencer las limitaciones y, sobre todo, empeño para forjar hábitos estables que permitan a la persona alcanzar un grado de madurez por el cual esta se convierte, como decía Nelson Mandela, en “el dueño de mi destino, el capitán de mi alma”.

(Publicado en el semanario LA VERDAD el 31 de diciembre de 2021) 

PERSONA Y CIUDADANÍA: ¿TODO ES POLÍTICA?


PERSONA Y CIUDADANÍA: ¿TODO ES POLÍTICA?

(A partir de un texto de Jesús Ballesteros en 
Repensar la paz, EIUNSA, Madrid, 2006. 
Págs. 110 y ss.)

La democracia es la forma de organización política en la que la responsabilidad personal resulta más indispensable. Necesita también conocer sus límites, que no son otros que los de la política, es decir los de la moral. 
La violencia totalitaria es el fruto de la creencia en que la política es la dimensión más elevada de la vida humana y la única capaz de resolver el problema del mal. Dicho de otro modo, lo más opuesto al totalitarismo no es la democracia sin más, sino aquella forma de democracia que niega la afirmación de Gramsci de que “todo es política”.
La participación del pueblo en ejercicio de su soberanía relativa debe limitarse a la organización del Estado y de las otras comunidades políticas. Pero carece de fundamento la pretensión de que la voluntad popular sea soberana en terrenos de otra naturaleza como el educativo, el moral o el religioso. En estos últimos se incurriría en el error de pensar que el hombre se reduce al ciudadano, de que, como ya ha dicho, todo es política y por consiguiente que la voluntad de la mayoría vale universalmente acerca de cualquier asunto: vox populi, vox Dei.


        La reducción del hombre al ciudadano, con todas sus consecuencias, es una de las características del pueblo griego y, en general, de los pueblos precristianos. No es muy extraño por lo tanto que allí donde se trata de prescindir o de superar de un modo u otro al cristianismo, todo quiera reducirse a política. Fue la introducción de la otra ciudad, la ”ciudad de Dios”, lo que abrió al hombre horizontes incomparables con los de la simple política, al enseñar que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.” (Lo cual, por cierto, también fue dicho por Sócrates en el ágora ante sus jueces "demócratas").
No podemos (debemos) hacer todo lo que queramos. No podemos (debemos) someter al imperio de la ley valores más altos que la misma ley. Ni aunque seamos mayoría. Nos lo prohíbe el orden moral y la dignidad de las personas, que están por encima de la política.

viernes, 7 de enero de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (11)

PARA UNA “EDUCACIÓN DEL CORAZÓN”

 


Se suele utilizar la palabra “corazón” para referirse habitualmente a la afectividad, al mundo de los sentimientos y las emociones. Sin embargo los sentimientos y la dimensión emocional no son lo más profundo de la persona. Además, “seguir la voz del corazón”, en el sentido de “haz lo que te digan tus sentimientos”, sin  pararse a pensar y orientarlos racional y moralmente, puede ser un acto caprichoso y de auténtica ceguera. Además, el rencor, la venganza, la envidia o la codicia son sentimientos, y no son nada buenos como criterios de comportamiento. 

Por eso es importante no reducir el corazón a la mera esfera de lo sentimental, porque en su sentido más profundo -más allá de la mera afectividad- significa el “yo”, la persona misma en lo que tiene de más profundo e íntimo.  Y así, educar el corazón implica la orientación de todo nuestro ser –no solo los sentimientos, sino razón y sensibilidad, voluntad y tendencias sensibles– hacia un bien universal, verdadero y donde todo sentimiento, idea o deseo se vea integrado en el amor, en el don de sí mismo para el bien de otras personas. 

Desde esta perspectiva, Susanna Tamaro -autora de la exitosa novela Donde el corazón te lleve- se refiere al corazón como “la totalidad más profunda del hombre, la imagen del lugar donde razón y emoción se enlazan armoniosamente y se funden en algo más grande. Ese corazón, en fin, que todas las religiones señalan como la esencia más verdadera y profunda del hombre”. Es ese “corazón inquieto” del que habla San Agustín, que ansía el descanso feliz en Dios. Pero volvamos a nuestro asunto.

Desde hace un par de décadas se viene poniendo un acento sobresaliente en la educación “emocional”. Tal vez fuera más oportuno decir “afectiva”, ya que comprende más elementos que las emociones -de suyo pasajeras e inestables- y es en el fondo una educación del corazón, entendido este en la segunda acepción antes indicada, como lo más íntimo de la persona, el “yo” interior. 

Y es que cuando la afectividad se reduce a “lo sentimental”, las relaciones tienden de hecho a verse como búsqueda de vínculos placenteros, interesados, donde no se tiene en cuenta el bien incondicional de la otra persona (a menudo ni siquiera el propio) ni la dimensión objetiva de la realidad (el orden moral objetivo).

Educar la afectividad, así pues, es enseñar a dirigir las inclinaciones naturales de forma respetuosa, equilibrada, creativa, alegre: amando lo que es bueno realmente y anteponiendo lo más valioso a lo menos importante y, sobre todo, cuidando de que la dignidad de las personas no se vea amenazada. 

La educación afectiva incluye el empeño por orientar las pasiones, los afectos; no se trata de asfixiarlos de manera voluntarista sino de integrarlos en una vida dirigida a los valores verdaderos para amar lo realmente bueno. No existe oposición entre pasiones y voluntad, sino complementariedad: la educación de la persona no se orienta a suprimir las pasiones sino a su integración en una personalidad armónica y volcada hacia los bienes verdaderos.

Alasdair MacIntyre afirma que “actuar virtuosamente no es actuar contra la inclinación; es actuar desde una inclinación formada por el cultivo de las virtudes”. La virtud ciertamente es un hábito operativo, pero es al mismo tiempo un hábito del corazón. 

(Publicado en el semanario LA VERDAD el 24 de diciembre de 2021)

lunes, 3 de enero de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (10)

LA EFICACIA EDUCATIVA DE LOS MODELOS


                                    Ignacio Echeverría, el "héroe del monopatín" 

Junto con la presencia de maestros de vida y el fomento de ambientes que impulsen a la mejora, la emulación, la alegría compartida, el trabajo en común, la solidaridad…, ayudará que niños y jóvenes conozcan casos de hombres y mujeres admirables, tanto en la ficción -grandes personajes de la literatura, por ejemplo- como en la historia y en la actualidad. Es importante que desde edades tempranas se familiaricen con personajes y personas que puedan convertirse en referentes, modelos que manifiestan con su vida el atractivo que tiene hacer el bien, ser justos y honestos, ayudar a otros, cumplir con las propias responsabilidades lo mejor posible o superarse a pesar de las dificultades. 

Todo ello no sólo "ilustra" lo que se afirma en la teoría, sino que motiva y convence porque "se ve vivir", se muestra posible y alcanzable de manera asombrosa y atractiva. La experiencia nos asegura que la influencia de los ejemplos es muy superior al mero razonamiento.

Podemos encontrar personajes de novelas y narraciones, por ejemplo, en los que se descubren grandes valores y cualidades que pueden servir de referencia para la vida: superación, sacrificio, solidaridad, honradez, etc. Esta es una razón de peso para que procuremos iniciar tempranamente a nuestros niños en el gusto por la buena lectura. 

Es bien conocida, por otra parte, la historia que se narra en El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, en la que el mentor de un joven de grandes cualidades acaba corrompiendo a este sirviéndose de lecturas en las que se ensalza un comportamiento cínico e inmoral. Algo parecido acontece con ciertas series o programas de televisión, por ejemplo, como es bien sabido. 

No nos vamos a engañar. Cuando en la escuela y en la vida social se difunde la idea de que el niño y el joven han de orientar su porvenir por medio de su autodeterminación -a la vez que operan estrategias orquestadas que procuran influir ideológicamente en ellos-, es más difícil que surja una literatura infantil y juvenil inspiradora de modelos. Pensemos por ejemplo en biografías ejemplares, vidas de santos, novelas y narraciones heroicas que quizás en otro tiempo eran más asequibles. Por eso hay que rebuscar, si es preciso, hasta encontrar buenos libros, buenas películas, buenas series… -que también las hay- y servirse de ellas para educar. 

Hoy, además, los recursos audiovisuales están desplazando a la lectura pausada, con el riesgo de que se acabe perdiendo el hábito lector, disminuya la comprensión lectora y con ello la capacidad de pensar y valorar basada en criterios, por encima de las pulsiones emocionales.

Sobre todo, conviene que acertemos a mostrar modelos elocuentes de personas de carne y hueso, de ayer y de hoy, que se caracterizan por sus valores humanos: fortaleza moral, generosidad, solidaridad, audacia... Ahí van algunos: Sócrates, Demóstenes, Juana de Arco, Thomas Alva Edison, Nelson Mandela, Malala Yousafzai, Iqbal Masih, nadadores paralímpicos como Teresa Perales y Xavi Torres, el actor y maestro Pablo Pineda (con síndrome Down), el orador motivacional Nick Vujicic (protagonista del cortometraje El circo de la mariposa), el tenista Rafael Nadal, Ignacio Echeverría (el joven “héroe del monopatín”), etc. Ellos, sus acciones, son lecciones vivas que enseñan eficazmente la diferencia entre el bien y el mal. Conocer algo de sus vidas hace posible aquel aforismo que decía: “lección vista, lección aprendida”.

          (Publicado en el semanario LA VERDAD el 17 de diciembre de 2021)