martes, 15 de julio de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (145)

EL ARTE DE ESCRIBIR EN LAS ALMAS

           

      El verano avanza y los centros escolares cierran por vacaciones. La prensa en general, pasada ya la EvAU, se ha referido ocasionalmente a las recientes oposiciones para el profesorado. Por ello no estará de más reflexionar sobre el valor e importancia de la profesión docente. 

Muchas profesiones en general se aplican sobre objetos. Y eso está muy bien. Pero un educador tiene como preocupación principal a la persona irrepetible, necesitada de ayuda y de orientación, en la que puede influir aportando conocimiento e intentando a la vez potenciar su libertad. Cosa nada fácil.

La sociedad, las familias y las instituciones delegan la educación en los docentes, que tienen que asumir esta responsabilidad y, si no logran el éxito, normalmente se les recrimina. Además, los acelerados cambios en el sistema educativo (leyes, normas, instrucciones, procedimientos, metodologías, formas de organización y de gestión), los casos de desestructuración familiar, el impacto de las redes sociales… hacen que muchos docentes se sientan agobiados, con falta de tiempo, de formación, de seguridad y de fuerzas.  

A esto hay que añadir que nunca ha sido tan burocrático el currículo como en la actualidad. Pero la mejora del sistema educativo, entendida como enseñar más y mejor a la mayor cantidad posible de alumnos, permitiendo que cada uno de ellos aprenda todo lo que le permiten su capacidad y su esfuerzo…, si se produce alguna vez, no va a llegar nunca de la mano del papeleo. La educación no mejorará porque se obligue a los docentes a planificar al detalle cuánto enseñan, registrar con minuciosidad lo que los alumnos hacen o no y aplicar para su evaluación centenares de criterios. El maestro debe dedicar su tiempo a sus alumnos, no tanto a sus papeles, y menos aún a los papeles de otros cuya razón de ser, precisamente, es la existencia de unos papeles de utilidad más que dudosa.

Pero frente a esto y a otras muchas cosas, la profesión docente posee en su naturaleza algo muy positivo: es una de las dedicaciones profesionales potencialmente más vocacionales. 

La docencia, como recuerda la profesora Maica González Torres, se puede entender como trabajo (Job), en el que prima el aspecto económico, como una forma de ganarse la vida y un cierto bienestar. Se puede entender también como carrera (Career), como una forma de desarrollar la propia trayectoria personal con su dosis de autoestima, legítima por supuesto. Pero también puede asumirse como vocación (Calling), en cuyo caso adquiere un significado ético y afectivo, se ve dotada de utilidad social o moral y se convierte en fuente de realización personal. 

Cuando se entiende de esta última manera (sin despreciar las otras dos, que tienen su importancia relativa), se produce una mayor implicación en la tarea docente. Seguramente todos hemos conocido a muchos profesores y profesoras que asumen de este modo su labor educativa, suelen ser aquellos que siempre recordamos. Pero al mismo tiempo que esto puede ser una fuente de motivación, también es una fuente de posibles frustraciones. Quien más se implica es más vulnerable.

Decía Platón que la preocupación y tarea del maestro es en el fondo “poder escribir en las almas”. Respaldar al profesorado para que “no muera la ilusión” incluye reconocer que su trabajo, a pesar de todo, merece mucho la pena. 


(Publicado en el semanario La Verdad el 4 de julio de 2025)

 

 

martes, 1 de julio de 2025

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (144)

EDUCAR PARA EL DON

 


Veníamos diciendo que un recurso válido en la educación es promover el salir de sí mismo para ayudar a los demás. Nos referíamos con ello al fomento de la responsabilidad como valor humano, clave de una personalidad más feliz, equilibrada y madura. 

Viktor Frankl llamaba a este valor “autotrascendencia”, voluntad de sentido. Decía el psiquiatra vienés: “Cuanto más se olvida un ser humano de sí mismo y se entrega, tanto más humano es. Según Kierkegaard la puerta de la felicidad se abre hacia fuera. Ser humano es trascenderse a sí mismo hacia algo o alguien, entregarse a una obra a la que uno se dedica, a un ser al que se ama o a Dios a quien se sirve. Esto puede explicarse con el ejemplo del ojo: se ve a sí mismo solo cuando está enfermo y queda perturbada la visión. El ojo ha de poder “ignorarse a sí mismo”. Exactamente igual ocurre con el hombre, está impulsado por una voluntad de sentido; pero hoy esta voluntad está ampliamente frustrada. La sociedad de la opulencia satisface necesidades y apetitos, pero no la voluntad de sentido.”

Y remachaba el argumento con una de sus tesis más famosas: “Para encontrar el sentido no se trata de si esperamos algo de la vida, sino de si la vida -alguien, en el fondo- espera algo de nosotros.” De esta forma, “quien tiene un para qué (o para quien), puede encontrar o soportar el cómo”. 

Esta es una hipótesis ya probada y que deberíamos verificar con nuestra experiencia vital: estamos hechos para aportar al mundo y a los otros lo que llevamos dentro. Y esto significa percatarse de que el fin esencial de la vida consiste en cultivar y dar lo mejor de uno mismo, pues de ese modo se enriquece cualitativamente la realidad, se hace más bella, más plural, se continúa el proceso creativo del mundo, se aporta desde lo original y originario de la persona. 

Para ello resulta indispensable indagar lo que uno es, cuáles son sus dones y sus capacidades. Pero esto, ¿cómo se hace? Decía Aristóteles que el saber hacer se aprende haciendo… Es decir que, en el fondo, sólo se tiene lo que se da.

Y es que más allá de la lógica del individualismo, del tener, del gozar, del poder y del aparentar, más allá de una sociedad de átomos, de individuos cerrados en sí mismos, es necesaria y posible (y existe, aunque a menudo quede oculta tras la selva de los intereses egoístas) una lógica del don.

Todo esto se refleja a diario en las palabras que intercambiamos después de dar algo gratuitamente. El que recibe suele responder “gracias”. Con ello reconoce haber recibido una gracia, algo no exigible sino gratuito. Y el que ha dado suele replicar “de nada”, con lo que libera al que recibe de toda deuda, porque recalca que lo ha hecho libremente, por “nada”, sin esperar algo a cambio.

Eduquemos -también- en bienes o valores que ni se miden ni son susceptibles de cálculo, pero que hacen que esta vida valga la pena: el amor personal, las personas mismas, la amistad, el perdón, la belleza, la generosidad, la amabilidad…, que no pueden ser comprados ni vendidos. Con razón se ha dicho que "sólo el necio confunde valor y precio". 

(Publicado en el semanario La Verdad el 27 de junio de 2025)