jueves, 29 de septiembre de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (39)

EDUCACIÓN Y MANIPULACIÓN

 


En nuestras reflexiones anteriores, bajo la expresión “emergencia educativa” acuñada por Benedicto XVI, hemos insistido en una preocupación por la mentalidad dominante en nuestros días y sus claves a la hora de pensar y actuar, puesto que se trata de un horizonte ambiguo y en el fondo demoledor que busca propagarse a través de la acción educativa. 

Para los inspiradores de esa mentalidad la educación es poder, directamente, y su actividad no es propiamente educadora sino de manipulación. La cosa no es nueva, sin rubor lo decía ya Gil de Zárate, impulsor de uno de los primeros planes de estudio en España, el de 1850: “La cuestión de la enseñanza es cuestión de poder: el que enseña, domina; puesto que enseñar es formar hombres amoldados a las miras del que los adoctrina.”

Estas palabras siguen siendo consigna para algunos políticos que buscan “penetrar en el tejido social” a través de las leyes educativas, como dijo en su día el exministro Maravall. Precisamente, en la llamada “Ley Maravall” (LODE, 1985) se afirmaba que “los estados han asumido la provisión del derecho a la educación como un servicio publico prioritario”, precisando que la educación ha de considerarse un atributo propio del Estado, no de las familias ni de otras instancias sociales.

Los núcleos de poder con pretensiones totalitarias niegan el derecho y la responsabilidad de los padres para elegir y promover el tipo de educación que consideren adecuado para sus hijos. Para ellos la educación no es la ayuda que los padres deben proporcionar a sus hijos para alcanzar la madurez, sino una función que ha de controlar el poder político para forjar ciudadanos a su medida y criterio. Porque detrás de esta “preocupación” hay, no lo olvidemos, un modelo de escuela (“única, pública, laica”…), pero también de sociedad y de persona, que recuerda aquel “somos constructores de almas” del que hablaba Stalin.

Es fundamental ser conscientes de este panorama y de lo que está en juego; no es solo la transformación de las estructuras políticas sino el perjuicio al que pueden verse sometidos niños y jóvenes en el marco de un sistema educativo ideologizado. 

Por ello urge reorientar la educación de acuerdo con su verdadera razón de ser: como ayuda a la personalización del ser humano, para que la persona sea cada vez más persona y más completa frente a instancias que pretenden hacerla más productiva y consumidora, más útil al sistema, más sumisa y manejable; en una palabra, como venimos diciendo, manipularla.

Sólo una educación de verdad centrada en la persona entendida en toda su integridad -una educación personalizadora- es capaz de ofrecer un sentido adecuado a la presencia y acción del ser humano en el mundo, priorizando la ayuda a las personas para que alcancen su madurez humana, su capacidad de tomar decisiones verdaderamente libres y responsables, orientadas al bien, a la verdad y a la belleza. 

El verdadero fin de la educación no debe ser la transformación de las estructuras sociales, como se repite hoy hasta la saciedad, sino promover personalidades capaces de dar fundamento y orientación humanizadora a esas estructuras.

       (Publicado en el semanario La Verdad el 23 de septiembre de 2022)

martes, 27 de septiembre de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (38)

EMERGENCIA EDUCATIVA Y SENTIDO DE LA VIDA


La dificultad tal vez más profunda en tiempos de “emergencia educativa” es la falta de certezas acerca de qué es lo nuclear en el ser humano y de lo que constituye su horizonte de plenitud. En la raíz de esta crisis de la educación -bastantes indicadores lo confirman- hay una crisis de confianza en la vida: se hace difícil transmitir de una generación a otra algo cierto, reglas válidas de comportamiento, objetivos creíbles en torno a los cuales construir la propia vida. 

Abilio de Gregorio advertía sobre las secuelas educativas de esta ceguera presente en una mentalidad que duda del significado de la verdad y del valor mismo de la vida: “De esta incertidumbre se sigue que no exista una conciencia clara y compartida de la diferencia entre lo justo y lo injusto, entre el bien y el mal. Y así, en la postmodernidad proliferan el ”pensamiento débil”, las conductas frágiles, el hombre light egoísta, desorientado y sin respuestas de valor ante un mundo carente sentido.” 

Recordaba Víktor E. Frankl que quien tiene un para qué, puede encontrar y soportar el cómo. Pero en la mentalidad dominante y en una educación que es su espejo se ha renunciado al planteamiento de los fines que sustentan y dan orientación a la existencia humana. Este “nihilismo acerca de lo esencial”, apuntaba el psiquiatra vienés, ha llevado al “vacío existencial” que prolifera de manera alarmante en nuestras sociedades y conduce a una desconfianza en el sentido y el valor de la vida. 

La OMS viene advirtiendo de que la salud mental de la población mundial es frágil y que esa tendencia podría cambiar solo si los gobiernos implementaran "medidas transversales de atención al sufrimiento mental y emocional de los jóvenes". Hoy preocupa a padres y educadores que desde 2019 el suicidio es la principal causa de muerte de los adolescentes en España, se apela a "alfabetizar en salud mental y psicológica" a la comunidad escolar, a las familias y a los sanitarios de atención primaria y se piden planes de prevención del suicidio.

Y bien está. Pero si la vida como tal no se percibe como algo valioso sino como una fuente de problemas y complicaciones, si vacilan los cimientos y fallan las certezas esenciales, y si la educación está contagiada de este relativismo nihilista, es probable que tales medidas se queden en los síntomas y no apunten a lo esencial. Frankl insistía en que “la educación ha de tender no solo a transmitir conocimientos sino también a afinar la conciencia moral.” Y es que solo una esperanza fiable puede ser el alma de la educación, como de toda la vida.

En un libro homenaje titulado Hablando con el Papa. 50 españoles reflexionan sobre el legado de Benedicto XVI. (Planeta, 2013), el tenista Rafael Nadal afirmaba: “Con un estilo de vida tan egoísta como el que nos hemos creado es complejo enseñar hoy a un niño o a una niña cuáles son las cosas que importan en la vida (…) En un mundo lleno de incertidumbre y cargado de apariencias, donde impera lo zafio y muchos jóvenes buscan fama, notoriedad y dinero de forma rápida, la educación se convierte necesariamente en un asunto de singular trascendencia para garantizar una vida basada en valores."

   (Publicado en el semanario La Verdad el 16 de septiembre de 2022)

jueves, 22 de septiembre de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (37)

“NON MULTA, SED MULTUM”



El problema la inflación de aspectos “adjetivos” en el currículo escolar -en detrimento de la sustancia- que hoy apreciamos en la educación es que el crecimiento del “multa” en las áreas curriculares de la educación básica ha debilitado la fortaleza del “multum”. Dicho en román paladino, que el que mucho abarca poco aprieta. 

No es, pues, de extrañar la presencia cada vez más extendida de una cultura del videoclip, o del “zapping” -se sabe casi nada de casi todo- tal como ha definido Alain Finkielkraut las actuales vigencias culturales. Quizás habría que profundizar en este fenómeno pedagógico actual en busca de algunas raíces del relativismo, de la inmediatez, de la incoherencia y la dispersión, de la ausencia de finalidades últimas en la mentalidad hoy dominante. 

La preocupación por los medios y recursos educativos ha hecho olvidar la importancia prioritaria de los fines en la educación y en numerosos aspectos importantes de la vida. 

El culto que se ha profesado en el mundillo de la educación a la denominada “escuela nueva”, fundamentalmente por ser nueva, ha llevado al rechazo frecuente de la “pedagogía perenne”, fundamentalmente por ser perenne. Y como se supone que nada es fijo y estable, y que todo en la vida y en la cultura sirve a estrategias y estructuras de poder antagónicas -“todo es política”…-, los vaivenes de la educación son el reflejo de las sacudidas de la convulsión política y social. En el fondo, si se preconiza que el hombre es sólo una “construcción social”, producto de instancias de poder, de circunstancias culturales, económicas, etc., esa vida para la que es preciso educarlo es pura circunstancia en permanente devenir; es pura existencia sin esencia, mero artificio circunstancial. Es, lisa y llanamente, nada. 

Una pedagogía consistente, perdurable, no debería ser ni progresista ni conservadora. La pedagogía no está hecha para el tiempo ni para las luchas por el poder, sino para el ser humano. La educación ha de ser esencialmente eso: poner a la persona como centro. Por eso la educación tiene -debe tener-, antes que nada, una función personalizadora. 

La educación no puede tener como objetivo final -ahora lo llaman “perfil de salida”- “formatear” en el educando unas conductas tipo, por más que éstas sean demandadas hoy o mañana por la sociedad como útiles, convenientes, liberadoras, igualitarias... La educación ha de apuntar hacia metas de un orden más radical (ha de ir más a las raíces): se trata de proporcionar instrumentos y claves de sentido al educando para que lleve a término su condición fundamental de ser persona. Para que construya una personalidad sólida, madura, que sea capaz de señorear con criterio propio y bien fundado sobre las circunstancias, las modas, los intereses en pugna o las consignas políticas cambiantes. 

El fin de la educación ha de mirar hacia una persona que forja su personalidad y se convierte en dueña de su propia vida, capaz de dar a esta sentido y convertirla en una vida creadora, responsable. “Educar es completar personas, haciéndolas guías y dueñas de sí mismas por medio de la naturaleza, el asombro y la responsabilidad”, afirmaba el P. Manjón. Por cierto, qué paradoja: uno de los más notables impulsores de una “escuela nueva”, pero atento también a lo humano permanente. 


          (Publicado en el semanario La Verdad el 9 de septiembre  de 2022)

 

sábado, 10 de septiembre de 2022

REPENSANDO LA EDUCACIÓN. 2º AÑO. (36)

EMERGENCIA EDUCATIVA



Pertenece a la misma naturaleza de la acción educadora el afán por preparar para la vida. Encontrar fórmulas acertadas para dotar al niño o al joven de las capacidades (hoy se habla de “competencias”) que le permitan dar respuesta adecuada a las exigencias de la vida que tiene por delante constituye la preocupación más esencial entre los problemas de la pedagogía. 

Pero no todos las concepciones pedagógicas son iguales ni todos los modelos educativos conducen a las mismas metas aunque éstas tengan nombres parecidos, convertidos en tópicos de actualidad.

Al amparo de ese lugar común (“educar para la vida”), se ha ido tejiendo una enmarañada red de enunciados y recursos que están llevando a sistemas educativos y centros escolares a quedar enredados en las más variopintas iniciativas, si bien con frecuencia no pasan de ocurrencias o de “prontos” de temporada -para desazón del profesorado, por cierto-. Si a ello añadimos el afán de politizar la educación -Antonio Gramsci decía sin rodeos que “la educación es política”-, la confusión y las tensiones en torno al hecho educativo configuran la impresión dominante.

Pongamos el caso de España por sernos más familiar. En los años de democracia hemos padecido las siguientes leyes orgánicas: En 1980, la LOECE; en 1985 la LODE; en 1990 la LOGSE; en 1995 la LOPEGCE; en 2002 la LOCE; en 2006 la LOE; en 2013 la LOMCE y en 2020 la LOMLOE. Es verdad que algunas se apoyan en otras y que incluso alguna fue “abortada” apenas antes de entrar en vigor debido a las refriegas entre los partidos gobernantes. Pero la sensación es a todas luces de inestabilidad, de confrontación ideológica, de componenda, de desconcierto y caos.

Si a esto añadimos que la base de toda acción educadora corresponde a la institución familiar, y que esta viene registrando una creciente desestructuración, bien sea de carácter externo -por la influencia cada vez más invasiva de medios de comunicación, espectáculos, redes sociales…-, bien sea por la crisis de valores y creencias que sacuden la estabilidad y la solidez familiar, no debe extrañar que se hable abiertamente de una grave “emergencia educativa”, por utilizar una expresión utilizada por Benedicto XVI.

Entre tanto se multiplican en los currículos las áreas de aprendizaje, las experiencias, las materias, las metodologías, los contenidos, en la creencia de que al niño y al joven se le ha de enseñar prácticamente de todo: Educar al principio en el europeísmo, después educar en la multiculturalidad y en la interculturalidad. Educación comprehensiva, luego integradora, después inclusiva. Educar la inteligencia creadora, educar la inteligencia emocional (ya circula por ahí una sedicente teoría sobre la inteligencia erótica…), educar en las nuevas tecnologías. Educación para la democracia, educación vial, educación para el consumo, educación para la paz, educación para el ocio, educación para la ciudadanía, educación igualitaria no sexista… Sin olvidar los idiomas y las lenguas, por supuesto. Y los complementos terminan por ocultar al sustantivo y a lo sustantivo: la educación. 

Y a la vez nuestros sistemas educativos se postulan como trampolines para la empresa y talleres de una servil ciudadanía, pero acaban a menudo en plantaciones de desesperanza incapaces de ofrecer razones para vivir a muchos de nuestros jóvenes. ¿Acaso no hay razones para repensar a fondo nuestra educación?

(Publicado en el semanario LA VERDAD el 2 de septiembre de 2022)