viernes, 22 de abril de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (25)



FOMENTAR LOS VALORES HUMANOS EN LA INFANCIA


 

Veníamos diciendo que lo más importante que los padres deben dar a los hijos es la seguridad de su amor y de su aprecio. A partir del sentimiento de confianza básica se irá desarrollando su autoestima y, con la paulatina introducción de la conciencia del límite y de la realidad objetiva, se consolidará poco a poco su personalidad.

Volvamos ahora a la vivencia, receptividad y desarrollo de los valores humanos, que en los primeros años vienen fuertemente entrelazados con el desarrollo de los afectos y el aprendizaje de los primeros hábitos.

Recordemos que el valor y la virtud poseen tres aspectos o dimensionescognitivo (criterios, ideas claras...), emotivo (atractivo, pasión, ideal, deseo...) y conductual o práctico (realización efectiva, hábito arraigado, experiencia). La educación moral e integral de la persona no debe olvidar ninguno de esos tres aspectos que, adecuadamente integrados desde el principio, dan lugar a una interiorización y a un primer arraigo en la incipiente formación de la personalidad en el niño pequeño. 

Bueno, ¿y por dónde empezar? Obviamente, a partir de aquel o aquellos valores y actitudes para los que se está mejor dispuesto. A riesgo de simplificar, podemos distinguir tres fases al respecto, aunque cada una se apoya obviamente en el cimiento de la anterior:

-  Hasta los 3 años predominan la espontaneidad, la dependencia afectiva y un elemental egocentrismo. Pueden y deben empezar a arraigar desde los dos años algunos hábitos básicos (obediencia, rutinas de orden, autocontrol...)

-  De 4 a 7 años predomina la imitación y una mentalidad ‘contractual’ en la aceptación de normas (‘doy y me das’); puede ir arraigando la responsabilidad (asunción y realización de tareas...) y, a partir de los seis años, la generosidad y la reflexión.

-  De 8 a 12 años se acentúa el valor de la norma, y a la vez se empiezan a entender y reclamar seriamente los porqués. 

Y así, en los primeros años, la costumbre de obedecer a los mayores, de realizar determinados servicios en la casa, de recoger los juguetes o de ordenar la habitación, por ejemplo, pueden adquirirse muy tempranamente, como un juego o como un modo de dar y de recibir afecto, sobe todo al principio, y también como una norma que hay que cumplir. 

Posteriormente vendrán las explicaciones razonadas y los principios de convivencia. Las razones, cuando lleguen, encontrarán ya preparado el terreno de una conducta que resulta fácil de llevar cabo, gracias a las costumbres y hábitos adquiridos tempranamente. 

El niño, la niña, aprenden cuando actúan, cuando quieren conocer o conseguir algo. En su modo de comportarse y de pensar se da un predominio de lo afectivo y de la actividad. Comprenden cuando hacen, cuando participan activamente y obtienen algo positivo a cambio del esfuerzo realizado. El refuerzo afectivo del cariño y la aprobación de los padres es la herramienta educativa más poderosa de estos.

Sería un error querer ganar la estima del niño dándole facilidades o evitándole el esfuerzo de superarse a sí mismo, o de cumplir determinadas normas. No hay que darle las cosas hechas, sino enseñarle y ayudarle a conseguirlas; y brindar, con la actitud y con los gestos de agrado y de afecto, la experiencia de una satisfacción que confirme el valor de lo que ha realizado o ha intentado realizar por sí mismo.

(Publicado en el semanario La Verdad el 22 de abril de 2022)

lunes, 11 de abril de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (24)

LA EDUCACIÓN DE LA AFECTIVIDAD EN LA INFANCIA

13 claves para conectar con un adolescente - Eres Mamá

Lo primero y más importante que los padres deben dar a los hijos es la seguridad de su amor y de su aprecio. Pero el primer requisito para ello es el de su presencia efectiva y su disponibilidad: verse, tratarse, hablar, escucharse... estar. En el ámbito familiar, el tiempo es ante todo un “tiempo disponible”. 

De cómo los padres hablen y presten atención al hijo, de las relaciones que mantengan con él y entre sí, depende el modo como el niño conocerá más tarde el mundo y a sí mismo, y desarrollará su conciencia, su sociabilidad y sus trabajos. Se entenderá, por ejemplo, a sí mismo como un ser que comete errores, pero que se abre cada vez a un amor más grande, o quedará apremiado para toda la vida por exigencias a las que no podrá corresponder. De igual modo, la primera imagen que los niños pequeños tendrán de Dios será precisamente el trato que reciben de sus padres, que será su referencia básica al respecto.

La vivencia, receptividad y desarrollo de los valores humanos están fuertemente entrelazados con los afectos. A partir de esta base se irá configurando la personalidad teniendo además en cuenta las experiencias, relaciones y decisiones que vendrán más adelante. 

El punto de partida, como decíamos, es brindar al niño seguridad y aprecio. Necesita percibir que es querido: atendido, comprendido, aceptado y valorado. Todo motivo para mejorar se basa para él inicialmente en el cariño y la ilusiónPor ello son de la mayor importancia las figuras de apego y referencia -lógicamente, los padres en primer lugar-, porque eadulto cercano es el intermediario entre el niño y la realidad en la que empieza a introducirse.

Paulatinamente se irán incrementando el discernimiento y la objetividad, pero se empieza por aprender de verdad aquello que se vive y se ve vivir a otros. De ahí la permanente importancia de los ejemplos y modelos, por el extraordinario poder educativo de la imitación. 

Y de ahí también, por ejemplo, el gran potencial educativo de las narraciones para el cultivo de los afectos y de los valores, porque en ellas se utilizan acontecimientos como si se hubieran vivido y por lo tanto se muestran como imitables. 

Por otra parte, leer un libro a los niños pequeños permite fortalecer los vínculos afectivos que ya existen desde el nacimiento, lo cual será la base para las relaciones que el pequeño establecerá con las demás personas a lo largo de su vida. Contarlo o leerle un cuento a un niño implica una actividad de apego y será uno de los momentos que atesore durante toda la vida, incluso inconscientemente.

Cuando una mamá le lee a su hijo, se está dando un encuentro muy íntimo, en el que su voz, la más próxima y cercana al bebé, lo acoge cariñosamente mientras narra historias, canta canciones… Cuando lo hace el papá a su vez, se refuerza de manera decisiva el sentimiento de autoestima por parte del niño o niña. Es un tiempo para compartir juntos que supone una dedicación exclusiva para él, lo que fomentará en el niño o niña la confianza en sí mismo.

 

(Publicado en el semanario La Verdad el 1 de abril de 2022)

sábado, 9 de abril de 2022

UNA CONVERSACIÓN SOBRE EL PRINCIPITO, 

DE A. SAINT-EXUPÈRY.

Álvaro Abellán y José Mª Alejos.

Universidad Francisco de Vitoria. Instituto Newman.



https://youtu.be/21BMkTyQlDc



viernes, 8 de abril de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (23)

AUTOESTIMA Y TOLERANCIA DE LA FRUSTRACIÓN



Para ayudar a un niño o niña a mejorar en su autoestima es preciso que aprenda a afrontar los problemas y limitaciones, incluyendo también los fracasos. Es importante asumir que la frustración forma parte de la vida, porque las cosas no siempre resultan como esperábamos y las ilusiones que teníamos puestas en algo a veces no se cumplen. Muy a menudo no se puede evitar, pero sí podemos aprender a manejarla y a superarla. 

La baja tolerancia a la frustración causa bloqueo, desaliento, enfado e incapacidad ante las molestias y problemas, provocando la huida o la mala solución de los mismos. A veces, ante un niño con baja autoestima, los padres se dejan llevar por la pena, le sobreprotegen y dejan de apoyar sus esfuerzos. Toman las decisiones por él, excusan su conducta, hacen sus deberes escolares o cuidan en exceso sus necesidades personales. Les ahorran las consecuencias de sus errores, pero les hacen más vulnerables y dependientes, con lo cual, sin quererlo, alimentan más en ellos la creencia de que son incompetentes o torpes. 

La protección real consistiría en enseñar a estos niños a tomar decisiones eficaces para afrontar los retos que se les presentan y en alentar sus esfuerzos, en ayudarles a fijarse objetivos alcanzables y a pensar en planes para lograrlos, en ayudarles a ver lo que pueden y no pueden controlar. 

Desde hace unas décadas, se ha generado una verdadera industria de libros de autoayuda y de programas de mejora de la autoestima no muy bien orientados, derivando hacia una autoestima vacía y narcisista. La falsa autoestima, especialmente cuando busca negar una imagen poco gratificante de sí mismo y no lleva a una autoaceptación sincera, puede causar muchos daños.

La atención a la autoestima se torna enfermiza cuando para evitar ciertos males se siguen pautas como: no culpabilizar en absoluto, hacer todo fácil y rebajar los ideales para evitar la decepción, aprobar o excusar cuando uno no lo merece, alabar independientemente del comportamiento, recibir premios sin estar relacionados con sus acciones. De esta forma artificiosa se puede conseguir que los niños se sientan bien, pero se les hace consentidos y no se les prepara sólidamente para enfrentarse a una realidad testaruda y frustrante.

Una autoestima saludable no consiste en decirse constantemente lo valioso que soy. Hay que promover por el contrario una autoestima ganada, merecida. Los padres harían un gran servicio a sus hijos ayudándoles a desarrollar habilidades para actuar con responsabilidad personal y preocuparse por los demás. 

Los niños necesitan aprender a identificar, expresar y controlar sus sentimientos, a controlar sus impulsos y a demorar la gratificación, a manejar las situaciones de ansiedad y a perseverar frente a los reveses y dificultades de la vida, mantener el interés aunque no les guste el trabajo que tienen que hacer. 

El niño que adquiere el dominio de sí mismo, se responsabiliza de sus acciones y se esfuerza por alcanzar metas valiosas, estará preparado para afrontar los retos de la vida en su trabajo y en las relaciones sociales, y la autoestima vendrá sola. La nadadora Teresa Perales, poseedora de 27 medallas olímpicas y 20 medallas en los campeonatos mundiales, recomienda: “No pidas una carga ligera, pero tampoco penalidades, pide una espalda fuerte capaz de sobrellevarlas.”

Con frecuencia, somos más felices cuando nos implicamos en actividades que no nos hacen pensar en nosotros mismos. Paradójicamente, la autoestima positiva se desarrolla cuando uno se olvida de sí mismo. 

 

(Publicado en el semanario La verdad el 25 de marzo de 2022)

viernes, 1 de abril de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (22)

LA IMPORTANCIA DE LA AUTOESTIMA


 

Una de las claves de la ‘educación afectiva’ es el desarrollo de una valoración ajustada de uno mismo. Ello implica conocer las propias fortalezas y debilidades de manera realista, mostrarse seguro de sí mismo en la realización de tareas y actividades y en la relación con los demás, de manera que al juzgar y al expresarse prevalezca la asertividad, así como una aceptación natural de las observaciones y las críticas. 

La imagen que tenemos de nosotros mismos, el autoconcepto, se empieza a adquirir en los primeros meses, al percibir cómo nos valoran los demás: según nos tratan, así nos sentimos. A partir de esa imagen, que vamos perfilando con el paso de los acontecimientos, adquirimos una mayor o menor confianza en nosotros mismos, a la que llamamos autoestima.

La autoestima está en la base de nuestra personalidad. Uno se siente capaz, valioso o, por el contrario, inseguro, indigno, poco valioso. Todo empieza con el sentimiento de confianza básica, sobre todo en el primer año y medio de nuestra vida. El bebé recibe el calor del cuerpo de la madre y sus cuidados amorosos y se siente en cierto modo “centro del universo”. La presencia o ausencia de este sentimiento básico influirá significativamente en el desarrollo emocional y social del niño. Según Erikson, desarrollar este sentimiento básico lleva a percibirse como alguien que “vale” para los demás; por el contrario, no haberlo hecho origina una imagen y valoración de sí mismo inestable e insegura. En consecuencia, la vida aparecerá como algo estimulante y positivo o, por el contrario, como algo negativo y hostil.

A continuación, a partir del año y medio, es bueno que sobrevenga la conciencia de los propios límites, darse cuenta de que hay que compartir nuestro escenario con otras personas que también reivindican su lugar y sus derechos, lo que irá aportando un sentido de la realidad y de los propios deberes, absolutamente necesario para evitar caer en el egocentrismo y la dependencia afectiva.

Las personas con alta autoestima tienen una visión de sí mismas bien articulada y positiva, se conocen mejor. Confían en sus fuerzas, capacidades y virtudes, por lo que se muestran activas, asertivas y motivadas para buscar el éxito; muestran mejor rendimiento en muchas áreas de su actividad y en sus relaciones. 

Las personas con baja autoestima, por su parte, muestran inseguridad acerca de sí mismas y en sus capacidades; son más inestables, dependen mucho del juicio ajeno, de hechos concretos, se sienten más vulnerables y muestran más dificultades para enfrentarse a la adversidad. Están más motivados por evitar el fracaso, el rechazo, la humillación, que por alcanzar el éxito. Son por ello más dependientes. 

Para ayudar a un niño o una niña a que mejore su autoestima, lo primero que hay que hacer es ganarse su confianza, asegurándole que nuestra estima es incondicional y que no depende de su éxito o fracaso. Ayudará responder a sus necesidades, jugar con él o ella, implicarle en las tareas de ayuda en casa, reconocer y alabar sus éxitos, ofrecerle ayuda adecuada -nunca excesiva-, alentarle a que se conozca y se acepte, a explorar y consolidar sus capacidades y, a partir de aquí, a que se arriesgue, con cierta cautela. El miedo sólo desaparece afrontando el miedo.

Es muy importante, en suma, aprender a tolerar la frustración. Pero de esto hablaremos seguidamente. 

 

               (Publicado en el semanario La Verdad el 18 de marzo de 2022)