miércoles, 3 de mayo de 2023

REPENSANDO LA EDUCACIÓN (65)

EDUCACIÓN E IGUALDAD


La llamada “igualdad de oportunidades”, según la versión propugnada por las leyes educativas españolas, ofrece una seria ambigüedad. No se refiere a la legítima aspiración de que los menos favorecidos económicamente puedan acceder a una preparación de elevada cualificación gracias a sus méritos reales, permitiendo así una movilidad social más justa. No. De modo muy diferente, se interpreta como el derecho de acceder indiscriminadamente a los estudios elementales, secundarios e incluso superiores, con independencia no sólo del estatus económico sino también de las condiciones personales de capacidad y mérito. 

Se hablaba hace tiempo en educación de una forma de masificación cuantitativa, consistente  en una falta de atención individualizada, en la carencia de instalaciones y de profesorado capacitado en número suficiente. Pero también cabe hablar de una forma de masificación cualitativa, consistente en que una sola persona o un grupo pequeño puede pensar y actuar de forma masificada, como alguien que no piensa, no decide y no actúa por sí mismo, sino que se deja llevar por el ambiente, por la opinión más difundida, por los dictados del gobernante, por la mayoría, por estímulos de agrado o desagrado, o simplemente por la comodidad. Es un modo de actuar reactivo que rehúye el esfuerzo, la creatividad, la responsabilidad y, por supuesto, la excelencia. 

Una educación guiada por la demagogia -y no por el cultivo de la excelencia personal según las capacidades de cada uno- tiende a poner su horizonte en la igualdad. He aquí la palabra talismán del sistema educativo actual. La justificación que se esgrime en favor de la igualdad es que el sistema educativo no debe consolidar las diferencias socioeconómicas entre las distintas clases sociales convirtiéndolas en diferencias socioculturales. Y por ello todos los ciudadanos han de recibir -inclusivamente, se dice- la misma educación.

Pero esta “igualdad” no se refiere propiamente ya a las oportunidades para acceder a una educación de acuerdo con el esfuerzo, los méritos y las capacidades personales; sino que se refiere a los resultados, soslayando el esfuerzo y el mérito moral e intelectual de cada uno. Y así, como el sistema educativo ha de propiciar la igualdad entre los ciudadanos, intenta tratar a todos por igual, porque todos somos igualmente‘ciudadanos’, en el fondo piezas funcionalmente equiparables del sistema social, que es el que de verdad importa.

En definitiva, se pretende que no haya segregación ni diferencias de educación entre los ciudadanos, sino que todos sepan lo mismo. Pero, claro, todos sabrán lo mismo cuando todos sepan tanto como el que menos. Es lo que algunos llaman igualitarismo a la baja

Este igualitarismo es fruto en realidad, no de una actuación genuinamente educativa, sino de un proceso de control y manipulación que favorece la existencia de individuos similares: un “ciudadano estándar”, masificado, un prototipo de hombre (o mujer) medio (o mediocre), que no destaca de los demás por su capacidad para pensar, decidir y actuar por sí mismo de acuerdo con principios racional y moralmente fundados, sino un consumidor nato, ambicioso pero sentimental y manipulable, el cual, debido a que recibe básicamente la misma instrucción que sus semejantes, adquiere la misma forma mentis y no destaca moralmente de ellos, (todos “saben” tanto como el que menos). Para qué vamos a engañarnos: no es casualidad, de esta guisa, que el sistema educativo español haya venido a situarse en el furgón de cola de los países desarrollados.


     (Publicado en el semanario La Verdad el 28 de abril de 2023)

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