domingo, 15 de diciembre de 2013

PISA, LOMCE... ¿EL PELIGRO DE UN ESPEJISMO EDUCATIVO?


Susanna Tamaro


El tema de la educación ha saltado de nuevo a todas las portadas a propósito de la publicación del Informe PISA 2012 y de la perspectiva de un nuevo marco legal para el sistema educativo español.

Pero me temo que el horizonte de muchas de esas reflexiones no pasa de la conexión necesaria –y lo es, no voy a discutirlo- entre la formación que el sistema educativo ofrece y las demandas y expectativas del sistema económico. Y aquí se prioriza el objetivo de orientar la educación hacia las competencias que mejoren la empleabilidad, el emprendimiento, el manejo de los idiomas y de las TIC… Es evidente que preocupa el futuro de nuestros jóvenes, y a la vez el de nuestro país, con el problema del paro y la creación de empleo como prioridad máxima.

Sin embargo, al igual que a este complejo mundo le aqueja una preocupante crisis económica, no debemos olvidar que el origen de ésta se encuentra en la generalización de estilos de vida y de decisiones dominadas por la falta de escrúpulos éticos. Y también por el desconocimiento y el desprecio de la dignidad de las personas, de todas y cada una de las personas, sometidas en el ámbito legal y en la práctica al imperio de los más fuertes y poderosos, y al relativismo intelectual y moral generalizados. La corrupción no es privilegio exclusivo de los políticos; es cosa bastante repartida.

La educación no puede limitarse a ser un reflejo de las carencias sociales y culturales del momento. Los educadores -padres, madres, profesorado- pueden y deben hacer mucho. Los responsables de desarrollar reglamentariamente las leyes de educación tienen en su mano decisiones en las que debe estar presente, ante todo, la formación integral de los niños y los jóvenes.

El problema no es que todos tengan acceso a las nuevas tecnologías, que hablen varios idiomas, o que desarrollen eficazmente una mayor ambición por enriquecerse. El mayor problema es que las grandes cuestiones de la vida se pueden quedar fuera de la educación. Decía Séneca que si el marino desconoce dónde está el norte, todos los vientos le son adversos. Y a esto puede contribuir la actual fiebre utilitarista y el enésimo olvido o postergación de las humanidades, de la formación ética y de la filosofía en los currículos. Por la misma razón, también, lo que más debe preocuparnos es que los padres puedan ofrecer tiempo y dedicación a sus hijos.

Hace sólo unos días escribía Susanna Tamaro un artículo en el que hablaba de la dificultad de asumir la función paterna, especialmente con relación a los hijos e hijas adolescentes. Pero lo que decía vale para todos los responsables de la educación:

“La generación que hoy se asoma a la pubertad (a menudo formada por hijos únicos de padres separados que trabajan todo el día) es quizá la primera criada por niñeras electrónicas: televisión, videojuegos, redes sociales... 

 (…) Hay soledad, demasiada soledad entre estos adolescentes. Una soledad poblada de contactos y amigos virtuales, de distracciones y solicitaciones sonoras. Han crecido en un desierto de valores que los vuelve confusos y aburridos. Se diría que ninguno ha rozado jamás su núcleo esencial, que ninguno se ha formulado preguntas fundamentales sobre el significado de la vida: “¿Quién soy?”, “¿por qué estoy aquí?”, “¿qué está bien y qué está mal?”.

 Instar a (los) adolescentes, a responder a estas preguntas es quizá el primer paso que los adultos podemos dar para restablecer en ellos aquellas nociones de dignidad e integridad que, al crecer, tendrán que conquistar si no quieren verse expuestos a la humillación de una vida vivida ‘al tuntún’.”

Urge propiciar el acceso de los jóvenes al mundo del trabajo y convertirles en agentes eficientes de la maquinaria productiva. Pero lo importante es que no pierdan de vista el verdadero valor de las cosas… y de las personas. Es necesario que nuestros jóvenes se conviertan en óptimos trabajadores, pero es imprescindible que  nunca se olviden de para qué trabajan. Nuestros niños y jóvenes necesitan sobre todo maestros de vida.



Valores y actitudes éticas son la parte de la educación llamada a persistir siempre, incluso en una sociedad pragmática como la nuestra.  Es cierto que la dura competencia por los primeros puestos, por las calificaciones necesarias para acceder a determinados estudios, por triunfar en el trabajo o los negocios, no va a desaparecer. Pero cuando un joven o una joven se presenten a una entrevista para pedir un trabajo, serán las perennes virtudes de responsabilidad, honradez, lealtad, constancia, laboriosidad, etc. las que contarán. O cuando tengan que afrontar problemas familiares, cívicos o de conciencia profesional, por ejemplo serán los criterios, hábitos y disposiciones morales los que iluminarán sus decisiones.

Es posible que movidos por la urgencia del momento económico, volvamos a olvidar la importancia de la educación integral. Nuevos conocimientos, procedimientos, competencias, habilidades… se convertirán, si esto vuelve a ocurrir, en un seductor espejismo en medio de un desierto de valores; en una vida vivida “al tuntún”.



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