La palabra y el silencio
El lenguaje humano se funda en la palabra (logos), pero precisamente por ello el silencio puede ser también lenguaje.
El silencio no tiene por qué ser mera ausencia de palabras o de mensaje. Puede y debe ser sobre todo actitud interior de escucha y reflexión, de valoración y asombro. Es éste un silencio lleno de palabras, lo mismo que el color blanco es una síntesis de todos los colores. Hay silencios que dicen mucho.
El silencio elocuente, no el vacío de quien no tiene nada que decir, es acogida y atención. Es también él mismo, elocuencia. En efecto, existe un callar asombrado ante una realidad valiosa, ante un acontecimiento cargado de sentido y de profundidad que nos sobrepasa y desborda.
La meditación de un pensamiento profundo o de un gesto ejemplar, la contemplación de un paisaje o de la persona amada, no puede darse sino en un silencio “lleno”. El silencio es un ámbito donde resuenen las palabras y las realidades cargadas de sentido. Hay también silencios que dicen muchas cosas.
En la película La Strada, de Federico Fellini, Gelsomina es una mujercita cansada de vivir con un hombre violento y brutal, Zampanó. Una noche en que éste está en el calabozo, Gelsomina se pasea por las calles del pueblo sin saber a dónde ir. Se encuentra con “il Matto”, un personaje medio sabio, medio loco, que ha adivinado su desaliento.
- ¿Qué hago en este mundo?, pregunta Gelsomina. No sirvo para nada. Estoy harta de vivir.
- Todas las cosas que existen sirven para algo. Una piedra, por ejemplo... Mira.
- ¿Cuál?
- Cualquiera... Esa de ahí...
- ¿Y para qué sirve?
- ¡Yo qué sé! Si lo supiera, sería Dios... Pero sirve para algo. Porque si esa piedra no sirviese para nada, nada serviría para nada, ni siquiera las estrellas. Así es. Y tú también sirves para algo.
Al día siguiente, cuando Zampanó sale de la comisaría, Gelsomina le está esperando en la puerta.
- ¿Por qué no te has ido...?
Ella no responde... Sólo contempla una piedrecita.
A.J. - A.R.